martes, 29 de abril de 2014

Una mala inversión


Ocurrió en el reciente día de Sant Jordi. Decidí participar en un concurso de Tweets a través de mi cuenta exigua, famélica, indolente: @habladorXXI. Se trataba de enviar los consabidos mensajes breves, pero éstos debían estar relacionados con la literatura o con los libros. Para ganar no era necesario ser ingenioso, ni si quiera medianamente vulgar, porque los organizadores numeraban los tweets y al finalizar el plazo establecido sorteaban seis lotes de libros y un e-book entre todos los participantes, de modo que, más que un concurso de tweets, el certamen en cuestión no era más que una rifa de libros, original, eso sí, con un motivo más que honroso.
De hecho, a mi me pareció una buena iniciativa y participar se me antojaba una idea más que rentable ya que por una mínima inversión de ciento cuarenta letras podría llegar a ganar esa misma cantidad elevada a la vigésima potencia. Ríete tu de los fondos buitre o de los bonos del Tesoro.
El primer mensaje que twiteé fue el más trabajado. Se me ocurrió unir dos inicios breves de novelas célebres y escribí
¿Encontraría a la Maga en la heroica ciudad que dormía la siesta?
Y me pareció bien, y a los organizadores también, porque no tardaron ni un cuarto de hora en retwitearlo, lo cual no significaba que tenía más posibilidades de percibir premio alguno. Sin embargo mi vanidad se infló, lo cual me animó a seguir conectado. De manera que apoyé los codos sobre la mesa y empecé a devanarme los sesos por ver si  tirando de la misma fórmula surgía otro enlace sugerente, feliz, o como mínimo ocurrente. Trascurridos cinco minutos todo esfuerzo fue en vano. Estuve tentado a ubicar  a La Maga en un lugar de La Mancha. Menos mal que renuncié a tiempo. Me invadió tal sensación de vergüenza que en última instancia borré el mensaje que ya había mecanografiado y que ya estaba apunto en la parilla de salida.
Cuando uno anda trasteando en las redes sociales se contagia de una urgencia extraña, un sentido de la inmediatez que obliga a pensar rápido y sin el sosiego necesario como para poder transmitir reflexiones y pensamientos elaborados. Prima la urgencia, la ocurrencia, y la detonación explosiva. Todo se traduce a una chispa con capacidad para iluminar brevemente un espacio. Después todo vuelve a ser oscuro, y en la sucesión de fogonazos a lo sumo se obtiene una imagen construida a base de flashes que generan una visión epiléptica de la realidad.
La cosa es que esa tarde de Sant Jordi, a pesar de lo suculento de la bolsa; a pesar de que a fuerza de apretar los dientes casi me sangraban las encías, no había manera de alumbrar unas cuantas palabras con un mínimo de coherencia, gracia y originalidad. Quería enviar cuantos más tweets mejor con el fin de contar con las máximas posibilidades en el sorteo, pero no se me ocurría nada. Hasta que di con la clave. ¿Cuántos inicios de novelas hay que contengan, aproximadamente, ciento cuarenta caracteres?. Un buen puñado, los suficientes como para enviar unos cuantos tweets que aumentasen mis posibilidades en la rifa.
Me puse manos a la obra. Durante unos minutos me invadió la famosa fiebre twitera y sin pausa, uno tras otro, empecé a redactar los siguientes mensajes:
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta
Muchosañosdespués,frentealpelotóndefusilamiento,elcoronelABhabíaderecordaraquellatarderemotaenquesupadrelollevóaconocerelhielo
Vine a Madrid a matar a un hombre al que no conocía
El día en que lo iban a matar,Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo
VineaComalaporquemedijeronqueacávivíamipadre,untalPedro Páramo.Mimadremelodijo.Yoleprometíquevendríaaverloencuantoellallamuriera
Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama transformado en insecto monstruoso.
Llamadme Ishmael
Había enviado siete tweets, y con el primero hacían ocho. No me parecieron suficientes. La comunidad había respondido muy bien a la convocatoria y unos y otros twiteaban a brazo partido, sin descanso. La mayor parte de los mensajes eran del tipo:
Borges, porque me abrió un mundo de posibilidades
 El mundo amarillo, de Albert Espinosa, o
Tren de noche, de Martin Amis, porque no me canso nunca de leerla.
Es decir, los participantes se limitaban a nombrar una obra que les había gustado y a explicar brevemente la razón. A mí me pareció una manera un tanto insulsa de concursar, de manera que, quizá con la esperanza de que los organizadores volviesen a retuitearme, pensé en provocar, por ver si era capaz de generar cierta una corriente crítica. Ni corto ni perezoso escribí:
¿Qué habrán leído en sus vidas Bárcenas, Rajoy, Mas,Pujol, Blesa,Espe,Borbón, Botín,Fainé,Rato... y demás piratas ibéricos ?
Y no pasó nada. Los mensajes se sucedían, uno tras otro, y los participantes seguían dando cuenta de sus lecturas favoritas, sin más. Hasta que de un modo extraño, sin pensar, sin proponérmelo, desde la oscuridad ignota de alguna cueva, del pozo sin fondo que habita en el centro interno del cerebro, surgió una frase que hasta hoy anda poniéndome a prueba, porque desde entonces no hay día que no la repita mentalmente y la manosee, o la declame, la escriba, y leyéndola broten los pensamientos más locos y estrafalarios  que se me hayan podido ocurrir en mucho tiempo.
