Tengo un diente de leche que me baila. Es el
canino premolar superior izquierdo. Es uno de esos dientes aparentemente maduros que no se caen y se empeñan
en permanecer en su lugar, como si no
supiesen que su tiempo ya ha pasado, sin importarles un bledo que lo único que
hacen es obstaculizar el paso del siguiente, cuya función es
verdadera, depredadora y rasgadora, que le faculta y le habilita
para triturar todo tipo de carnes y pescados, turrones
y pan duro.
Unos días después de mi último y glorioso
episodio toxicómano ocasionado por el dolor inaguantable de una muela, visité nuevamente al dentista para que pudiese
intervenir la zona afectada. Estos tipos, en cuanto ven una boca abierta no pueden estarse quietos. La odontóloga que me tocó en suerte se puso a comprobar el
estado de todas las demás piezas a base
de golpecitos propinados con un
instrumento de metal parecido a una
escarpia. Desde entonces, puedo mover ligeramente con la lengua mi último diente lactante. A veces, al comer, si el diente cae
a peso sobre algún huesecillo, siento un ligero dolor, y cada día que pasa desde los nefastos
golpecitos, noto que su fijación a la
encía es más débil y precaria. Tendré
que hallar valor donde no lo hay y dar paso, de una vez por todas, al diente que
por derecho propio debe ejercer sus funciones.
Como decía, días antes de la visita al
dentista, una muela casi me lleva a la locura, de modo que por ver si se calmaba el dolor y me ayudaba a conciliar el sueño, tomé un primer
Nolotil a las 23 horas. A las 5 horas de la madrugada seguía despierto.
Había tomado cuatro pastillas más y, simultáneamente, había estado reduciendo sobre
la encía que me hacía rabiar el alcohol
de media docena de chupitos de orujo
casero, pero ni por esas. La sexta pastilla la tragué poco antes del amanecer.
Volví a la cama. Entonces, mientras saboreaba la esencias etílicas del último
sorbo de orujo, súbitamente todo mi cuerpo pareció desprenderse de la piel y
una sensación etérea, placentera, como
de genuina y auténtica paz uterina
envolvió todo mi conciencia y me sentí levitar sobre las sábanas hasta
quedar por completo acostado, postrado en un estado de suma, indolora y feliz relajación.
Me desperté sin dolor, lúcido, y con hambre.
De modo que desayuné tranquilamente, leí el periódico y me fui al dentista. Le
expliqué el intenso dolor que había sufrido la noche anterior y mientras me
examinaba empecé a sudar y a marearme y manifestar arcadas vacías que prometían
la inminencia de un vómito. Creo que balbucí algo inconexo. Recuerdo
que la cabeza se me descolgaba del
cuello y que hacía esfuerzos titánicos por mantener los ojos abiertos, pero era
imposible: me iba, me iba, me iba. La
dentista gritaba algo a la enfermera, ésta salió corriendo mientras la otra me
abofeteaba una y otra vez con el envés y el revés de sus manos huesudas, y me gritaba
en un inconfundible acento uruguayo, “¡volvé, volvé, no jodás, volvé, volvé,
que me jodés viva!”. Finalmente me dieron a oler algo fuerte, amoníaco, o algo
parecido, y volví. Había empapado la camisa de sudor helado y según me decía la
dentista, mi cara tenía el mismísimo color de la cera. Llamaron a una ambulancia que poco después me
trasladaría al ambulatorio, donde me recetaron unas pastillas y me aconsejaron
sobre la posología y la prudencia de su uso razonable.
Años antes ya me había ocurrido algo parecido,
pero en muy diferentes circunstancias. Nos reunimos un grupo de amigos en una
casita linda, en la localidad valenciana de Museros. Cocinamos y nos endilgamos
una buena paella a la leña, tomamos café y licor, arreglamos un poco el país, y cuando se
fundió la tarde entre arreboles rasgados, nos metimos en casa, frente al fuego
de la chimenea, a fumar, y a beber, sin prisas, sin ninguna prisa. Aquella
noche nació y murió el "Colectivo Museros", de cuyos miembros en estado de gracia
surgiría el primer esbozo de la película “El día de la bestia”. Nos
juramentamos para que la idea no saliese de allí porque íbamos a poner todo
nuestro empeño en producirla y rodarla. Creo, incluso, que alguien escribió en
un papel algo parecido a un acta fundacional, donde todos los presentes en
aquel aquelarre creativo comprometíamos el honor con nuestras firmas temblonas
y blandas y, sobre todo, jurábamos no difundir el argumento.
De hallarse ese documento se comprobaría
su redacción loca e hilarante, producto de los efectos estupefacientes de una
docena y media de cigarrillos de marihuana elaborados con dos papeles, de
rigurosa crianza mediterránea. Lo gracioso del asunto es que un año y medio
después, efectivamente, Alex de la Iglesia estrenaba “El día de la bestia”.
Disuelto el "Colectivo Museros" el mismo día de su fundación y desperdigados
todos sus miembros por el mundo, se me antoja
inútil la tarea de averiguar quién
se fue del pico y a qué precio, y si el
traidor o traidora consiguió a través de tamaña infamia labrarse una carrera en
la industria cinematográfica española.
