miércoles, 28 de octubre de 2015

Derribos



No entiendo nada. Del mundo, de las personas, de lo que las personas dicen del mundo, de  lo que las personas ven en el mundo, de lo que las personas ven en otras personas, de lo que las personas  dicen de otras personas, de lo que las personas hacen a otras personas. 

Ayer una joven, en una cafetería universitaria,  le explicaba  a su amiga que se había enfadado con su tía porque le había dicho que se había enterado de que se acostaba con otro hombre que no era su tío. Su tía le respondió que ella sí que era una golfa y que si se iba de la lengua  le diría a su madre -o sea, a su propia hermana- que sabía que se acostaba con todo lo que se menea, porque ella misma se lo había contado en confianza. “¡Sí  tía!”. “¡Qué fuerte tía!” 

La mañana después al último  registro de la Guardia Civil en la sede de CDC y a la detención de su tesorero, la periodista  Mónica Terribas decía a modo de editorial en Catalunya Ràdio que Cataluña no podía seguir junto al Estado español porque  estaba corrupto, gobernado por un partido que  se ha financiado  durante años a base de comisiones al 3% .

Otro día escuché en otro bar –no salgo de uno que me meto en el siguiente- a una madre que le recriminaba a otra madre que su hija de 15 años, que era novia de su hijo de 19, no utilizase métodos anticonceptivos, porque ya habían comprado dos veces la pastilla del día después y a ver si iban a tener un disgusto. La otra madre sonrió sorprendida y le agradeció con cierto tono irónico que llevase el control de la menstruación de su propia hija, y que no se preocupase, que un día de estos iría al médico con su niña. 

Me he dado cuenta de que, últimamente, los políticos participan en programas de la telebasura y las estrellas de la telebasura protagonizan debates políticos  en televisión. 

Jon Juaristi, uno de los primeros militantes de ETA; poeta, ensayista, profesor universitario, azote de nacionalistas (excepto de los españolistas), converso al judaísmo, exdirector de la Biblioteca Nacional nombrado por Aznar, dijo el otro día que los sirios “saben que llegar al corazón de la Europa rica requiere llegar antes al corazón de los europeos, y por eso traen niños. Niños que arrojan al otro lado de fronteras teóricamente infranqueables o que tumban en las vías del tren.” Yo tenía los libros de Jon Juaristi en una estantería exclusivamente destinada para él. Ahora  podré aprovechar mejor el espacio. 

Un joven de 19 años que empieza ahora a formarse como profesional  en el sector de la automoción me decía hace un par de días que ¡olé olé y olé  los de Volkswagen!, que así se hacen las cosas, sí señor, que si haces trampas para ganarte una pasta y no te pillan, pues olé tú. 

La TVE de todos amenaza de nuevo con emitir un programa presentado por Fernando Sánchez Dragó.

Dice Antonio Baños -el revolucionario simpático- que  las detenciones del clan Pujol se  han producido porque el proceso independentista va bien. Dicho lo cual, se concluye que a los catalanes nos ha venido muy bien que CDC, los Pujol, y demás ralea de Junts pel Sí, se embolsasen durante años un  3%, porque la consecuencia final será la independencia de Catalunya. ¡Cuánto daño ha hecho en la cocina la reducción del vinagre de Módena, y de Maquiavelo! 

Lluis Llach, el hombre de la voz  melindrosa y de la afonía eterna, flagelo de convergentes a los que ahora abraza, suele frecuentar The Rhino Resort, un hotel de lujo en Senegal del que son clientes  Messi, Sandro Rosell, Bojan Krik,  y otros poetas comprometidos. 

Pío Moa, ex miembro de los GRAPO, autonombrado historiador y hagiógrafo del franquismo, dijo el otro día que dejó la banda terrorista porque sus camaradas le tenían manía. De repente recordé que eso mismo le decía yo a mi madre sobre los profesores que me suspendían sus asignaturas. 


