miércoles, 25 de noviembre de 2020

La penúltima utopía


Recientemente la influyente asociación norteamericana Mars Society celebró la gran final de un concurso para el que ciento setenta equipos de todo el mundo habían elaborado  propuestas de diseño, construcción y habitabilidad de una  ciudad en Marte. Sólo  llegaron diez, entre los que se encontraba SONET, un grupo internacional de científicos, ingenieros y arquitectos  liderado por catalanes cuyo proyecto de ciudad marciana llevaba por nombre Nüwa, inspirado en la diosa china protectora de los cielos y creadora del universo.

Nüwa no resultó ser la propuesta vencedora,  pero durante algunas semanas ha suscitado el interés de los medios de comunicación españoles, no sólo por lo peculiar de la competición, sino por los atractivos de la propuesta, acompañada de sugerentes videos e imágenes que dopan nuestra imaginación, ayudándonos a ubicarnos en el que podría ser nuestro futuro domicilio marciano.

Y es que los creadores de Nüwa, a pesar de que la ciencia, la tecnología y una arquitectura de relumbrón protagonizan de un modo preferente la propuesta, han pensado también en algunos aspectos sociales, culturales y políticos que podrían fundamentar la superestructura de una sociedad en Marte. Por eso, a mi parecer, y aunque sus creadores no lo mencionen, en su inconsciente creativo subyace la intención de una utopía, si bien es cierto que han negado la pretensión de hacer de Nüwa un salvavidas de la humanidad. Una y otra cosa son perfectamente compatibles.

Cuando tuve noticia de Nüwa y a medida que iba conociendo sus detalles no tardé en recordar a Lewis Mumford (1895-1990). No en vano, el prolífico intelectual norteamericano, autor de una obra fascinante que profundiza precisamente en la conformación de la ciudad moderna, y en  el influjo y las consecuencias de la tecnología en la sociedad industrial, inició su andadura con “Historia de las utopías”, un sugerente libro que escribió en 1922 cuando contaba tan solo con 27 años. La editorial riojana “Pepitas de calabaza” lo publicó por primera vez en español hace unos pocos años. Me atrevo a afirmar que Mumford se hubiese interesado por Nüwa porque en ella convergen todos sus intereses.

Una posible mudanza de nuestro planeta y la construcción de nuestras vidas en otro mundo  nos invita imaginar una sociedad nueva contando con la sabiduría y conocimiento retrospectivo que nos proporciona el transcurso de nuestros cientos de miles de años de historia como especie, incluyendo en el equipaje  todos nuestros errores y aciertos. Más allá de los detalles técnicos, de algún modo Nüwa nos interpela y nos invita, una vez más, a pensar en la penúltima utopía.

No en vano, para  Mumford los ideales  nos facilitan aceptar la realidad y nos ayudan a tolerar la dureza de la vida, los rigores de los entornos físicos donde nos vemos obligados a vivir, y donde, al mismo tiempo, pensamos en maneras de liberación futura, imaginando alternativas, reconstruyendo al fin y al cabo el lugar, el espacio que habitamos. Es decir, para el escritor norteamericano las utopías no han supuesto una herramienta de evasión, sino la necesidad humana de desarrollar una realidad diferente que nos permita una nueva existencia.

Quizás por eso, conscientes de los problemas medioambientales que padecemos en la Tierra y de la inminencia de transformaciones de gran trascendencia que asolarán regiones enteras de nuestro planeta a causa del cambio climático, los creadores de Nüwa han abanderado la sostenibilidad como orientación estratégica. A priori esta decisión parece atractiva; sugiere todas las virtudes que manan y fluyen río abajo de la palabra mágica del siglo XXI como agua cristalina, aunque,  a la sazón, sea uno de los términos más contaminados de las últimas décadas,  junto a libertad, democracia o amor.

Sin embargo, resulta chocante que los creadores de Nüwa hayan intentado trasladar el  término terrícola a un planeta en el que las condiciones medioambientales naturales en relación a la especie humana y a la diversidad y riqueza biológica lo convierten en inútil por motivos más que obvios. De hecho, emulando a los más célebres utopistas,  SONET aplica el término sostenibilidad con un único objetivo restrictivo, que se concreta en la limitación  del número de persona que accedan al viaje interplanetario para finalmente colonizar la novísima ciudad; se reservan el derecho de admisión. 

