miércoles, 27 de enero de 2021

¡Larga vida a la revolución alfabética!

El 2 de enero de este  prometedor 2021 decidí que se daban las condiciones tanto cuantitativas como cualitativas para hacer la revolución, de manera que sin más armas que mis brazos, la voluntad , la conciencia de clase y una pizca  de insensatez,  me dispuse a enfrentar  heroicamente  el cambio radical de régimen en mi biblioteca.

Al tomar una decisión de este calibre es necesario actuar con audacia, aprovechar la ventaja  del efecto sorpresa y sorprender al enemigo con las defensas relajadas para que, en cuestión de horas, el antiguo régimen dé  paso a una nueva era.

Y es que la situación se había hecho insostenible. Durante décadas, todos los libros que conviven en casa se habían acostumbrado a una distribución que obedecía a la arbitrariedad, atendiendo más a criterios subjetivos influenciados por algunas malas costumbres que, tal y como ocurre en cualquier sociedad o civilización, acabaron por socavar la estabilidad, colocando mi hogar al borde del desgobierno, de una anarquía sin Dios, Estado ni patrón.

Esta tesitura  dio pie -como no podía ser de otro modo- a innumerables vicios o pruebas de auténtica amoralidad  aristocrática, como por ejemplo la ostentación, un positivismo decimonónico demasiado proclive a la taxonomía, y lo que es peor, un nacionalismo que atendía más al lugar de nacimiento que al contenido de las obras, al carácter o pensamiento de sus  autores, o a las circunstancias que acontecieron en el momento creativo; una distribución, en fin, ajena a  toda lógica materialista, perniciosa y deleznable,  se mire como se mire.

De hecho,  a partir del pasado día dos Germinal Nivoso de  mi año nuevo revolucionario sometí a los libros de mi biblioteca a un régimen alfabético, en el que nadie es más que nadie, en el que  la igualdad prevalece frente  la libertad, pero en el  que todos se sienten libres porque  todos ocupan su lugar según un nuevo orden moral emancipador, cuya principal virtud  consiste en la instauración  de un orgullo de pertenencia por encima de cualquier otra consideración.

Atrás quedan ya los anaqueles del privilegio, consentidos y espaciosos, en los que algunos, desde la prerrogativa de  su acomodada altura media,  se jactaban de mis favoritismos, mientras otros debían permanecer amontonados  en un abigarramiento insano,  a todas luces injusto, diría que indigno e  infrahumano.

Pero eso se acabó,  porque Los Marcel Proust, los Iñaki  Uriarte, los Javier Gomá y los Ramiro Pinilla  tendrán que aprender a convivir con sus congéneres, tal y como marca la letra inicial de su primer apellido, ya sean sus vecinos poetas, filósofos o novelistas; advenedizos del mercado editorial, impostores de la novela histórica o mistérica, plumillas bienintencionados o  juntaletras de tres al cuarto, quienes, por mor de su nombre artístico o bautismal percibirán  a partir de este año el contacto permanente de lomos  tan profundamente  amados en el antiguo régimen, pero ahora obligados a aprender -no sólo a comprender, sino también a valorar- las bondades de lo común, y en algunos casos de la medianía.

Tras este golpe de timón no hay vuelta atrás. Debemos hacer todos un esfuerzo por asumir que vivimos en un  tiempo nuevo y, por lo tanto, lo mejor para todos es aceptarlo cuanto antes y sobre todo, resaltar y disfrutar de  sus ventajas, criticar sin compasión aquel sindiós de la caducada y decadente administración que, por ejemplo, mantenía, sin más razón que un absurdo  morbo, la obra de  Antonio Muñoz Molina junto a  la de Javier Marías, todo por ver si se desataban las hostilidades sobre la estantería; todo  por la esperanza vacua de revivir y  asistir al célebre enfrentamiento que mantuvieron ambos en el periódico  'El país' a cuenta del cine de Tarantino. Ahora, aunque Muñoz Molina y Marías comparten inicial en el apellido, gracias al levantamiento alfabético, el gran Juan  Marsé actuará de dique de contención, incluso si se me apura, de nexo de unión.

De este modo, Manolo Reyes se convertirá en insospechado árbitro mediador entre el narrador de Todas las almas y, por ejemplo,  Beltenebros. En el caso de que finalmente el Pijoaparte no se haga con la situación, convocaremos a filas  al mismísimo Karl Marx, que ahora, por supuesto, y de manera ejemplar, a no ser que los cien mil hijos de San Luis lo remedien, deja la compañía de otros filósofos y vive, ya, durante el resto de sus días, acompañado, de Robert Mussil, Herman Melville, Norman Mailer, Gregorio Morán, Luis Martín-Santos, o del poeta sabadellense  Víctor Mañosa,  entre  otros muchos, pues la letra M ha resultado ser superpoblada.