Antes incluso de que ni siquiera Alex de la
Iglesia supiese que se iba a dedicar al cine, un buen día de mediados de los 80, en el servicio
militar yo insistía
y se reían de mi. Se reían mucho, con ese tipo de carcajada nasal que se descuelga
de la boca igual que un hilo de baba. Y no comprendía a qué venía tanta risa
cuando lo estaba pasando tan mal. Me faltaba un brazo. Veía mi brazo derecho, y
el izquierdo, pero en realidad el derecho no estaba. Me lo palpaba, apretaba el
bíceps, el antebrazo, la muñeca; me pellizcaba en la piel y, a pesar de que
visualmente estaba claro que había brazo, mi inteligencia, mi conciencia y el
resto de mis sentidos constataban una y
otra vez lo contrario, que mi brazo izquierdo había desaparecido. Así estuve un
buen rato, incluso en formación de retreta. Los compañeros próximos a mí hacían
lo posible por mantenerme quieto. Cuando rompimos filas yo seguía con el
convencimiento neurasténico de la desaparición
de mi brazo derecho, hasta que pudieron convencerme de que me acostase.
El sueño y la noche hicieron el resto para que a la mañana siguiente recuperase
sin problemas la lucidez y la
marcialidad castrense.
Esta especie de lindezas autobiográficas no autoautorizadas vienen a cuento de mi salud dental. De hecho
no son más que una cortina de humo con la que camuflar la auténtica y
aterradora verdad, la inexcusable e inminente
extracción de mi último diente de
lactante, el último vestigio de mi infancia, de aquel tiempo azul, inconsciente y feliz en el que un misterioso roedor se encargaba de aliviar nuestra pena ante una
nueva pérdida mediante el pago al portador de una triste moneda de a duro.
Reconozco
que la evocación de alucinaciones o de
momentos de felicidad provocada por el consumo de drogas es una manera un tanto
ingenua, y seguramente inútil, de
evadirme del futuro inmediato, de la realidad de una extracción a corazón abierto que indefectiblemente
habrá de llegar. En eso debe consistir
la madurez, en la aceptación inapelable
del relevo, del cambio, aunque sea a costa de dolor, liberados de todo chantaje, con los pies bien
asentados sobre el polvo del camino. Porque hay momentos en la vida en el que
uno ya no está para cuentos. Uno ha crecido, se ha hecho mayor, conoce de lo
que es capaz, se sabe libre y soberano y entonces, cuando esto es así, de lo que tiene ganas es de morder, bien
fuerte, de hincarle el diente al destino, sin intermediarios, sin nada ni nadie
que obstaculice el trayecto hacia un futuro
en el que una nueva generación de hombres
libres habitará la tierra.
12 comentarios:
Tras pasar un "trancazo" de narices, con delirio nocturno incluido, leer esta entrada me anima ya que veo que hay más "inconscientes" (lo del Nolotil...ya te vale)
Veo que ratoncito Pérez ha perdido un cliente.
Besos, Ester
El ratoncito Pérez ahora se ha reconvertido y se llama de otro modo, que no diré para mantener el misterio de la metáfora
En cuanto al Nolotil, te juro que en mi vida me había sentido tan bien... y tan mal
¡Besos!
En resumidas cuentas, cual era el brazo desaparecido? ;-)
Magnífico!
¡Jajaja!
Creo que el único que había desaparecido era yo y que solamente estaba de cuerpo presente, nunca mejor dicho
¡Abrazos Jose!
Está muy bien, como sirmpre, pero...
Enntre mis múltiples defectos está el haber estudiado anatomía y encima no haberla olvidado del todo: "Hay en total 8 premolares, 4 en la mandíbula y 4 en el maxilar, dos a cada lado respectivamente. Están situados por distal respecto del canino". Quiero decir que elijas: o caninos o premolares, pero un diente no puede ser ambas cosas a la vez.
M e reconozco tanto en la tentación anestésica como enla rabia del último párrafo. Besitos!
Lansky, no se te escapa una
Yo creo que es un canino porque tiene forma puntiaguda. Mira, está en la fila de arriba y es el tercero a partir del diente frontal, el que me crece desemesuradamente a partir de las 24h en noches de luna llena.
Yo creía que a los caninos se les llamaba premolares porque estaban delante de las muelas. Ya ves que mis conocimientos de anatomía son más bien isidorianos.
¡Salud!
Abrazos, Ana
jajajajj me he reído un montón, eso sí, cuidado con el Nolotil que baja mucho la tensión, y como tú, le tengo pánico al dentista, y creo que estás capacitado por ti mismo a hacerte tu solíto un buen guión jajjaja. Salud!
Te aseguro que el guión estaba casi hecho y era la misma idea que la peli de Álex de La Iglesia. El anticristo nacía el día de Navidad. Lo ideamos aquella noche antológica. De todos nosotros, quien se mantuvo sobrio fue el que le fue con el cuento al expresidente de La Academia y...
Me alegro que hayas pasado un buen rato Loli
¡Salud!
¡Cuánta vida tienes Pobrecito!
Las drogas son buenas si las recomienda el encargado del gimnasio...jajaja.
Me llama la atención como sería ese canino de leche entre el resto de dentición definitiva, me le imagino más pequeñito y de un blanco más intenso, ¿un diente acomplejado o más bien altivo?
Como siempre una entrada que me alegra la mañana.
Un abrazo. :)
Bueno, más que vida tengo años, y por eso cada vez más recuerdos.
No he sido yo mucho de drogas. Salvo algunas excepciones, me han provocado efectos bastante desagradables. Yo tiro más de Gin Tonic, servesita y whisky
El canino está hecho un roble, el tío. Se ha acostumbrado a bregar con los mayores y no hay quien lo tumbe.
Me alegro que lo que escribo te haga pasar buenos ratos, Babe
¡salud!
Publicar un comentario