jueves, 5 de abril de 2018

Política bautismal






(tiempo de lectura aproximado, 5 minutos )

Nuestro nombre dice poco de nosotros y al mismo tiempo nos identifica. Nuestro nombre es nuestro rostro frente a un espejo porque lo escuchamos y nos reconocemos. Sin embargo, por mucho que me hubiesen bautizado ‘Gabriel’ habría escrito las mismas insulsas palabras que he sido de capaz de escribir hasta la fecha o, a lo sumo, el acta de la asamblea anual de mi comunidad de vecinos. 

Deberíamos  darles la  razón  a los gurús del marketing  cuando dicen que todo lo que somos conforma nuestra marca personal. Nuestra estatura y nuestro peso; el  timbre de voz; el grado de blancura dental; el peinado; el  modo de vestir; el garbo al  caminar; la mesura o desmesura de los gestos, o incluso  la armonía o la arritmia espasmódica al bailar...

Para estos profetas del capital  nuestras acciones no tienen la más mínima importancia mientras sepamos preservar nuestra marca, sea  o no consecuente y coherente  con nuestros actos realizados o con los que tenemos previsto perpetrar.  El hábito hace al monje. Lo demás son majaderías morales para pobres ingenuos. 

A pesar de que nos reconozcamos en él, nuestro  nombre es una imposición  fruto del santoral arbitrario, de la herencia de una saga que se pierde en el tiempo, o del grado de mala hostia, estulticia, alcohol , drogas en sangre y mal gusto que poseyó a nuestros progenitores en el momento de nuestra  inscripción registral. Lo demás depende de nuestras decisiones, de nuestra soberana voluntad, o de la voluntad de otros con suficiente poder de influencia  como para provocar nuestra cándida y rentabilísima  imitación. 

Invertimos  toda una vida intentando encajar  nuestro carácter y nuestro aspecto  al nombre de pila para  formar un todo armonioso y coherente con  el que  presentarnos con cierta solvencia en las múltiples situaciones que nos exige vivir en sociedad.  De manera que hoy día, si  te llamas Ecesidio, Prisciliano, Sinforosa o Celsa,  es muy  difícil triunfar, por ejemplo,  en el sector de  las nuevas tecnologías o en el showbusiness,  por  muchos softwares o castings que estos cuatro pobres ciudadanos hayan mamado, a no ser que uno se gaste una ingente cantidad de dinero en colocar su nombre para conseguir que todo el mundo lo perciba como algo consustancial y necesario, tal y como hace a diario ‘El Corte Inglés’ o ‘Coca Cola’, que pasan por ser dos de las marcas mas valiosas y que contienen  las palabras  menos comerciales del planeta;  tan comerciales como puede serlo Sinforosa. 

Desde que la publicidad y los gabinetes de comunicación  se  apoderaron de  la política, esta fenomenología no le es ajena. Más bien todo lo contrario. Hace décadas, los grupos de personas que fundaban un partido político lo bautizaban en función de su ideología, y no engañaban a nadie. Así por ejemplo, los miembros de un partido comunista eran comunistas, y trabajan políticamente por una sociedad comunista. Coherencia equivalente mostraban  socialistas, anarquistas, liberales, monárquicos,  conservadores, republicanos,  fascistas, falangistas, nacionalsocialista, etc… Con la llegada de la postmodernidad, muchos de estos ismos se evacuaron, igual que vino rancio,  por los sumideros de la historia. Gracias a la acción del contrincante,  o por méritos propios, (lo que hoy llaman la zona oscura del  background)  se impregnaron de valores muy poco recomendables como para acudir con garantías a una cita electoral en un sistema democrático occidental bajo su original término bautismal. 

De modo y manera  que los partidos políticos que hoy nos piden la confianza para distribuir nuestros impuestos, garantizar nuestro futuro, cuidar de nuestro bienestar, y legislar las normas que configuran un modelo determinado de convivencia y de sociedad, se han puesto en manos de gabinetes de comunicación y relaciones públicas que piensan  única y exclusivamente en vender, es decir, en captar nuestra atención y nuestra voluntad para que votemos a los partidos que les han contratado sin atender a  ninguna otra apreciación. Todo vale. Y como  se trata de vender, lo primera que hay que decidir es el nombre, la marca, cómo presentarse en sociedad, qué color definirá a su cliente, qué palabras son las sustantivas y diferenciales para obtener un lugar propio y bien definido en el mercado electoral. 

En España, el resultado  de este proceso es un gran espacio de intersección en el que todos los grandes partidos estatales aportan con sus siglas una absoluta disparidad entre el concepto ideológico que las define y la realidad de sus acciones políticas. Es decir, que sus nombres mienten más que  los líderes que los representan, con lo cual obtenemos una extraña y sarcástica coherencia. 