Rafael Vera, exsecretario de estado  para la seguridad con el PSOE, implicado, imputado y encarcelado por la trama GAL y por malversación de caudales públicos; vilipendiado, difamado y linchado por el periódico el Mundo y la caverna mediática que derribó el gobierno de Felipe González, hoy día, además de dirigir una empresa  que asesora a empresarios españoles que quieren entrar a operar (?) en Argelia y Angola, colabora con los mismos medios que le hundieron y participa de tertulias junto a los periodistas que le incriminaron. Rafael Vera luce un aspecto envidiable. Vera dijo hace un par de años, ya en libertad que “el GAL tuvo alguna utilidad, ya que levantó la moral de las Fuerzas de Seguridad y acrecentó la preocupación de las autoridades francesas”.  Arnaldo Otegi sigue en prisión.

El archivo más completo que existe sobre Gabriel García Márquez se encuentra  en Texas. ¿Cuándo estuvo Gabo en Texas? La cosa es que Gabo había vendido todas su intimidades al Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin por dos coma dos millones de dólares, ¡¡Yeeehaaa!!.

Según el gremio de libreros catalanes,  el sector editorial en catalán genera 223  millones de euros anuales, de los cuales  103 (casi el 50%)  va a parar a los libros de texto  obligatorios. Sin embargo, el negocio de los  libros de ficción  escritos originalmente  o traducidos al catalán no llega al 20%, de los cuales la mayor parte son títulos de literatura infantil y juvenil con una disminución en las ventas del 10% respecto al año pasado. Solamente el 33% de los libros que se venden en Cataluña están escritos en catalán. ¿Qué ocurre, compatriotas? ¿Los catalanes no leemos ficción? Y si leemos ficción ¿por qué no lo hacemos  en catalán? ¿Los catalanes solo leemos en catalán cuando vamos al cole? ¿No será que confundimos la realidad con  la ficción? 

En poco menos de un año se me han muerto Ramiro Pinilla y Rafael Chirbes. 

Junto a mi casa hay un colegio. Un niño le gritaba a otro niño a la salida de clase  “¡negro de mierda, cabrón asqueroso, vete a tu tierra, desgraciado!”. Una madre le recriminó que le hablase así, pero el niño desplegó una buena salva de improperios,  todavía con más saña, alguno de ellos de tipo racista, en referencia a su  país de origen y al color de su piel. La madre intentó calmarle y le preguntó al otro niño que si le había hecho algo. El otro niño dijo que no. “Algo le habrás hecho”, insistió la madre. “¡Que no que no!”, respondió la víctima de los insultos, hasta que se acercó un tercero y explicó que lo que ocurría es que el pequeño  insultador estaba enfadado porque no había querido invitarle a su casa a jugar con la Play. Me gustaría conocer a su padre.

Rafael Sánchez Ferlosio es amigo de Fernando Sánchez Dragó.

Una casa de un pueblecito se hunde.  Se ha derrumbado parte del tejado y está en situación de completa ruina. Las autoridades municipales han aconsejado a los propietarios que, o bien la reformen o  la derriben, porque puede ocasionar daños a terceros. Los dueños han colocado el cartel de “SE VENDE”  y han solicitado presupuesto a una empresa de derribos. Los responsables de la empresa les han dicho que destruirla definitivamente  cuesta ocho mil euros, pero que  antes se enteren bien de si pueden derribarla, porque la fachada se levantó con piedra antigua y el tejado luce una hermosa y pintoresca  chimenea cónica construída a base de tejas. Así es que posiblemente esté protegida. Antes esa eventualidad, los dueños deciden llamar al ayuntamiento. El mismo funcionario  que les aconsejó derribarla ahora les dice que mucho ojito con tocar una sola piedra de la casa sin presentar un proyecto de rehabilitación para dejarla tal y como estaba hace 50 años -que es el tiempo que ha estado deshabitada- porque si no es así, se les cae el pelo. Como el pueblo es pequeño los propietarios hablaron con el alcalde en el bar, y su respuesta fue un ¿ehh?  algo muy parecido a ¿y la Europea? 

Las estanterías destinadas a  biografías de las librerías que frecuento  no llegan al 0,5% del total de estanterías disponibles. 

