martes, 28 de febrero de 2012

El mito y la furia (XI)


(Viene de aquí)

La obligación antes que la devoción. Así lo aprendiste de papá, y así lo has practicado toda tu vida. De manera que aunque persigas con la mirada los hilos de agua que recorren las piernas de Vivian, sigues hablando por teléfono frente a ella, rascándote relajadamente la oreja con la uña afilada del dedo meñique; después haces lo propio con un testículo, y antes de contestar a lo que el presidente te acaba de suplicar, apoyas la mano libre en la pared, en un gesto parecido al que deben utilizar las personas que guardan cola para obtener algo.

Mientras, descuidado, igual que un rey en sus dominios, le guiñas a Vivian, y dejas que el político hable y hable, jure y perjure. Entonces, para azuzar tu impaciencia, te regala una vertiginosa contorsión y en un instante ves su cuerpo joven, ligero y flexible curvarse hacia atrás en un pinopuente excelso, gracias al cual puedes admirar, en todo su esplendor, el manantial de vello encarnado del que mana agua en cascada hacia la espesa capa blanquecina de espuma aromática, que hace ya unos minutos deberías haber roto con tu presencia.


Aun así, a pesar de la proximidad de la tentación, en ningún momento pierdes la compostura, ni el temple, ni la firmeza; todo en ti es sobriedad, sangre fría y paciencia. Ese el secreto, la paciencia, las ideas claras y no perder nunca la perspectiva. Así es que le dices al presidente que no se preocupe, que harás lo que puedas, que lo estudiarás y que cuando tengas todos los datos en la mano te lo pensarás y tomarás una decisión. Mira, es que ahora me coges en mal momento porque tengo que atender un asunto que si sale bien todos sacaremos provecho; pero repito, amigo, no te preocupes más de la cuenta; lo de las pensiones tiene fácil arreglo; solamente tenemos que ser todos, insisto, todos, un poco audaces y… oye: una cosa por la otra.


Vivian no pierde la sonrisa, y sigue jugando, traviesa frente a ti, el amo. Ahora, el dedo que hace apenas unos minutos te reclamaba en el jacuzzi, acaricia superficialmente la línea vertical de su sexo, que emerge y se sumerge a voluntad, velándose y revelándose en breves intervalos caprichosos entre el agua y las burbujas del baño. Tu putita exclusiva, de nombre cinematográfico, es lo suficientemente zalamera para sumar a ese reclamo irresistible el lanzamiento de unos cuantos besitos al aire, que a ti te suenan igual que un billete nuevo de cinco euros cuando se arruga.


A pesar de todo, el presidente insiste en alargar la conversación, y persiste con alguna idea, con algún detalle que le preocupa. De modo que, con el paso de los minutos, poco a poco, sin que te des cuenta, la estancia se ha ido llenando de vapor, de una neblina densa que empaña el espejo. Le devuelves a Vivian el detalle de los besitos con un guiño varonil, el guiño clásico de Bot. Ya ni escuchas lo que te dicen por teléfono. Todo son intrascendencias, el interés general y cosas así. Te vuelves hacia el espejo para observarte de perfil, para gozar con la visión de ti mismo, de tu planta, de la rotundidad de tu virilidad, pero el vaho no te lo permite, y por eso alargas la mano y limpias el espejo, y ves en el claro que ha dejado la señal del brochazo de los dedos, la cabeza calva, las arrugas de la frente y debajo de ellas las cejas espesas, compactas, casi salvajes, que preludian la pobreza de escrúpulos en los ojos, el retrato nebuloso del poder.


Satisfecho de ti mismo, de tu estilo, de la voz grave y mesurada, y de la célebre capacidad para tomar decisiones -incluso en las más insospechadas situaciones- crees que ha llegado el momento de despachar al interlocutor con un par de frases, igual que haría el padre agobiado ante la premura del vástago al que se quita de encima con dos golpecitos en la espalda: una buena manera de decir, mira, deja de tocarme los cojones.


