Se produce a
diario, en todo el planeta, un esfuerzo anónimo y secreto que consiste en
impartir comunión al respetable a base
de una serie de lugares comunes, indiscutibles, asumidos como dogmas de fe
incontrovertibles, como leyes o hechos incuestionables tales como la gravedad, la esfericidad de la Tierra, las fases lunares o
la santísima trinidad.
Los poderes
ocultos, los hombres que fuman -seres presumiblemente antropomorfos a los que
nunca vemos ni veremos nunca en un telediario- despliegan toda su influencia y autoridad a lo largo y ancho del mundo con el fin
de perpetuar el relevo dado a los señores de la Inquisición, a los
viejos brujos de las tribus, para
que fluya, se consolide y continúe
el adocenamiento de las almas, la aniquilación de los espíritus críticos y el encaje dentro de nuestras cabezas de chorlito de verdades
universales que, a poco que uno se ponga,
se desmontan y desmienten por sí mismas, tal si fueran programas electorales.
Porque, vamos a
ver: asumir que Borges era escritor es tanto como decir que Kant, o Marx, o
Hegel, eran poetas. Creer que The Rolling
Stones es una de las mejores bandas de rock de la historia es tanto como
creer en la voz del chico bailón de Boney M. O tragarse, por las buenas, que París es la ciudad de la luz supone tal
ingenuidad e indolencia intelectual como admitir o soñar, sin más, que algún
día de nuestra era Madrid será capital olímpica.
No hay nada como
la ficción, es decir, no hay nada como una buena trola, como el puñado de mentiras, claras, descaradas y conscientes
engullidas cómodamente bajo la luz del flexo para caer sobre la pista de alguno de estos
tópicos universales en los que se
asienta toda la civilización. Por ejemplo, yo ya intuía que, ni por asomo, el perro es el mejor amigo del hombre, pero me
fue necesaria y muy útil la lectura de la obra de Thomas Bernarhd para certificarlo y discutirlo con quien se
tercie. Bernarhd escribió en “Hormigón”,
a través de su narrador, que no soportaba a los perros, porque si hubiese
tenido uno por obligación, debería
haber contratado a un hombre para
cuidarlo, y el bueno de Thomas tampoco soportaba a los hombres.
Como se puede
concluir, Thomas Bernarhd no disfrutó ni mucho ni poco de la amistad de
nadie. Según sus propias palabras, solamente congeniaba y se avenía con
algunos escritores muertos. Sin embargo,
si de lo que se trata es de discernir
sobre el perro y su relación con el
hombre, la de Bernarhd es una voz tan
autorizada como otra cualquiera.
Dice el novelista
y dramaturgo flamenco que “la gente
necesita un perro y es dominada por ese perro, e incluso Schopenhauer no fue
dominado por su mente, sino por su perro. […] En el fondo, la mente de Schopenhauer
no determinaba su pensamiento, sino el perro de Schopenhauer. No era la mente la
que odiaba el mundo de Schopenhauer, sino el perro de Schopenhauer. No tengo que
estar loco para afirma que Schopenhauer tenía un perro, no una mente.”
Y sigue: “Los que
son más innobles en el fin de su alma tienen perros y se dejan
tiranizar y, finalmente, destruir por
esos perros. Colocan al perro en primer lugar y el más alto de su hipocresía.
[…]. Prefieren salvar antes a su perro de
la guillotina que a Voltaire.”.
A Bernarhd -o a
su narrador- no le duelen prendas pontificar también sobre la sociedad, la política y sobre la Historia
y su relación con los perros, cuando afirma que “el amor a los animales ha causado ya tantas
desgracias que si pensásemos realmente en ello con la mayor intensidad
quedaríamos asombrados de espanto.[…] Políticos y dictadores están dominados
por su perro y por ello precipitan a millones de personas en la desgracia y la
degeneración, aman a un perro y maquinan una guerra mundial en la que, por ese
perro, mueren millones”.
Bernarhd continúa
su perorata en contra de los perros
hasta límites hilarantes. A pesar de lo
hiperbólico en su argumentación, las palabras del gran escritor holandés me
brindan una coartada intelectual de primerísimo orden para poder afirmar, con
las espaldas bien cubiertas, que si en
el mundo existe un animal que jamás defrauda al hombre ese animal es el pollo,
y no el perro. Es decir, sin ningún tipo de
rubor y asumiendo todas las consecuencias, estoy en condiciones de
defender que el pollo es el mejor amigo del hombre.
Vacunas, razas,
babas, rabias, violencias, pelos, vecinos, veterinarios, carteros imprudentes,
sarnas, perreras, injertos extraños,
olores, cacas, pises, esquinas, portales y calles de la ciudad… En fin, ¡qué
voy a explicar de un perro que nadie sepa!
Por el contrario, le pese a quien le pese, el pollo es un animal que molesta bien poco. Además es comestible, muy rico, sabroso en todas sus formas y, por si fuera poco, su estructura roza la perfección, igual que un soneto. Dos cuartos y dos pechugas, el tema al final, con el último bocado y ya, terminado, sin más complicación.
Por el contrario, le pese a quien le pese, el pollo es un animal que molesta bien poco. Además es comestible, muy rico, sabroso en todas sus formas y, por si fuera poco, su estructura roza la perfección, igual que un soneto. Dos cuartos y dos pechugas, el tema al final, con el último bocado y ya, terminado, sin más complicación.
