La semana pasada asistí a una jornada protagonizada por la innovación. Un centro tecnlógico catalán reunió a los alcaldes y alcaldesas de 5 poblaciones que han merecido una prestigiosa etiqueta ministerial con la que se les distingue por su labor en pro del perfeccionamiento y la mejora dentro de sus municipios.
Los alcaldes y alcaldesas, a su vez, se hicieron acompañar de cinco empresas, con las que ejemplificaban y provaban su merecida mención. En total participaron 25 empresarios innovadores junto a 5 alcaldes ejemplares, dinamizados por una conocida presentadora de televisión, rubia, guapa e inteligente.
La cosa no tuvo desperdicio. Hubo innovación para parar un tren. Un empresario joven, elegantemente vestido, peinado como Aznar en sus buenos tiempos, salió a la palestra y dijo que no estaba casado (c a s a d o ) porque cada día dormía con su idea, porque era lo que realmente le ponía, aunque, eso sí, "mi empresa es mismamente [sic] como una mujer, porque hay que controlarla mucho, pero no se deja dominar".
A mi lado se habían sentado dos mujeres jóvenes muy bien vestidas, con traje caro, pero mal calzadas. Me acordé del bueno de Hannibal Lecter cuando recibe la primera visita de la meritoria Clarice Starling en lo más oscuro de la cárcel del estado.
Las dos ejecutivas estuvieron riéndole gracia al empresario durantes unos minutos. Incluso vi en las pantallas de sus tabletas cómo twiteaban el chascarrillo.
Después de algunas intervenciones más, le llegó el turno a un empresario que hablaba con un ostensible e identificable acento argentino. Era ya veterano. Lucía un simpático y característico bigote de morsa rubio y aunque representaba a una gran multinacional de aceites lubricantes, su estilo era desenfadado, sin corbata, aderezado de americana de pana y camisa a cuadros. El viejo gaucho tomó la palabra y se escusó por no poder hablar catalán. "El catalán es como mi mujer: la amo, la adoro, pero no la domino".
Mis dos compañeras de butaca no pudieron contener las carcajadas. Ahora se doblaban literalmente, una y otra vez, sobre el asiento, como si
alguien les hubiese atado una goma a la cabeza y tirase de ella. La
carcajada, por otra parte, fue generalizada, igual que la que se produjo a continuación del
requiebro anterior que pronunció el joven emprendedor.
Después de explicar su proyecto innovador con un seductor acento porteño, el viejo empresario argentino confesó al auditorio que mantenía una enconada lucha con el alcalde de la localidad donde se ubicaba la compañía, porque necesitaban unas hectáreas más para poder hacer realidad su sueño. Sin embargo, el Ayuntamiento en cuestión se resistía a recalificarlas y a cedérselas. El alcalde, presente en el escenario, sonrió con la llamada sonrisa del teleférico, que no es otra que la que esbozan los pasajeros que viajan en él mientras el habitáculo se descuelga de los cables con intención de precipitarse hacia el vacío.
Algunas intervenciones más dieron por concluída la primera parte del programa. Sin duda, por lo que pude escuchar en los corros que se formaron en la sala contigua a la que salimos a relajarnos, el emprendedor argentino y el joven talentoso catalán fueron los triunfadores de la mañana. Entre cafés, dulces y zumos, no se habló de otra cosa, es decir, de mujeres, esposas, innovación y control.
12 comentarios:
lo realmente triste es que las dos ejecutivas riesen, pero desgraciadamente, es real como la vida misma. El peor y más enconado enemigo de la mujer: ella misma.
Fabulosa entrada Pobrecito!
Me encanta el gaucho...
Ester
Así es. Además, la innovación que cuenta, la del pensamiento, esa se ejerce poco. Por mucha etiqueta ministerial que nos den, seguimos igual que hace décadas en los aspectos más esenciales de la vida. Y más en el entornos político y empresarial
¡salud!
¿El gaucho de esta historia? ¡Menudo elemento!
Quiero pensar que las chicas se aseguraban seguir pagando su hipoteca y no que el mundo está lleno de pelotas sin criterio.
Un abrazo, :)
Te aseguro que no, Babe. Reían muy sinceramente, y hasta con ganas
¡Salud!
La verdad es que por mucha innovación que haya el humor se tiene o no se tiene, no es innovable o sí? jajaja. Un abrazo.