Llamas a Jaime, le devuelves el celular y ya libre de toda molestia, notas que la sangre empieza a fluir enérgica, engordando las cavernas de tu polla para constatar, pocos segundos después, una nueva y excelente erección, sensiblemente más consistente que la de ayer a esta misma hora.


Te metes en la bañera y, antes de posar el culo sobre el fondo, la muchacha ya te atrapa entre sus muslos y te atrae. Le besas las tetas como si pasases hambre. Se las coges con las manos abiertas, ligeramente arqueadas, en diez ganchos prensiles. (Estas cosas se hacen así, como un hombre, como los osos en celo.
)

Sabia y experta, la joven y hermosa meretriz a la que solamente tú te follas, posa las uñas encarnadas sobre tu pecho peludo y te aparta levemente en un gesto casi imperceptible, lo suficiente como para que sepas que debes dejarte hacer. Te mira con cara de niña vieja, se levanta lentamente y, una vez en pie, abre sobre la cabeza calva el arco de sus piernas. Antes de que ni siquiera puedas regodearte, tu putita decide flexionarlas muy despacio para sentarse sobre ti, sobre tu conciencia empalmada y tú, Bot, el amo, triunfas de nuevo, en un repunte de la deuda, entre gemidos primates y espasmos fingidos porque la amiguita cabalga sobre el poder y tal parece que flotase a horcajadas en la pequeña galerna de espuma y agua burbujeante que ha provocado el vaivén de las caderas, a las que te aferras como si te fuese la vida en ello.


En unos pocos segundos Vivian escucharía un leve gemido, casi miserable, amorrado a su oído, parecido al chillido de un silbato sin garbanzo, que pondría fin al coito acuático. Entonces, las manos del banquero resbalarían entre los costados, arribarían paralelas a la cintura y desde ahí, en peso muerto, caerían, y se hundirían exhaustas hasta yacer, arrugadas, en el fondo inseminado de la bañera, donde descansarían igual que un par de poderosos calamares.


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martes, 21 de febrero de 2012

El mito y la furia (X)


(Viene de aquí)
Crecer es un proceso funesto para unos; para otros supone la posibilidad de experimentar los desafíos que nos propone la vida y bla, bla, bla. Eva también habrá crecido. Me apuesto el final de esta historia –mi propio final- a que en su caso ha supuesto una tragedia. Andará por ahí, por las calles de cualquier ciudad suburbial, sin atreverse a mirar a los escaparates por no encontrarse con su silueta reflejada en el cristal, su cabello acartonado de mechas oxidadas que malvive gracias a las permanentes y el calor malsano de esos artilugios ovalados de las peluquerías con aspecto de útiles clínicos.

Eva paseará a diario su prisa y su agobio vestida de mercadillo. Madrugará y trasnochará, y todos los días de su vida los dedicará a atender al chulo de su marido y a una recua de criaturas mocosas. Porque Eva se casaría por amor y papá no lo soportó; y a pesar de que le amenazó y le avisó y le ofreció el oro y el moro y puso a su alcance una docena de lo mejorcito y más selecto de los más apuestos pijos del Levante español, ella dijo que el amor es el amor, y que o se casaba con su machote o se metía a puta. De manera que, rendido ante la testarudez de su única hija, el magnate del sorbete de limón asumió que la perdía y con todo el dolor de su corazón la desheredó: nada nuevo bajo el sol.

Desde aquella noche de San juan en El Arenal me he preguntado algunas veces si en algún momento de su vida me habrá recordado, si habrá evocado mi torpeza, mis nervios, la impostura ridícula, el plantón, aunque solo fuese para reírse a gusto junto a las amigas. No me hago ilusiones. Soy consciente de que no habré aparecido ni un mínimo instante en su memoria. No soy más para sus recuerdos que lo que pueda ser el destello de la brasa de los cigarrillos que Pepe el Largo lanzaba al mar.

