martes, 8 de diciembre de 2020

Rumores, gritos y silencios


E
n 1985 la editorial Anagrama concedió su XIII premio de ensayo a una obra de la que por entonces el líder del independentismo catalán, Àngel Colom, dijo “este libro es muy peligroso, parece que dice una cosa y en realidad dice otra.” Se trata de “El rumor de los desarraigados, conflicto de lenguas en la península Ibérica” obra del aragonés Ángel López García (1947), catedrático de lingüística General en la Universidad de Valencia.

Cuando se publicó este ensayo, el PSUC abanderaba el lema “Catalunya un solo pueblo”, con el  objetivo de  integrar en la identidad catalana a la gran masa de población trabajadora llegada de otros lugares y de paso, regalar el triunfo electoral a la burguesía nacionalcatalanista;  el gobierno de Pujol metía a Norma en nuestras casas, aquella niña simpática que nos invitaba a hablar siempre en catalán mientras el clan familiar y el partido político que los sustentaba, después del desfalco de Banca Catalana,  se erigía en los valedores de la ética, al tiempo que ponía a funcionar a pleno rendimiento y con plena impunidad la maquinaria de corrupción que esquilmó el país en connivencia, algunas veces, con la casa real.

Mientras tanto, la política cultural se reducía a la promoción publicitaria de los sentimientos patrios, a la banalización del papel intelectual, al endiosamiento de la mediocridad con la coartada de lo popular y al despilfarro generalizado. Hay que volver a leer también el ya mítico artículo que Rafael Sánchez Ferlosio publicó en 1985 en el diario El País titulado “La cultura, ese invento del gobierno”.

Han llovido treinta y cinco años, las ramas van cayendo una tras otra, el rey emérito se ha fugado con nuestro dinero, Pujol descansa y disfruta tranquilo de su botín en la Cerdanya, una parte muy significativa del  independentismo catalán pacta con uno de los partidos firmantes del 155 (monedas de plata) y, a falta de argumentos ya amortizados después de estos últimos diez años, a un lado y otro del Ebro la problemática de la lengua surge con fuerza como único banderín de enganche posible entre el nacionalismo político  y su electorado desencantado, frustrado y traicionado.

Efectivamente, volvemos a cargar a la espalda como Sísifos -un poco hartos ya de nuestro destino- el conflicto de las lenguas peninsulares, sobre todo el conflicto entre catalán y el español. Y es que, por un lado, el nacionalcatalanismo, en su órdago a la grande, ha dejado al descubierto sus dos únicos argumentos con los que ha movilizado a cientos de miles de personas: el 'España nos roba' se ha revelado falso, igual que la apelación al carácter represivo del Estado, no más represivo que cualquier otra democracia occidental, que permite, por ejemplo -curiosa represión- una televisión pública de consumo únicamente independentista y el sueldo más alto que cobra un cargo público en España, el de President de la Generalitat.

En la otra orilla del Ebro, desarbolado ya el independentismo, derrotado el terrorismo nacionalvasquista, y a pesar de que los partidos nacionalcatólicos españoles pretendan convertir los Presupuestos Generales del Estado en los presupuestos de Bildu, la verdad es que los protagonistas de la foto de la Plaza de Colón han agotado su fondo de armario  y una vez más echan mano de las esencias de una españolidad sectaria vinculada a la defensa histriónica de la lengua española para mantener a su electorado en tensión con la excusa, ahora, de la derogación de la ley Wert convertida en agravio grandilocuente de gran utilidad para mantener viva una propuesta política que se aguanta con la ventilación asistida de argumentos ajenos a la política. (Creo que fue el ministro de exteriores del gobierno de Rajoy, José Manuel García-Margallo quien reveló en directo, en la cadena 'La Sexta' de televisión, que un alto dirigente del PP le confesó “sin los muertos de ETA nuestro partido se ha quedado sin proyecto”)

Por eso, el libro de Ángel López contiene más actualidad hoy que en el momento de su publicación. De hecho, la editorial Anagrama debería plantearse su reedición (actualmente se encuentra descatalogado), entre otras razones porque, dado el actual contexto político y social, proyectaría un poco de luz hacia el eterno conflicto de las lenguas peninsulares y proporcionaría argumentos rigurosos y muy consistentes, al menos a quienes prefieren hablar, opinar o defender posiciones desde la razón y no desde el sentimiento o el sectarismo. 

