miércoles, 22 de febrero de 2017

Las pistolas del poder



Jesús M.A. nació en Barcelona en 1943,  en el barrio barcelonés de Hostafrancs,  justo el año en el que Mahatma Ghandi inició su primera huelga de hambre.  Jesús  creció y trabajó durante treinta y cinco años en una fábrica de automóviles, probablemente en jornadas de ocho y doce horas; probablemente ajustando los mismos tornillos de los mismos malditos coches doce horas al día, seis días a la semana, durante toda su vida a cambio de  un sueldo de mierda. 

Jesús se casó con Carmen. El matrimonio  vivió en un pisito de la calle Labordeta hasta que, recientemente, después de una larga enfermedad, Carmen murió. No tuvieron hijos, de manera que Jesús se dedicó en los años de su jubilación a cuidar de Carmen. Es decir, a limpiarla, alimentarla, medicarla, llevarla al médico, acostarla, vestirla, lavarla… así cada día de su vida, hasta su muerte.

Las vidas de Carmen y de Jesús seguirían en el anonimato, como las de casi todos los mortales, de no haber sido porque, tras  la muerte de Carmen,  agobiado con los pagos y los trámites a los que se tenía que enfrentar, Jesús  dijo basta y se tiró a la calle con una pistola de fogueo, con la que, a cara descubierta,  intimidó a banqueros, farmacéuticos y joyeros para obtener un pírrico botín.

Finalmente la policía lo ha detenido. El fiscal pide para Jesús veinte años de cárcel; pena que, trasladada a su edad, significa ni más ni menos que una cadena perpetua. 

Los medios de comunicación, alardeando de su prodigiosa y conocida creatividad,  han apodado a este hombre como El abuelo pistolero, y ni lo primero ni lo segundo. Abuelo es quien tiene nietos. Pistolero es quien hace de su profesión o de su actividad habitual  la muerte y el asesinato  utilizando pistolas. 

Porque Jesús es, sencillamente, una persona mayor  que  ha trabajado durante  toda su vida como un cabrón, resistiendo, como cientos de miles de trabajadores, la alienación diaria de una labor desquiciante. Jesús es un obrero  jubilado que ha cotizado religiosa y solidariamente cada mes de su vida; que ha pagado sus impuestos y ha cumplido escrupulosamente las leyes y que –llegado el descanso a toda una existencia de trabajador honrado- se ha visto obligado a cuidar, con abnegación, amor y paciencia,  a la compañera de toda su vida.

Jesús probablemente  se casaría con Carmen hacia los años sesenta. En aquella década, nacieron Iñaki Urdangarín  y Cristina de Borbón. Gracias a su nacimiento, la Infanta y  el Duque  gozaron de todo tipo de oportunidades que ofrece la vida. Una educación exquisita, los mejores colegios, las mejores viandas, las mejores ropas. De todo y mucho. Siempre, lo mejor de lo mejor. En la enfermedad, los mejores médicos. En la salud, las más apasionantes aventuras, los mejores restaurantes, los más rutilantes palacios, el más placentero de los descansos… y poder, poder e influencia. Todo gracias al esfuerzo, la alienación y los impuestos que puntual y religiosamente pagaron Jesús  y Carmen durante toda su vida; esfuerzo que a Jesús no le sirvió, ni siquiera, para contar con una asistencia social que le permitiese respirar un poco de oxígeno en el día día de cuidados a su Carmen. 

Iñaki Urdangarín y la Infanta ya están trasladando su domicilio desde  su sacrificado exilio suizo a  Portugal.  Quieren rehacer  su vida. Como era de esperar, ella ha sido absuelta vergonzosamente del delito de robar impunemente a Jesús y a Carmen, con todas las pruebas en su contra. Incluso, la Casa Real - a todas luces, colaboradora necesaria del delito- ya está estudiando el modo de recuperarla pública y oficialmente como miembro de la familia.

De Iñaki se espera una corta estancia en la cárcel de Badajoz, ubicada en la fronteriza carretera de Olivenza, a pocos quilómetros de Portugal. Bastarán unos pocos meses para que las aguas mediáticas de la sentencia se calmen, de manera que el exduque  malpagará  el robo continuado perpetrado contra Jesús y Carmen con unas cuantas semanas  entre paredes convenientemente pintadas , a pesar de los agravantes de nocturnidad, alevosía y premeditación y aprovechamiento de situación privilegiada. 