Hace mucho tiempo que Eva habrá renunciado a recordar las escenas de sus días más descuidados -seguramente los más felices-. También habrá decidido no preguntarse por su presente, por su destino y el de sus hijos. Yo haría lo mismo si a la primera respuesta me encontrase con derrotas y con mi propia estupidez. No digo esto por venganza. Lo digo porque a mí también me ocurre, y la entiendo. Pero yo no me resigno. Va a llegar mi hora. ¡Vaya que si va a llegar!.. Voy a pasar cuentas, y me van a cuadrar.

Sin embargo, antes tengo que hacer recuento; inventariar todos y cada uno de los momentos acumulados a lo largo de mi vida que me han conducido como si yo fuese el objeto de un plan trazado detenida y minuciosamente por alguna fuerza perversa, oculta. He de reconstruir los momentos más significativos que han dado como resultado lo que soy, un tipo abatido por la realidad, aniquilado por la constatación de la victoria de la fealdad ante la belleza, de la mediocridad ante la inteligencia, de la mezquindad ante la generosidad, del tiempo frente a las ilusiones. Un tipo al que le han destruido alevosa y premeditadamente todos los mitos, uno tras otro, durante los sueños escritos en las noches más oscuras de la historia de mi existencia, y que ya no quiere seguir, y seguir, y seguir, día a día, como una momia que va y viene al sarcófago, con las manos muertas levantadas hacia el vacío, dirigida por una maldición milenaria contra la que parece no existir ensalmo ni poder que le permita disfrutar del puto descanso.

Por eso es necesario puntear detenidamente una a una las caídas sufridas, aunque duela, para poder conocerme mejor, para hacerme fuerte y diseñar con precisión el plan que me redima y que me permita el desquite, la venganza, y la vida plácida que ahora se permiten los que pergeñaron las mentiras sobre las que construyeron sus imperios. Lo que ha sido bueno para ellos también lo es para mí. Es mi turno, y voy a actuar sin contemplaciones.

Voy a proceder igual que ha guiado su vida Indalecio Bot desde que tuvo uso de razón (A los pocos amigos con que se relaciona les permite llamarle In, y solamente en momentos muy escogidos). Tengo que conocerle bien. Si me es posible, hablaré con él, analizaré los secretos de su existencia, de su triunfo. Sé algo de sus orígenes. Su padre fue el clásico self man sin escrúpulos. Indalecio, el hijo de su padre, el obscuro y secreto objeto de mis deseos, no se casó enamorado, como Eva, la tonta de Eva.

Cuando eres In Bot, eres el amo, y te ríes del amor. El mundo que te interesa, el único que existe, se reduce a la cuenta de resultados y a los espacios que pisas, que suelen estar a salvo de lugares, no ya desagradables, sino sencillamente cotidianos, entre otras cosas porque la calle, sus transeúntes y lo que sucede en ella te la suda. En cualquier ciudad del país siempre tienes a punto una guarida decente, espaciosa, lujosamente amueblada.

Imaginemos, por ejemplo, Barcelona, tu apartamento de Barcelona, allá arriba, en el ático más espacioso del Paseo de Gracia. Te apeas del Lexus y sin pisar la acera -porque pisas una alfombra verde cubierta por un toldo púrpura, como si fuera un palio de postín que cubrirá tu calva poderosa hasta que entres en el portal del edificio- te saluda el portero vestido de librea con una reverencia estudiada, una genuflexión contemporánea.

Sin necesidad de que llames a la puerta te abre Amparo, toda vestida de negro, con un traje cerrado, oscuro, rematado en el cuello con un broche plateado similar al que viste la señora Danvers, el ama de llaves de ‘Rebeca’, porque eres un cinéfilo en la intimidad y te gusta que solo con abrir las puertas de tus moradas, tus visitas lo valoren y se den cuenta de que eres algo más que un banquero, de que eres un humanista.

