lunes, 26 de enero de 2009

Marías, Obama y La Eesperanza


En España no ha proliferado la literatura de espías. Tenemos nuestros Anacletos, Mortadelos, Filemones, Superintendentes y doctores Bacterios. También tuvimos, no hace mucho, a Perote, a Roldán y su manta, a Mr X y al Gran Elefante Blanco, y cómo no, a J. Pedro y su teoría de la conspiración. A mí me parecen más reales los primeros que los segundos, que son más de TBO, como Paco y sus hombres, que persiguen por Madrid, con zapatófono y triciclo, todo lo que se menea.

Y es que para contar este tipo de historias hemos carecido siempre de la sofisticación anglosajona. Ahí están las trepidantes y envolventes historias de Green, Forsyth, Fleming ó Le Carré.

Javier Marías, anglófilo confeso, puede ser la excepción nacional. Marías finalizó el año pasado una de las mejores novelas de la literatura universal contemporánea: “Tu rostro mañana”. Este monumento literario no es una novela de género; no es, ni por asomo, una novela de espías, pero en ella, su narrador y protagonista, Joaquin Daza, es reclutado por una unidad especial del Servicio Secreto Británico que se dedica a perfilar el futuro comportamiento de determinados individuos que, de una manera u otra, en cualquier momento, se pueden convertir en ciudadanos útiles para el estado o en peligrosos elementos a los que, como mínimo, hay que vigilar. En esta fantástica y magnífica historia Marías nos dice, en realidad, que nadie conoce nuestro rostro mañana, ni siquiera nosotros el propio. Nadie sabe, y tampoco nosotros, si nuestra aparente y apacible bondad, un día, se puede convertir en traición, asesinato, difamación, tortura, delación o mentira, en nuestro provecho, para salvar el pellejo o, por venganza o, sencillamente, por pura ambición.

No hace falta trabajar en el MI5 para intuir el rostro futuro de Esperanza. Quizá sí que habría que encargar algún trabajillo para perfilar los rostros futuros de Alberto, que me parece más enigmático, más taimado. De cualquier manera, a mí lo que me gustaría ver es el futuro rostro de Obama. Habría que pedirle a Javier Marías que escriba, a manera de adenda, o como epílogo, una nueva entrega de su obra, para que Mr. Tupra asigne a uno de sus agentes la misión de observar la mirada de Barak Obama, los gestos, los acentos, y sobre todo, esos momentos casi imperceptibles en que todos los rostros se relajan y delatan, durante un instante, de qué somos capaces. Sería tanto como saber qué mundo nos espera.

Vuelvo mañana

domingo, 18 de enero de 2009

Biolingüística


Las palabras y los nombres nombran y crean a las cosas y a los hombres. Las palabras nos ofrecen la imagen de lo que nombran dentro de su hábitat. Una palabra nombra a alguien y describe algo. En su propio contener, la palabra nos muestra para qué sirve, cómo es; si mata o ama, si vive o muere, si odia o quiere. A menudo, las palabras y los nombres contienen en su significado si algo o alguien es o está, sencillamente, sin más. Por eso puede ocurrir que un ciego de nacimiento vea mejor el mundo y lo que lo habita, porque lo mira a través de las palabras, a través de lo que ellas contienen, a través de su destino, ineludible, que se genera desde el momento en que se pronuncian por primera vez.

Por ejemplo, alguien que al nacer fuese bautizado con el nombre de Edgar Allan por su progenitor, el Señor Poe, no puede ser otra cosa que un genio maldito de la literatura. Quiero decir que, por el hecho de llamase así no puede escapar a su destino; por llamarse Edgar Allan Poe deberá escribir, en el trascurrir de su vida, obligatoriamente, “El Escarabajo de Oro”,“La caída de la casa Usher” ó “El cuervo”. Otro ejemplo, para que se entienda. Alguien que se llame Julio Cortázar está predestinado a unir su nombre, quiera o no quiera, durante su vida y después de su muerte, por siempre, a los Cronopios, a la Señorita Cora, al juego de la rayuela o al mismísimo Poe. Y así con quien pensemos. A mí, por ejemplo, al ser bautizado como Mariano José, no se me permitió escribir un buen poema, o un buen drama, alguna obra postrera, grande y maestra que me permitiese pasar a la historia como el único romántico ibérico digno de ser mencionado. Mi nombre estableció mi destino y éste me ofreció, rácano, cruel, un pobre “Vuelva usted mañana”, un disparo en la sien y el desprecio eterno de Dolores.

Con las cosas pasa lo mismo. Algo que se llame árbol tiene que ser bello porque una palabra tan llana, tan bien acentuada, tan sencilla, con sus dos fonemas líquidos tan bien colocados, no puede ser más que algo que se aferre a la tierra y que viva de ella, y nos dé sombra, y se cimbree con el viento y silbe con sus hojas en las noches veraniegas de cierzo.