Con todo, no he leído ninguna crónica en la que algún audaz plumilla  llame  a este noble matrimonio Bonnie& Clyde. 

Albert Camús  decía sentir “aversión por esos servidores de la justicia que piensan que, únicamente, podemos prestarle un servicio a la justicia entregando varias generaciones a la injusticia”. 

Sin embargo, a pesar de su apariencia, esta historia no tiene nada que ver con la justicia, y tampoco con la injusticia. Tiene que ver con la naturaleza humana. Tiene que ver con nosotros. Cada cual debería ubicarse en los hechos  y decidir  en qué lugar de ellos quiere estar. En función del resultado de la elección, nuestra vida debería transcurrir en consecuencia.

Thomas Bernhard  dijo que “las ciudades están pobladas por dos clases de personas, los que hacen negocios y sus víctimas”. De algún modo, las historias y las vidas de Iñaki y Jesús, de Cristina y Carmen han confluido en el tiempo para  interpelarnos, para obligarnos  a escoger. ¿En qué bando queremos estar?  Mucho me temo que el mismo Bernhard nos vuelva a responder de un modo no demasiado alentador.  “A veces levantamos la cabeza y creemos que tenemos que decir la verdad, o la aparente verdad, y la volvemos a bajar”. 

Deseo con todas mis fuerzas,  en lo más profundo de mi corazón,  que Jesús no pise la cárcel y que no pase su vejez encerrado en una celda, mientras los que le robaron armados con la pistola cargada de poder  ven crecer a sus hijos, sanos, sonrosados, y resplandecientes, gracias al botín de su saqueo.

ACTUALIZACN de ÚLTIMA HORA (23/02/2017): El tribunal decreta la libertad sin fianza para Iñaki Urdangarín

jueves, 16 de febrero de 2017

Pródigo



Rafael Sánchez Ferlosio  es tan grande que se permite el lujo de renegar de su obra literaria. Reniega de ‘El Jarama’, una obra maestra  de la narrativa contemporánea, eterna, por los siglos de los siglos. 

Abjura también de  “Industrias y Andanzas de Alfanhui”,  un libro prodigioso y de gran belleza; posiblemente, el libro que más se parece a una joya. 

Ferlosio ha explicado en numerosas ocasiones  los motivos por los que desprecia sus propias creaciones. Dice que son, sencillamente, una muestra de la vanidad humana, de su vanidad, y que no le han servido más que para exhibir  un uso estéril del lenguaje. 

Un día de estos quiero hablar de Ferlosio, largo y tendido. Me apetece  explicar y compartir los ratos tan buenos que me ha regalado en sus libros, y todo lo que con él he aprendido. 

Hoy lo utilizo vilmente, de modo bastardo,  para hacer precisamente algo que detesta; algo que, según él, hizo cuando, con poco más de veinte años, compuso Alfanhuí.

Escribir  toda una página en función de una sola palabra, por el simple y estúpido hecho de que le gustaba y no porque el término  aportase algo al contexto del libro. 

He estado soñado toda la noche con pródigo. Todo el mundo decía  pródigo. Hasta los muertos decían pródigo. Y tengo que escribir pródigo porque a fuerza de soñarla, me ha gustado pródigo. A ver si así logro exorcizarla, aunque lo más probable es que  ella acabe conmigo. 

Pródigo número 1

Fue una mañana pródiga en noticias, quizá debido a la fecha. Era miércoles, justo cuando la semana alcanza su máximo apogeo y, como consecuencia  del paso de los días, la realidad se acumula y desborda los cauces.
 

Pródigo número 2

Después de la presentación, el grueso de la crítica fue pródiga en halagos. Hubo, sin embargo, quien arremetió contra el autor;  una minoría despechada, aquellos a quienes jamás les concedió una exclusiva o nunca recibieron las novedades de la editorial en su domicilio. 

Pródigo número 3

El torero prodigó  pases al natural, muchos de ellos mirando al tendido, hasta que la muleta, empapada en púrpura, se hizo incómoda  y el diestro no tuvo más remedio que entrar a matar. Dos orejas y el rabo, vuelta al ruedo,  pródigos pañuelos al viento y el rastro sanguinolento circundando el ruedo. 


