martes, 31 de julio de 2018

O lo tomas o lo coges



Coger un taxi en México sería el equivalente a follárselo en España. En México y en el resto del mundo un taxi se toma, pero aquí lo único que tomamos es el café de las 10, la caña de la una y los gintonics de la noche.  Y es que, a diferencia del resto del mundo,  en España nunca  tomamos nada y todo lo cogemos. Las vacaciones, el tren, el avión, el vuelo, el atajo,  el autobús,  el puente del Pilar , un resfriado, una infección, el bolso, los billetes… 

Probablamente en su modo indicativo, tiempo presente y primera persona  del singular no exista en español un verbo tan feo como coger. Su sonido es tan desagradable que puede producir carraspera y, en gargantas fumadoras, incluso  espontáneos y espesos esputos.

En español yo soy incapaz de encontrar una relación que sea medianamente  intuitiva  o visible entre  tomar y coger. No son verbos sinónimos ni por aproximación. Podría haber cierta equivalencia entre el uso activo imperativo de la acción tomar y la aceptación de quien nos invita a coger. ¡Toma! ¡Gracias, ya lo cojo! 

También tomamos  esposo o esposa en las ceremonias nupciales y según la santa madre iglesia, ese  tomar  lleva implícito el permiso para coger. 

El otro día ensayaba el comprometedor salteado de espárragos trigueros con golpe de muñeca. Después de tres intentos, conseguí  mantener  todos los pedacitos verdes  dentro de  la sartén y, exultante y orgulloso de mi hazaña, solté un exultante ¡toma ya! Esa misma exclamación es la que utilizo cuando lanzo de gancho un papel arrugado desde una distancia de cinco metros y lo encesto limpiamente  en la papelera o gano un órdago a la chica con un as y un cuatro. Son momentos para grandes y escandalosos ¡Toma ya!

Estos días está complicado tomar un taxi porque Uber se ha cogido el negocio, y también a los taxistas. Llamar a un taxi, subirse, indicarle  al conductor que nos traslade a un lugar determinado, y compartir con un completo desconocido  los minutos que transcurre la carrera  en ese espacio mínimo que supone  un coche, no deja de ser un acto de suma  confianza. Al fin y al cabo lo que hacemos es ponernos en manos de alguien que nos facilita, por un puñado de euros, ni más menos que nuestro  destino. Nunca nadie dio tanto por tan poco. 

Uber o cualquiera de esas plataformas en litigio también, pero se mire por donde se mire,  no es lo mismo. Esos vehículos de alta gama conducidos por pobres esclavos bien vestidos aparecen después de utilizar algo tan prosaico  y vulgar como un teléfono móvil, y una app, y nos ofrecen   la certidumbre, la disponibilidad  y la comodidad, y sobre todo el sueño proletario de poseer un chófer solícito, uniformado,  que solo habla si nosotros se lo pedimos y siempre nos da la razón.

El taxi, en cambio, nos pide guerra. Con el taxi le tomamos el pulso a la ciudad. El taxi es pícaro, imprudente y rebelde. El taxi es nosotros. El taxi huele. El taxi suena. Entre el taxi y su cliente no hay distancias, ni tapujos, ni la apariencia limusínica , ni medias verdades. El taxi viste igual que nosotros,  es simpático o antipático, esmerado o  desagradable, cálido o frío, servicial o borde. Y lo más importante: quien de verdad nos ofrece un destino es el taxi, porque lo encontramos en medio de la calle, a la intemperie, o aguardando paciente que le toque el turno de servicio en una larga cola junto a una estación, o un aeropuerto, que son esos otros lugares donde nacen y mueren los destinos. 

De hecho, en rigor, nadie coge un Úber. Ni siquiera  toma un Uber. Quien viaja en un coche Uber  previamente ha comprado un smartphone,  ha pagado una cuota telefónica, se ha bajado Uber, le ha regalado sus datos personales a Uber, se ha  registrado en Uber y a continuación   ha pedido, solicitado o  concertado  un  esclavo de Uber  y, en ese proceso, acrecienta el negocio de esclavitud colaborativa que es Uber. De modo que ¿cómo voy a confiar mi destino a un explotador  como Uber? ¡A  tomar por culo, Uber!. Aunque me duelan las amígdalas, ¡yo cojo taxi!

martes, 24 de julio de 2018

¡Abuelito, dime tú!



La traslación del insulto, del taco o de la expresión gruesa a otro idioma debe  ser uno de los retos mayores para un traductor. Quizás  el inglés sea el más versátil. Con un sencillo y rotundo  fuck uno tiene para cualquier situación que se le presente en  la vida. 

