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Nuestro nombre dice poco de nosotros y al mismo tiempo
nos identifica. Nuestro nombre es nuestro rostro frente a un espejo porque lo
escuchamos y nos reconocemos. Sin embargo, por mucho que me hubiesen bautizado ‘Gabriel’ habría escrito las mismas insulsas
palabras que he sido de capaz de escribir hasta la fecha o, a lo sumo, el acta de la asamblea anual de mi comunidad de vecinos.
Deberíamos darles
la razón a los gurús del marketing cuando dicen que todo lo que somos conforma
nuestra marca personal. Nuestra estatura y nuestro peso; el timbre de voz; el grado de blancura dental;
el peinado; el modo de vestir; el
garbo al caminar; la mesura o desmesura
de los gestos, o incluso la armonía o la
arritmia espasmódica al bailar...
Para estos profetas del capital nuestras acciones no tienen la más mínima
importancia mientras sepamos preservar nuestra marca, sea o no consecuente y coherente con nuestros actos realizados o con los que
tenemos previsto perpetrar. El hábito
hace al monje. Lo demás son majaderías morales para pobres ingenuos.
A pesar de que nos reconozcamos en él, nuestro nombre es una imposición fruto del santoral arbitrario, de la herencia
de una saga que se pierde en el tiempo, o del grado de mala hostia, estulticia,
alcohol , drogas en sangre y mal gusto que poseyó a nuestros progenitores en el
momento de nuestra inscripción
registral. Lo demás depende de nuestras decisiones, de nuestra soberana
voluntad, o de la voluntad de otros con suficiente poder de influencia como para provocar nuestra cándida y
rentabilísima imitación.
Invertimos toda una
vida intentando encajar nuestro carácter
y nuestro aspecto al nombre de pila para
formar un todo armonioso y coherente con
el que presentarnos con cierta solvencia en las
múltiples situaciones que nos exige vivir en sociedad. De manera que hoy día, si te llamas Ecesidio, Prisciliano, Sinforosa o
Celsa, es muy difícil triunfar, por ejemplo, en el sector de las nuevas tecnologías o en el showbusiness, por
muchos softwares o castings que estos cuatro pobres ciudadanos hayan
mamado, a no ser que uno se gaste una ingente cantidad de dinero en colocar su
nombre para conseguir que todo el mundo lo perciba como algo consustancial y
necesario, tal y como hace a diario ‘El Corte Inglés’ o ‘Coca Cola’, que pasan
por ser dos de las marcas mas valiosas y que contienen las palabras menos comerciales del planeta; tan comerciales como puede serlo Sinforosa.
Desde que la publicidad y los gabinetes de comunicación se
apoderaron de la política, esta
fenomenología no le es ajena. Más bien todo lo contrario. Hace décadas, los
grupos de personas que fundaban un partido político lo bautizaban en función de
su ideología, y no engañaban a nadie. Así por ejemplo, los miembros de un partido comunista
eran comunistas, y trabajan políticamente por una sociedad comunista. Coherencia
equivalente mostraban socialistas,
anarquistas, liberales, monárquicos,
conservadores, republicanos,
fascistas, falangistas, nacionalsocialista, etc… Con la llegada de la
postmodernidad, muchos de estos ismos se evacuaron, igual que vino rancio, por los sumideros de la historia. Gracias a la
acción del contrincante, o por méritos
propios, (lo que hoy llaman la zona oscura del
background) se impregnaron de
valores muy poco recomendables como para acudir con garantías a una cita
electoral en un sistema democrático occidental bajo su original término
bautismal.
De modo y manera
que los partidos políticos que hoy nos piden la confianza para
distribuir nuestros impuestos, garantizar nuestro futuro, cuidar de nuestro
bienestar, y legislar las normas que configuran un modelo determinado de
convivencia y de sociedad, se han puesto en manos de gabinetes de comunicación y relaciones
públicas que piensan única y
exclusivamente en vender, es decir, en captar nuestra atención y nuestra voluntad
para que votemos a los partidos que les han contratado sin atender a ninguna otra apreciación. Todo vale. Y como se trata de vender, lo primera que hay que decidir es el nombre, la
marca, cómo presentarse en sociedad, qué color definirá a su cliente, qué
palabras son las sustantivas y diferenciales para obtener un lugar propio y
bien definido en el mercado electoral.
En España, el resultado de este proceso es un gran espacio de
intersección en el que todos los grandes partidos estatales aportan con sus siglas una
absoluta disparidad entre el concepto ideológico que las define y la realidad
de sus acciones políticas. Es decir, que sus nombres mienten más que los líderes que los representan, con lo cual
obtenemos una extraña y sarcástica coherencia.
