Las palabras y los nombres nombran y crean a las cosas y a los hombres. Las palabras nos ofrecen la imagen de lo que nombran dentro de su hábitat. Una palabra nombra a alguien y describe algo. En su propio contener, la palabra nos muestra para qué sirve, cómo es; si mata o ama, si vive o muere, si odia o quiere. A menudo, las palabras y los nombres contienen en su significado si algo o alguien es o está, sencillamente, sin más. Por eso puede ocurrir que un ciego de nacimiento vea mejor el mundo y lo que lo habita, porque lo mira a través de las palabras, a través de lo que ellas contienen, a través de su destino, ineludible, que se genera desde el momento en que se pronuncian por primera vez.
Por ejemplo, alguien que al nacer fuese bautizado con el nombre de Edgar Allan por su progenitor, el Señor Poe, no puede ser otra cosa que un genio maldito de la literatura. Quiero decir que, por el hecho de llamase así no puede escapar a su destino; por llamarse Edgar Allan Poe deberá escribir, en el trascurrir de su vida, obligatoriamente, “El Escarabajo de Oro”,“La caída de la casa Usher” ó “El cuervo”. Otro ejemplo, para que se entienda. Alguien que se llame Julio Cortázar está predestinado a unir su nombre, quiera o no quiera, durante su vida y después de su muerte, por siempre, a los Cronopios, a la Señorita Cora, al juego de la rayuela o al mismísimo Poe. Y así con quien pensemos. A mí, por ejemplo, al ser bautizado como Mariano José, no se me permitió escribir un buen poema, o un buen drama, alguna obra postrera, grande y maestra que me permitiese pasar a la historia como el único romántico ibérico digno de ser mencionado. Mi nombre estableció mi destino y éste me ofreció, rácano, cruel, un pobre “Vuelva usted mañana”, un disparo en la sien y el desprecio eterno de Dolores.
Con las cosas pasa lo mismo. Algo que se llame árbol tiene que ser bello porque una palabra tan llana, tan bien acentuada, tan sencilla, con sus dos fonemas líquidos tan bien colocados, no puede ser más que algo que se aferre a la tierra y que viva de ella, y nos dé sombra, y se cimbree con el viento y silbe con sus hojas en las noches veraniegas de cierzo.
Y ahora se me ocurre que todo esto ya lo saben los vendedores de humo desde que el hombre es hombre, desde que la palabra se hizo verbo. Los brujos de la historia, creadores de ilusiones, jefes de comunicación, directores de marketing, artistas de las relaciones públicas, aprendices de Maquiavelo, han conseguido cambiar el destino de las palabras, el destino de lo que contiene aquello con lo que se nombra. La técnica es tan sencilla como perversa, tan efectiva como letal. Se trata de averiguar el genoma de los significados originales, para con él, crear un nuevo embrión, con apariencia semántica similar, pero que desarrollará unas funciones totalmente diferentes y opuestas, de tal manera que una vez puesto en la vida, entre el destino de las demás palabras, elimine al original, como una especie depredadora en otro hábitat.
Para probar esta teoría, no hay más que ver los resultados que han conseguido los ingenieros de la biolingüística, los hechiceros de la tribu, con dos palabras y sus hábitats, con estas dos palabras y todo lo que a su alrededor acontece: Israel y Palestina.
Vuelvo mañana
Por ejemplo, alguien que al nacer fuese bautizado con el nombre de Edgar Allan por su progenitor, el Señor Poe, no puede ser otra cosa que un genio maldito de la literatura. Quiero decir que, por el hecho de llamase así no puede escapar a su destino; por llamarse Edgar Allan Poe deberá escribir, en el trascurrir de su vida, obligatoriamente, “El Escarabajo de Oro”,“La caída de la casa Usher” ó “El cuervo”. Otro ejemplo, para que se entienda. Alguien que se llame Julio Cortázar está predestinado a unir su nombre, quiera o no quiera, durante su vida y después de su muerte, por siempre, a los Cronopios, a la Señorita Cora, al juego de la rayuela o al mismísimo Poe. Y así con quien pensemos. A mí, por ejemplo, al ser bautizado como Mariano José, no se me permitió escribir un buen poema, o un buen drama, alguna obra postrera, grande y maestra que me permitiese pasar a la historia como el único romántico ibérico digno de ser mencionado. Mi nombre estableció mi destino y éste me ofreció, rácano, cruel, un pobre “Vuelva usted mañana”, un disparo en la sien y el desprecio eterno de Dolores.
Con las cosas pasa lo mismo. Algo que se llame árbol tiene que ser bello porque una palabra tan llana, tan bien acentuada, tan sencilla, con sus dos fonemas líquidos tan bien colocados, no puede ser más que algo que se aferre a la tierra y que viva de ella, y nos dé sombra, y se cimbree con el viento y silbe con sus hojas en las noches veraniegas de cierzo.
Y ahora se me ocurre que todo esto ya lo saben los vendedores de humo desde que el hombre es hombre, desde que la palabra se hizo verbo. Los brujos de la historia, creadores de ilusiones, jefes de comunicación, directores de marketing, artistas de las relaciones públicas, aprendices de Maquiavelo, han conseguido cambiar el destino de las palabras, el destino de lo que contiene aquello con lo que se nombra. La técnica es tan sencilla como perversa, tan efectiva como letal. Se trata de averiguar el genoma de los significados originales, para con él, crear un nuevo embrión, con apariencia semántica similar, pero que desarrollará unas funciones totalmente diferentes y opuestas, de tal manera que una vez puesto en la vida, entre el destino de las demás palabras, elimine al original, como una especie depredadora en otro hábitat.
Para probar esta teoría, no hay más que ver los resultados que han conseguido los ingenieros de la biolingüística, los hechiceros de la tribu, con dos palabras y sus hábitats, con estas dos palabras y todo lo que a su alrededor acontece: Israel y Palestina.
Vuelvo mañana
3 comentarios:
Estimado Mariano José,
Me es siempre grato leerte. Me gustaría hacerte una petición, jamás nos has contado como conociste a Cortázar o si alguna vez te encontraste con el Dr. Faustroll.
Hoy nos hablas de la biolingüística y te pregunto si tiene alguna relación con la 'patafísica.
Saludos,
Un amigo
El verbo se hizo hombre y al hacerse, se corrompió. El hombre hizo al verbo y al hacerlo lo prostituyó
"Yo no entendí bien la película. Los policias sabían que asuntos internos les tendían una trampa..."
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