lunes, 18 de diciembre de 2017

Seminario de política



A priori, no lo hagas si no estás dispuesto a mentir. 

Y es que, por muy noble que sea tu causa, la mentira será tu herramienta, y la justificarás porque, según tu parecer y gracias a  la generosidad de tus esfuerzos,   me  beneficiará.

Pero yo no quiero que me mientas,  porque si mientes una sola vez por mi bien y te  descubro, no podré confiar nunca más en ti, y los beneficios que disfruté  gracias a tu mentira me convertirán en peor persona, usufructuaria de tus embustes. 

Solamente confiaré en ti si me dices siempre la verdad, aunque no me guste, aunque  no coincida con mis deseos. Si es así, estaré a tu lado, razonablemente ilusionado, cargado de   toda la esperanza que nos permita la complejidad de la vida.

De manera que ya lo sabes. Si no estás dispuesto a engañar, entonces hazlo, da el paso, y pídeme que vaya a tu lado, y explícame con calma y sosiego qué planes tienes para todos  nosotros, cómo crees que podremos  reconstruir el mundo, hacia qué tipo de  utopías me invitas a  caminar.
Pero sobre todo no me mientas, porque no hay sueños después de la mentira. Solamente  más mentiras. 

Es cierto, tienes razón. Si estás dispuesto a mentir, otros muchos andarán contigo. Inicialmente con paso ingenuo, confiados. Al poco, al constatar las primeras sospechas de tu cuento, titubeantes,  un tanto desconcertados. Y cuando ya sea demasiado tarde para volver y  ya  no puedas vislumbrar el inicio del camino, verás tras de  ti  tu propia creación,  una masa incondicional de cómplices  de tu mentira que, a sabiendas de que  siguen a un farsante,  te animará a seguir con paso firme hacia el lugar donde tú sabías que no había nada. 

Entonces comprenderás las consecuencias de  tu  obra. Pero será  en vano, porque  no te quedará más remedio que seguir  y aceptar  el destino que  tú  mismo trazaste  con las palabras de aquella primera  mentira, que surgió  por nuestro bien y que, a  la postre,  nos ha convertido  en alguien muy parecido a ti. 

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Mr. Brundish



Necesitaría un nombre, pero me basta con recordar su apellido, porque se ha convertido en una referencia, en alguien a quien por fin puedo admirar abiertamente,  con orgullo, aunque únicamente lo haga dentro del pensamiento,  en el espacio que solo yo ocupo, al que nadie entra, prohibido el paso, no llame a la puerta, no marque mi número de teléfono, estoy aquí, solo, dentro de mí, pero no estoy para nadie, porque el único mundo que deseo habitar es el de los libros, Bradbury, siempre Bradbury,  quiero más de Bradbury, y Nabokov. Por favor, nada más de las hermanas Bronte.

Porque he encontrado alguien con quien soñar, con quien compartir literalmente mi creciente misantropía, la belleza de una página, la voluntad de la autenticidad, la coherencia, el desdén de lo vulgar, la intransigencia ante la hipocresía y la mentira, pero también, y sobre todo,  el amor a lo más humano, el deleite ante el arte de contar, la pasión literaria,  la búsqueda del conocimiento, el silencio, la soledad, el olor del papel. La sorpresa  ante  el hallazgo del coraje que late y persevera en una piel sencilla, transparente y humilde,  pura, radicalmente bella; ante el encuentro insospechado de un alma gemela capaz de acometer la hazaña de una heroína,  más que una simple comerciante, más que la tímida y educada proveedora de historias. 

Del mismo modo que él la encuentra,  yo le he encontrado en el centro de una historia que nunca pretendió protagonizar, porque todos sus días transcurrían en la más absoluta soledad, apartado de todo y de todos, autoexiliado en defensa  propia,  arropado entre  metáforas, símbolos, imágenes y criaturas eternas,  hasta que aparece Florence y una causa legítima, genuina y justa por la que luchar, aunque sea lo último que haga en la vida, aunque la derrota previsible llegue con el  final de la batalla, la última y única batalla por la que merece la pena tomar de nuevo las armas, la batalla por la dignidad, independientemente del lugar donde se establezca; una librería, por ejemplo.

Mr. Brundish, gracias por existir, sé que ahora no estoy solo.