Hubo un tiempo en que me dio por leer  “Magnitud imaginaria” de Stanislav Lem, y compré y leí también la ‘Trilogía involuntaria’ de Mario Levbrero,  "Ferdydurke" de Gombrobicz, además de “El juguete rabioso” y “Los siete locos” de Roberto Arlt. Inmediatamente achaqué a éstos libros la obsesión irracional que me estaba provocando la frase. A pesar de que no había entendido la mayor parte de sus páginas, siempre he sabido  que el hecho de haberlos leído me acarrearía a la postre, en un momento u otro de la  vida, serias consecuencias. Y por fin llegó el momento, constatado a través de la revelación de la que fui objeto gracias a un intrascendente concurso.  Porque, insisto,  sin yo proponérmelo, escribí y twuiteé para el sorteo, como un sonámbulo, como un zombie bajo los efectos del polvo funesto lo siguiente:
“Imagino un mundo sin libros y sin letras, pero con palabras. O sea, esto mismo no podría escribirlo, aunque podría decirlo.”
Estos ciento veintidós caracteres me van costar la vida. De momento me quitan el sueño, apenas como, no le encuentro gusto al vino,  he dejado de masturbarme en la ducha y me tienen que explicar muy despacio  la trama de “Cuéntame cómo pasó”. Todos y cada uno de los minutos en los que no estoy ocupado los invierto en  especular sobre su significado, sobre sus consecuencias, sobre las ramificaciones que pueden crecer y ocupar como una hiedra maligna cada una de las dendritas de mis neuronas. He llegado a imaginar, por ejemplo, un mundo sin ficción, sin novelas, ni poemas, ni historias, porque sin letras ya no hay memoria, y sin memoria no hay cuentos, ni historia, ni nada que contar, verdadero o falso.
Voy más allá de Farenheit 451, la novela de Ray Bradbury en la que un gobierno global quema y prohíbe toda publicación. De lo que hablo es de la imposibilidad intelectual y técnica de escribir. De la hipótesis de una humanidad que jamás ha conocido el signo de la palabra gráfica estampado en cualesquiera que sean los soportes y cuyos congéneres no han dispuesto  más que de la oralidad para comunicarse a lo largo de los siglos y de los siglos de su Historia. Siguiendo este hilo he concluido -no sé si de un modo demasiado ingenuo- que de vivir en un mundo como ése seríamos más sinceros; que mentir se haría realmente difícil y por tanto nos relacionaríamos de un modo más solidario, más amable, más confiado y en consecuencia seríamos capaces de  gobernarnos con mayores dosis de justicia. Pero al momento me digo que no, que las palabras se las lleva el viento y que cuando algo está escrito, escrito está, y no hay nadie que lo pueda refutar, aunque al fin y al cabo también se trate de palabras que del mismo modo que se proponen se desmienten, se revocan o se traicionan...
Hace algunos años me invitaron muy amablemente  a una cena a la que asistían profesores universitarios y críticos literarios. A la reunión asistió también un escritor ya consolidado, de amplia y reconocida trayectoria, y otro novelista, no tan conocido, más joven y con todo un camino de promesas por delante. Yo estaba encantado de estar allí, tan cerca del primero, codo a codo con uno de los apellidos con los que  se ha construido la literatura española contemporánea, compartiendo vino, tiempo y conversación. Sin embargo quien se convirtió en el centro de la reunión fue el joven. De todo lo que dijo aquella noche recuerdo algunas maldades con respecto a otros colegas, o chismes editoriales de lo más variados y suculentos, pero lo que mejor recuerdo es una anécdota que el prometedor novelista dejó caer como si tal cosa y  que me dejó perplejo. Resulta que hacía apenas unas semanas había finalizado la redacción de su última novela y cuando ya la tenía a punto para enviársela al editor se le fundió el disco duro y cerca de cuatrocientas páginas se perdieron para siempre en el limbo del silicio. Creo que exclamé impresionado “¡Joder, menuda putada!”, que era lo que el autor esperaba que alguien dijese porque, a continuación, con toda la flema y parsimonia de que fue capaz de exhibir, después de beber un sorbo de vino, aseguró ante toda concurrencia que el accidente no le preocupaba en absoluto ya que  la obra, el mundo que él había creado, los personajes y sus vicisitudes, vivían en su cabeza, y que  estaba absolutamente seguro de que en dos o tres sentadas podría volver a redactarla sin ningún problema, palabra a palabra, igual que la primera que perdió, víctima de una memoria defectuosa.
Y yo aquí sigo, dándole vueltas a ciento cuarenta letras: que si la mentira o la verdad;  que si la memoria o la oralidad; que si la ficción o el fin de la Historia. Y lo que es peor, sin premio, cada día un poco más viejo. Estoy por reescribir el Quijote, igual que Pierre Menard, pero con la ayuda de Funes  y a golpe de tweets.