Hablo por hablar, indocumentado, como casi siempre, pero me da en la nariz que en  las lenguas latinas proliferan especialmente la palabrota, el requiebro grosero o  la blasfemia  y  que en comparación con otras familias lingüísticas, el italiano, el portugués, el rumano, el gallego, el  catalán y al español  son mucho más diversas en este aspecto. Al francés no lo tengo en cuenta, porque en francés todo suena dulce, amoroso, elegante, meloso,  Piaf, y así no hay quien insulte con garantías. 

A este respecto, el español y el catalán  son  especialmente creativos, de tal manera que podríamos llegar a  organizar y distribuir nuestro  inventario de improperios en grandes campos semánticos. Así, por ejemplo, tendríamos  en la escatología el apartado más socorrido, que incluiría una amplia gama de mierdas, excrecencias y defecaciones aplicadas a todo tipo de situaciones y personas sobre las que nos posicionamos convenientemente  con un verbo  del todo imprescindible, que no es otro que cagar. Arturo Pérez Reverte, el escritor más  cipotudo a este lado de los Pirineos,  gusta de la forma arcaica ciscar. Una y otra son útiles y válidas. 

Los genitales y sus correspondientes variaciones partiendo  de su uso y abuso  también no ofrecen una  amplia gama de expresiones vituperiosas. No voy a poner ejemplos, pero en estos casos el verbo monosílabo  ir  en su modo imperativo es más que recomendable. El conocimiento de las profesiones relacionadas con la práctica del sexo, de las orientaciones y los gustos sexuales de cada cual y de las mil y una destrezas habidas y por haber también ayuda a encontrar el insulto adecuado para cada momento. 

Después, en este humilde ranking de la semántica invectiva  tendríamos que honorar con un merecido tercer puesto  el santoral y todo  lo más sagrado, nuestros dioses y vírgenes, nuestros mitos sacros, aquello que tememos y adoramos  pero que al mismo tiempo maldecimos cuando no nos vienen bien dadas o sencillamente cuando nos da la gana, como ejercicio  efectivo de socialización tabernícola. 

De hecho, la sagrada forma que comulgamos los creyentes se ha convertido en una muletilla  habitual entre todos los hablantes a uno y otro lado del Ebro, y el sustantivo que la nombra se utiliza como expresión de admiración, de sorpresa o de amenaza; sinónimo de golpe, puñetazo o soplamocos;  batacazo y tropiezo; accidente y morrazo. En Valencia, Doña Rita que en paz descanse, la convirtió en sinónimo de fracaso electoral. También es habitual escuchar de boca  patricia o  plebeya  la palabra con la que se designa  a la divina  oblea  junto al verbo imperial de la afrenta,  ya mencionado en otro párrafo al inicio de este somero y riguroso análisis.


Los futbolistas, esa aristocracia cultivada  y humanista a la que ufanos y generosos  perdonamos sus impuestos,  son unos grandes insultadores de lo sagrado. No hay que estar muy atentos a las pantallas para sorprenderles ciscarse hacia el cielo con grandes abrimientos de boca, unas veces en la hostia, y otras en la puta, si yerran un lance  o ven el color rojo de la cartulina que  les muestra el árbitro enérgico, poderoso, igual que un Moisés levantando sobre el monte Sinaí  las tablas de ley. 

Las zonas interiores, tanto de España como de Cataluña son prolijas y especialmente imaginativas a este respecto. Para comprobarlo, no hay más que asistir a misa de doce un domingo y después seguir a los feligreses a cualquiera de las tabernas del pueblo y observar como se transforman de recogidos y beatos parroquianos a blasfemos e irreverentes sacrílegos  en el tiempo que tardan en completar el trayecto que separa  la Iglesia del bar. En este sentido me voy a ahorrar la tarea de escribir algún ejemplo porque podría dañar la sensibilidad de algunos. 

Hay un cuarto grupo temático de los insultos protagonizado  por  alimentos. A  saber, frutas y verduras; pescados y aves, o  mamíferos de todo pelaje son habituales y muy  útiles para escarnecer al prójimo con comparaciones y símiles ultramarinos, desde los que lucen cornamenta, pasando por los que ostentan la fama de sucios hasta los que  la historia les ha colocado algún tipo de  sambenito poco agraciado debido a su aspecto o sus costumbres. 