Un día de verano en la playa, después de un buen baño de atardecer, fui a darme una ducha.  El poste  estaba equipado con  tres grifos y tres surtidores. Uno de ellos lo había monopolizado  una  niña  que se encargaba de pulsar constantemente el dispositivo para que otros niños pudiesen hacer compuertas, riachuelos, y pequeños embalses y meandros de agua dulce en la arena de la playa, a una decena  de metros del mar.  Una anciana que coincidió conmigo les pidió a los niños que dejasen de jugar con el agua, que era escasa y que había que aprovecharla lo mejor posible. La niña que apretaba el grifo salió corriendo y al instante volvió con su madre, que estaba sentada, bajo las sombrillas,  junto a los padres del resto de niños a pocos metros de la ducha. La madre ocupó el lugar de su hija sin decirle la nada a la anciana y durante unos minutos mantuvo presionado el grifo  mirándola de modo desafiante  y animando al mismo tiempo al resto de niños a seguir con el juego, hasta que la anciana y yo nos marchamos. Yo tampoco dije nada, estaba de vacaciones. 

El escritor e intelectual Mario Vargas Llosa se ha arrejuntado con la intelectual Isabel Preysler. ¿De qué hablarán?¿Hablarán? Y si no hablan, ¿qué diablos pueden hacer  juntos?.

La palabra traidor es una de la que  más se utiliza en las redes sociales al expresar opiniones relacionadas con la revolución independentista de las sonrisas. Cuando la leo siempre  me acuerdo del escritor Gregorio Morán; dice que traición o traidor suenan igual que el percutor de un revólver cuando se carga. 

Hace unos meses un militante de la Plataforma  Anti Hipotecas (PAH)  se manifestaba pacíficamente en la puerta de una sucursal bancaria para defender el derecho a la vivienda de una amiga. Inesperadamente, un hombre se acercó a él y le propinó un puñetazo en la cara provocando en la víctima la pérdida de conocimiento,  la pérdida de cinco piezas dentales y arañazos en los labios. 

La periodista húngara que zancadilleó y pateó a un padre y a su hijo ha manifestado públicamente que le han destrozado la vida, lo cual ha causado una inconsolable  congoja corporativa en algunos medios.

Alicia Giménez Barlett, ganadora del último premio Planeta dotado con seiscientos un mil euros, durante el acto de entrega lució una camiseta plateada, aparentemente tejida con las escamas refulgentes de una sardina, en la que se podía leer en grandes letras caligrafiadas la palabra "Merde".

jueves, 22 de octubre de 2015

Úteros de piedra (2)


Viene de aquí


El David causó un gran revuelo artístico, político, social y por supuesto religioso. No dejó indiferente a nadie. Durante la mañana del día 14 de Mayo de 1504 una cuadrilla de albañiles derribó parte del muro de la entrada de la Ópera del Duomo para que esa misma tarde, ya casi de anochecida, el héroe pudiese salir del lugar donde Miguel Ángel había estado gestándolo. Según explica Martin Gayford en su apasionante biografía del artista florentino, la escultura  tardó en recorrer cuatro días el trayecto  desde el Duomo hasta la misma puerta del Palazzo Vechio (unos centenares de metros). Se instaló allí definitivamente la mañana del día 18 de mayo, donde permaneció durante los años más convulsos del Renacimiento europeo, ejerciendo inopinadamente de testigo y víctima de la violencia, la codicia y la corrupción de los hombres. 

El David llegó transportado sobre  un ingenioso artilugio mecánico, obra del mismo Miguel Ángel,  y no resulta demasiado difícil  imaginar a las gentes  saliendo de  casa  a su encuentro para poder  admirar al gigantesco héroe  nacido de la piedra; para retener en su memoria  el paseo triunfante por las calles de  Florencia, quizá algo temerosos ante la dimensión gigantesca; seguramente asombrados ante el misterioso advenimiento  de una criatura que había estado latiendo dentro de una roca de  mármol desde el inicio de los tiempos; conmovidos al descubrir y contemplar en movimiento -como si desfilase vivo ante ellos- la figura gigantesca y armoniosa de un héroe bíblico que nació en Florencia para explicarle al mundo el poder de su ciudad frente a sus enemigos, y  prueba definitiva  de la  capacidad creativa humana  en la obra de arte más extraordinaria que se  había esculpido. 

