jueves, 20 de octubre de 2016

El grillo en el jardín



La realidad nos pone a prueba cada día. La realidad nos examina. 

Los acontecimientos que conforman la  actualidad  analizan y comprueban  el grado  de resistencia con  que están fabricadas  las contradicciones que arrastramos  en  nuestra cotidianidad.Los hechos  y las opiniones que emitimos sobre ellos  a menudo  quiebran, como grietas en una columna,  las convicciones y los valores que nos  sostienen. 

Dice Amador Fernández-Savater que “las verdades éticas no son descripciones del mundo, sino afirmaciones a partir de las cuales lo habitamos y nos conducimos en él”.

Es decir, que podemos dibujar, relatar o explicar el mundo que nos rodea y los acontecimientos que en él se suceden. Podemos hacerlo de muchas maneras,  desde determinados ángulos o intereses, pero ninguna de los relatos que seamos capaces de construir  expresará objetivamente nuestra posición ante los hechos, la coherencia  entre lo que decimos y lo que hacemos, entre nuestros pensamientos y nuestras actuaciones, porque  la única manera de mostrar quienes somos es nuestra actitud  diaria, el modo como habitamos el mundo. 

La frase de Fernández-Savater  forma parte de un pequeño universo aforístico  que  puebla el tablero de corcho de una las paredes de mi lugar de trabajo. La leo cada mañana, cuando levanto los ojos del ordenador, cuando me los froto para aliviar el cansancio, cuando me quedo en blanco, cuando me harto de escribir banalidades, cuando, por enésima vez,  intento memorizarla sin conseguirlo. 

Hoy, ese pedazo de papel insignificante que la contiene me grita a cada instante, y su canto ocupa toda la jornada. Se ha transformado en el  “Grillo constante” de  Mario Benedetti, en la conciencia incómoda, persistente,  “inmóvil en su dulce anonimato, canta nuevas certidumbres/ mientras hago balance de mis yugos […] / canta el grillo durable y clandestino […] / mientras distingo en sueños los amores / y los odios proclamo ya despierto / implacable rompiente soberano / el grillo canta en nombre de los grillos / la ansiedad de saber o de ignorar / flamea en la penumbra y me concierne / pero no importa desde su centímetro / tenaz como un obrero canta el grillo ". 

No lo voy a nombrar. Para mí se ha convertido en el innombrable. Él es el ser sin nombre, el no persona. Él, para otros, sigue siendo un héroe, un semidios contemporáneo que nos rescató del atraso y colocó a España en el mundo. Para mí es un traidor; la persona cuyas decisiones desbarataron las ilusiones de tres generaciones: la que vivió la Guerra Civil, la de sus hijos y la de sus nietos.

Cuando todo estaba por hacer, Él pudo haber orientado su política hacia una sociedad justa, de hombres y mujeres libres, y hoy estaríamos viviendo otra realidad. Pero  optó por la amnesia histórica, por  ponernos en brazos  del dinero y convertirnos en una masa embrutecida que, gracias a la ignorancia sembrada durante esos años,  ha terminado por encumbrar al poder  a una cuadrilla de delincuentes. 

El periodista Carlos Carnicero decía ayer mismo en twitter que Él había sido el artífice del estado del bienestar en España, y que -poco más o menos-  solamente por eso le debíamos agradecimiento eterno y perdón prospectivo,  antes incluso de pecar. 

Lo decía al hilo de los hechos ocurridos a las puertas de la sala Francisco Tomás y Valiente de la Universidad Autónoma de Madrid, donde Él y su manijero Juan Luis Cebrián se disponían a  impartir sendas conferencias. Como es sabido, un grupo de jóvenes bloqueó la entrada increpando a los conferenciantes e impidieron con su acción que la conferencia tuviese lugar. 

Más allá de la reacción de los  grandes medios de comunicación, que actúan y dictan la realidad según su cuenta de resultados y las sugerencias del poder, el hecho es que han sido multitud quienes, al margen de sus filias partidistas, han censurado esta acción bajo el argumento de la sagrada libertad de expresión.

Es decir, estemos o no estemos de acuerdo con Él y su manijero, tienen todo el derecho a expresarse, porque si lo impedimos estamos cometiendo un acto tiránico, propio de fascistas. Más allá de lo noticiable, la cuestión se ha convertido para mí  en  un problema ético que probablemente no resolveré.

Por una parte defiendo que toda persona tiene derecho a expresar libremente su parecer. De hecho, sin ese derecho la  democracia y cualquier concepción de libertad no serían más que un engaño. Otra cosa es si en  la sociedades llamadas libres nos podemos permitir el lujo de ofrecer tribuna y libertad a quienes demuestran con sus hechos y sus opiniones que están dispuestos a hacer lo que sea necesario para que solamente se escuchen determinadas opiniones o ideas; para que las suyas se escuchen más altas y con más frecuencia que otras, porque manejan los resortes del poder; o para que las ideas y las  opiniones contrarias apenas se difundan, con el único  fin de secuestrar nuestra soberanía y mantener los privilegios de una minoría a la que la libertad de expresión y la libertad de los pueblos les importa un pimiento. 

Él y su manijero Cebrián son un buen ejemplo. Su diario y el grupo de comunicación que dirigen orienta, gracias a la sacrosanta libertad de expresión,  la opinión de las personas,  ofreciendo a sus lectores y a su audiencia una actualidad desviada e interesada, que responde a intereses económicos particulares, igual que hacen otras cabeceras o grupos mediáticos quienes, por otro lado, demonizan a diario regímenes de otras latitudes que practican la misma estrategia. 

Por eso, ante los hechos acaecidos ayer en Madrid, yo invoco el derecho a la defensa legítima y a la  rebeldía, recogido en el preámbulo de la Declaración de los Derechos Humanos de 1948, frente al artículo 19 de la misma declaración, que recoge el derecho a la libertad de expresión. Porque cuando la libertad de expresión se utiliza con el objetivo de  neutralizar todos los derechos reflejados  por el resto de artículos de la Carta Magna Universal, entonces se convierte en una arma contra las mujeres y los hombres que pueblan el mundo. 

Con esto no resuelvo mi problema. Es más, se convierte en algo más complejo, porque ¿quién coño me creo que soy yo para enarbolar verdades éticas con tanta rotundidad? ¿Estaré yo equivocado? Si tuviese oportunidad ¿Me convertiría en un tirano censor? ¿ Él y su manijero actúan como actúan y dicen lo que dicen por nuestro bien? Y sobre todo ¿Tendrán Él y su manijero grillos en su jardín? Y si los tienen ¿Abren la ventana para escucharlos? ¿Les permiten cantar?

2 comentarios:

ESTER dijo...

>>>No querido, por mucha rotundidad, exactitud y convicción que muestres en tu escrito, no vas a cambiar nada, en la soledad de tu teclado.
Desconozco si te convertirías en un tirano censor;creo que no.

Un abrazo, Ester.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Quizás ya lo sea