jueves, 10 de noviembre de 2011

El mito y la furia (II)

(Viene de aquí)

Así, entre vapores tóxicos y pintura, igual que actúa el disolvente sobre el esmalte acrílico, a mí se me disolvió el mito del mundo laboral, uno de los primeros que yo recuerde haber construido, si exceptúo, claro, el que surgió de la visión o de la imaginación de la calidez mullida de la entrepierna de una profesora de catalán que a la hora del recreo se sentaba sobre su falda corta, de una manera poco adecuada, en el patio del colegio de curas donde me enseñaron que el trabajo dignifica. Ésta, sin embargo, (la calidez mullida de la entrepierna de la profesora de catalán) es una cuestión que nunca pude comprobar y permanece intacta en el archivo de mis evocaciones privadas. Lo que sí puedo certificar es el derrumbe, a las primeras de cambio, de la ilusión que amparé durante los años en que formaba mi visión de la realidad, sobre la solidaridad laboral, la conciencia de clase y un futuro próximo de justicia social que llegaría, más pronto que tarde, de la mano de la lucha proletaria.

Sea como fuere, la cuestión es que debido a la necesidad de dinero con el que costearme el carnet de conducir y mi primer equipo estereofónico, aquel fue el primer año que no dispuse de todo el verano para pasarlo en el pueblo del que emigraron mis padres. Y fue también uno de los peores años de la época del plomo, en la que la organización terrorista ETA mataba casi a diario. En ese pueblo de la sierra burgalesa al que, todavía hoy, procuro escaparme unos días, yo formaba parte de una cuadrilla numerosa de jóvenes, hijos, también, de padres emigrantes. Muchos de ellos habían nacido y se habían criado en pueblos y ciudades de Euskadi.

Lo digo ahora porque a mí, particularmente, (no sé si a alguien más le ocurría) me llamaba poderosamente la atención, y casi diría que envidiaba, la pasión con la que todos ellos hablaban de lo que vivían en sus lugares de procedencia. Lo explicaban de tal manera que todo lo que hacía referencia a sus vidas allí, en los pueblos del País Vasco, poseía para mí una categoría extraordinariamente superior en relación a mis experiencias en Catalunya, las cuales, en comparación a aquéllas, se tornaban aburridas, vulgares, poco dignas de haber sido vividas, por mucho que a mí, en el momento de experimentarlas, me hubiesen parecido únicas.

Quizá, al escuchar a mis amigos, inconscientemente yo desplegaba detrás del relato de su cotidianidad el telón de fondo de una situación de violencia cuya narración nos llegaba a diario a través de los medios de comunicación, y en la que a menudo, a la hora de interpretarla, se perdía de vista quién sufría a quién, aunque ellos explicasen siempre y casi exclusivamente las actividades normales de cualquier joven de la época.

Por otro lado, no hacía ni 10 años de la muerte del dictador, y todavía flotaba cierto sentimiento que justificaba el uso de las armas para conseguir el fin de la dictadura y, por extensión, la liberación de un pueblo supuestamente oprimido. Por eso, no era fácil discernir hasta qué punto todo aquello era una locura sin sentido que no llevaba más que al dolor. De ahí que resultase sencillo dibujar de un solo trazo las siluetas del opresor y del oprimido, y la visión plana de sus movimientos, de un extremo al otro, sin matices, como si éstas se desenvolviesen dentro del espacio reducido que acoge una representación de teatro negro.

De manera que mi cabeza, posiblemente en complicidad con mi corazón, realizaba un curioso ejercicio de imaginación y de transposición de las vidas cotidianas de mis amigos y las encajaba en un escenario de lucha épica por la libertad, donde los héroes de una resistencia numantina se mezclaban entre ellos, entre sus quehaceres y sus costumbres habituales, muy similares a las mías, para constatar con su presencia el sacrificio al que se entregaban en aras de una arcadia no muy lejana. Así es que, sin haber pisado jamás aquella tierra, yo me montaba mi película y el resultado era la mitificación de todo lo que tuviese que ver con lo vasco.

Me gustaba su bandera, y su himno, que aprendí escuchando a mis amigos en el pueblo; me gustaban los grupos musicales que cantaban en euskera, una lengua heroica, en la que decía algunas palabras y algunas frases muy cortas. Sabía los nombres de las embarcaciones que competían en las traineras e incluso alguno de los cánticos de sus seguidores. Conocía las fechas de las fiestas más importantes, sus costumbres, las leyendas. Se me despertaba la gula con los platos de su gastronomía. Me emocionaban los partidos de pelota en el frontón y me quedaba embobado viendo bailar un aurresku… Además, igual que nos suele ocurrir a los españoles con los latinoamericanos, me fascinaba el énfasis del acento vasco, la musicalidad singular, ese tono tan peculiar de exageración continua de vocales abiertas y de sílabas llanas, con el que parecen discutir constantemente de cualquier tema con una pasión desaforada a través de palabras que suenan a montaña antigua, a herrería, a hogaza de pan y a vino compartido.

