viernes, 10 de noviembre de 2017

Necesito una compensación, aunque sea simbólica

¿Quién me va a compensar por el miedo de estos días de otoño, por todo el miedo padecido por mis amigos y mis seres queridos?

¿Quién me va a compensar por todas las amistades rotas; por las discusiones broncas; por las malas caras; por los reproches o por los insultos?

¿Quién me va a compensar por la desconfianza, por los soslayos, por las conversaciones veladas y por las murmullos?

¿Quién me va a compensar de la apropiación irrespetuosa,  perversa y torticera de nuestros  héroes de  la resistencia?

¿Quién me va a compensar por mi vehemencia, por mis malas caras, por los gritos que he disparado;  por mis ínfulas y mi soberbia; por lo peor de mí mismo;  por colocar por delante de tantas y tantas cosas buenas un poco de razón política de mierda?

¿Quién me va a compensar por las páginas no leídas, por las letras no escritas, por los cielos no imaginados, por el tiempo perdido intentando convencer vanamente, estúpidamente, a algunas personas de que nos estaban engañando, de que nos estaban robando nuestros sueños con una coartada con la que camuflar el botín de sus robos?

Ya me da igual  el producto interior bruto, la fuga de empresas, las cuentas espejo o la ruina de todo un país. 

Porque llegados a este punto,  ahora que nos han dicho que todo era simbólico, lo único que quiero es que algún patriota me devuelva mi miedo, mis sueños y mi tiempo para que pueda utilizarlos como mejor me venga en gana.

Por ejemplo, mi miedo a la vejez, mi anhelo de escribir un libro, mis horas y mis días en compañía de mi amor, paseando tranquilamente de la mano, pisando en silencio las hojas amarillas de los almeces, levantando la mirada de vez en cuando y ver solamente ropa tendida en los balcones.

(Necesito una compensación, aunque sea simbólica. )

viernes, 3 de noviembre de 2017

Carta abierta a Ada Colau y Pablo Iglesias



Hola Ada, Pablo.

Me decido a escribiros porque necesito que me expliquéis algunas de las decisiones que estáis tomando y que no acabo de entender.

A lo largo de los últimos treinta años siempre he votado a la izquierda, en cualquiera de sus múltiples siglas. PSUC, PCC, EUA, IC, y En Comú Podem. 

Incluso he militado durante algún tiempo en alguna de estas organizaciones políticas y me he identificado siempre con la idea de sociedad que proponen.

Como sabéis, desde los orígenes de nuestra democracia, el comunismo republicano catalán y español renunciaron a una República  en aras de la convivencia y de la paz social, y optó por la democracia parlamentaria y el Estado de Derecho como herramientas con las que  defender sus postulados, en buena lid, frente a otros grupos políticos, que defendían otro tipo de sociedad.

Conocéis mejor que yo la Historia. En  Cataluña, gracias a determinadas maniobras que se produjeron  en la transición,  el nacionalismo desplazó a nuestras organizaciones políticas y se hizo con la hegemonía política y social gracias a la apropiación de la nación, de sus símbolos y de los derechos históricos catalanes como insignia antifranquista.
 
Lo que ocurrió fue que esos nacionalistas nos gobernaron y esquilmaron el país durante las tres últimas décadas. Eran los mismos que se enriquecieron durante la dictadura a costa del sacrificio de los trabajadores, vuestros votantes, pero con diferente bandera. 
 
A lo largo de estos últimos años de corrupción y recortes sociales, ejecutados con mano de hierro por el PDECat y ERC, los grupos políticos de izquierdas  de tradición republicana podían haber optado por subvertir o desobedecer el Estatuto de Autonomía y la Constitución, haciendo honor a su tradición revolucionaria, con el fin legítimo de  desalojar del poder a esos partidos políticos que han maltratado y maltratan siempre a los trabajadores para defender los intereses de lo peor de la burguesía española.  

Pero no lo hicieron -no lo hicisteis- porque respetáis el orden democrático y la reglas de la democracia parlamentaria, y sobre todo porque sabéis que no representáis a una mayoría de ciudadanos. De manera que, con buen criterio,  habéis optado por el trabajo político para seducir a más gente, a través de vuestra acción política, en el marco del Estado de Derecho.

Todo lo contrario a lo que han hecho PDCat, ERC y la CUP en estos últimos meses. Sin una mayoría de gente que les apoye, y al amparo de la bandera, del himno nacional y de una movilización constante en las calles que lleva a cabo una minoría social, han desobedecido la ley  y han renunciado a ejercer la política en el marco de nuestras leyes –insisto, nuestras leyes, las mías, las que hemos legislado entre todos-  a sabiendas de que delinquían, haciendo ostentación pública, además, de su delito.

Por eso necesito que me expliquéis  por qué defendéis ahora a estos grupos políticos que jamás os defenderían en caso de que lo necesitéis; por qué desperdiciáis energías en justificar a quienes han destruido y utilizado para su provecho las instituciones de todos; por qué os ponéis  junto a los que han hecho tanto daño a quienes os votamos; por qué les tratáis de presos políticos pervirtiendo la historia, colocándoles al mismo nivel de miles de  trabajadores y trabajadoras que sufrieron tortura, cárcel y represión con Franco mientras  éstos otros -la misma clase política y social que ahora defendéis- hacían negocios y se enriquecían en Madrid.

Necesito que me lo expliquéis, por favor, porque tengo miedo de no tener a nadie a quién votar en las próximas elecciones.