La leche es, posiblemente, uno de los alimentos que más y mejor se utilizan en español. Y no deja de ser curioso que esto sea así. Rastrear el origen de esta costumbre idiomática seguramente nos proporcionaría algunas sorpresas curiosas. Porque  ¿A qué viene eso de cagarse en la leche? ¿Qué nos ha hecho la leche? ¿Acaso no  estamos  vivos y criados gracias a la leche?  ¿Y por qué la leche que le dieron? ¿Es que hay leches buenas y leches malas? ¿Por qué ¡Ay, la leche!? ¿Tener mala suerte es lo mismo que tener mala leche? ¿Ser un borde antipático supone tener mala leche? ¿A qué leche nos referimos? ¿Tiene  piernas la leche? ¿Anda la leche?  ¿Te caes y te das una leche? Y sobre todo, lo que más me preocupa: ¿Cómo traduzco al inglés estas expresiones? ¿Es que los americanos y los británicos no tienen mala leche? ¿Sería correcto  decir fuck the milk, o mejor decir  I shit in milk? ¿Es que quizá Trump y May aman la leche y nosotros no?¿Es este un signo inequívoco de la supremacía de la cultura anglosajona sobre la latina? ¿Los romanos se cagaban en la leche? ¿Alguien ha encontrado en la obra de Plinio el Viejo la frase ego cacas in lac? 

Todo son interrogantes de difícil respuesta para un indocumentado como yo. Aunque de algo sí que estoy seguro. En catalán y en español puedes decir que alguien tiene mala leche . Sin embargo, las demás variantes y usos lácteos  que proporciona el español no son trasladables a la lengua de Pompeu Fabra, que no aceptan una traducción literal láctica. Es decir, en Cataluña la leche no anda, ni nadie que se cae se da una leche. Y sobre todo, y ante todo, nadie se caga en la leche. 

Aquí, igual que más allá de  Fraga o en Jerez de la Frontera, nos cagamos en el altísimo a todas horas, en la puta, en la santísima oblea  o  en nuestros progenitores, pero en la leche, ¡nunca!.  De ahí que muy poca gente haya interpretado correctamente el consejo de la eximia consellera de agricultura y ganadería de la Generalitat de Catalunya,Teresa Jordà, quien ha proclamado a los cuatro vientos pirenaicos los beneficios salutíferos de beber leche cruda catalana, al más puro estilo estilo  Heidi, con el argumento de que los catalanes mantenemos mejor que nadie la leche limpia de polvo y paja, y nuestras vacas catalanas, tan asépticas, la producen libre de bacterias porque se crían, pacen y pasan sus días de vaca  en granjas tan limpias y desinfectadas que las podríamos lamer sin temor a infección alguna.

Habría que abrir un apartado semántico con la finalidad de poder  definir al modo ibérico la ignorancia y la estupidez política. Acudiremos al amplio subgrupo animal. El célebre ruc  català podría servir. Pero, ¡abuelito!,¡ dime  tu!  ¿cómo señalar y denunciar más allá de la buena educación  la irresponsabilidad?  Muy fácil, con un poco de inglés, asunto resuelto: ¡Fuck!

lunes, 9 de julio de 2018

Trigo



Miro los campos que camino al atardecer y al amanecer, cuando la luz es occipital y conecta la realidad con los recuerdos del día o de la noche, descubriendo los colores y las formas, el perfil de las montañas azuladas, el canto nítido de los vencejos sobrevolando el silencio, la tonalidad precisa del  olor puro de la mañana y  el aroma a yerba, y a la tierra del crepúsculo silencioso, del alba recién parida, que clausuran y alientan la vida entre soles encarnados y lunas blancas.


Es verano y el sol ya ha tostado el trigo. Hace unos meses, estas amplias extensiones de campos cultivados que ahora atravieso eran de un verde infinito, interrumpido por las  lindes recosidas de robles, encinas y álamos, refugio y emboscada del cárabo que acecha.


Me gusta el trigo. La espiga del trigo, la hoja del trigo, el tallo esbelto y flexible del trigo, el grano minúsculo,  la mies dorada, el pan, el alimento, la fertilidad, el esfuerzo del hombre por ganarse la confianza y la generosidad de la tierra.


El trigo es la historia milenaria de la huella humana. El trigo es lucha, codicia y revolución.


El trigo se cimbrea en olas de espigas que crecen aunadas. Es difícil no caer a la tentación de posar la mano sobre las  que alcanzamos al borde del camino y sentir la caricia de sus aristas, o imaginar que al hacerlo uno tiene el poder del viento, o de los dioses, y que en ese gesto de sencillez poderosa se transmite  la danza ondulante de todo el campo que sobrevuela nuestro recuerdo cuando nace la luz o expira el día.


El trigo se siembra.
El trigo se  ahíja y se encaña.
El trigo se siega.
El trigo se sufre
              se acarrea,
               y se trilla.
              El trigo se avienta.
              El trigo se huele, se muele y se hornea.
El trigo me acuna
sobre aquellos campos azules,
bajo aquel sol de la infancia