Con el paso de los años mis viajes al pueblo se espaciaron mucho en el tiempo y poco a poco fui perdiendo el contacto con la cuadrilla. Sin embargo seguía con auténtico interés todo lo que tuviese que ver con lo vasco. Leía siempre que podía a sus novelistas y cualquier cosa que hablase de su historia o del llamado conflicto. Recuerdo, por ejemplo, una novela que por entonces me impresionó mucho, porque narraba las interioridades y las motivaciones de los componentes de un comando terrorista. Creo que ganó el premio Planeta. Si no me falla la memoria la escribió Cristóbal Zaragoza; se titulaba “Y Dios en la última playa”. Años después surgió la figura de Bernardo Atxaga, del que he leído cada libro que ha escrito. También leí con gran interés “El bucle melancólico” el ensayo del poeta e intelectual Jon Juaristi (de extraña y exótica trayectoria), componente del comando que mató a Meliton Manzanas, considerado la primera víctima planificada de ETA. He leído al joven Kirmen Uribe y, por supuesto, he podido disfrutar durante la última década con cada uno de los libros que ha escrito y ha reeditado mi admirado Ramiro Pinilla, quien, curiosamente, multiplicando el mito de los orígenes legendarios de Euskadi, lo deconstruye y lo desmiente, casi diría que con mayor efectividad de lo que lo hizo Juaristi.

A pesar de todo, después del tiempo, y de lo que ha llovido, ni si quiera los libros de Pinilla han sido capaces de derrumbar mi mitomanía vasca. Más bien, todo lo contrario. ‘La Higuera’, ‘Las ciegas hormigas’, ‘Los cuentos’, y sobre todo la monumental obra maestra ‘Verdes valles, colinas rojas’ acrecentaron el afecto irracional e inexplicable que siento hacia esa tierra en la que, paradójicamente, he estado no más de tres veces. La última, el año pasado. Por exigencias laborales, viajé a Bilbao y aprovechando la circunstancia me llegué hasta Portugalete a visitar a un par de amigos que formaban parte de aquella, también, mítica cuadrilla de mi adolescencia.

(Continua aquí)

15 comentarios:

juan de mairena dijo...

Estimado Hablador. Esta otra experiencia se me hace muy cercana también a la mía. Todos los ecos de la "resistencia vasca" nos llegaban en aquellos tiempos (hablo de tiempos anteriores a los tuyos, acaso con una cadencia de diez o quince años) mucha gente de fuera de Euskadi justificaba (soprendente, ¿eh?) la violencia, se les veía como justicieros casi más que como héroes (para mí nunca fueron héroes, pero muchos admitíamos su arrojo y tenacidad)
Pero mira, una cosa que nunca tragué es que eran tan suyos, a cualquier nivel, no digo de violencia sino en materia de asociacionismo y partidos respecto a otros del resto de España...Nunca tragué que nos miraran por encima del hombro a los de izquierdas pero españoles, como que el mito eran ellos, los portadoras de la liberación eran ellos, etc.

Bueno me diferencio de tu experiencia, y ahí te envidio aunque mis derroteros fueran por otro lado, en que apenas he leído literatura moderna de autores nacidos en esa región o comunidad o país o como quieran que se les llame, algo de Bernardo, sí. Me interesa que me des tu impresión sobre los relatos de Pinilla, porque muchas veces he estado tentado pero tal vez no me atraía ya el tema.

Gracias.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Si, es verdad,han sido son muy especiales.

Pinilla es grande, majestuoso. Pinilla está en la cúspide, al margen de modas, tendencias y de cenáculos.

Cualquiera que quiera entender los porques de Euskadi (todos) debería leer "Verdes Valles, Colinas Rojas". Es un libro descomunal, en todos los sentidos.
Todas sus novelas son extraordinarias. Quizá, después de ésta la que más me ha marcado sea "las ciegas hormigas".

En cuanto a sus cuentos, son el germen de su mundo, de su teogonía particular. Algunos de ellos son magistrales. Aunque éstos son muy anteriores, yo descubrí a Pinilla con "Verdes...". Y desde entonces rastreo y espero ansioso una nueva reedición o una nueva obra.

Yo te diría que te tirases a la piscina sin flotador y te agenciases "Verdes Valles..." Después, auguro que no podrás parar.

Por cierto, aunque el año pasado fue el pregonero de la Semana Grande de Bilbao,este autor no es muy (re)conocido en su tierra, y ya te puedes imaginar porqué

¡salud!

Anónimo dijo...

Así que también compartimos el pringamiento, ¿verdad? Lo mismo me dijeron a mí mis padres la primera vez que entré en una multinacional, a fines de los 90 (las fábricas las habían sacado ya ;)), mi primer trabajo con contrato, chungo, pero con contrato. Y también andaba yo pensando en lo de la unión proletaria, encontrándome como si estuviera en una ruleta rusa esquivando puñales. Claro que ya había tenido desengaño previo en la Facultad, pues los hijos de obreros se dedicaban a votar a aquel de los bigotes y a hacer campanas sin más intención que hablar de Jesulín y la Esteban. Tempranamente se derrerumbaron los mitos, también.
Lo del pueblo no lo comparto, porque claro fui de pequeña al lugar donde había nacido mi padre y no me acuerdo (tengo pendiente ir todavía) y después mi viejo tardó como 25 años en volver. Pero sí, esta España nuestra que no cambia y la historia menos. A ver cómo sigue el relato que está muy, pero que muy interesante.
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Estaba pensando, Ataulfa, que probablemente los que pensamos de determinada manera basamos todo nuestro pensamiento en mitos que se construyen, mitos que se caen, otros nuevos que construimos, y más que se vienen a abajo, y así danzamos por la vida... intentando esquivar una realidad que no nos gusta a base de mitos

¡Salud!
PD: otra palabra que, quizá, provenga de un mito

Belén dijo...