Amparo -severa, una gran profesional- te da la bienvenida con una ligera inclinación de cabeza y te dice que ya está todo listo; el baño como le gusta al señor. También me he permitido llamar a Vivian porque sé que es del agrado del señor y ya le espera impaciente. Es posible que entonces le des las gracias a Amparo, aunque no tienes porqué. Mientras tanto Vivian, la muchacha que ayer te la chupó con fruición en el jacuzzi, se lima descuidada las uñas, ya desnuda, entre burbujas perfumadas.

Entonces entras en el cuarto de baño, la ves, te mira mimosa, como gatita de angora arrugando el hocico y sin atropellarte, con la calma segura del amo consciente de la propiedad de la esclava, te desnudas, soslayas en el espejo tu propio perfil, y justo cuando vas a emprender los tres pasos hacia la gran bañera semicircular, Jaime, tu asistente, llama a la puerta sin osar cruzar el umbral. Levanta lo justo la voz y te avisa de que tienes esperando al presidente. Tu preguntas que cuál y Jaime te dice que el europeo.

Esbozas un mueca leve, desdeñosa; un gesto que te ahorra la expresión verbal de fastidio y que significa ¡Qué cruz!. Al instante, la mano huesuda de Jaime asoma por el hueco de la puerta entornada. Coges el celular y Vivian se divierte escuchando lo que dices, chapoteando el agua, reclamando traviesa tu incorporación moviendo hacia sí misma el dedito índice; abriendo las piernas, bellas piernas, interminables, elevándolas hasta erguirse totalmente verticales desde las caderas hasta los dedos de sus pies, en toda la inabarcable longitud por la que resbala el agua tibia en gotas sinuosas hacia el coño solícito.

(Continua aquí)

martes, 14 de febrero de 2012

Carta abierta al profesor Vicenç Navarro



Profesor:

Probablemente nunca llegue a leer esta carta y, por tanto, el hecho de escribirla se convierte automáticamente en un sinsentido. De todos modos, me da exactamente igual, porque también están llenas de sinsentido todas las acciones que hasta ahora se han puesto en marcha para intentar detener el curso de los acontecimientos que se vienen sucediendo de un tiempo a esta parte y que en los últimos días adquieren una velocidad de vértigo.

En poco más de unos meses, el gran poder financiero, los políticos a los que hemos delegado la soberanía nacional, aupados con el voto de casi 10 millones de personas, y la pasividad política de otras tantas, han propiciado la aniquilación histórica de los derechos de los trabajadores y el derrumbe de los pilares del llamado Estado del Bienestar.

Por otro lado, gracias al resultado de algunos procesos judiciales, hemos podido comprobar, por si a alguien le quedaba todavía alguna duda, para quién y con qué fines actúa la Justicia en España.

De manera que el mapa de la situación no es otro que un poder ejecutivo que trabaja como si de un consejo de administración se tratase; un poder legislativo que actúa como una asamblea de accionistas y un poder judicial que impide la fiscalización de actividades que son, a todas luces y descaradamente delictivas, y que condena a quien las persigue. Con lo cual, el pueblo español se encuentra en este presente concreto en una situación de indefensión que no se daba desde la dictadura de Franco. Vivimos en un Estado de Excepción.

Y ante este panorama, los partidos tradicionales de izquierdas, aquellos en los que los más débiles podrían confiar su destino y su bienestar, están desarbolados, vacíos de ideas, sobrepasados por la Historia, sin la legitimidad ni la credibilidad necesaria como para hacer frente a lo que se nos está viniendo encima.

Por tanto, se produce entre la mayor parte de la sociedad una sensación de orfandad y desorientación cuyas consecuencias a medio plazo aprovechará el primer mercachifle demagogo que aparezca y que se ganará la confianza de las personas con un discurso tan atractivo como peligroso.

De ahí que me dirija a usted, y a otros como usted, inteligencias claras y racionales, capaces de vertebrar de verdad, eficazmente, un espacio de organización política en la que los trabajadores y las trabajadoras españoles encontremos una herramienta con la que hacer frente a este auténtico golpe de estado legal; una herramienta que genere una alternativa política creíble, basada en la realidad, en el respeto escrupuloso a los derechos humanos y con la que seamos capaces de recuperar la Historia.

