jueves, 3 de junio de 2021

Deconstrucción trans(itiva)

Escribió hace unos días una conocida política en Twitter que “ yo soy mujer, no por mis genitales; lo soy porque pienso y me comporto como mujer”. Como dijo el torero, empecemos por el principio. "Yo soy" es la expresión de voluntad de ser, donde mujer se añade no con funciones de  objeto directo, sino de atributo del ser, ya que el verbo ser, como hombres y mujeres sabemos, es copulativo.

Diferente sería la cosa, aunque no divergente,  si mujer pasase a ocupar el lugar del sujeto, con lo cual el ser pasaría a funcionar como el atributo de mujer, pero nunca, jamás, como objeto directo, pues ya sabemos que a pesar de lo que acontezca por delante o por detrás de este verbo, siempre, toda la vida  fue, es y será copulativo, y en consecuencia exige un predicativo preceptivo que complete el sentido.

De manera que, ubicados en este jardín gramatical morfológico y sintáctico,  si organizamos  de ese modo el inicio del tweet tendríamos la frase  Mujer soy yo” , con lo cual estaríamos ante algo más que  un enunciado; más bien frente a una afirmación, una declaración de intenciones en toda regla, tres palabras ante las que no cabe la menor duda y por las que quien las escribe   luchará con denuedo. Es más, podríamos incluso intuir cierto tono de exclusividad, como si quien así se expresa ambicionase  convertirse en el paradigma de mujer, molde o modelo que es necesario seguir para así ser considerada.

Pero la frase empieza como empieza: "Yo soy mujer". De haber leído la ilustre representante  del pueblo valenciano a Fernando Pessoa, probablemente habría reflexionado un poco al respecto. Dice el melancólico portugués en el “Libro del desasosiego” que quien  desee expresar sus sentimientos  tiene que transformar a veces los verbos transitivos en intransitivos".  Arguye Pessoa que “ si quiero decir que existo diré  'Soy'. Si quiero decir que existo como alma separada, diré 'Soy yo'. Pero si quiero decir que existo como entidad que a sí misma se dirige y forma, que ejerce ante sí misma la función divina de crearse ¿cómo he de emplear el verbo Ser sino convirtiéndolo en transitivo? Y entonces, triunfalmente, antigramaticalmente supremo diré  'Me soy'. […] ¿No es esto preferible a no decir nada en cuarenta frases?

Este regalo no lo esperaba  ni el  movimiento LGTBI ni algunos  políticos o partidos  de la izquierda indefinida que, a falta de una propuesta clara y rotunda de modelo de sociedad que suponga una alternativa al neoliberalismo y en ausencia de ambición política para llevarla a cabo, se dedican a elucubrar, apoyar, y bailar el agua a organizaciones que promueven reivindicaciones peregrinas propias de minorías aburridas  que, en sus deseos microminoritarios, desean cambiar e imponer al conjunto de la sociedad una serie de disparates representados de modo ejemplar por el tweet que tenemos entre manos y que, sin más dilación, continuamos deconstruyendo.

Si aplicásemos al inicio de la frase  el regalo filosófico de Pessoa, el resto ya no tendría sentido. La negación causal referida a los genitales, que debería pasar a encabezar una antología de la extravagancia, quedaría incluida en la reciente adquirida  transitividad del verbo copulativo gracias a la propuesta de Pessoa. A partir de aquí, después del punto y coma -detalle que se agradece en un canal tan poco sensible con la corrección gramatical como  twitter- la conocidísima política levantina dedica el resto de sus palabras a dar fe de su condición biológica genérica a través de la negación de su vagina, clítoris, labios superiores e -inferiores, y se me apuran, útero, trompas de Falopio, ovarios y periodo menstrual.  Y es que -¡Atención!- en opinión de la autora de esta obra clásica del pensamiento político,  lo que de verdad importa a la hora de construir  la identidad genérica propia  es pensar y comportarse de una determinada manera, a la sazón, como una mujer.

Pensar y comportarse. Casi nada. Los dos verbos que definen nuestro paso diario por la vida, a menudo divorciados, porque una cosa es pensar lo que uno debería hacer y otra cosa es hacerlo. Pensar y comportarse forman parte ineludible del ser. Alguien es quien es por sus acciones y sus pensamientos. Sin embargo, tanto granos de arena en las playas de este mundo como pensamientos hay, y por cada acción de cada hombre en la Tierra  un estrella en el firmamento.