Mis alumnas más distraídas de lo que de verdad importa, o debiera, al menos, y al tiempo, listas, no digo inteligentes -y esta distinción es, al menos para un gallego, esencial- son hoy ejecutivas de algo (discúlpame, tengo un problema con esa 'profesión', no me entero). No me cuesta nada imaginarlas sentadas junto a las que se corrían esa juerga y participar del mismo ágape.
Pobrecito, ¿te he dicho ya que me gusta como escribes? Pues sí. Pero, ¿sabes qué? Estoy segura de que no te suicidaste por la Armijo, sino por el ambientazo que te ofrecía este país, el mismo prácticamente que gozamos hoy, por cierto.
Sí Loli, y estaría muy bien innovar también en el humor. ¿no crees?
Abrazos
De todo hubo querida Hanna. La Armijo era mucha Armijo. Me tenía loco. Por otro lado, el país me pagaba bien. De hecho paso por ser uno de los escritores mejor pagados de nuestra historia. Pero ya sabes... las contradicciones, si no se resuelven, se pagan.
Muchas gracias por el piropo Hanna
¡Salud!
Pssssh... No sé si creerte, Larrita. En la facultad de Filología de Oviedo, allá en mi más tierna juventud, un catedrático le Literatura que compartía 'el candor' de cuantos académicos conocí con idéntica veleidad, su simpatía por el Régimen, y que, por otra parte, como profesor, era de lo peorcito, solía decirnos algo así... Pero no, mira, voy a coger el grueso manual destartalado en el que lo deja 'clavado' y teclear parte de su decir para ti, para que te hagas una idea de cómo un pollino puede estar a cargo de una cátedra, incluso en mejores tiempos que los que nos corren, para tratar de hacer de sus alumnos, pollinos enemigos tuyos: "No fue solo el abandono de Armijo lo que le impulsó al suicidio; influyeron en este otros factores: su resbalón político, que tuvo todos los caracteres de un tremendo fracaso; su propia manera de ser, su natural pesimismo, si inadaptación al medio, en parte por culpa del mismo medio, en mucha parte, por culpa de Larra, que no sabía o no quería acomodarse a él. Pocos hombres han recibido antes de los treinta años las consideraciones que a él le brindó la sociedad: fama, dinero, honores y el regalo de un acta de diputado gubernamental, que no serviría sino para poner de manifiesto la inconsistencia de sus principios. La negativa de una mujer casada a seguir prodigándole sus favores, fue la causa inmediata del disparo; la remota y principal fueron el despecho, la hipocondría y un pesimismo que no tenía razón de ser. Cuando se popularicen sus cartas, se seguirá admirando como hasta aquí al gran literato, pero el hombre en su talla moral habrá bajado mucho. Al menos se habrá deshecho el mito, o mejor dicho, el espejismo de un Larra víctima de la España obscurantista e inquisitorial". ¡Ahí, ahí, ahí os duele!
En llamada del voluminoso manual -unas 1600 págs., papel biblia-, se leen marujeos propios de un fulano capaz de echar mano de 'diagnósticos' como los que siguen, para expresar, negro sobre blanco, y como mínimo, su profunda antipatía por ti, antipatía lógica, coherente y acorde con su altura de enano intelectual del Régimen. Si no te diviertes cuanto me divertí en su día, es por el hígado, sepas: ... su 'hipocondría', mezcla de histerismo e idiosincrasia hepática, sus cambios bruscos de humor, sus antipatías, su índole viciosa, su obstinado escepticismo, instinto aciago, temperamento fisiológico anormal, su estilo mordaz y bilioso, su hígado enfermo y un sistema nervioso tan débil como irritable. su libidinosidad sin freno :-) etc.
Estos piropos, en su totalidad, los va tomando de gente tan actual, incluso para entonces, mis años universitarios, como Ferrer del Río en 1846, Mesonero Romanos y Almagro San Martín. ¿A que, en el fondo, te lo has pasado bien, pobrecito? Dispensa que me haya extendido tanto, pero así soy cuando me da, y me da muchas veces, la verdad.
Anodadado. Saben más mis exégetas que mi pistola. Diría más, saben más que mi criado.
Susan Kirpatrick pasaba por ser la que de mejor manera se acercó a mí. Por lo demás, ni mis supuestos colegas de la cuadrilla del trueno no tenían la más remota idea de lo que se cocía en mi alma.
A ver si Gregorio Morán se anima y me descubre.
Si es para él, yo me dejo
¡salud!
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