Más allá de su valiosísimo trabajo intelectual, -que admiro- las personas que creemos en la construcción de una sociedad más justa necesitamos el liderazgo político de un grupo de personas, capaces, preparadas y con las ideas bien enfocadas. Sin su participación efectiva en la política española, estamos cada vez más cerca de una nueva era de oscuridad y de sometimiento.

Estamos muy solos, profesor Navarro.

martes, 7 de febrero de 2012

A distancia


L
eo “Público” mientras nieva. Estaba trabajando y al ver que caía tan fuerte me he imaginado durmiendo en un gimnasio. Así es que me he escapado a casa cinco horas antes de lo habitual. Estoy en un bar tomando un caldito bien caliente, frente a un gran ventanal. Los copos caen libres, como yo ahora, que me dejo caer sobre el mundo, sobre el mundo impreso, negro sobre blanco.

“Público” viene hoy jugoso, con noticias de lo más sorprendente. Por ejemplo, que Camps el amiguito del alma que ha perdido un huevo de tanto querer, intercedió hace muy poco tiempo entre la CAM y la gloriosa hermandad de La Macarena sevillana con el fin de que aquélla le regalase más de un millón de euros para reformar el museo de la virgencita guapa, guapa, guapa y olé. El hermano mayor de la hermandad, un tal Ruiz Cárdenas, consiguió para el mismo fin otros 300.000 euros beatificados por el Ayuntamiento de Sevilla. Dos años antes, la generosa CAM había regalado a los cofrades guapos, guapos, guapos, 40.000 euritos más. Poco después, según explica el periodista Ángel Muñáriz, el Tribunal Superior de Justicia de Madrid obligó al Estado a abonar a la humilde hermandad otro milloncejo del ala en concepto de una subvención que el Partido Popular le concedió cuando gobernaba y que el PSOE les retiró al ganar las elecciones.

Más cositas, que todavía cae con fuerza. Jordi Castellet, hasta hace poco párroco de San Hipòlit de Voltregà, un pueblecito barcelonés de poco más de 3.000 habitantes, ha sido cesado porque en los últimos dos años ha estado invirtiendo en acciones de RUMASA más de 200.000 euros procedentes de donativos de sus feligreses. Castellet alega en su descargo que gracias a las inversiones que ha realizado durante toda su trayectoria finacieroteológica, ha promovido obras por un valor próximo al millón y medio de euros en las parroquias donde ha predicado. Se rumorea en el obispado que, dado su buen ojo para la bolsa y la cosa inmobiliaria, el joven rector seguramente es, o ha sido, devoto de Santa Lucía, pero esta es una maldad mía, una ocurrencia con la que yo me río.

No tiene pinta de escampar. Ahora los copos caen racheados. El caldito está en su punto de sal. A veces cojo el cuenco y lo mantengo durante unos segundos entre las manos para calentármelas. Bebo otro sorbo, me relamo y pienso con mucha fuerza -como si realmente fuese a suceder- que esto es lo que quiero hacer durante toda mi vida, leer mientras veo nevar bebiendo un caldito.

Unos científicos norteamericanos que deben ser amantísimos esposos, amantísimos padres y seguramente piadosos creyentes, han inventado una bala que cambia el rumbo si el blanco al que el pistolero ha apuntado se mueve para escapar de la muerte. La bala funciona igual que los misiles inteligentes y es capaz de acertar a todo lo que se menee a una milla de distancia. Solamente hay que ser habilidoso y tener puntería para marcar con luz láser el lugar del cuerpo donde queremos que se clave y reviente y desangre para que efectivamente mate.

Me fumaría un cigarrillo, pero hace ya más de cinco años que lo he dejado y, además, en la calle hace un frío que pela. Ahora los copos han engordado, flotan unos segundos en el aire gris y se posan sobre el suelo, sobre un árbol seco, o se camuflan sobre el pelo de una anciana a la que envidio porque hace unos minutos ha salido a fumar. He decidido que volveré a fumar en cuanto me vea envejecer.

