La realidad nos pone a
prueba cada día. La realidad nos examina.
Los acontecimientos que
conforman la actualidad analizan y comprueban el grado de resistencia con que están fabricadas las contradicciones que arrastramos en nuestra cotidianidad.Los hechos y las opiniones que emitimos sobre ellos a menudo
quiebran, como grietas en una columna, las
convicciones y los valores que nos
sostienen.
Dice Amador
Fernández-Savater que “las verdades éticas no son descripciones del mundo, sino
afirmaciones a partir de las cuales lo habitamos y nos conducimos en él”.
Es
decir, que podemos dibujar, relatar o explicar el mundo que nos rodea y los
acontecimientos que en él se suceden. Podemos hacerlo de muchas maneras, desde determinados ángulos o intereses, pero ninguna
de los relatos que seamos capaces de construir expresará objetivamente nuestra posición ante
los hechos, la coherencia entre lo que
decimos y lo que hacemos, entre nuestros pensamientos y nuestras actuaciones,
porque la única manera de mostrar
quienes somos es nuestra actitud diaria,
el modo como habitamos el mundo.
La frase de Fernández-Savater forma parte de un pequeño universo aforístico que puebla el tablero de corcho de una las paredes de mi
lugar de trabajo. La leo cada mañana, cuando levanto los ojos del ordenador,
cuando me los froto para aliviar el cansancio, cuando me quedo en blanco,
cuando me harto de escribir banalidades, cuando, por enésima vez, intento memorizarla sin conseguirlo.
Hoy, ese pedazo de papel insignificante que la contiene
me grita a cada instante, y su canto ocupa toda la jornada. Se ha transformado en
el “Grillo constante” de Mario Benedetti, en la conciencia incómoda,
persistente, “inmóvil en su dulce anonimato,
canta nuevas certidumbres/ mientras hago balance de mis yugos […] / canta el
grillo durable y clandestino […] / mientras distingo en sueños los amores / y
los odios proclamo ya despierto / implacable rompiente soberano / el grillo
canta en nombre de los grillos / la ansiedad de saber o de ignorar / flamea en la
penumbra y me concierne / pero no importa desde su centímetro / tenaz como un
obrero canta el grillo ".
No lo voy a nombrar. Para mí se ha convertido en el
innombrable. Él es el ser sin nombre, el no persona. Él, para otros, sigue
siendo un héroe, un semidios contemporáneo que nos rescató del atraso y colocó
a España en el mundo. Para mí es un traidor; la persona cuyas decisiones desbarataron las ilusiones de tres generaciones:
la que vivió la Guerra Civil, la de sus hijos y la de sus nietos.
Cuando todo estaba por hacer, Él pudo haber orientado su política hacia
una sociedad justa, de hombres y mujeres libres, y hoy estaríamos viviendo otra realidad. Pero optó por la amnesia histórica, por ponernos en brazos del dinero y convertirnos en una masa embrutecida que, gracias a la ignorancia sembrada
durante esos años, ha terminado por
encumbrar al poder a una cuadrilla de
delincuentes.
El periodista Carlos Carnicero decía ayer mismo en twitter
que Él había sido el artífice del estado del bienestar en España, y que -poco más o menos- solamente por eso le debíamos agradecimiento eterno y perdón prospectivo,
antes incluso de pecar.
Lo
decía al hilo de los hechos ocurridos a las puertas de la sala Francisco Tomás
y Valiente de la Universidad Autónoma de Madrid, donde Él y su manijero Juan
Luis Cebrián se disponían a impartir sendas conferencias. Como es
sabido, un grupo de jóvenes bloqueó la entrada increpando a los conferenciantes
e impidieron con su acción que la conferencia tuviese lugar.
Más allá de la reacción de los grandes medios de comunicación, que actúan y
dictan la realidad según su cuenta de resultados y las sugerencias del poder,
el hecho es que han sido multitud quienes, al margen de sus filias partidistas,
han censurado esta acción bajo el argumento de la sagrada libertad de expresión.
Es decir, estemos o no estemos de acuerdo con Él y su manijero, tienen todo el
derecho a expresarse, porque si lo impedimos estamos cometiendo un acto
tiránico, propio de fascistas. Más allá de lo noticiable, la cuestión se ha
convertido para mí en un problema ético que probablemente no
resolveré.
Por una parte defiendo que toda persona tiene derecho a
expresar libremente su parecer. De hecho, sin ese derecho la democracia y cualquier concepción de libertad no
serían más que un engaño. Otra cosa es si en la sociedades llamadas libres nos podemos permitir
el lujo de ofrecer tribuna y libertad a quienes demuestran con sus hechos y sus
opiniones que están dispuestos a hacer lo que sea necesario para que solamente
se escuchen determinadas opiniones o ideas; para que las suyas se escuchen más
altas y con más frecuencia que otras, porque manejan los resortes del poder; o para
que las ideas y las opiniones contrarias
apenas se difundan, con el único fin de
secuestrar nuestra soberanía y mantener los privilegios de una minoría a la que
la libertad de expresión y la libertad de los pueblos les importa un pimiento.
Él y su manijero Cebrián son un buen ejemplo. Su diario y
el grupo de comunicación que dirigen orienta, gracias a la sacrosanta libertad
de expresión, la opinión de las personas, ofreciendo a sus lectores y a su audiencia
una actualidad desviada e interesada, que responde a intereses económicos
particulares, igual que hacen otras cabeceras o grupos mediáticos quienes, por
otro lado, demonizan a diario regímenes de otras latitudes que practican la
misma estrategia.
Por eso, ante los hechos acaecidos ayer en Madrid, yo
invoco el derecho a la defensa legítima y a la rebeldía, recogido en el preámbulo de la
Declaración de los Derechos Humanos de 1948, frente al artículo 19 de la misma
declaración, que recoge el derecho a la libertad de expresión. Porque cuando la
libertad de expresión se utiliza con el objetivo de neutralizar todos los derechos reflejados por el resto de artículos de la Carta
Magna Universal, entonces se convierte en una arma contra las mujeres y los hombres que pueblan el mundo.
Con esto no resuelvo mi problema. Es más, se convierte en
algo más complejo, porque ¿quién coño me creo que soy yo para enarbolar verdades éticas con tanta rotundidad? ¿Estaré yo equivocado? Si tuviese oportunidad ¿Me convertiría en
un tirano censor? ¿ Él y su manijero actúan como actúan y dicen lo que dicen
por nuestro bien? Y sobre todo ¿Tendrán Él y su manijero grillos en su jardín?
Y si los tienen ¿Abren la ventana para escucharlos? ¿Les permiten cantar?
2 comentarios:
>>>No querido, por mucha rotundidad, exactitud y convicción que muestres en tu escrito, no vas a cambiar nada, en la soledad de tu teclado.
Desconozco si te convertirías en un tirano censor;creo que no.
Un abrazo, Ester.
Quizás ya lo sea
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