Así, por ejemplo, uno de los más hábiles ha sido el Partido Popular (PP) Utiliza en su nombre un sencillo adjetivo que apela a la gran masa de votantes. Nos llama a usted  y a mí, que vivimos en los pueblos de España, que trabajamos y pagamos impuestos y cuidamos a los nuestros.  Un adjetivo familiar, próximo,  que se ha hecho con la ambicionada transversalidad electoral y con el que se puede identificar todo el mundo. PP es un nombre de éxito. Gobierna para un porcentaje privilegiado y muy reducido de personas (de las cuales muchas de ellas ni se molestan en ir a votar) gracias al voto popular de millones de personas que han visto cómo sus dirigentes roban a manos llenas, recuperan gestos, costumbres y actitudes propias del franquismo, ondean con beligerancia y chulería legionaria la bandera de la patria y legislan en contra de los intereses de quienes les votan. Son populares gobernando para los privilegiados. Y al paso que vamos, por muchos años. 

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) es de los pocos que mantiene su nombre histórico. Su tarjeta de presentación son tres atributos. De estos tres, el único  sincero es el último. Hace ya tanto tiempo que no es socialista que la S se han convertido en  la consonante muleta  que encontramos en palabras incómodas de pronunciar, tales como como psicología, psicofonía, psiquiatría o pseudo.  Lo único que hay de obrero en este partido es buena parte de su militancia, que desde el apoyo de a la dictadura de Primo de Rivera ha aguantado y aguanta traiciones al ideario de sus fundadores con la falsa coartada de la vocación de gobierno, la responsabilidad de Estado y blablabla.  Boyer, Solbes, Solchaga, González,  Bono, Rubalcaba… son ejemplos del gusto por lo caro, por el lujo; personajes altivos, representantes aventajados del neoliberalismo más recalcitrante. Este partido, gracias a su nombre, desclasó a los trabajadores españoles que confiaron en él  y enterró en una fosa común  las ilusiones de medio país cuando todo estaba por hacer. Aun así, unos cuantos millones de españoles todavía compran el color rojo de su rosa, y el falso socialismo obrero de su nombre. Es lo que se llama una marca longeva, de pusilánime clientela fiel. Una última cuestión ¿Por qué muchos evitan pronunciar la P de partido cuando nombran al PSOE y le llaman SOE? 

Izquierda Unida (IU) no es el nombre y el apellido de un partido. Es una frase, una súplica   clamorosa,  una  ambición nunca conseguida, un sueño histórico, la panacea de generaciones y generaciones de políticos que desde la revolución francesa aspiraron a una unanimidad de criterios, de estrategias y de objetivos entre  todas y cada una de las facciones que surgían de un mismo tronco ideológico, que pretendió y todavía pretende transformar la sociedad. Por eso, este nombre, lejos de definir ni siquiera un objetivo, o una utopía, delata  una nefasta y crónica carencia. Tras ese adjetivo que apela al acuerdo, al consenso o a la unanimidad, aparece burlona la realidad atrabiliaria del enfrentamiento entre iguales, del sectarismo, del  quítate tu para que me ponga yo. Esa es una de las razones por las que a esta federación de partidos, que intentan camuflar con su nombre su origen y naturaleza comunista, no venda  tan bien como los dos anteriores. Es cierto que el nombre es  tan tramposo como el del PP o el del PSOE, pero una cosa es mentir y otra muy distinta promover y difundir en el seno de tu organización, con las puertas abiertas, la algarabía y el desbarajuste de un constante rifirrafe  para después presentar a esa misma organización como Unida. En su favor podríamos decir que, en comparación a los partidos anteriores, cuando tiene oportunidad de gobernar cumple en mayor grado sus compromisos con los votantes a quienes solicita la confianza. 

Emulsionando el rojo y el amarillo  se obtiene el color naranja con que se presenta Ciudadanos (C's); un color secundario llamado a protagonizar nuestra historia durante los próximos años si no ocurre algo o alguien no lo remedia. Este partido nació en pelotas con la virtud de un buen bautismo, al más puro estilo evangelista. Igual que el PP, su nombre nos apela a todos sin definir qué tipo de ideología transporta en el maletín. Por eso las expectativas de venta son altísimas, porque el segmento de su voto es transversal. Además, se ha hecho con la escritura de  propiedad  de la palabra que mejor identifica una democracia occidental, cuyo origen se remonta a la antigua Grecia. Aristóteles ya la define. Y es que, a lo largo de la historia, el término ciudadano ha expresado  la facultad de los individuos de una sociedad para gobernarse a través de las leyes que ellos mismos han establecido y corresponsabilizarse  colectivamente de sus destinos. Cuando apuestas por un nombre así hay que ser extremadamente escrupuloso y ejemplar, y procurar evitar el divorcio entre las palabras y los hechos. Por lo que parece, el Rivera que nos ha tocado en suerte este siglo no está  por la labor, y a pesar de que ya hace ya tiempo que descubrimos la lata bajo el falso baño de oro  -su naturaleza filofascista y neocon-  millones de ciudadanos españoles les van a votar.  Al menos  eso es lo que augura insistentemente el grupo PRISA. 