Hace muchos, muchos años, cuando cumplía mis deberes con la patria, lo primero que nos decían al entrar en el cuartel es que  teníamos que comportarnos como hombres. Allí, mariconadas las justas, decían. Fumar, beber alcohol, proferir  tacos, ver fútbol, ir a los toros, escupir, limpieza la imprescindible o  jamás llorar eran algunos de las virtudes que un hombre que se vistiese por los pies debía de cultivar. En la vida civil, durante el tiempo que practiqué deporte,  el entrenador nos imprecaba con el apelativo de nenazas si no mostrábamos suficiente arrojo en el entrenamiento o en los partidos. “¡Luchad por ese rebote como hombres!” nos gritaba desde el banquillo.

Alguna de mis amigas se educaron en colegios de monjas. Allí les enseñaron a comportarse como mujeres de Dios en Cristo, sumisas al marido, elegantes y recatadas en el vestir, discretas, habilidosas en la cocina. Otras, aunque no se hayan educado en colegios de monjas, están convencidas de que una mujer, mujer de verdad,  es alguien muy parecida a Isabel Preysler;  tienen que depilarse cada semana como si de un deber moral se tratase y destinar a cuidar su aspecto lo que no se gasta en comida. Muchas, miles, millones, se cubren el pelo con un pañuelo para pensar y comportarse como mujeres, tal y como les dictan los sacerdotes y los hombres en decenas de países musulmanes.

Todas estas mujeres, que piensan y se comportan como tales, educarán a sus hijas del mismo modo, pero algunas, afortunadamente, se rebelarán contra esas directrices y  pensando y comportándose también como mujeres decidirán soberanamente qué ropa vestir, cuándo, cómo y con quién follar, dónde y cómo divertirse, a qué profesión dedicarse, cómo caminar, mover los brazos, peinarse, despeinarse, reír, llorar… pensando y comportándose siempre como mujeres, porque no pueden pensar y comportarse de otro modo, porque son mujeres.

Así es que, tras desgranar palabra a palabra la frase  y profundizar en  los secretos de su estructura, siendo benévolos, podríamos decir que la diputada valenciana no supo expresarse. Al menos eso es lo que deseo creer. Porque si bien es cierto que las personas que se encuentran prisioneras de un cuerpo que no se corresponde con su identidad de género necesitan de la ciencia, de la sanidad pública y de la administración del Estado para solucionar clínica y burocráticamente su problema y vivir así en coherencia con ella, otra cosa bien distinta es arropar con la representatividad política el torrente de imaginación biológica derrochada que se ha colado con pasmosa frivolidad en la agenda de las reivindicaciones de la posmodernidad líquida.

El concepto trans es en sí mismo un imposible y en mi opinión una ofensa; un término escarlata que marca socialmente a quien ha tenido la desgracia de nacer en un cuerpo que no se corresponde con su identidad. Porque somos hombres  y somos  mujeres con absoluta independencia del tipo de actividad sexual que practiquemos. A lo sumo, trans podría  definir ese estadio transitorio,  provisional, clínico,  en el que la persona se somete a tratamiento hormonal o a cirugía para llegar a ser quien es y conseguir así su propia inherencia.

Y es que no existe el género trans;  en mi opinión, cuanto antes dejemos de utilizarlo,  mejor para todos. Es por eso que, dado el interés  que muestran nuestros políticos de la izquierda indefinida por la vida sexual de las personas o por la identidad de género, les  aconsejo humildemente  que al pronunciarse, acudan a Fernando Pessoa y tengan presente, esta su invitación: “Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente. Sírvase de ella quien sabe mandar en sus expresiones.”

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perdona por hacerte un comentario tan tardío pero es que me he leído los últimos del tirón.
Séneca afirmó:
"Si no sabes hacia donde se dirige tu barco, ningún viento te será favorable."

Esta es la triste historia de la que llamas izquierda indefinida y de todas las organizaciones y personajes que la rodean.
Una cosa es imponer el "todes" en el lenguaje y otra muy distinta es nacionalizar las eléctricas.
Un abrazo.
J.C.