Han descubierto que el macho de la araña malabarensis, cuando copula, se deja el pedipalpo* completo dentro de la hembra y se escapa a todo correr para salvar la vida porque las hembras arañas suelen liquidar al macho inmediatamente después del coito. Según cuenta “Público”, el macho malabarensis es un prodigio evolutivo porque una vez lejos del peligro, después de su huida, su pedipalpo eyacula y eyacula y eyacula todo su depósito seminal en el interior de la hembra, de manera que se puede decir que el bicho se reproduce por control remoto.

Ya no hay más caldo, pero sigue nevando. En el cuenco solamente queda el anillo de grasa que circunda el borde. La nieve ha cuajado. Hay un espesor de unos cinco centímetros. Un gorrión tonto la picotea. El muy estúpido creerá que han pavimentado el suelo con miga de pan. Deja marcadas las huellitas de sus uñas sin hundirse, da tres saltos y al cuarto vuela hasta el alero. Echo de menos unos carámbanos colgando del tejado, amenazando con caer. A este paso, el rastro del pájaro habrá desaparecido antes de que yo me levante y me vaya.

Me hubiese gustado escribir algo particular para cada una de las noticias, pero me he dado cuenta de que en realidad cuentan lo mismo. Aunque no sepa explicarlo, las cuatro contienen algo más que una araña que folla a distancia, o que una bala que mata a distancia, o que un cura que se enriquece a distancia, o que una virgen que se viste a distancia. Algo más que la distancia insignificante que separa a una alimaña invertebrada -a la que aplastaríamos sin contemplaciones- de una panda de chupa levitas, de un cura, de un político, de un científico, o de la mismísima especie humana. Algo más que la distancia que separa un extraordinario día de frío de la obligación laboral diaria.

* Propongo a las autoridades lingüísticas y científicas que llamen pedipalpo al pene humano: Qué pedipalpo tan grande tienes, o qué pedipalpo tan rico tienes, tu pedipalpo es insaciable, o no
me toquen el pedipalpo, etc ...

miércoles, 1 de febrero de 2012

El mito y la furia (IX)


(Viene de aquí)


En El Arenal ocurrió de todo, menos lo que yo esperaba, o deseaba, o preveía. Estuve muy cerca de estrenarme en la noche de San Juan. Nos metimos todos, en tropel, en una discoteca. Serían más o menos, las cuatro de la madrugada. Harto de bailar, de mirar, de beber, de acercarme a feas y a guapas y de no captar la atención de unas ni de otras, opté por sentarme a fumar en una butaca. Sonaba Police, y después Christopher Cross, y después los Dire Straits, y a continuación Pino D'Angio y también los llena-pistas Trio y su Da, Da, Da.

Sorprendentemente, cuando ya empezaba a dudar seriamente sobre mi orientación sexual y la de todas las allí presentes, a los cinco minutos de sentarme se me acercó una muchacha alta, de pelo largo y creo que negro. No estoy seguro, porque a causa de los focos y de los efectos de luminotecnia, a veces parecía verde, otras fucsia y a ratos rojo. Sí que recuerdo perfectamente sus ojos, grandes, oscuros, profusamente pintados, con sombras exageradas, y también que era muy guapa; era, lo que llamábamos una tía buena. Me dijo que me había visto bailar y que le enseñase a hacer un paso que le había gustado. Le pregunté cual. Ella se dio la vuelta y empezó a contonearse de espaldas, rozando su cuerpo con el mío. A mí me parecía que yo no había bailado así en la vida, sin embargo balbucí que lo hacía muy bien y que si practicaba podría llegar a hacerlo igual que yo.