Si bien se piensa, el hecho de que los filósofos abandonen su torre de marfil  y se mezclen entre el populacho gracias a la rebelión alfabética, no trae más que ventajas recíprocas para unos y para otros, pero sobre todo para la humanidad. Así, tenemos todo un Platón viéndoselas con  Pérez Galdós, o todo un Camus junto a Fidel Castro, a Hanna  Arendt acompañando a Paul Auster o al mismísimo Escohotado, codo con codo, junto a Engels, por enumerar algunas de las nuevas compañías que, como se dice ahora, estoy seguro de que generaran ricas y fructíferas sinergias.

Como no podía ser de otro modo, la estantería de autores rusos desaparece. Este es  un hecho de gran alcance que ilustra perfectamente  la radicalidad en la determinación en el  establecimiento de una nueva era en mi biblioteca. Tolstoi, Dostoviesky, Goncharov, Turgeniev, Pushkin, Chejov, Gogol, Bulgákov,  Gorki o Sholojov… abandonan su cómoda dacha de verano en los amplias y verdes repisas que forman los armarios inferiores y han pasado a compartir sus existencias con Ruben Darío, Luigi Pirandello, Rafael Chirbes, Torrente Ballester,  Gramsci o  Roberto Bolaño, por citar algunos de sus nuevos camaradas.

Tampoco tenía mucho sentido mantener aislados a los poetas, dentro de su  propio ombligo. ¿Acaso queremos que en su tendencia al lirismo exacerbado  resuelvan retornar al útero materno? ¿Es que no son humanos? ¿Su reino no es de este mundo? ¿No pueden el resto de mortales ser testigos de sus accesos místicos, de sus levitaciones? ¡Por supuesto! Ha llegado la hora de la caricia prosaica sobre la  poesía. Luis Cernuda vive con Truman Capote, Antonio Machado con Henry Miller, Federico García Lorca acompaña a Graham Green,  Miguel Hernández se hace cargo de Thomas Hobbes, Mario Benedetti caminará de la mano de Thomas Bernhard, Joan Margarit recitará sus versos  a Mujica Laínez,  y así un largo etcétera de  hermanamiento, si no deseado, sí necesario, que  proporcionará al conjunto de la humanidad amplios espacios de encuentro para la concordia entre los géneros.

¡Y qué decir tiene de la Historia y sus narradores! ¿O quizá sea más preciso referirnos a ellos como analistas, o incluso historiadores, exégetas del pasado, siervos de sus dueños o esclavos de sus principios? Allí estaban, junto a los diccionarios, en el norte  occidental de mi biblioteca, Judt, Tuñon de Lara, Hobswan, Fontana, Vilar, Vives, Carr, Livio, Kershaw, Villacañas, Sternhell, Maquiavelo y un escueto etcétera que persiste en recordarme de dónde vengo para ayudarme a decidir a dónde voy. Ahora, en este memorable Germinal Nivoso, esta pléyade de la historia del tiempo alienta a  poetas, filósofos o novelistas como Joyce y Llamazares, Flaubert y Wolf, Carpentier o Kafka, Voltaire y Stendhal, y hasta el mismísimo Homero . Aunque ¿Quién le va a hablar de Historia al pobre Homero si él es la misma Historia? Esta es una cuestión que debo resolver. Quizás deba excluirle  del proceso innovador  revolucionario y crear un paraíso donde habiten, sin responder al fisco, todos los clásicos de la antigüedad. Ya veremos.

Sea como fuere, tal y como se puede comprobar, finalmente he conseguido que el mundo cambie. Tanto es así que en la caso improbable de que  malpensados escépticos  quisiesen poner alguna pega al nuevo régimen, buscando grietas en el terreno de las incoherencias, infiriendo  supuestas y ocultas jerarquías, le mostraría una prueba incontrovertible, concretada en los  primeros volúmenes  de mi biblioteca, “El cantar del Mío Cid“ “El lazarillo de Tormes”, “Las mil y una noches” y “Heike Monogatari” ,un  cuarteto anónimo que representa con la fuerza del ejemplo la humildad de la autoría desconocida, estandarte del  verdadero sentido igualitario de mi política, fuente de justicia libresca, palanca de transformación social y acicate de fecundas relaciones.