Porque, efectivamente, Nüwa no admitiría más colonos que los que pudiese abastecer de alimento y de oxígeno, un criterio que se antoja cercano a postulados políticos terrestres que priorizan el acceso a los recursos y a los servicios de los países en función del origen. ¿Quién decidiría el nombre y los apellidos del millón de personas que viajaría a Nüwa durante los próximos cincuenta años? ¿Qué criterios se seguirían para su elección? ¿Albergamos razones más que terrestres para sospechar que precisamente serían las personas que menos han trabajado por la sostenibilidad en la Tierra las que obtendrían un billete hacia Marte?

Mucho me temo que la sostenibilidad de Nüwa parece más una estrategia publicitaria basada en la corrección política, encaminada a congraciarse con el jurado del concurso, que una voluntad firme de poner en marcha los tres criterios sobre los que se asienta. Nada se dice en el proyecto sobre el sistema económico que regiría la vida y las relaciones laborales de los nuwaianos, dando por hecho, quizás, un sistema capitalista de libre mercado, el mismo sistema que ha esquilmado los recursos y está reduciendo a establos industriales la diversidad natural de la Tierra para convertirla un erial.

Porque una sociedad sostenible es, por definición, aquella que no solo cuida de su medio ambiente sino que promueve relaciones laborales justas y un crecimiento económico generador de riqueza y bienestar para todos, sin comprometer los recursos a generaciones futuras. Cualquier otra definición de sostenibilidad que no integre el vector económico y social no es más que música para neohipies, espumillón de árbol de navidad. De hecho, la sostenibilidad, dada el predominio  actual de capitalismo rampante es, en sí mismo, en nuestro presente, un enfoque utópico de nuestra vida en la tierra y muy probablemente en un futuro que se prevé poco halagüeño, lo cual confirma su carácter quimérico.

En cuanto al sistema político con que se gobernarían los nüwaianos, los científicos de SONET establecen tres fases en un proceso que se asemeja curiosamente a una suerte de desarrollo colonial. En la primera fase los pioneros de la ciudad marciana vivirían pendientes de la metrópoli terrestre, tutelados por un gobierno terrícola que establecería las normas. Posteriormente, al cabo de las primeras tres décadas, Nüwa se establecería como ciudad federada, con derecho a parlamento propio y a establecer leyes en el marco legal establecido en la Tierra. Finalmente, en último término, Nüwa declararía la independencia de la Tierra y se establecería como República independiente, de derecho, democrática, con parlamento representativo y legislativo, poder ejecutivo y judicial.

Es sencillo pensar en cierto sesgo político inconsciente- o quizás un guiño simpático- atribuible al origen catalán de los líderes de Nüwa, porque esta hoja de ruta  evoca problemáticas por todos conocidas en la última década. A pesar de que resulte tentador sostener esta sospecha, estoy seguro que no va más allá de una mera conjetura mía.

Sin embargo, no me resisto a reprochar cariñosa y educadamente a sus creadores el desperdicio de la oportunidad que supone proyectar un mundo nuevo y renunciar a pensar media hora más con el fin de  superar, no sólo experiencias políticas recientes, tanto catalanoespañolas como históricas, sino un sistema de relaciones y de convivencia nuevo para un mundo nuevo.

Es decir, fundar junto con la ciudad de Nüwa otra Historia, con hache mayúscula. Puestos a jugar, a especular o a imaginar, por qué renunciar a la posibilidad de inventariar todos los errores que hemos cometido a lo largo de la Historia para colocarlos en un frontispicio con el epígrafe “lo que no se puede hacer”, dar por amortizada la Historia  y a continuación establecer el quilómetro cero de una nueva trayectoria humana, social, cultural, política y económica a partir de la cual los hombres y mujeres en mundo nuevo-nunca mejor dicho- no sólo explorarían los valles, las cimas y los recursos mineros de Marte, sino en el sentido más ideológico y positivo, establecerían una nueva sociedad.

Por el contrario, lo que propone SONET es tan sólo el transporte de humanos a Marte y su posterior ubicación en el interior de una arquitectura bucólico futurista que proyecta, gracias a la tecnología,  una imagen idílica en un entorno inhóspito, que recuerda de algún modo las ilustraciones de la revista The Watch Tower. La tecnología sería garantía más que suficiente como para que podamos repetir modelos políticos y de convivencia sin repetir los problemas ni los conflictos que generan en la Tierra.