Pero el genio prácticamente no había hecho nada más que empezar. Miguel Ángel, gracias a la Pietá de San Pedro del Vaticano y al David,  obtuvo respeto, admiración,  y celebridad. Por eso, a partir de entonces, cargó sobre su espalda la penitencia del éxito, porque cualquier proyecto en el que se embarcase debería superar  en maestría y resultados su última creación. 

Un año después de terminar El David  se dispuso a proyectar una tumba por encargo del mismísimo Papa Julio II, el criminal de guerra  que le confiaría también  la decoración de la bóveda de la Capilla Sixtina. Para cuando Miguel Ángel finalizó la tumba, no quedarían de su santidad más que las tibias cruzadas bajo su cráneo tonsurado, puesto que no la dio por concluía hasta 40 años después, poco antes de la muerte del artista, constituyéndose así en una de la obras de arte más accidentadas de la historia. 

En el proyecto inicial de la tumba, Miguel Ángel había planeado instalar dos esclavos que esculpió en unos pocos años, el llamado esclavo rebelde y el esclavo moribundo. Sin embargo, finalmente fueron desechadas. Una vez finalizadas, el autor se las regaló a un banquero y acabaron un siglo más tarde en Francia, en manos del Cardenal Richelieu.

Pasados los años el escultor volvió a la misma  idea. Este es un hecho extraño  en el quehacer de Miguel Ángel, pues odiaba a los artistas que repetían temas en su obra. Su capacidad imaginativa era desbordante. Constantemente bocetaba, dibujaba e  ideaba nuevas obras alrededor de asuntos inéditos. Sin embargo, el esclavo como motivo alegórico o simbólico seguía vivo en su cabeza, de manera que, finalmente, destinó cuatro grandes bloques de mármol para extraer de ellos las figuras de otros cuatro cautivos.  Según dicen los críticos que se atañen estrictamente a  la versión oficial,  simbolizaban las cuatro artes liberales, encadenadas eternamente  y huérfanas a causa del fallecimiento del Papa. O  ese fue al menos el argumento que el escultor le vendió a los sucesores de su mecenas, con quienes adquirió el compromiso de seguir con el proyecto una vez muerto Julio II.

Y es que el precio a pagar por  la tarea encomendada  bien valía la adulación póstuma. Sin embargo, la muerte de tan eminente cliente, la convulsión política de los tiempos y otras prioridades en la trayectoria artística de Miguel Ángel libraron a los cuatro esclavos de la penosa tarea de custodiar a  Giulano della Rovere, alias Julio II, desprovisto para siempre de su espada en los avernos del infierno. 

No soy el único que está convencido de que  Miguel Ángel nunca pensó realmente en adjudicar a sus criaturas encadenadas ese papel. Demasiado simple  y notarial para su personalidad y para su concepción del arte; incluso  resultaría hipócrita, sobre todo porque el genio florentino conocía perfectamente a su cliente, un analfabeto funcional que se pavoneaba de serlo;  y porque el aspecto de  los seres que tenía en mente -que ya latían  en las vísceras de  alguna roca- de ningún modo podrían alegorizar a las cuatro artes, por muy huérfanas de padre que se hubiesen quedado. 

De hecho, Miguel Ángel, en una sugerente casualidad artístico-biológica, permaneció casi nueve meses  en las canteras de Carrara con el fin de escoger los mejores bloques de mármol y asegurarse así de que la idea que se había engendrado en su mente podría fecundar el útero fértil de la piedra.

Esos cuatro esclavos pretendidamente inacabados  están expuestos actualmente  en la Galería de la  Academia de Florencia. Uno se los encuentra nada más acceder a su interior. Están dispuestos a un lado y otro del amplio pasillo que culmina en El David. Parecen  querer escoltar al visitante en el camino hacia él. Sin embargo, a pesar de la proximidad, de sus dimensiones, y de la ausencia de barreras para observarlos tan cerca como se  quiera, muy pocos reparan atención a ellos  más de unos pocos segundos, quizá porque ante ellos, el visitante sabe que se halla frente algo  más que una estatua inacabada; porque ante los cuatro esclavos de Miguel Ángel, el hombre se enfrenta a un espejo;  a su origen, a su propia alma y a su destino. El hombre se enfrenta a la liberación de su Yo, a la frustración que supone la  impotencia de  no poder romper las cadenas que le atan a su condición. Por eso  creo que  los cuatro esclavos de Miguel Ángel  se  anticipan en casi trescientos años al hombre  romántico, al hombre en lucha con la naturaleza, en réplica y protesta constante  contra un dios que le niega el acceso a  la sabiduría para aprehender el mundo material y el mundo espiritual, que le niega  las herramientas para liberarse de sí mismo.