Así, por ejemplo, uno de los más hábiles ha sido el
Partido Popular (PP) Utiliza en su nombre un sencillo adjetivo que apela a la gran
masa de votantes. Nos llama a usted y a
mí, que vivimos en los pueblos de España, que trabajamos y pagamos impuestos y
cuidamos a los nuestros. Un adjetivo
familiar, próximo, que se ha hecho con
la ambicionada transversalidad electoral y con el que se puede identificar todo
el mundo. PP es un nombre de éxito. Gobierna para un porcentaje privilegiado y
muy reducido de personas (de las cuales muchas de ellas ni se molestan en ir a
votar) gracias al voto popular de millones de personas que han visto cómo sus dirigentes
roban a manos llenas, recuperan gestos, costumbres y actitudes propias del
franquismo, ondean con beligerancia y chulería legionaria la bandera de la
patria y legislan en contra de los intereses de quienes les votan. Son
populares gobernando para los privilegiados. Y al paso que vamos, por muchos
años.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es de los
pocos que mantiene su nombre histórico. Su tarjeta de presentación son tres
atributos. De estos tres, el único
sincero es el último. Hace ya tanto tiempo que no es socialista que la S
se han convertido en la consonante
muleta que encontramos en palabras
incómodas de pronunciar, tales como como psicología, psicofonía, psiquiatría o
pseudo. Lo único que hay de obrero en
este partido es buena parte de su militancia, que desde el apoyo de a la dictadura de Primo de Rivera ha aguantado y aguanta traiciones al
ideario de sus fundadores con la falsa coartada de la vocación de gobierno, la responsabilidad
de Estado y blablabla. Boyer, Solbes,
Solchaga, González, Bono, Rubalcaba… son
ejemplos del gusto por lo caro, por el lujo; personajes altivos, representantes
aventajados del neoliberalismo más recalcitrante. Este partido, gracias a su
nombre, desclasó a los trabajadores españoles que confiaron en él y enterró en una fosa común las ilusiones de medio país cuando todo estaba
por hacer. Aun así, unos cuantos millones de españoles todavía compran el color
rojo de su rosa, y el falso socialismo obrero de su nombre. Es lo que se llama
una marca longeva, de pusilánime clientela fiel. Una última cuestión ¿Por qué
muchos evitan pronunciar la P de partido cuando nombran al PSOE y le llaman SOE?
Izquierda Unida (IU) no es el nombre y el apellido de un
partido. Es una frase, una súplica clamorosa,
una ambición nunca conseguida, un
sueño histórico, la panacea de generaciones y generaciones de políticos que
desde la revolución francesa aspiraron a una unanimidad de criterios, de
estrategias y de objetivos entre todas y
cada una de las facciones que surgían de un mismo tronco ideológico, que pretendió
y todavía pretende transformar la sociedad. Por eso, este nombre, lejos de
definir ni siquiera un objetivo, o una utopía, delata una nefasta y crónica carencia. Tras ese
adjetivo que apela al acuerdo, al consenso o a la unanimidad, aparece burlona
la realidad atrabiliaria del enfrentamiento entre iguales, del sectarismo,
del quítate tu para que me ponga yo. Esa
es una de las razones por las que a esta federación de partidos, que intentan
camuflar con su nombre su origen y naturaleza comunista, no venda tan bien como los dos anteriores. Es cierto
que el nombre es tan tramposo como el
del PP o el del PSOE, pero una cosa es mentir y otra muy distinta promover y
difundir en el seno de tu organización, con las puertas abiertas, la algarabía
y el desbarajuste de un constante rifirrafe
para después presentar a esa misma organización como Unida. En su favor
podríamos decir que, en comparación a los partidos anteriores, cuando tiene
oportunidad de gobernar cumple en mayor grado sus compromisos con los votantes
a quienes solicita la confianza.
Emulsionando el rojo y el amarillo se obtiene el color naranja con que se
presenta Ciudadanos (C's); un color secundario llamado a protagonizar nuestra
historia durante los próximos años si no ocurre algo o alguien no lo remedia. Este
partido nació en pelotas con la virtud de un buen bautismo, al más puro estilo
evangelista. Igual que el PP, su nombre nos apela a todos sin definir qué tipo
de ideología transporta en el maletín. Por eso las expectativas de venta son
altísimas, porque el segmento de su voto es transversal. Además, se ha hecho
con la escritura de propiedad de la palabra que mejor identifica una
democracia occidental, cuyo origen se remonta a la antigua Grecia. Aristóteles
ya la define. Y es que, a lo largo de la historia, el término ciudadano ha expresado
la facultad de los individuos de una
sociedad para gobernarse a través de las leyes que ellos mismos han establecido
y corresponsabilizarse colectivamente de
sus destinos. Cuando apuestas por un nombre así hay que ser extremadamente
escrupuloso y ejemplar, y procurar evitar el divorcio entre las palabras y los
hechos. Por lo que parece, el Rivera que nos ha tocado en suerte este siglo no está
por la labor, y a pesar de que ya hace
ya tiempo que descubrimos la lata bajo el falso baño de oro -su naturaleza filofascista y neocon- millones de ciudadanos españoles les van a
votar. Al menos eso es lo que augura insistentemente el grupo PRISA.
