miércoles, 28 de marzo de 2007

La cuadrilla de la faria engominada


Vuelven otra vez los de siempre. Los que siempre han jodido a este pais desde que tenemos conciencia de serlo. Los de las banderas, las peinetas, el rosario, y el olor retestinado a faria y coñac. Los que ahora se peinan con gomina, lucen diploma americano de master y sonrien con su mandíbula befa de empollones chivatos: los mismos de siempre.

Esta cuadrilla lo ha conseguido de nuevo: no hablo de la crispación, o de la mala leche que se respira, o de la contínua sensación colectiva que tenemos en España parecida a cuando vemos que el jarrón de la estantaría se va a caer y se va a hacer trizas y no nos da tiempo a alargar el brazo para evitarlo y se rompe y se nos queda la cara de pena y de qué le vamos a hacer con lo que me gustaba.

Esta cuadrilla de la faria engominada ha conseguido que los que estábamos tan tranquilos pensando como pensábamos, sin meternos con nadie, en la paz de nuestra ideas, tengamos el complejo de haber promovido y colaborado con este estado de bronca contínua. Porque ahora resulta que todos tenemos la culpa, que todos somos iguales y que la responsabilidad hay que repartirla. Esta canción tiene sonido de los años 30, el sonido de la revisión de la historia; un sonsonete que se pega como la canción del verano y que ya no se olvida. La letra dice algo así como: nadie y todos fuimos culpables de la guerra civil.

Hace una semanas le oí a Carnicero repartir responsabilidades de manera equitativa a gobierno y oposición, no vaya a ser que le llamen rojo, (Carlos, te amo) y he oído a varios opinadores de izquierda entonar un mea culpa como si la cosa fuese con ellos, como si colectivamente, otra vez, entre hermanos, todos fuésemos responsables del estado de las cosas.

Como dije al inicio de mi nueva vida entre los vivos, nada ha cambiado. Tampoco el sabor de la faria, ni el olor a humo pegado a las paredes de los bares en los que ahora se regala cada día el Mundo del siglo XXI (fíjate), para que taxistas beodos, bigotitos nostálgicos y jugadoras de bingo forradas de visón añoren al muñeco diabólico del brazo autómata reencarnado hoy en un señor más alto, con barba y que silba cuando habla, como Sir Lancelot.

Me gustaría seguir escribiendo sobre mi vuelta al mundo de los vivos.

Vuelvo mañana... espero.

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