Continuará

martes, 20 de octubre de 2015

La canción del pulgar




Cántese con la melodía de la canción popular francesa "Frere Jacques"

¡El pulgar! ¡El pulgar!
¿Dónde estás?¿Dónde estás?
¡Qué gusto saludarte! ¡Qué gusto saludarte!
Ya me voy, ya me voy


Con permiso y perdón de "Canciones para Matilda"
 

martes, 13 de octubre de 2015

Hymenoptera

Las avispas son las malas y las abejas son las buenas. Las dos tienen aguijón. Sin embargo, solamente las avispas lo utilizan por placer, para joder. O sea, que mueren matando, pero contentas, porque sí, por el puro gusto de picar. No entiendo qué placer puede suponer desprenderte  del vientre  para que  tu aguijón inocule el veneno que producirá escozor, hinchazón, dolor, o incluso la muerte,  si tú vas a morir antes de que ni siquiera puedas disfrutar de la primera queja de tu víctima.

Pero así parece que es. Probablemente se trate de un problema de comunicación, es decir, que las avispas creen -porque nadie les ha explicado lo contrario- que picar a alguien es algo que ellas pueden hacer impunemente, sin que suponga para ellas  consecuencia alguna. Es más, creen -a diferencia de las abejas- que picar  por  picar es uno de los placeres mayores que una avispa pueda experimentar. De manera que  cuando pican, apenas les queda tiempo para  darse cuenta de la tontería que acaban de cometer, de que  ya es demasiado tarde para lamentarse y para sorprenderse,  porque casi instantáneamente pierden toda conciencia y por tanto la posibilidad de informar a alguna otra avispa de que se abstengan de dejarse la vida en la piel de nadie, así, de  esa manera tan absurda e inútil.

De ahí que, cuando alguna de ellas muere, el avispero lo toma como una afrenta, como si su muerte fuese el resultado de una heroicidad, el producto de la incomprensión humana hacia el derecho a la diversión de toda la especie, sin dedicar ni medio minuto a preguntarse ¡por qué!, ¡por qué!.

Una abeja, sin embargo, es una criatura adecuadamente formada y responsable,  para la cual picar supone una  última instancia, el último recurso a utilizar exclusivamente en el caso de que se  siente agredida,  con peligro  real para su vida y la de sus congéneres. Entonces sí, entonces vale  la pena deshacerte de tus intestinos y morir picando para dejar constancia, al menos, de que han atentado contra ti y de que ese ataque no queda impune.

Porque las abejas conocen desde pequeñitas  su naturaleza. El panal está organizado de tal manera que en un momento u otro de su vida -y por supuesto antes de realizar su primer vuelo- alguien les ilustra al respecto de su propia fisionomía, de su función para la comunidad, de los peligros que puede encontrar allí afuera y sobre todo, de  los peligros del instinto, que puede llegar a jugarles una mala pasada. De modo que  antes de que salgan a libar sus primeras flores, ellas ya han tomado conciencia de su propia idiosincrasia y son capaces de  identificar una auténtica agresión de cualquier otra eventualidad, a fin y efecto de no morir a lo tonto, estúpidamente, como si fuese una vulgar avispa.

Las avispas tienen cintura de avispa, y las abejas no, claro. Ese es el mejor modo de distinguirlas. Las avispas son alargadas y esbeltas, como Ava Gardner. Las abejas son  rellenitas y algo más pequeñas, como Kathy Bates. Las abejas vuelan  dulces, planean hábilmente sobre la flor y  presumen de discretas. Por el contrario la avispa es epiléptica y siempre se hace notar. Su vuelo es impaciente, desazonado e  imprevisible. Jamás logra atemperar su inquietud y toda ella es impostura y neurastenia.  De hecho, su  existencia se fundamenta en  un afán de protagonismo mal dirigido que suele terminar en tragedia.