Muchas gracias a los dos.

jueves, 2 de noviembre de 2017

La moto



Conozco el caso de un tipo al que le gustaban las motos con locura. De hecho, desde que pudo conducirlas, siempre tuvo una. Sin embargo, ninguna de ellas  era la que le hubiese gustado manejar, porque su economía y el trabajo que desempeñaba no le permitían otra cosa que cubicar 125 centímetros cúbicos. De manera que, para poder sentir la sensación de libertad que no obtenía con su ciclomotor, modificaba el tubo de escape y trucaba algunas partes  del motor, hasta conseguir un poco más de potencia. Él siempre argüía que si no podía alcanzar toda la velocidad soñada, al menos hacía ruido. 

Pero un buen un buen día pensó que si otros conducían una Harley Davison modelo Iron 883tm, ¿por qué él no? De manera que, a fuerza de entrar una y otra vez en la página web de la marca y de ver durante días y  semanas, a todas horas, la moto de su vida, se convenció a si mismo de que, a pesar de que no podía comprarla, tenía el mismo derecho que cualquier otra persona a experimentar esa sensación de libertad que siempre había anhelado. 

Así es que se convenció a sí mismo de que  ya era hora, de que le tocaba en justicia el disfrute y posesión de una Harley y, sin encomendarse ni a dios ni al diablo, decidió hacerse, sí o sí, con la moto de sus sueños, sin escatimar para ello en los medios. Es decir, tomó la decisión de robarla. 

En  su círculo próximo nunca nadie había cometido un delito. Por mucho que todos albergasen sueños y ambicionasen bienes que difícilmente podrían algún día disfrutar, ninguno de sus amigos o de sus familiares barajó jamás la posibilidad  de hacerse con la propiedad ajena. De ahí que, consciente de que lo que planeaba no estaba bien, decidió callar y  no compartir su osadía, probablemente con el fin de que nadie le convenciese de lo contrario,  porque sabía que robar era ilegal; sabía que si le sorprendían al manillar ajeno de una Harley Davison modelo Iron 883tm, la ley caería sobre él sin posibilidad de remisión.

De hecho, antes de ponerse manos a la obra,  él mismo consultó el código penal y comprobó que si sustraía la moto con fuerza le podrían caer hasta tres años de prisión. Si por el contrario la conseguía sin amenazas ni dolo, en medio de la calle, a plena luz del día, practicando un sencillo puente o rompiendo el candado de seguridad,  la pena era menor porque se trataba de un hurto. 

En cualquier caso, siempre fue consciente de que iba a cometer un delito, aunque día a día se cargaba de razón,  hasta tal punto que, finalmente, llegó a persuadirse a sí mismo de que le amparaba el derecho universal al disfrute de una Harley, y que era necesario ejercer ese derecho privando de la propiedad  a su legítimo dueño. 

Así es que, finalmente,  hace un par de meses halló el momento oportuno. Fue cerca del Parque de la Ciudadela, frente al Parlamento de Cataluña. Allí  hay espacios amplios de aparcamiento especialmente reservados para motocicletas, donde políticos, altos cargos  y lobistas dejan sus motocicletas de gran cilindrada. 

Él llegó en Metro, equipado de todo tipo de utensilios  para forzar todo tipo de cierres y seguros, y se sentó en un banco a esperar. No estaba nervioso. Tenía tan asumido su derecho a conducir la moto de sus sueños que actuaba con pleno convencimiento de que lo ejercía. Se había persuadido a si mismo de que si algún agente de la ley le sorprendía en el momento del hurto, la justicia sería clemente, porque, al fin y al cabo, no robaba la moto para lucrarse, sino para satisfacer una necesidad histórica, insistentemente reclamada, pertinazmente imaginada. 

Desde primera hora de la mañana tenía a su alcance una buena muestra de motocicletas de alta gama, pero quiso ser paciente, porque todavía no veía su modelo. Y por fin allí llegaba, con su rurun característico. El propietario aparcó confiado y, a los pocos minutos, la rutilante Harley Davison modelo Iron 883tm circulaba por las calles de Barcelona, ufana, henchida de gozo, emocionada, casi extasiada ante la experiencia de una emancipación motorizada, fuente de libertad, meta de una ensoñación largamente concebida. 

Era tal la euforia ante la consecución de su objetivo que, bien fuese producto de la emoción, bien de un simple despiste, la cuestión es que en una zona de velocidad reducida superó con mucho el límite establecido, y una patrulla de la policía municipal le detuvo. Al no poder acreditar la propiedad de la Harley, acabó en el calabozo y pasó a disposición judicial. El fiscal solicitó la pena máxima y nuestro hombre alegó en su defensa que no quería la moto para lucrarse y que solamente ejercía su derecho a sentirse libre, a sentir bajo sus posaderas el rurun de una de las motocicletas más bellas y exclusivas del mundo.

Por su parte, el abogado defensor intentó negociar sin éxito con la acusación particular, representada por el abogado del diputado propietario de la moto. Éste  solicitó del ministerio fiscal y de su Señoría el cumplimiento íntegro de la pena estipulada en el código penal, aduciendo, simplemente, que la ley está para cumplirla y que quien la transgrede sabe perfectamente a lo que se expone, independientemente de las motivaciones más o menos subjetivas que induzcan a las personas a delinquir.

Y así fue cómo terminó el sueño de nuestro hombre, entre rejas, y sin moto.