De repente se detuvo, se colocó frente a mí, muy cerca, me rodeó con sus brazos y sin mediar palabra me dio el beso más húmedo que hasta la fecha nadie me había dado. El pelo, suave y largo como un velo, le olía a una mezcla de pachuli y Winston. Me empujó levemente con la mano izquierda en el hombro y caí a la butaca e inmediatamente se sentó sobre mí a horcajadas. Vestía un camiseta de tirantes muy fina, de amplio escote y color indefinido, y una de aquellas faldas blancas ibicencas -el último vestigio de la moda hippy que languidecía- de manera que al sentarse sobre mí pude percibir inmediatamente, en todo su esplendor, la suavidad y la blandura más íntima de aquella musa aparecida como por clemencia divina en la noche insular, porque percibía su sexo sobre el mío como si la tela de mis vaqueros se hubiese unido a mi piel o en realidad fuese mi piel.

El roce, la certeza de saber lo que lo originaba y el peso completo de aquel hermoso cuerpo sobre mí me producía una impaciencia extrema, un placer intenso, reventón, una sensación que en aquel instante no sabía si era más próxima al gusto o estaba más cerca del dolor. A causa de la erección casi insoportable que experimenté tuve la necesidad imperiosa de recolocarme el pene introduciendo subrepticiamente la mano entre el slip hasta dejarlo en la posición vertical que me exigía, a pocos milímetros de asomar desbocado entre mi ombligo y los pantalones. Ella se percató de la maniobra y sonrió débilmente. Me cogió la cara, se abalanzó sobre mi boca y estuvo besándome casi un cuarto de hora sin parar. A veces, yo le tocaba las tetas, y mientras las lenguas iban i venían igual que anguilas dentro de bolsas llenas de agua, yo respiraba por la nariz los gemidos atrapados.

A los diez minutos nos tomamos un respiro y ella me pidió un cigarrillo. Fumamos los dos. Nos dijimos los nombres. Al saber el mío rompió a reír. “Tu y yo poblaremos el mundo querido Adan, y mancillaremos el paraíso prohibido”. Ninguna de mis amigas jamás me había hablado así. Al percatarse de que a consecuencia de su frase me había quedado medio alelado, rió de nuevo, pero esta vez un tanto desdeñosa, con cierto tonito de desprecio. “Es que yo me llamo Eva” y a mi entonces no se me ocurrió más que un ¡ah! y después otro ¡ah! y una carcajada forzada, espasmódica, casi más próxima a un quejido de vergüenza que a la risa. Mientras, ella devoraba el cigarrillo en largas caladas, que expelía sonoramente cerrando los ojos y levantando la cabeza hacia las luces de la discoteca. Eva -según me dijo- también hacía el viaje de fin de curso. Venía de Valencia. Con una voz demasiado rasgada para su edad me estuvo explicando que era hija de L.S., famoso industrial secuestrado por ETA un año antes, fundador y dueño de una famosa fábrica de helados. Yo, tan proclive a la mitomanía, a la admiración de la celebridad, fuese cual fuese su motivo, en esa ocasión no me sentí en absoluto impresionado. Lo que de verdad me tenía impresionado era su maestría para el beso largo, para el auténtico y genuino beso de fondo, y la habilidad para, en el momento del beso, cubrir los rostros de ambos con su larga cabellera camaleónica, y con el aroma fuerte de su cuerpo, un mezcla salvaje de sudor dulce, tabaco rubio americano y colonia silvestre que provocaba un efecto de aislamiento, de espacio reservado y opaco en el que ni la luz ni las miradas de nadie podían entrar: Adan y Eva, solos, en la estridencia loca de un lugar donde se hacinaban cientos de jóvenes, al ritmo del Da, Da, Da.