Y ahora se me ocurre que todo esto ya lo saben los vendedores de humo desde que el hombre es hombre, desde que la palabra se hizo verbo. Los brujos de la historia, creadores de ilusiones, jefes de comunicación, directores de marketing, artistas de las relaciones públicas, aprendices de Maquiavelo, han conseguido cambiar el destino de las palabras, el destino de lo que contiene aquello con lo que se nombra. La técnica es tan sencilla como perversa, tan efectiva como letal. Se trata de averiguar el genoma de los significados originales, para con él, crear un nuevo embrión, con apariencia semántica similar, pero que desarrollará unas funciones totalmente diferentes y opuestas, de tal manera que una vez puesto en la vida, entre el destino de las demás palabras, elimine al original, como una especie depredadora en otro hábitat.

Para probar esta teoría, no hay más que ver los resultados que han conseguido los ingenieros de la biolingüística, los hechiceros de la tribu, con dos palabras y sus hábitats, con estas dos palabras y todo lo que a su alrededor acontece: Israel y Palestina.

Vuelvo mañana

sábado, 10 de enero de 2009

El tiempo


He vivido innumerables inviernos a lo largo de mi eternidad. Duros, crudos, fríos inviernos cubiertos de nieves y de hielo. El cielo se encapotaba y el sol desaparecía de las vidas de las gentes. Por entonces ya existían los medios de comunicación. Yo trabajé en ellos y llegué a crear alguno. Azotados por la ventisca, corríamos de un lado a otro y seguíamos con nuestras vidas y con nuestras muertes. Hablar del tiempo suponía perderlo. Resultaba mejor aprovecharlo en encender un buen fuego y, al abrigo de la chimenea, alumbrados por la luz de las llamas, bien abrigados, escribir sobre lo que de verdad nos helaba la sangre: la hipocresía, la tiranía, la pobreza, la incultura, la manipulación… la sangre derramada en las interminables y estúpidas guerras carlistas. Claro que había otros que preferían enmendarle la plana al político de turno, babear sobre los pies del rey o, sencillamente, llenar las cuatro páginas del pliego con las crónicas de las corridas de toros. Cada cual a lo suyo, nevase o ardiese la tierra de calor. Se trataba de discurrir a través de la mismísima vida, habitada siempre por perdedores y vencedores, listos, listillos, espabilados y tontos de remate, víctimas y verdugos, cabrones e inocentes.

Hoy, acostumbrados a vivir a cubierto, a 23 grados perpetuos, da la sensación de que occidente es un gran ascensor en el que nadie se mira y donde todos repetimos, como loros de pico corto, que en invierno nieva y hace frío y en verano no. No hay más que ver cualquier noticiero televisado por los ascensoristas sociales: 15 minutos de imágenes con personas caminando entre la nieve y la lluvia y otros 15 minutos de imágenes y palabras huecas sobre la última hazaña del futbolista de moda. O las portadas de los principales periódicos, que día si y día también, nos ofrecen cumplida información sobre la estación del año en qué vivimos, por si alguien alberga alguna duda.

Los inviernos de la Palestina ocupada son fríos y los veranos calurosos. La temperatura media del invierno, en el llamado Israel, es de 23 grados, la misma que en verano. En los hospitales de Gaza los heridos por el terrorismo israelí mueren de neumonía porque no hay cristales en las ventanas y la temperatura en su interior es la misma que en el exterior. Los niños palestinos se mueren de hambre, tumbados como perritos famélicos a las faldas de su mamá muerta a causa de la metralla producida por la explosión de misiles lanzados a las órdenes de Olmert, de Busch, de la Union Europea y del lobby judío. Los misiles son lanzados de madrugada, cuando la temperatura es más baja, aunque también al mediodía, cuando las nubes se retiran, se abren importantes claros y algunos chubascos ocasionales mojan los letreros luminosos de los centros comerciales de Jerusalem, Washington y París. Hace pocos días, llovió sobre una mezquita al norte de Gaza. En su interior rezaban los últimos creyentes del barrio. Al escampar, un misil de los terroristas judíos los descuartizó a todos y esparció sus entrañas por el suelo santo. El día de los Reyes Magos, día de la santa epifanía cristiana, tres cadáveres de niños palestinos aparecieron en todas las portadas de los diarios del mundo envueltos en sudarios tejidos en el mismo territorio en donde Jesús de Nazareth nació entre las nieves mediterráneas y el frío oriental. Oro incienso y mirra. Ese mismo día, al despuntar la mañana, caía una fina lluvia romana sobre la cúpula de San Pedro del Vaticano. Benedicto XVI se levantó de la cama adoselada, corrió la cortina púrpura de la ventana santa, miró al cielo y le preguntó a su asistente si las previsiones del tiempo para ese día prometían sol o, por el contrario, auguraban precipitaciones. A continuación bajó en ascensor hasta el despacho y, allí sentado, con la misma ilusión de un niño inocente, abrió su regalo y sonrió con sus dientes de pastor alemán. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, el anticiclón predominaba en la costa este americana y un cálido viento, apenas perceptible, peinaba la hierba verde sobre la que Barak Obama mejoraba su handicap al introducir con solo dos golpes la bola en el hoyo 9.

Vuelvo mañana