Porque  existe el mito  a través del cual se nos indica -o aconseja- que ante el vuelo próximo y persistente de una avispa lo mejor es quedarnos quietos, no realizar movimientos bruscos, ignorarla, ya que se toma cualquier mínima atención hacia su presencia  como un intento de agresión y, por tanto nos atacará sin piedad. Este mito es falso, más falso que la pretendida bondad de estos himenópteros. En realidad, como ya he anotado, la avispa pica por vicio, a lo tonto, y en su pecado consciente le  llega la muerte inconsciente.

Ayer, día de la Hispanidad, leía  en el bar de costumbre. Hacía una mañana de otoño muy agradable. Me acomodé en la terraza, bajo el toldo, y me dispuse a disfrutar de un par de horas abstraído del mundo y de la actualidad. Solamente los personajes, su  mundo y yo.

Efectivamente, poco después de dar el penúltimo sorbo al café cortado, una avispa irrumpió en mi espacio aéreo, exhibiendo  como una vedette  fatal  una serie  inquietante  de picados,  loopings, y toda suerte de  piruetas aéreas. Sus acometidas eran realmente audaces y también muy molestas, porque iba y venía de arriba abajo, de derecha a izquierda, tantas veces como gorrazos al aire propinaba yo, sin más resultado  que la sonrisa estúpida de mis vecinos de mesa. Cada vez que creía que  la había espantado definitivamente, la avispa volvía de nuevo a revolotear junto a mi oreja, o junto a la mano con la que sostenía el libro, o desvergonzadamente frente a mi nariz. En algún momento incluso llegué a notar su presencia muy cerca de la nuca, lo cual me obligó a levantarme súbitamente, con gran escándalo de vasos, platos, cucharas, y más risitas.

Después del último ataque por la retaguardia no me quedó más remedio que pedirle al camarero otro cortado y que, por favor, limpiase la mesa. Solícito, apareció con una bayeta y mientras limpiaba, mirándome como quien mira a un viejo tonto, me  aconsejó: “señor, lo mejor  es no moverse. Si se queda quieto, no le pican”, me dijo. “¡Y una mierda!”, estuve a punto de responderle mientras le  regalaba la mejor de mis sonrisas y le daba muy amablemente las gracias.

Oteé las proximidades, escruté atentamente   todos los flancos y viéndome libre de amenazas, me tranquilicé un poco, de modo que, seguro ya de mi victoria,  tomé el segundo café de la mañana y volví a la lectura. A los pocos minutos allí estaba ella, vivita y coleando, como el dinosaurio de Monterroso, o como el mosquito de la Pantera Rosa. Esta vez, sin embargo, cometió un grave error que cambiaría para siempre la historia de las avispas y que pasará a formar parte de los anales de la biología en cuanto a la relación simbiótica que establecen estos pequeños criminales alados con su medio ambiente natural, esto es, las terrazas de los bares.

Y es que mi enemiga, seguramente cansada de tanto ir y venir, o seguramente  atraída por el aroma azucarado de los restos del cortado, aterrizó sobre el borde del vaso y empezó a internarse en su interior, al principio con cierta prudencia, creo que un tanto indecisa, porque observando su evolución parecía no estar muy segura de seguir su incursión hasta medio vaso o, por el contrario, dar media vuelta y emprender de nuevo el vuelo. Finalmente, guiada por esa estupidez audaz de la que están hechos los aventureros,  o sencillamente forzada por su instinto  glotón, la avispa decidió seguir el rastro de los restos de café leche y azúcar. Y esa fue su perdición, porque yo no dudé un instante en aprovechar la oportunidad para anular toda posibilidad de escapatoria,  colocando mi teléfono móvil sobre la boca del vaso. 

A partir de ese momento ya no pude concentrarme en la novela porque a pesar de que seguía con el libro frente a mí, en realidad no dejaba de  mirar por encima de mis gafas  para no perderme ninguno de los movimientos de la avispa aprisionada dentro  del vaso gracias a mi pequeño Samsung Galaxi negro,  que para ella supondría  la losa que sellaría su final.