Para terminar con esta crónica somera del triunfo de la revolución alfabética, daré cuenta de los rumores que me llegan al respecto de un grupo disidente de quintacolumnistas que,  descontentos con tanto barullo, pretende socavar desde dentro  los logros del movimiento insurreccional. Según mis fuentes, este grupúsculo  intenta difamar el movimiento revolucionario alfabetista con el argumento de que, si no  la mayoría, sí muchos de ellos, los libros continúan amontonados, unos sobre otro, en condiciones poco dignas, o al menos, igual de precarias que los días anteriores a los gloriosos acontecimientos del Germinal. Aducen que ordenados sí que están, sí,  pero amontonados. De manera que ya hay voces que se preguntan ¿Igualdad?¿ para qué?

Mi estrategia pasa por permitir ciertos  desahogos,  con el fin de que ellos mismos, poco a poco, vayan disfrutando de  las ventajas del nuevo régimen. Cuando finalmente  descubran  que en realidad,  el problema es el espacio, el nuevo régimen se habrá consolidado y ya nada, ni nadie, ni siquiera el peligrosísimo Gustavo Bueno, cuestionará con sus preguntas inquisitoriales esta nueva realidad, inmarcesible, fértil y benefactora. ¡Viva la revolución!

FOTO: Es mi altar. Son todos los que estan, pero no están todos los que son.

miércoles, 13 de enero de 2021

Prácticas ingenuas de historia política comparada

 


Fascismo: Movimiento político y social de carácter totalitario y nacionalista fundado en Italia por Benito Mussolini después de la I Guerra Mundial. Doctrina de carácter totalitario y nacionalista de este movimiento y otros similares en otros países. El fascismo se caracteriza por la explotación en su favor de los sentimientos de miedo y frustración de la población para exacerbarlos a través de la violencia, la represión o la propaganda.
Fascista: Que es partidario del fascismo

El próximo año se cumplirá un siglo desde que Benito Mussolini ocupase la jefatura del gobierno italiano. Efectivamente, en 1922 el fascismo se hizo con su lugar en la Historia. Su autoridad  nacionalista, tiránica y dictatorial se prolongaría en Italia durante dos décadas, hasta poco antes de finalizar la II Guerra Mundial. Gracias a la movilización  violenta y permanente de sus seguidores convocados por él mismo bajo el lema “Hagamos grande Italia, un pueblo un Estado”; gracias a la subversión y utilización en su provecho  de  las normas democráticas y, finalmente, gracias al apoyo de la gran burguesía terrateniente e industrial, que temía las consecuencias para sus negocios y sus privilegios ante la pujanza de las fuerzas de izquierda, y a pesar de contar con apenas un puñado de diputados en el parlamento italiano,  Mussolini se hizo con el poder.

Histriónico, maleducado, mesiánico, inculto, incapaz de empatizar, hábil y perverso manipulador de la realidad, antisocial, presuntuoso, delirante, narcisista, grandilocuente, explotador, misógino, arrogante, soberbio, amoral, violento, egoísta, racista y necio. Este podría ser el retrato etopéyico  de Mussolini. Hay quien dice que esta sería la descripción del carácter  propio de un enfermo, víctima de una patología mental. Yo creo que no. Sencillamente  es el dibujo somero  de una mala persona.

Ahora, busquemos un dirigente político contemporáneo  al que podamos vestir con toda esa serie de virtudes. ¡Extacto! ¡Donald Trump! Matizando el contexto histórico y geopolítico en el que ambos actúan, Mussolini y Trump son rostros que surgen del mismo molde. Incluso sus modos, la gestualidad, esa pose arrogante y desafiante con que se dirigen a seguidores y detractores construyen un mismo perfil y una mismo carácter en dos personas diferentes.

Me pregunto quién querría tener por vecino a un tipo con estas mismas características, quién lo querría a su lado como amigo o compañero; quién le confiaría, por ejemplo, ni tan siquiera la presidencia de la comunidad de vecinos durante un solo año… Y sin embargo, más de 70 millones de personas le han votado para que dirija el país más poderoso del mundo. Mussolini entró en Roma con 40.000 camisas negras. Buena parte del pueblo italiano lo adoraba.