Pródigo número 4

El fuego fue tan agresivo que los bomberos hubieron de prodigarse  en denuedos. Las llamas saltaban los tejados, los vecinos huían despavoridos, había animales muertos en cualquier lugar  y ya todo era inútil porque el bosque humeaba carbonizado.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Quiéreteme o el efecto "El Corte Inglés"




Los nuevos tiempos nos obligan a reformular el lenguaje. Un libro best seller  ya no debería llamarse así, porque en realidad es un libro populista. Lo mismo ocurre con  las canciones de los artistas que nutren las listas de los 40 principales, o con las películas que se producen para que, durante los quince días posteriores a su estreno, revienten la taquilla y la máquina de palomitas, y ya nunca más se vuelva a saber de ellas. 

Por tanto, una novela, un disco o una película populista serían aquellos que contienen lo que quiere el gran público, lo que algunos creen que queremos, lo que unos pocos dictan que tenemos que querer. A saber. En una novela, sexo, crimen, amor típico y tópico, un poco de misterio, y a veces una trama enmarcada en un momento de la historia, aderezada convenientemente con datos falsos y vendida adecuadamente como histórica.  En un disco, un estribillo pegadizo, ritmo uniforme y la belleza y juventud de sus intérpretes, aliñada con unas gotas de falsa rebeldía. Y en una peli que triunfe en taquilla y  que sea rentable para la industria transgénica del maíz,  los consabidos  efectos especiales, violencia, buenos y malos bien definidos, a veces un puñado de chistes  más a menos afortunados, un final feliz y la interpretación  del actor o de la actriz de moda. 

Si además está adecuadamente publicitado y distribuido, millones de personas consumirán masivamente cualquier producto llamado cultural que contenga alguno de los ingredientes que he mencionado. Es decir, simplezas, ausencia de profundidad, vulgaridad  y el abc elemental  de fácil digestión para cualquier ciudadano que ofrezca, del modo más sencillo posible, incertidumbre controlada, sorpresa previsible, alegrías, miedos irreales, lágrimas fugaces y evasión, mucha evasión. 

Todo con dos fines. El principal es aumentar la cuenta de resultados del grupo editorial o la productora audiovisual de turno, que en el mundo global son uno y trino. Pero la finalidad también es  abundar en una serie de lugares comunes, muy fáciles de transmitir y de digerir,  que imprimen en la sociedad determinados códigos de conducta colectiva, igual que marcas de fuego sobre la piel,  con el fin de camuflar bajo un grueso manto de vulgaridad  la corriente subterránea por la que fluyen  las complejidades de la vida, de las relaciones sociales,  los valores y las realidades que nos ayudan a conocernos mejor y que nos convierten en mejores personas cuando un artista de verdad es capaz de hacerlos emerger.

Por eso, a estos productos pretendidamente culturales etiquetados como best sellers en función de su eficacia comercial, deberíamos llamarlos populistas, porque su fin y su función tiene que ver con ese mismo término cuando se aplica a la política.

Populismo es una  palabra que nos han  inoculado en vena durante meses y que, una vez cumplido su cometido, encajada convenientemente en el marco electoral, postelectoral y de negociaciones para el establecimiento de un gobierno en España, parece que va perdiendo presencia. 

Populismo ha sido el término con el que los  spin doctors patrios  han forjado un hierro para grabarlo sobre la piel de los partidos políticos transformadores. Curiosamente, el PP es el primer partido político de España que se definió en su fundación, a sí mismo, como populista  y ha sido el partido que más ha utilizado el término para desprestigiar a sus nuevos adversarios.

El día cinco de julio de 1988  la edición nacional del diario ABC publicaba una noticia en la que la periodista Luisa Palma informa sobre un documento estratégico elaborado por Alianza Popular a cargo de Manuel Renedo,  en el que se constata que una parte significativa del  electorado de este partido es de extrema derecha, motivo por el cual el documento de Renedo situa a AP “en la idea de populismo”. “Por eso”, continua el informe,  “es necesario centrar el mensaje político y situarlo en la idea del populismo" [Por tanto], "el partido se proclama como populista”. Este documento fue discutido y aprobado por el comité ejecutivo del partido, del que ya formaba parte Mariano Rajoy, y aprobado en el congreso que secelebró en Enero del año siguiente.

