miércoles, 23 de mayo de 2007

Primer intento para explicar qué pasó en Maipú 994


Me asombra la facilidad con la que la casualidad une espacios de tiempo demasiado largos como para que dos hombres de una misma época se crucen por la calle. Yo juego con ventaja, yo tengo otra vida, y en esta en la que ahora existo es Johannes Brahms, un contemporáneo mío, quien me introduce en Maipú 994. Porque, estoy seguro, Brahms sonaba en Maipú 994.

No conocí a Brahms y es ahora cuando he podido escuchar parte de su obra.
Claro: Brahms es el Norte y España es España ("¡¡La luz viene del Norte!!", decían los modernistas catalanes, que al fin y al cabo eran románticos de nuevo cuño).

Aquí, si hubo algún romántico, se quitó pronto la vida a las primeras de cambio, a tiro de pistola, por un miserable ataque de cuernos. En el Norte eran más sofisticados, eran románticos de verdad, de manual: el divorcio con Dios y con la naturalaza, las ansias de libertad, el amor imposible, la perdición y condena del alma propia, la defensa de la identidad nacional...La música de Brahms suena a todo eso, pero nuestro romanticismo ha olido siempre a puchero, que es a lo que olían las calles de Madrid hace más de dos siglos.

¡¡Pobres románticos nuestros!!, ¡¡Pobre de mi!!: bastante teníamos con escondernos de la santa inquisición, del marido de nuestra amante, de los chulapos, de la censura, de la patrona de la pensión o del espejo. Yo soy una víctima del espejo y de la ausencia en Madrid de un acantilado marítimo que llevarme a mi melena. Y tanto hablar de mi, se me ha ido el santo al cielo, porque de lo que yo quería hablar es de lo que pasó en Maipú 994.

Y es que ser romántico es lo que tiene, que uno no puede desprenderse de su yo, así por las buenas. Ser romántico, hoy en día, tiene sus ventajas, porque disponemos de un nuevo género, el blog, que nos permite hablar de nosotros mismos sin parar y sin necesidad de un editor que te marque fechas. El blog nos permite protestar por todo aunque no te oiga nadie; gritar causas perdidas sabiendo que hace días que están ganadas (porque nunca se lucharon); sentir la vana ilusión de que alguien nos lee, y nos entiende. En realidad el blog es un invento más que nos hace sentir importantes. Por eso nos gusta tanto a los románticos. Y por eso, como entonces, acabaremos mal otra vez, por mentirnos a nosotros mismos.

Cuando nos demos cuenta nos encontraremos en mitad del desierto, solos, con nuestras palabras como única compañía, alimentándonos de nuestra vanidad el tiempo justo hasta que perdamos el conocimiento y muramos de nuevo, esta vez de muerte virtual: Algo hemos ganado.

Vuelvo mañana.

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