Cuando terminamos nuestros cigarrillos me dispuse de nuevo a besarla. Pero justo en ese momento apareció por aquel rincón aparentemente discreto de la discoteca una amiga, la famosa amiga inoportuna que pululaba por todas las discotecas del país. Se acercó a ella sin saludarme, le dijo algo al oído y la bella y rica heredera del bombón helado descabalgó. Ya de pie me dijo que, si yo quería, nos veíamos dentro de una media hora en la playa del balneario 8, justo al lado de los patines y de las barcas. “Claro”, le respondí con tono de rompebragas experto. Aquel lugar no estaba demasiado lejos, de manera que así quedamos. Eva me lanzó un beso con la mano y me guiñó. Yo me despedí diciendo “hasta ahora” saludando con la mano abierta, como quien se despide de su tía.

No me lo podía creer. Si Eva me había citado en la playa, de madrugada, después de la sesión de morreos y magreos que habíamos tenido, es que tenía intención de llegar conmigo hasta el final. Aquella era la noche, aquel era mi momento; yo, Adan, comería por vez primera el fruto del árbol prohibido, saborearía las mieles del placer, experimentaría los misteriosos efectos que producen los interiores insondables del cuerpo de una mujer. Así que un par de minutos después, una vez repuesto de la agitación, salí de aquel lugar en dirección a mi cita, directo a mi encuentro con Eva. Allí esperé paciente más de media hora, fumando apoyado contra el tobogán de un patín. Ya no había luna. Faltaba muy poco para el amanecer. Miraba el reloj y miraba hacia el mar. Me hubiese gustado pensar que la oscuridad del mar inmenso me recordaba los ojos de Eva, pero no se me ocurrió, se me ocurre ahora. Cuadrillas de estudiantes borrachos cantaban y gritaban como energúmenos corriendo y mojándose los unos a los otros. A mi espalda, a tres patines de distancia, dos parejas follaban tumbadas sobre la arena al abrigo de las embarcaciones. Frente a mí, sentados en la orilla de la playa, dos tipos fumaban casi sin moverse. Fumaban y miraban hacia dentro del mar. Uno de ellos se levantó, tiró la colilla en una parábola perfecta, cogió una piedra y la lanzó al agua. Aquel estilo me era familiar. También me era familiar su silueta, la complexión de su sombra. ¡Claro que sí! ¡Aquel no era otro que Tito, el mismísimo Tito Gálvez! Y el que estaba con él no podía ser otro que El Largo, Pepe El largo. Me acerqué y les llamé por su nombre. “¡Coño, Pepe, mira quién aparece, si es Adan!. ¿Qué haces aquí? “, me preguntó Tito. “ Pues mira, aguantando el plantón que me han dado”, respondí. “¡Ja!. ¿Has oído Pepe?. ¡Qué pringao!”. “Si, qué pringao”, respondió El Largo, casi sin ganas. “¿Y vosotros?¿Lleváis mucho tiempo aquí?” les pregunté. “Yo poco más de una hora, pero este más. Ya se ha hecho dos pajas. Por lo menos llevará aquí casi hora y media” espetó Tito. “¡Sí señor!. Nosotros también hemos pringao; pringaos a base de bien. ¡Qué jodida valenciana. Con los buena que estaba.!”, añadió Pepe mientras se frotaba la entrepierna.“ Sí, buena, buena, lo que se dice buena de verdad. En mi vida he visto una tía así” dije yo.

Des del final de la madrugada llegaron dos olas a la arena, casi sin fuerza, sin apenas espuma, y durante ese espacio de tiempo nadie dijo nada. Entonces nos miramos los tres y nos pusimos a reír a carcajadas.


Estuvimos en la playa fumando sin parar hasta que despuntó el día. Cuando se acabaron los cigarrillos nos levantamos y nos fuimos al hotel. Cada diez pasos, Pepe carraspeaba, escupía y evocaba en voz alta a nuestra sirena colectiva con expresivos epítetos. Tito y yo no decíamos nada; bastante teníamos con arrastrar por el paseo interminable nuestras gónadas en silencio. Cuando llegamos ya servían el desayuno. Subí directamente a la habitación y me masturbé husmeando como un perro el rastro del aroma transpirado de Eva. Después me quedé dormido. Estuve durmiendo todo el día. No recuerdo si soñé.

(Continua aquí)