El 15M nos trajo a los enviados de la nueva política; un
grupo de profesores universitarios de ascendencia filocomunista que pretendían
asaltar los cielos al rebufo de un estallido
de indignación masiva. Leyeron
“La educación sentimental” de Flaubert y se organizaron en Círculos, emulando a
la Comuna de París. Al poco, se
organizaron como partido político capitalizando lo que ocurrió en las plazas de
España y se presentaron a las elecciones
con el nombre de Podemos, a pelo, sin un
triste signo de admiración con el que enfatizar su deseo. Porque el verbo en
primera persona del plural que nombra el
partido de Pablo de Iglesias en realidad
es una frase unicelular plagiada del Yes We Can Obamiano, con la diferencia de
que Barak Obama tenía todas las garantías para ganar y la victoria de San Pablo
y los suyos era menos probable. Esta es una cuestión crucial, porque si Podemos
no alcanzaba el poder no hacía honor a su nombre. El resultado electoral
estaba íntimamente ligado a su denominación y,
desgraciadamente, los hechos la desmintieron, de manera que dadas las
circunstancias, la marca se va al
garete. Porque, efectivamente, no pudieron, y el partido de la nueva política se
convirtió en otra fuerza parlamentaria al uso, que ahora vive sus
contradicciones y sus carencias organizativas como vivo yo mis almorranas, en
silencio. Por cierto ¿Alguien recuerda ya los Círculos? ¡Qué lejos queda todo!
Tan lejos como el día de mi bautismo. Fui yo quien
escogió mi propio nombre, hace ahora 11 años y cada día que pasa, con
cada pieza que escribo, lo deshonro y lo
refuto, igual que estos cinco partidos políticos.
(En una próxima entrega intentaré desmentir el
significado de los nombres de otras fuerzas políticas, sobre todo las llamadas
nacionalistas, soberanistas, territoriales, o como quiera que se llamen, tan
cargados de mentiras como los estatales.)
6 comentarios:
Excelente análisis del nomenclátor político español. Quedo a la espera del nacionalista que también promete, aunque hay un partido que parece no tener fin en la elección de sus nombres.
Saludos
Carlos
Si, ese/os da/an mucho juego, porque es un claro ejemplo de que te han pillado infraganti y que no hay nada que hacer, por mucho que rebautices o vayas a Lourdes a que te cambie la cara. Siempre vamos a ver en sus muecas el gesto del ladrón, del truhan, desl estafador, del astuto, del pícaro.... Tenían que haber hecho como el PP, con un par, estos somos y a esto nos dedicamos... y oye, les ha funcionado.
¡Salud, Carlos !
Lo de sufrir en silencio cualquier cosa, dicen que pertenece al ámbito más bien femenino (ahora que estamos tanto en los "mass media", no me puedo resistir). Reivindico alto y claro pues, que yo también SUFRO de hemorroides (no de manera continuada, pero ¡vaya!, lo suficiente como para quejarme, si no es más, en este foro). Así que aunque se que la queja "por ná" es tontería, quede reflejado aquí, que muchas veces las quejas son peticiones de ayuda... y aunque tu entrada de hoy no es en rigor una queja, sí que és un análisis increiblemente lúcido y "humoroso" (de buen humor) de lo que nos ha tocado vivir; de modo que, permíteme que reenvíe a mis amistades, una vez más LO LÚCIDO DE TU ANÁLISIS: no tengo palabras, BRILLANTE. Un abrazo inmenso. Yo también espero con gana, el resto de la entrega.
No te creas, Belén, En cierto modo esta entrada si es una queja, co como poco una humilde denuncia. Una queja ante la falta de escrúpulos de quienes solicitan una y otra vez nuestra confianza para hacerse con el poder a través de nombres que en si mismos ya representan sendas mentiras. Pues no. Cada vez más estoy con Saramago y su idea de una abstención masiva plasmada en su "Ensayo sobre la lucidez". O eso, o volver a las viejas comunidades autogestionadas a través de la honradez de las personas que se corresponasbilizan con sus hechos en el bienestar común. Me ha quedado un poco grandilocuente, sobre todo cuando de lo que hablo es de miniminzar al máximo las instituciones de poder y recomvertirlas en puras herramientas para la convivencia, así, sin mas. Los pueblos son un buen laboratario de ensayo. Estoy convencido de que se llegaría a un punto en que las leyes del estado se convertirían en inservibles porque respsonden a intereses ajenos a las personas.
En fin, no me enrollo. Ah, las hemorroides ! Y yo que pensaba que lo peor era un dolor de muelas ;)
Un abrazo fuerte, Belén
(Haz circular tanto como quieras la entrada. Te lo agradezco)
Como siempre, dando en el clavo con el análisis, con lucidez y pedagogía. Espero el de los partidos de las distintas comunidades autónomas.Un beso.
A ver, a ver. Hay materia...
¡Un beso Fiorella!
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