Porque, por lo que parece, actuando como  hemos actuado siempre nadie en Nüwa ambicionaría el poder; de hecho no habría diferencias políticas entre los habitantes de Nüwa y consecuentemente no existiría un Estado como cualquier Estado terrestre, con el monopolio de la violencia; si se me permite la broma, no serían necesarias comisarías de Mossos de Nüwa, ni cloacas estatales; los recursos de Nüwa se distribuirían equitativamente según el criterio de necesidad; nadie acapararía recursos; nadie comerciaría con los recursos ventajosamente; nadie explotaría a nadie para obtener un beneficio en la manufactura, procesamiento y venta de productos; la sanidad y al educación serían complemente públicas y solidarias; nadie sería discriminado debido a su orientación sexual, a su raza o región terrícola de procedencia; los hombres no maltratarían a las mujeres, la Iglesia católica perseguiría con ahínco la pederastia (en el caso de  que se practicase), y las creencias religiosas se circunscribirían al ámbito privado…

Y aquí, llegados a este punto , con la Iglesia hemos topado. Porque, puestos a especular, ¿los nüwaianos -o algunos nüwaianos- se levantarían un día iluminados por un novísimo espíritu santo que les ordenaría predicar un Dios marciano creador de todas las cosas? ¿Qué nuevo sentido adquiriría la Biblia, el Corán o la Torá? ¿Habría que plantearse, quizás, una revisión del libro del Génesis? ¿Cómo resolverían los teólogos los problemas que suscita la traslación a Marte de unas creencias milenarias basadas en la creación y en la vida de la humanidad en la Tierra? ¿Cómo se resolverían las dudas más que probables de los creyentes? En definitiva, ¿Cómo podría soportar al fundamento religioso nacido del mito, de la respuesta irracional a los misterios de la vida, la refundación de la Historia desde un proyecto extraterrestre ,empírico, materialista y racional? Y por tanto ¿Qué tipo de cultura surgiría de ese proceso dialéctico?

Yo me reconozco incapaz  siquiera de intuir las respuestas. Por eso creo que más allá de la creatividad y de las capacidades científico tecnológicas de los creadores de Nüwa, la virtud de su propuesta consiste en que nos obliga a describirnos, a repensarnos, a razonar y establecer- aunque se queden en  meras hipótesis, simplistas, como las mías-  la nueva potencia de un devenir para nuestra especie  social, inteligente y racional, consciente de mortalidad.

Quiero decir que si algo tiene de utópico Nüwa es precisamente su sugestivo poder de interpelación al margen de prejuicios ideológicos y sectarios, porque, quien más quien menos, a poco esfuerzo que haga, se ve envuelto en la luz marciana que se introduce por las celdas abiertas de las cúpulas de Nüwa en perfecta convivencia y se imbuye de buenos augurios, o como decimos ahora, de buenas sensaciones, y en el fondo, exclamamos: ¡en un lugar semejante, cómo no vamos a ser capaces de hacer en Marte lo que no hicimos en la Tierra!

Lewis Mumford era muy joven cuando escribió “Historia de las utopías”, aunque  mucho más madura, inteligente y fructífera que tres vidas completas que yo pueda vivir. Pero creo que fue precisamente el idealismo que habita  en una mente joven el que le animó a definir las utopías partiendo de  la necesidad humana de plantear alternativas mejores o incluso de sabernos capaces de llegar a la perfección en compañía de otros, es decir, en sociedad.

Platón, Tomas Moro, Bacon, Campanella, Fourier, Owen, Buckingham, Hudson, Andrae, o Wells diseñaron o pensaron mundos perfectos basados en aspectos demográficos, organizativos, políticos, productivos, industriales, intelectuales,  instrumentales o científicos. Todas ellas se quedaron en los libros. Pero el siglo XX decidió poner alguna en práctica superando en dolor, muerte y destrucción a cualquier otra época de la historia, intentando culminar la materialización de la excelencia, el establecimiento de la ausencia del error.

Si nos preguntásemos en qué época nos gustaría vivir, todos responderíamos que en esta misma en la que hemos nacido. En consecuencia,  no es difícil concluir que estamos poblando el mejor de los mundos posibles; que  la utopía forma parte de nuestra esencia profunda y en realidad es el camino que ha transitado y transita el ser humano a lo largo de su presencia en la Tierra, y es posible que en un futuro en Marte.

La colonización de Marte a escala social se antoja tan lejana  como remoto es el pasado en el que duerme  la República de Platón, o aquel país fantástico de Tomás Moro que, en palabras de Mumford, “dejaba atrás un escenario cuya violencia política y desajuste económico se asemejaban curiosamente a los nuestros [...] donde  el supremo placer era el cultivo del espíritu  y el hombre alcanza el más amplio desarrollo de su especie.” Un hermoso deseo para los nüwaianos. Gracias a SONET por invitarme a pensar. 

 

FOTO: Sonet hub