El 15M nos trajo a los enviados de la nueva política; un grupo de profesores universitarios de ascendencia filocomunista que pretendían asaltar los cielos al rebufo de un estallido  de  indignación masiva. Leyeron “La educación sentimental” de Flaubert y se organizaron en Círculos, emulando a la Comuna de París. Al poco,  se organizaron como partido político capitalizando lo que ocurrió en las plazas de España y se  presentaron a las elecciones con el nombre de Podemos, a pelo, sin  un triste signo de admiración con el que enfatizar su deseo. Porque el verbo en primera persona del plural que  nombra el partido de Pablo de Iglesias  en realidad es una frase unicelular plagiada del Yes We Can Obamiano, con la diferencia de que Barak Obama tenía todas las garantías para ganar y la victoria de San Pablo y los suyos era menos probable. Esta es una cuestión crucial, porque si Podemos no alcanzaba el poder no hacía honor a su nombre. El resultado electoral estaba  íntimamente ligado a su denominación y, desgraciadamente,  los hechos la desmintieron, de manera que  dadas las circunstancias,  la marca se va al garete. Porque, efectivamente, no pudieron, y el partido de la nueva política se convirtió en otra fuerza parlamentaria al uso, que ahora vive sus contradicciones y sus carencias organizativas como vivo yo mis almorranas, en silencio. Por cierto ¿Alguien recuerda ya los Círculos? ¡Qué lejos queda todo! 

Tan lejos como el día de mi bautismo. Fui yo quien escogió mi propio nombre, hace ahora 11 años y cada día que pasa, con cada pieza que escribo,  lo deshonro y lo refuto, igual que estos cinco  partidos políticos.

(En una próxima entrega intentaré desmentir el significado de los nombres de otras fuerzas políticas, sobre todo las llamadas nacionalistas, soberanistas, territoriales, o como quiera que se llamen, tan cargados de mentiras como los estatales.)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente análisis del nomenclátor político español. Quedo a la espera del nacionalista que también promete, aunque hay un partido que parece no tener fin en la elección de sus nombres.
Saludos
Carlos

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Si, ese/os da/an mucho juego, porque es un claro ejemplo de que te han pillado infraganti y que no hay nada que hacer, por mucho que rebautices o vayas a Lourdes a que te cambie la cara. Siempre vamos a ver en sus muecas el gesto del ladrón, del truhan, desl estafador, del astuto, del pícaro.... Tenían que haber hecho como el PP, con un par, estos somos y a esto nos dedicamos... y oye, les ha funcionado.

¡Salud, Carlos !

Belén dijo...

Lo de sufrir en silencio cualquier cosa, dicen que pertenece al ámbito más bien femenino (ahora que estamos tanto en los "mass media", no me puedo resistir). Reivindico alto y claro pues, que yo también SUFRO de hemorroides (no de manera continuada, pero ¡vaya!, lo suficiente como para quejarme, si no es más, en este foro). Así que aunque se que la queja "por ná" es tontería, quede reflejado aquí, que muchas veces las quejas son peticiones de ayuda... y aunque tu entrada de hoy no es en rigor una queja, sí que és un análisis increiblemente lúcido y "humoroso" (de buen humor) de lo que nos ha tocado vivir; de modo que, permíteme que reenvíe a mis amistades, una vez más LO LÚCIDO DE TU ANÁLISIS: no tengo palabras, BRILLANTE. Un abrazo inmenso. Yo también espero con gana, el resto de la entrega.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

No te creas, Belén, En cierto modo esta entrada si es una queja, co como poco una humilde denuncia. Una queja ante la falta de escrúpulos de quienes solicitan una y otra vez nuestra confianza para hacerse con el poder a través de nombres que en si mismos ya representan sendas mentiras. Pues no. Cada vez más estoy con Saramago y su idea de una abstención masiva plasmada en su "Ensayo sobre la lucidez". O eso, o volver a las viejas comunidades autogestionadas a través de la honradez de las personas que se corresponasbilizan con sus hechos en el bienestar común. Me ha quedado un poco grandilocuente, sobre todo cuando de lo que hablo es de miniminzar al máximo las instituciones de poder y recomvertirlas en puras herramientas para la convivencia, así, sin mas. Los pueblos son un buen laboratario de ensayo. Estoy convencido de que se llegaría a un punto en que las leyes del estado se convertirían en inservibles porque respsonden a intereses ajenos a las personas.
En fin, no me enrollo. Ah, las hemorroides ! Y yo que pensaba que lo peor era un dolor de muelas ;)

Un abrazo fuerte, Belén

(Haz circular tanto como quieras la entrada. Te lo agradezco)

fiorella dijo...

Como siempre, dando en el clavo con el análisis, con lucidez y pedagogía. Espero el de los partidos de las distintas comunidades autónomas.Un beso.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

A ver, a ver. Hay materia...

¡Un beso Fiorella!