Hubo un momento que pensé que conseguiría escapar, porque en la precipitación por encerrarla  había dejado un pequeño resquicio entre el celular y la boca del vaso, por entre el que su cuerpo podría deslizarse perfectamente hacia   la libertad. Precisamente, hacia ese soplo de aire dio vuelta sobre sus pasos, pero cuando ya parecía que llegaba a tocar con sus antenas la pantalla, debió de fallarle alguna de sus patas y no pudo sostener todo su cuerpo sobre la pared cóncava del recipiente, de manera que sin posibilidad de ayuda o de salvación, acabó por precipitarse al fondo del pozo, un cenagal oscuro  compuesto por los restos de cortado que yo no había apurado, una mezcla cremosa endulzada con azúcar blanquilla que, en condiciones  de libre  albedrío,  hubiese supuesto  la tentación o  el sueño  de cualquier insecto.

Yo creo que a partir de ese momento la avispa tomó verdadera conciencia de lo comprometido de su situación. El vértice de su abdomen se hallaba totalmente hundido en el lodo; las  uñas de sus dos patas traseras  habían sido seriamente dañadas, prácticamente inutilizadas; los extremos de sus dos alas inferiores  también perecían empapados y por mucho que el animal hiciese esfuerzos  sirviéndose de las partes de su anatomía todavía sanas, en el denuedo desesperado por salir de aquella trampa no hacía más que agotar la poca  energía que le debería de quedar, en vano,  porque el  pantano de café con leche del que intentaba liberarse producía el mismo efecto en su cuerpo  que un embalse de arenas movedizas. 

Sin embargo, el animal en su tragedia parecía acumular  fuerzas de  flaqueza porque, aunque  caía una y otra vez  al fondo del vaso, empapando así la totalidad de sus extremidades, de los  élitros  y, con toda probabilidad, cegando completamente sus ocelos,  inexplicablemente volvía a reponerse. Ayudado por sus patitas delanteras, conseguía un punto de apoyo y  erguía todo su cuerpo, recuperando una y otra vez la vertical sobre la pared, arañando  desesperadamente  el cristal  durante  unos segundos de frenesí  sobrecogedor para precipitarse nuevamente al lodazal.

En algún instante me pareció que ya no se movía, porque flotaba muerta, semihundida,  como una Ofelia, pero de repente, justo cuando dejaba el libro sobre la mesa para acercarme y poder certificar  su final, recuperaba el aliento, movía nuevamente sus  patas y se encaramaba resuelta a intentar por enésima vez liberarse de aquella pesadilla.

Así estuvo el insecto unos cuantos minutos, hasta que vino el camarero que había salido a la terraza para arreglar algunas mesas. Aprovechó el viaje y se acercó a la mía para recoger mi vaso y preguntarme si deseaba tomar alguna otra cosa. Como no le respondía, se dispuso a retirarlo, pero al ver el teléfono celular  advirtió el motivo de mi ensimismamiento, de manera que, suavemente, dejó la bandeja sobre la mesa , acercó su rostro al mío y acompañándome durante unos instantes en la contemplación del  espectáculo , me expresó su pena sincera por lo que estaba aconteciendo; me  informó extensa y ampliamente de los beneficiosas que son la avispas para el equilibrio del  planeta y me informó también de que a diferencia de las abejas, y con el objetivo de garantizar la pervivencia de la especie, las avispas no mueren cuando pican y que pueden picar cuantas veces quieran. Giré la cabeza hacia él, sonreí  amablemente, le  agradecí  la información  y con cierto aire de sorpresa inocente  le pedí un botellín de agua fría. 

El camarero entró de nuevo en el bar y yo inmediatamente retiré el celular, cogí la cuchara y sin pensármelo dos veces intenté decapitarla primero, pero no acertaba. Después quise amputarle el abdomen, pero misteriosamente conseguía zafarse, de manera que opté por un método más expeditivo: empujarla hacia el fondo y aplastarla contra el cristal con el envés de la cuchara. A los pocos segundos volvió el camarero, me sirvió el agua y sin decir una palabra retiró el  vaso y dentro de él los restos de la avispa, que yacía boca arriba, contraída por la muerte, flotando sobre los restos fríos de un café cortado. Me pareció ver que todavía movía las patitas.