viernes, 30 de marzo de 2007

Luz en la calle


Hay luz en las calles pero no se ve ni un alma. Son las 2 de la madrugada de un jueves cualquiera. Pasear de madrugada ha perdido encanto. Hace un par de siglos las lámparas de aceite que iluminaban las ciudades se apapagaban con frecuencia y en cualquier momento podía aparecer el sicario de turno para dejarte un bonito recuerdo de parte del marido engañado. Por ejemplo. O podías cruzarte, en un tramo de cien metros, en cualquier parte de la ciudad, con media docena de mujeres ofreciendo sus encantos y su compañía. Por ejemplo. O podías unirte a alguna cuadrilla de golfetes de las que patrullaban los callejones en penumbra en busca de la penúltima taberna abierta para darle cuenta a la enèsima botella de absenta. Por ejemplo. O podías saludar al autor de moda, embozado en su capa, cabizbajo y apesedumbrado, agotado por haber estado todo el santo día aguantando el peso de todo el dolor y la miseria del asqueroso mundo, paseando su alma romántica entre las sombras y los reflejos de la noche. O me podías encontrar a mi, después de tomar cuatro copas y de asistir al último estreno, de camino a casa y pensando en alguna genialidad con la que hundir para siempre a la actriz protagonista; podías verme escondiéndome, de esquina en esquina, de toda esta caterva de gentes de la que nunca quise saber nada.

Luz y muerte, sombra y vida. Una extraña ecuación.

Vuelvo mañana

jueves, 29 de marzo de 2007

La lágrima


Realmente esto no deja de ser maravilloso. Ahora caigo en la cuenta de que puedo existir las veces que quiera y en el momento que quiera y de que puedo ejecutar mi suicidio tantas veces como las veces que pueda nacer, y todo sin una gota de sangre, sin informes forenses, ni cementerios para suicidas. No me digan que no es extraordinario.

Lo que tengo aquí, ahora, es tantas vidas como quiera vivir; tantas muertes como quiera morir. El secreto está en el bautismo. Y ¿quién es el tonto que no se va aprovechar?Allá se quedó mi caja amarilla, mis conflictos morales de burgués adúltero, mi ética de romántico con razones de ilustrado. Y allá se quedó mi dolor.

Aunque bien mirado, quizás sea yo el primer tonto en dejar escapar la ocasión. Pienso y escribo, casi sin reflexionar. Me asaltan dudas. En unos segundos soy capaz de pensar una cosa y su contraria. Por ejemplo. ¿cómo describir la realidad si uno lo hace desde lo virtual?¿cómo ser veraz si uno mismo es una mentira? Mis borradores quedaron allá, manchados de tinta y de alguna que otra lágrima. ¿Dónde dejar caer aquí las lágrimas? ¿Cómo borrar obsesivamente, casi rasgando el papel, aquello que nuca me atreveré a escribir? ¿Veis?, es maravilloso, puedo ser incluso valiente cuando en realidad seré igual de cobarde: la diferencia es que aquí la cobardía no deja rastro. Todo aparece limpio, sin mácula, sin tacha; uno es el escritor seguro que nunca ha sido, y cuando todo venga mal dado, cuando nadie me lea, cuando me arrepienta de lo dicho pulsaré una tecla y no habrá quedado ni el minúsculo punto de una i.

Sin embargo, me tuvieron que enterrar. Todavía no sé si Dolores lloró. ¿Hay alguien que me lo pueda decir?

Vuelvo mañana

miércoles, 28 de marzo de 2007

La cuadrilla de la faria engominada


Vuelven otra vez los de siempre. Los que siempre han jodido a este pais desde que tenemos conciencia de serlo. Los de las banderas, las peinetas, el rosario, y el olor retestinado a faria y coñac. Los que ahora se peinan con gomina, lucen diploma americano de master y sonrien con su mandíbula befa de empollones chivatos: los mismos de siempre.

Esta cuadrilla lo ha conseguido de nuevo: no hablo de la crispación, o de la mala leche que se respira, o de la contínua sensación colectiva que tenemos en España parecida a cuando vemos que el jarrón de la estantaría se va a caer y se va a hacer trizas y no nos da tiempo a alargar el brazo para evitarlo y se rompe y se nos queda la cara de pena y de qué le vamos a hacer con lo que me gustaba.

