¿Dónde estás? Ante mi el mar esculpe, paciente, la piedra verde y vieja. A mi izquierda monta guardia el faro, castigado a perpetuidad por dar la luz a los hombres de la mar. Está situado al vértice de un pequeño cabo que sobresale del acantilado. Para llegar hasta allí tengo que caminar entre una estrecha vereda que bordea las rocas justo en el límite entre la tierra y el vacío.
Genista amarilla, púrpuras, coronas de la pasión, pitas, cactus, dedos del diablo y chumberas forman una bandera huérfana de nación y de pueblo que le cante un himno.
La senda finaliza al pie de una cala en la que reinan unos arbustos que no son este mundo, que desplegan sus tentáculos, ofreciendo al cielo, a otros seres, sus esporas.
Subo hacia el faro, caminando sobre rocas de sal y de tierra, y allí estabas, sentada al pie del faro, contemplando el océano eterno, como si intentases capturar los años y los siglos que se mecen ahora en la calma de la brisa, fluyendo entre las olas tímidas que apenas peinan la orilla. Me pareció que me mirabas y corrí a buscarte.
Pero allí ya no había nadie. Sólo, en pie, el faro y yo, y la luz del día, y de repente la galerna en este eterno lugar de castigo.
Vuelvo mañana
viernes, 11 de mayo de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Nen, eres todo un poeta. Qué bello!
Nako.
Puça te equivocas: ella siempre está allí aunque a veces no la veas por la luz del faro o la luz del día.
Publicar un comentario