Podemos ilustrar
la solvencia y la sencillez del pollo cocinado
al ast, muy típico de los domingos en
Cataluña, donde se suele comer acompañado de un poquito de cava rosado bien
frío, y en porrón, a ser posible. Todo bien rimado, o bien maridado, como se
dice ahora.
Es tan amplio el abanico de posibilidades que
ofrece mi amigo el pollo que aburriría su enumeración completa. Salpicado al
final con una picadita verde de aceite de oliva, ajo y perejil,
como si fuese un cuento corto; un plato redondo, saludable, breve y alimenticio.
En pepitoria,
tradicional, como una buena novela decimonónica, elaborado a fuego lento con su
introducción, nudo y desenlace, y un final de rompe y rasga, con último trozo
de pan crujiente mojado en su justo color y espesor.
Fileteado,
empanado y aliñado al final con especias morunas.
Al ajillo. ¡Qué
bueno está el pollo al ajillo! Bien troceadito, con su poquito de vino blanco,
sin más problemas, tal si fuera una
buena recopilación de microcuentos, donde de un solo mordisco te llevas toda una historia.
Y luego tenemos
el pollo con gambas, cigalas, o con cualquier otro ingrediente marino; el plato de Josep Pla, un plato
armónico, gustoso, un gran hallazgo popular,
donde se encuentran en la cazuela
el terruño enclaustrado y el
acantilado infinito.
¡O esas alitas de pollo bien maceradas, tan americanas y al mismo tiempo tan castizas, que lo mismo valen para
una de Tenesse Williams que para una de
Carlos Arniches; para Sam Spade que
para Biscúter.!
Y ya no digamos
el pollo guisado con su picada de almendras pasadas por la sartén, su trocito de pan tostado al aceite, su poco de
puerro, su punto de sal, a fuego lento,
acompañado de unas hermosas ciruelas negras arrugadas, para disfrutar con
fruición casi pornográfica el mismo
sabor final que el que me llegó al
estómago cuando finalicé la última novela
de José C. Vales, “Cabaret Biarritz”. Una gran historia, repleta de matices, cocinada con paciencia e
inteligencia, aromática, dulce pero
contundente, de salsa clara, espesada en su justa medida, salpimentada de violentas ironías; pulcra e
impecable en su ejecución; una receta clásica, con personajes de carne y hueso,
muertes y ambiciones, rencores e
imposturas, perfumada a base de Chanel
de la Belle Epoque, de remembranzas
wilkinianas y embocadura contemporánea,
donde casi nada es lo que parece, excepto la belleza excelsa de Beatriz,
de una certeza apabullante. Literatura, sin más, o mejor dicho, sin más añadido que unas inquietantes ciruelas
negras presentes en toda la extensión del plato.
El hombre que más
he querido y que más querré en toda mi
vida era de muy buen comer. Tenía, como
él decía, un buen saque, y no le hacía ascos a nada. Era feliz con unos buenos
callos al punto de picante, o con una
lata de bonito en escabeche para compartir con los amigos, o con una buena
cazuelas de patatas con bacalao. Ese hombre, de no haber sido mi padre, hubiese
sido mi mejor amigo, a pesar de que no soportaba el pollo. Decía que cuando lo veía
troceado en el plato, su boca se llenaba
de plumas. Por eso jamás comía ningún tipo de aves.
En alguna ocasión lo comió, porque el aspecto aviar se había camuflado bajo el rebozado del
pan rallado, o en su forma fileteada, a
la plancha, en finas lonchas. Fueron solamente un par de veces. El pobre comió sendas raciones, y tan a gusto. Nunca, nadie, le desveló la
verdad. Siempre decía que toda la comida de
los hospitales sabía igual. Este es otro tópico más contra el que pienso
luchar, aunque mucho me temo que, en este caso, las fuerzas
ocultas que gobiernan el mundo tienen las de ganar.
10 comentarios:
jajajaja..... Genial como siempre. me ha encantado tu alarde de pericia culinaria.
Me confundo o no sé leer.... creí entender que dudabas de que Borges fuera escritor. No. No puede ser. Debe ser una errata....
Yo también estoy seguro de que es una errata. Pero, aparte de esto, el texto genial.
Si tu supieras, Roy...Mis platos son conocidos y los trucos de mis recetas perseguidas y admiradas. Fíjate que estoy por reconvertir este blog en un blog para foodies
Salud!!
Anónimo, Juan.Habéis leído bien. No es una errata. Borges solamente hizo literatura antes de su famoso golpe en la cabeza. Después se dedicó a la filosofía. Y no lo hacía mal. La mayor parte de sus volúmenes de cuentos a partir de esa segunda época son disquisiciones metafísicas.
Gracias por el piropo.
Salud!!
Aunque no estoy en absoluto de acuerdo en cuanto a la literatura de Borges, insisto en que el artículo es muy bueno. Esperamos tus rectas culinarias, de pollo o de lo que sea.
Muchas gracias Juan
La verdad es que a mí, lo que de verdad se me da bien son los bocatas
;)
Abrazos
Hombre, como a mí. Yo puedo preparar unos bocatas que se te caen las lágrimas. De emoción o de lo que sea, pero se te caen.
Además de escribir bien también entiendes de cocina, dos artes diferentes pero artes. Un abrazo.
Uy! Mis habilidades culinarias, Loli, tal y como le decía a Roy y a Juan, són conocidísimas. Sobre todo, soy especialista en el emplatado. De hecho, soy más bien un teórico de la cocina: siempre al lado de quien cocina, dándole cháchara, con una copita de vino y avisando por si algo se quema, por si hay que darle vuelta, y así...
¡Salud!
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