Mussolini y Trump son producto del péndulo de la Historia. Ambos se sitúan en el mismo extremo. De ahí que me resulte difícil entender  por qué hemos asumido que Donald Trump ha fundado un nuevo modo de escribir la Historia, de ejercer el poder o de hacer política bautizado como  trumpismo, cuando en realidad es un fascista paradigmático.

Efectivamente, Donald Trump es hijo legítimo de Benito Mussolini. Sus seguidores, que invadieron el pasado día 6 de enero  el capitolio y muchos otros que salen a la calle a diario,  armados,  amenazando a los que no piensan como ellos, son su squadra. No hay nada nuevo bajo el sol. Por mucho que en nuestra estúpida y arrogante posmodernidad nos empeñemos en deconstruir la sopa de ajo y la tortilla a la francesa sin utilizar ni ajo ni huevo, es necesario insistir: no es trumpismo, es fascismo.

Y es que, al igual que Trump, Benito Mussolini -y después Hitler- fueron una amenaza para el mundo y para la  democracia. El fascismo cosecha los peores sentimientos de las personas, los procesa y manipula exhaustivamente en clave nacionalista; señala y amenaza abiertamente al oponente; se arroga la propiedad del pueblo; personaliza la solución a los problemas en un caudillo salvador; utiliza las instituciones democráticas para legitimarse y más tarde destruirlas; manipula la verdad; apela a un pasado mítico de grandeza; su programa se resume en la  recuperación de  esa supuesta grandeza;  demoniza a las élites pero en realidad surge para conservar sus privilegios. Los fascistas se apoderan de los símbolos colectivos de la nación. Para un fascista, el pueblo es el cuerpo del Estado y el Estado es el espíritu del pueblo: la identificación de partido y nación es absoluta e indisoluble, de manera que quien no comulgue con sus postulados se convierte automáticamente en antipatriota, en enemigo del pueblo.

La influencia global de la política norteamericana es tal que ningún lugar del mundo ha escapado a su influjo. La presidencia del Mussolini norteamericano durante estos últimos cuatro años ha reforzado a los movimientos fascistas europeos y sudamericanos. Bolsonaro, Le Pen, Salvini, Orbán, Gilders, Baudet… son algunos ejemplos. Los medios de comunicación, los think tank y  periodistas e intelectuales afines trabajan a diario para posicionar su mensaje.

Por supuesto, España, el único país europeo junto a Portugal donde después de la II Guerra Mundial arraigó y gobernó el fascismo en su peculiar forma franquista durante cuatro décadas, no es una excepción. La llamada foto de Colón  se ha convertido en  un icono o en un lugar común  que muestra en una sola imagen las diferentes gradaciones del fascismo contemporáneo de cuño español. Los tres partidos allí representados comparten gobierno en tres comunidades autónomas, Madrid, Andalucía y Murcia, aunque por su tono, por su estilo, por su retórica y el descaro con que enarbolan simbologías o reivindican nuestra pasada dictadura, quien mejor representa al fascismo español es el VOX  de Santiago Abascal.

Sin embargo, camuflados en una oratoria ampulosa, caramelizada de desobediencia civil revolucionaria; agitando una bandera sectaria junto  al supuesto derecho a una falseada democracia directa y popular; utilizando en su beneficio todo tipo de símbolos,  personajes y movimientos históricos revolucionarios, apoyado por una movilización constante en las calles, con gran protagonismo de  las falanges  de la CUP y la Assemblea Nacional de Catalunya, el fascismo se ha colado también en Cataluña  de la mano del independentismo.

De hecho, desde el intento de Golpe de Estado el  23 de febrero de 1981 no se había producido otro intento de subversión de la legalidad democrática en España hasta el 6 y 7 y de septiembre de 2017, días en los que la mitad de los diputados del parlamento autonómico de Cataluña pergeñaron una legalidad paralela contraviniendo el Estado de Derecho y  toda norma democrática,  con los hechos consecuentes y posteriores de intento de asalto al mismo Parlament, la invasión y ocupación de la Delegación del Gobierno, la ocupación masiva del Aeropuerto internacional del Prat, el corte de la frontera de la Junquera entre Francia y España, y los ulteriores disturbios de Barcelona, bautizados con gozoso orgullo por los grupos CDR como “La Batalla de Urquinaona” tras la sentencia condenatoria a los líderes del procès... por citar los hechos más relevantes.