Anestesia. Tras su efecto, dolor. Anestesia. Tras su efecto, dolor... Más dosis de anestesia. Tras su efecto, más dolor, más grande...
Mi queridísimo Mariano... no se si contribuí a construir tu mito... pero creeme, de forma activa nunca "deifique" lo que hacían aquellas personas (?)que de facto "cosificaban" a las otras personas a las que asesinaban, a las que callaban, a las que atormentaban...
Claro que, por pasiva, también se contribuye a construir cosas... y en ese saco creo que estemos muchos. Es terrible, y al menos yo, con esta "culpa" tendré que vivir...

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Belen, claro que contribuiste, pero no a mitificar a la banda, (quizá no he sabido expresarlo bien) sino a todo lo que tenía que ver con vuestra tierra, porque os saltaban chispas de los ojos cuando referenciabais cualquier acontecimiento, por pequeño que fuese. Daba la sensación al escucharos (a mi, por lo menos) de que solo valía la pena vivir allí, pero no por la supuesta "lucha", sino por la pasión que poniais (todos) en explicar vuestras cuitas.

Ese telón de fondo de violencia lo ponía yo en mi interpretación y en mi imaginación; eso es lo que yo me encargué de construir con mi particular manera de ver el mundo.

Te recuerdo a ti y a tu hermano: las personas más pacíficas que nadie pueda conocer. Así es que sí que contribuisteis, pero a que yo también amase Euskadi, aun sin concocerla.

Un abrazo fuerte y recuerdos a Ernesto

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Eran tiempos...
No quiero ponerme manriqueña ni elegíaca.
Los modernos denostan la melancolía de los intelectuales y...
¡Ay dolor!, que dirías.
Kisses!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Los modernos denostan todo aquello que contenga algo de fondo, algo que buscar, algo que les dé un poco de trabajo o que contenga ambigüedades de difícil solución. Los modernos quieren certezas, y se conforman con la primera respuesta que les viene a la cabeza, sin darse cuenta de que lo que importa es la pregunta. También eran así los modernos de aquellos años. No hay más que recordar a Almodóvar, o a Alaska, esa musa de la intelectualidad... Parece que nada cambia: esa es la tragedia de los modernos

fiorella dijo...

Yo amo esa tierra tambièn. No leì a Pinilla,lo vì en ETB.Escuché campanas de todo tipo, también intenté "ver", percibir la realidad, enfin...Una gente especial, un lugar especial. Un beso

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Fiorella, te recomediendo de verdad a Pinilla. Si tienes oportunidad dedícale tu atención. Ese sí que es un mito que no cae, porque le sustenta la coherencia de toda su obra y las acciones de toda su vida.
Salud

Anónimo dijo...

Para: El Pobrecito Hablador del siglo XXI ® ©, Lo correcto es responder en el blog correspondiente, que para eso dejo mi dirección web. Respecto a su retahíla de preguntas, todas muy sofistas, yo no puedo ayudarle, “¿ por qué dependemos de la opinión de terceros para decidir si una novela es buena o mala?”, porque no creo saberlo todo, y por tanto confío en quien lo intenta, ni siquiera en quien lo cree. Por lo demás no ha entendido nada,” buena o mala”, sólo es una mera transcripción de ¿merece la pena leerla o no?, y, por tanto, pagar por ella. Tan simple como eso. Como explico después. Pero que usted no ha querido interpretar. Feliz blog. Feliz Día y feliz Sueño. Todos tenemos uno. Saludos.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Te contesto en tu blog Pforsini
Un saludo

Anónimo dijo...

Todo ha sido un malentendido, pero tiene razón en muchas de sus preguntas, pues en ellas van implícitas las respuestas. Perdóneme usted a mí si he sido descortés, me pierde al vehemencia, pero llevo desde 2005, intentando despejar la verdadera dimensión que va entre una obra de arte y una tomadura de pelo. Créame, ni caso, y mira que soy pesad, últimamente me ha dado por unir Literatura y Artes plásticas, y para mi sorpresa, parece que van de la mano… No molesto más, Un saludo. Y no tome en cuenta cosas que digo con la prisa. Mi realidad tampoco es precisamente una camino de baldosas amarillas…

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Tan amigos, oiga
Un saludo

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Querrrido... Yo me referá a uno de tus maestros admitidos.
Alaska y los demás arrancan de los residuos.
Si tuviese tiempo... hablaría a fondo de la Barcelona del 77 (para entendernos).
Kisses!