Sea como fuere, el populismo político ofrece lo mismo que un best seller,  la canción del verano o la enésima  precuela de la Guerra de las Galaxias, un producto fácil de entender, que entusiasme a los ciudadanos y que les  ofrezca seguridad, confianza, y esperanza. Estribillos bailables, clichés archiconocidos  y  finales felices.


Parece que sobre el populismo está todo dicho, porque cuando pensamos en esta palabra todo el mundo dirige la vista hacia el mismo lugar. Es el efecto “Corte Inglés”. A fuerza de repetir el mensaje, quiéreteme se ha convertido en una nueva forma pronominal y verbal que pronto deberemos conjugar y admitir en los manuales de gramática y de sintaxis. De hecho, mi corrector de Word ya la incluye. 

Porque populismo es igual a Unidos Podemos; populismo y Pablo Iglesias constituye  una relación semántica tan consolidada  y asumida por el gran público, que aguanta hasta la equivalencia con Donald Trump  sin el más mínimo atisbo de duda. Ya puede salir al estrado Susana la sultana a no decir nada durante horas ; ya puede evacuar toda su simpleza política de cuñado político Albert Rivera; ya puede mentir un día sí y otro también el gobierno y el partido de Rajoy, que aquí los populistas son Pablo Iglesias o Alberto Garzón.

Efectivamente, todo es sumamente contradictorio. Porque si Pablo Iglesias –el supuesto populista del país-  no ha sido capaz de ganar unas elecciones, es porque ha habido otros que han vendido mejor su producto, porque no se han andado por las ramas de las complejidades que conlleva hacer  política de verdad  y han ofrecido un mensaje sencillito, dirigido al gran público, con final feliz, similar a  lo que nos dan los best sellers. Y el gran público lo ha comprado.

En Cataluña solamente utiliza el término el tontito de García Albiol, como un eco desafinado de lo que dicen sus jefes en Madrid.  Aquí no hay nadie al que se acuse de populista.  Este es  un hecho que  me resulta altamente sorprendente. Nadie en el PP, en el PSOE o en C’s ha tachado de populista a los partidos que integran Junts pel Sí, o a la CUP, y a la inversa. Nadie ha dicho nunca que el tono y el modo de actuar de la Assemblea Nacional de Catalunya es populista. Decir, como dijo Santi Vidal y tantos otros en público, en los auditorios de los pueblos catalanes, (Vidal no es el único que anda diciendo por ahí barbaridades nacionalcatólicas),  que al día siguiente de la independencia, la pensión mínima de  jubilación sería de 1.000 euros, parece que no es populismo. Utilizar, como han utilizado los políticos convergentes, de ERC y de la CUP, los sentimientos de identidad; tergiversar la historia; fomentar la animadversión hacia otros pueblos de España; difundir la posibilidad cercana de  una arcadia feliz donde ataremos los perros con longaniza… y prometer que todo eso se hará sin problemas, pacíficamente, con la aquiescencia de los poderes financieros  y el beneplácito del mundo civilizado, no es populismo.

Eppur si muove. Por eso,  en Cataluña  los superventas son los partidos que defienden la independencia; una historia que empezó a gestarse el día en  que Artur Mas tuvo que escapar del Parlament de Catalunya en helicóptero, debido a las protestas radicales contra sus recortes, protagonizadas por quienes en breve aprobarán sus presupuestos (¡qué cosas!).

Sin embargo, las editoriales y las productoras saben que la vida de un best seller es corta, y que en ese tipo de obras no hay  mucho donde rascar, porque al consumirlas se disuelven como una azucarillo y no queda nada de  ellas. De ahí que sea necesario hacer caja durante las primeras semanas o meses inmediatamente posteriores al lanzamiento de la obra. El producto puede estar arriba, muy arriba de las listas de ventas,  incluso un par de años, pero después el público pierde el interés, porque la maquinaria no se detiene y aparecen nuevos títulos.

Cuando llegue el momento de constatar que todo era ficción barata, que no había más que una sola lectura, que las palomitas se han terminado y que además no se han solucionado los problemas que nos agobian  ¿Qué nuevos títulos nos ofrecerán a los catalanes? ¿Cambiará el argumento? ¿Y el estribillo? ¿Cantaremos la misma letra con otra tonada? ¿ O cerraremos la editorial porque ya no vende?