Toda una lección para los fascistas de Trump. Cualquiera puede invertir unos minutos en encontrar, desde la óptica del Estado de Derecho y de un sistema democrático occidental, las diferencias que existen  entre la actuación de Trump y sus seguidores y los líderes independentistas catalanes y sus acólitos. Más allá de las  peculiaridades obvias, debido a su contexto,  no hallará muchas. Ni siquiera en el modus operandi y mucho menos en la base de su narrativa política y de su discurso. Yo -si se me permite- señalo las coincidencias:  Exacerbación de los sentimientos nacionales; negación y subversión de una legalidad democrática que no les resulta propicia; movilización violenta parapolítica; identificación del partido con el supuesto espíritu del pueblo; negación de la lucha de clases; inefabilidad del líder  y seguimiento incuestionable al caudillo; apelación a una supuesta grandeza pasada; promesa de recuperación de esa grandeza; utilización sectaria y partidista de las instituciones y de los símbolos nacionales; creación de instituciones propias y paralelas que sustituyen a las democráticas votadas en sufragio universal; creación de una fuerza popular de choque que mantenga la tensión política en las calles (los CDR); demonización del oponente; creación de sindicatos verticales afines; entrismo en la red institucional, cultural, cívica y social;  argumentación falseada; irritación sentimentaloide exagerada; autoconvencimiento mesiánico; violencia verbal; xenofobia, racismo y supremacismo.

Tan fascista es este movimiento que el último presidente de la Generalitat, Quim Torra, actualmente inhabilitado, fue nombrado President a sabiendas de que es el autor de nada más y nada menos que de 444 artículos periodísticos de carácter racista, xenófobo y supremacista. Tanto es así que el Presidente de la Cámara de Comercio de Barcelona, actual candidato número tres de la lista de JxCat  por Barcelona al Parlament de Catalunya, y posible futuro President si este partido gana las elecciones y Laura Borras (la segunda de la lista) es inhabilitada, se ha declarado públicamente, en varias ocasiones, admirador de Donald Trump y de sus políticas. Tanto es así, que Artur Mas, llamado por sus seguidores El timonel, utilizó para la campaña electoral  del 2012 el lema “La voluntad de un pueblo”. Tanto es así que la expresidenta del Parlament, Carme Forcadell, se desgañitó  en actos públicos asegurando que catalán sólo es quien quiere la independencia de Cataluña. Tanto es así que Joan Tardà, en pleno auge del movimiento independentista, gritó a los estudiantes de la Universidad de Barcelona que quien no apoyase la causa era un traidor a la patria. Tanto es así que Carles Puigdemont, responsable de la Declaración Unilateral de Independencia,  mantiene una relación fluida con los líderes de la extrema derecha flamenca, quienes en repetidas ocasiones han expresado públicamente su apoyo al procès. Tanto es así que Mateo Salvini, líder fascista italiano, se apresuró a fotografiarse con una bandera  estelada, la bandera independentista catalana…

Después del intento de ocupación del Capitolio en Washington por parte de los camisas negras de Donald Trump, el futuro de lo que va ocurrir es incierto. Hoy, el Congreso debate su cese con la presencia de un importante contingente de la Guardia Nacional. A pesar de que el apoyo popular al Mussolini estadounidense  es muy grande -mayoritario en algunos Estados- esperemos que los EEUU  aguanten el envite del fascismo, porque la alternativa es apocalíptica y no habría que descartar un enfrentamiento civil.  Los seguidores del Mussolini yanqui están muy bien organizados y terroríficamente bien armados. A estas alturas, ya nadie se cree que el asalto al Capitolio fuese un hecho espontáneo.

En mi opinión, lo importante es que el poder judicial norteamericano pueda procesar a Donald Trump por poner en peligro la democracia norteamericana,  incitar al odio, intentar subvertir las leyes por dirigir y alentar una rebelión en toda regla aprovechando su posición de máximo poder. Si esto sucede así, estoy seguro de que Santiago Abascal, Pablo Casado, Inés Arrimadas, Mateo Salvini, Jair Bolsonaro, Viktor Orban, Joan Canadell y Carles Puigdemont  consideraran a Donald Trump  un preso político y se sumarán a la solicitud de indulto, o mejor, de amnistía, tanto para él como para sus CDR de QAnon.

En coherencia, también deberían apoyar esta solicitud Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Jessica Albiach, Ada Colau, Joan Mena, Jaume Asens y un largo etcétera de políticos e intelectuales de la izquierda divina, acomplejada ente el nacionalismo catalán y vasco, que solo ve la paja del fascismo en el ojo ajeno. Por cierto, por si alguien no lo recuerda, Mussolini acabó sus días colgado de los pies. Un aviso de la Historia a navegantes.