viernes, 25 de mayo de 2007

Segundo intento para explicar qué pasó en Maipú 994. Allegro ma non Troppo.



L
a cuestión era que escuchando a Brahms recordé Maipú 994. O quizá fue al revés, que chafardeando entre las habitaciones cerradas y oscuras del pequeño apartamento de la calle Maipú 994, allá en la cercana Buenos Aires, me pareció que escuchaba los primeros acordes de la Segunda Sinfonía.

“Allegro ma non troppo”, escribió el compositor en el primer movimiento.

Todo empieza suave, lento, como una caricia, como la vuelta de costado de un bebé que se mueve en la cuna creyendo que sueña todavía dentro de la placenta materna. Al poco, el volumen aumenta, se suman más instrumentos a la armonía, la orquesta entera suena triunfal, potente, descarada, como si la sinfonía fuese la voz impertinente y atrevida del adolescente que tiene ante si el mundo. Sin embargo, algo suena a amenaza. Hay momentos en que la alegría se torna en estruendo de monstruo, en mueca de Munch, en auxilio desesperado, un grito de ahogo que emerge directamente del infierno dantesco. Y después, casi el silencio. Y otra vez la caricia uterina iniciando de nuevo el compás de la vida, “Allegro ma non troppo”, el infierno, Beatriz, así hasta que se adivinan en unas últimas notas el triunfo sereno y un adios discreto, sencillo, casi feliz.

Puedo verle, al pobre Jorge Luis, al genio, sentado en ese sillón oscuro, cubiertas las piernas por una manta de franela a cuadros, en el rincón, bajo la luz de la lámpara verde leyendo poesía anglosajona con la cabeza inclinada ligeramente hacia abajo y hacia el lado de su ojo derecho, con el que todavía podía ver un poco. Frente a él Doña Leonor Acevedo, la guardiana de la torre de marfil, vieja, impecablemente vestida de negro. Un moño recoge su cabello blanco. Ella también lee y, de vez en cuando, levanta la vista por encima de las lentes y certifica que Georgie sigue ahí, encandilado con las sagas normandas, sentado sobre el sillón oscuro, iluminado por la luz de la lámpara verde y escoltado, y quien sabe si también vigilado, por los retratos omnipresentes de los héroes de la independencia Argentina, el linaje de Doña Leonor. Fanny, la asistenta, les espía tras la puerta entrecerrada. Todo es vigilia en Maipú 994.

Puedo verle. Sumergido en letras escritas con una grafía que no es la nuestra y escuchando al mismo tiempo el primer movimiento de la segunda sinfonía de Johannes Brahms “Allegro ma non troppo” . Georgi no levanta la cabeza. Georgi, el escritor matemático, metafísico, logarítmico por antonomasia, lee poesía normanda y escucha música romántica. Parece feliz en el pequeño apartamento bonaerense de la calle Maipú número 994.

Me siento en su sillón, me dejo llevar por el último acorde de la música y me permito el escándalo de ponerle letra a una sinfonía de Brahms: “Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña” .

Vuelvo mañana

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