10 comentarios:

Babe dijo...

No sé si era la intención del post pero me ha entrado un ataque de risa leyéndolo.
Me ha encantado la entrada.
La lástima que no ganaras, seguro que los que retwittean son monos capuchinos (son muy listos).
Gracias por no decidir abandonar el lenguaje escrito.
Atentamente.

Babe dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Lansky dijo...

Bravo, genial tu twiter (aunque soy hostil a las redes sociales, pero es una hostilidad que se limita a no utilizarlas yo, como tampoco voy en moto sin casco: pura cautela)

La anécdota del joven escritor es indicativa de muchas cosas. Mi opinión es que mentía, que no había perdido su novela, sino que estaba sin escribir, pero repetía la anécdota real que le sucedió al recién desaparecido García Márquez (perdió el archivo de una de sus novelas en un taxi). Una de las cosas que indica esa anécdota, y está no puede ser falsa, es la escasa capacidad de admiración que suelen sentir los escritores entre sí (aunque la finjan por conveniencias y devoluciones de favores) y más si no son consagrados y están 'en ciernes', ausencia de admiración que comparten con los muy envidiosos plásticos, pero no —y siento generalizar tanto— con los músicos, mucho más generosos. Y es una pena, porque eso además de llenar de malas personas el mundillo literario (que apenas me interesa a la inversa que la literatura, como dice Marsé), nos priva de la cualidad intelectual más positiva y altruista: la susodicha admiración.

Lansky dijo...

Se me olvidaba, tu argumento de un mundo de palabras pero sin escritura me recuerda la anécdota del brasileño Pablo Lins, autor de Ciudad de Dios, se nos muestra escritor mucho antes de la escritura: “De niño, escribía sin saber escribir. Le dictaba a mi mamá mis historias”

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Babe, me algero que lo hayas pasado bien. Sí, la mayor parte del post tiene la intención de divertir un poco, aunque entre lineas, y a veces de una manera muy clara, se me descuelgan algunas reflexiones no tan graciosas
Un abrazo

Lansky
Yo también creo que mentía, y mi perplejidad iba en aumento a medida que el escritor (que aunque prometedor no era ya tam joven) se regodeaba con la historia y la amplificaba al ver la cara de estupefacción que poníamos. Recuerdo que el escritor consagrado apenas dijo palabra y a pesar de que el joven se dirigía a él como invocándole algún tipo de comentario -algo de complicidad- lo miraba con cierto de aire de escepticismo, y hasta diría que de conmiseración, como con pena por ver como se estaba poniendo en evidencia.
Me gusta mucho lo que cuentas de Marsé. Como siempre, lo clava. Qué grande es. Muchos escritores (no todos) solamente suelen expresar admiración por autores muertos. Son como vedettes, celosos de que miren más a otro. Finalmente, como dices, es la literatura lo que nos interesa, es decir, las obras, y sus circunstancias. Lo demás no deja de ser un circo de vanidades bastante lamentable
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La frase de Lins es bella, muy sugerente. Es, precisamente, literatura: una vuelta a la oralidad medieval, libre de autorías, orgullos y egolatrías.

ESTER dijo...

Pues voy a dejar unos cuantos caracteres que no pertenecen a un escritor conocido; más bien a una escritora anónima, por ahora...
Perdonadme porque el texto está en catalán y yo no soy quién para adaptarlo:

"Col·locant els llibres d'una manera determinada o d'una altra, ajuntaràs idees contradictòries o en separaràs d'iguals. Autors que potser s'haguéssin arribat a odiar estaran junts i escriptors que eren còpies idèntiques d'altres romandran separats..."

Besos, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Y están así, tan quietecitos, sin inmutarse, sin precuparse de sus vecinos, solamemte esperando a que alguien les haga caso, y entonces, quizá, cambiarán de lugar y hallarán otras compañías

HOSTAL MI LOLI dijo...

Me ha gustado tu entrada y te entiendo perfectamente, yo estoy en plena fiebre tuitera y prometo pasarme por tu tuiter y hacerme seguidora tuya jajaja. Un abrazo.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Te lo agradezco Loli; de todos modos ya te aviso de que no vas encontrar mucha actividad: soy un vago redomado en twitter.
Un abrazo