Esta cuadrilla de la faria engominada ha conseguido que los que estábamos tan tranquilos pensando como pensábamos, sin meternos con nadie, en la paz de nuestra ideas, tengamos el complejo de haber promovido y colaborado con este estado de bronca contínua. Porque ahora resulta que todos tenemos la culpa, que todos somos iguales y que la responsabilidad hay que repartirla. Esta canción tiene sonido de los años 30, el sonido de la revisión de la historia; un sonsonete que se pega como la canción del verano y que ya no se olvida. La letra dice algo así como: nadie y todos fuimos culpables de la guerra civil.

Hace una semanas le oí a Carnicero repartir responsabilidades de manera equitativa a gobierno y oposición, no vaya a ser que le llamen rojo, (Carlos, te amo) y he oído a varios opinadores de izquierda entonar un mea culpa como si la cosa fuese con ellos, como si colectivamente, otra vez, entre hermanos, todos fuésemos responsables del estado de las cosas.

Como dije al inicio de mi nueva vida entre los vivos, nada ha cambiado. Tampoco el sabor de la faria, ni el olor a humo pegado a las paredes de los bares en los que ahora se regala cada día el Mundo del siglo XXI (fíjate), para que taxistas beodos, bigotitos nostálgicos y jugadoras de bingo forradas de visón añoren al muñeco diabólico del brazo autómata reencarnado hoy en un señor más alto, con barba y que silba cuando habla, como Sir Lancelot.

Me gustaría seguir escribiendo sobre mi vuelta al mundo de los vivos.

Vuelvo mañana... espero.

lunes, 26 de marzo de 2007

Casi muero de nuevo


He invertido casi dos días para averiguar como escribir una nueva entrada. Los siglos no pasan en balde. Finalmente he averiguado cual era mi nombre de usuario. Yo probaba: M.J, que era el mío hasta que decidí reventarme la tapa de los sesos. Pero no funcionaba. Después probé algunos nombres más de los que he escogido para mi nueva vida entre los vivos, y tampoco había manera, hasta que recordé la extraña letra @, muy utilizada en estos tiempos. Dicho sea de paso, @ tampoco tiene significado alguno, pero sin ella uno no es nadie en este siglo. Con @ (no me atrevo a llamarle letra) no puedes nombrar nada ni a nadie, pero sin ella careces de identidad. Sin @ yo ya estaba muerto una vez más, pero ahora muy a pesar mío, limpiamente, sin rastro de mi sangre esparciéndose en el suelo frío de una madrugada ebria en Madrid.

Dolores, sigo sin olvidarte. Dolores, ponte una @ y vuelve conmigo.

Vuelvo mañana

Una voz que resucita entre los muertos


A riesgo de que aquí entren nada más que internautas amantes de lo parapsicológico, me ha dado la gana titular así las líneas inaugurales de este blog, palabreja que, por cierto, no me gusta nada, porque no dice nada: blog es una palabra sin contenido, imposible de referenciar mentalmente con un sentimineto, un sabor, un color, una imagen, un objeto, un recuerdo.

Blog es como la red, que no sabe a nada. La red es insípida. En la red nada es rugoso, o suave, o áspero, o aterciopelado. La red es incolora, diría que transparente, pero es una palabra demasiado generosa. Transparentes son las cosas que gustan: un vestido de lino a contraluz, el velo de una novia, la luz de otoño al atardecer, el papel cebolla, un verso de Ángel, o la respiración de mi amor justo antes de despertar.

La red es silenciosa, como un asesino alevoso de un cuento que pudo escribir Poe, como el autor que mata al autor que lee un cuento de Cortázar sentado cómodamente en un sillón verde, ignorante, el pobre, de que en segundos va a perder el cuello.

En la red no se contine el silencio de los monasterios, o el de una cuna dando de dormir a un bebé. El silencio de la red es cruel y taimado, es el silencio que se porduce antes de recibir la noticia de una muerte por teléfono. Ese es el tipo de silencio de la red.

A estas alturas de blog (inventemos otra palabra para nombrar esto!!) tú, que esperabas encontrar el cuarto secreto de Fátima en estas lineas, habrás visto que nada es lo que parece y que esta voz resucitada entre los muertos es la del pobrecito hablador del siglo XXI que se levanta para deciros que "blog" suena a teclas y huele a plástico quemado; para explicaros todas las semanas como se ven las cosas de este mundo después de un par de siglos de reposo; para contaros que, en lo poco que todavía he visto, nada ha cambiado, excepto yo, que no pienso dejarme llevar de nuevo por la deliciosa sensación de morir de amor delante del espejo en la víspera del día de Navidad, (¿de amor o de desesperación?), ya no recuerdo por qué apreté el gatillo.

Vuelvo mañana