miércoles, 11 de julio de 2007

T (2)

En la anterior entrada habíamos dejado a Melgosa pensando en si los tiburones también sienten (un tanto raro me parece a mi este Melgosa). A ver que le depara la historia con T a partir de aquí

- Oh! ¿No me lo diga?¡¡Víctor!!, ¡¡A desalambrar!!, ¡¡Duerme duerme negrito!! ¡Qué lindo! ¿Sabes? me hace sentir como en casa, estar aquí. !Salvador! ¡Gran persona!

T me miraba, mientras gesticulaba y hablaba entre grandes admiraciones, con su sonrisa blanca, porque en ningún momento hizo el ademán de quitarse las Vuarnet años 80. T empezaba a ponerme nervioso. Pero ocurre que uno, en este tipo de situaciones tan extrañas, pierde la lucidez, la compostura y hasta la profesionalidad y, por completo, la inteligencia emocional, que es lo que uno en un despacho nunca puede perder. Así es que le dije:

- Pues mira, me elegro de que te alegre -"¡me alegro de que te alegre!"-. Para mi Allende es, realmente, un símbolo. Representa todo lo que de bueno debe tener un líder político. Más allá de sus errores y de sus aciertos, ese poster en la pared me alimenta la utopía cada uno de los días en los que entro por esa puerta. Salvador Allende es el triunfo de las causas perdidas, es el mártir de la revolución traquila, el emblema de la coherencia, la bandera de los pobres, el...

- No me cuente más, no me explique más. Me emociona oirte. Me emociona tanto que voy, que quiero, que necesito hacerte un regalo. ¡Cómo viví aquella época! ¡Mama Mia! Sí, definitivamente. Te haré llegar la historia del 65 al 73 en mi Chile del alma. ¡Aquellos años de ilusión, de esperanza! ¡Qué bueno! ¡Qué lindo! Pero ¿y cómo decís que os llamás? - Y aquí ya dejó de disimular su claro acento argentino o uruguayo - Tenés que darme vuestro nombre y dirección.

Igual que si estuviese hipnotizado, perdiendo po completo el oremus, abrí el cajón y cogí una de mis tarjetas y, al ir a ofrecérsela, se me ocurrió preguntar, como por casualidad, en un lapsus de cordura, lo que tenía haber preguntado nada más ver entrar a T por la puerta

-¿Y en qué te puedo ayudar? ¿Vienes para mucho tiempo? ¿Necesitas algo?

T, plantado ante mí, alargó su largo brazo bronceado y, abriendo todavía más la boca, después de elevar ligeramente la barbilla, amitió algo parecido a una carcajada y dijo.

-¡Oh claro! Pues claro. Ya estuve aquí en el pasado, hará unos meses, preguntado por un postgrado en electricidad, pero ahorita estas chicas de acá arriba no están y vi esta puerta abierta y pensé que vos podríais ayudarme.

"El pasado año". "Un postgrado". "De electricidad". "Ayudarle", pensaba, o mejor dicho, repetía mentalmente una detrás de otra las palabras que T había pronunciado después de mi primera pregunta, en el momento de entregarle mi tarjeta profesional y sin saber de él ni el nombre, procedencia y sin posibilidad ninguna de reconocerle en cualquier otro sitio o recordar su cara, a no ser que se quitase, en algún momento, el antifaz de marca.

T, con mi tarjeta en su mano, dirigió los blancos dientes hacia mis datos impresos y después de emitir una nueva ráfaga de carcajadas continuó hablando, admirándose cada vez más, como en un crescendo sin fin.

-¡¡Qué lindo!! Allende. Qué buena sorpresa. ¡Qué bárbaro! Aquí, en Terrassa, ¡Quién me lo iba a decir! Cuando regrese a Santiago y lo cuente no me lo van a creer. El postgrado es eléctrico. Si me facilitás el email de contacto de quien me pueda dar orientación tendré más que suficiente. Ya perdiré la información directamente. Ahorita tengo un poco de prisa.

Intenté escribir con letra temblona la dirección electrónica de la compañera que le podría proporcionar la información. Fueron 3 las páginas de Post-it amarillo que tuve que utilizar bajo la mirada opaca, blanca y afilada de T. Despegué la que consideré que era la buena y le alargué el brazo para entregársela.

Hasta aquí, Melgosa temblón, bajo la mirada afilada de T.
Vuelvo mañana, con el fin de la historia.

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