Y es que, en palabras de Ángel López, “Desde la Inquisición, la cultura y los intelectuales se han visto entre nosotros como delincuentes peligrosos, como expresión a veces caricaturesca pero siempre real, de nuestros demonios familiares. Que a nadie sorprenda, pues, la tragedia escondida en la opinión popular, de unos y otros, cuando afirman que los de la orilla contraria hablan como los perros.” Unos son ñordos y otros polacos, según en la orilla del Ebro en la que uno viva o, peor todavía, según la lengua que uno decida libremente hablar y escribir.

El catedrático inicia su ensayo con la actitud más intelectual posible, la del escepticismo, porque a pesar de que extiende por las páginas de su libro abundante argumentación de carácter objetivo que podría atenuar los gritos de unos y otros, sospecha que “es muy improbable que una correcta planificación lingüística sea capaz de resolver por si sola el enrevesado problema de cuatro lenguas en suelo peninsular.”  Pero, ¿Por qué?

La coincidencia entre los mapas lingüísticos y políticos es una de las causas. “Este problema”, dice el lingüista, “se alargó durante ocho siglos. Por tanto no es un problema de Estado, sino de nación. El Estado no tiene nada que ver con los individuos, es un mal necesario. El Estado está fuera, no dentro: la nación, como la lengua, pertenece a lo más íntimo del individuo y del grupo, y resulta indisociable de su conciencia.”

Ya tenemos los dos componentes de una sencilla ecuación con las que la política -la mala política- calcula la ecuación del enfrentamiento, porque lo primero que debe hacer un partido político para construir su propuesta ideológica es identificar al adversario. Sin adversario no hay proyecto, de ahí que la identidad y la religión constituyan dos de los más poderosos ingredientes dentro de la marmita donde se cocinan las ambiciones de poder y la defensa de los privilegios.

Según López García, buena parte de la problemática que hoy día todavía arrastramos surge de nuestras herencias lingüísticas y, significativamente, de una en particular. A pesar de lo que creemos, la huella que nos dejó el árabe fue más cultural que lingüística. Ni el español y ni ninguna de las otras tres lenguas peninsulares contienen más rastro árabe que los que dejó en nuestro léxico. Por tanto, la influencia idiomática es superficial, pues no hay ningún rastro semítico ni en nuestra sintaxis ni en nuestra gramática.

Sin embargo, los árabes nos dejaron un legado más profundo, su concepción de la lengua como vehículo de transmisión de la palabra de dios. Este rasgo sociolingüístico jerarquiza las lenguas y establece una impronta cultural en el colectivo hablante de un territorio determinado que propicia la asunción de una categorización lingüística, una especie de pódium de las lenguas que premia a un de ellas y relega a segundonas al resto. Hoy, cualquiera que visite la iglesia del monasterio de Poblet podrá leer con asombro la placa que lucen los monjes benedictinos junto al altar y que recuerda al creyente y no creyente que el catalán es el idioma que habla Dios.

Pero más allá de este hecho, “El rumor de los desarraigados” prueba una tesis: el español nace como lengua koiné (idioma común) para facilitar el intercambio lingüístico y social de los que no podían entenderse. En la Edad Media, durante la formación de las lenguas romances, en los territorios del norte peninsular se produjo el fenómeno del sequilingüismo, gracias al cual personas que hablan lenguas diferentes se entienden; en el caso de las lenguas de la península ibérica la razón sería su cuna latina.

De algún modo, muchos de aquellas gentes del medievo se entendían hablando cada cual su particular variante del latín, pero los que no se entendían decidieron utilizar a lo largo del Alto Ebro una nueva lengua construida a partir del euskera y un latín ya muy vulgarizado; una lengua que cumplía la función del pidgin chino, gracias al cual oriente pudo comerciar con occidente. En palabras del gran filólogo Emilio Alarcos “El castellano, es en el fondo, un latín vasconizado, una lengua que fueron creando gentes eusquéricas, romanizadas. Fue más tarde cuando se generalizaría una koiné.”

De manera que el español surge como lengua de urgencia creada a partir del latín por los hablantes (euskaldunes o no) del dominio lingüístico vasco, por entonces mucho más amplio que ahora.  Las glosas emilianenses son testigo de excepción, así como los innumerables rastros fonéticos, gramaticales y sintácticos que dejó el euskera en el castellano.

La mal llamada reconquista -una suerte de conquista del oeste- que atrajo a gentes de diversos orígenes tanto peninsulares como europeos a través del camino de Santiago y el descubrimiento y colonización de nuevas tierras al otro lado del Atlántico hicieron posible su expansión.  Por otro lado, es interesante saber que a principios del siglo XIX, cuando empiezan a producirse una tras otra las independencias de los países hispanoamericanos, apenas habla español un 10% de sus habitantes. El uso del español se generalizará cuando los nuevos países soberanos lo introduzcan como lengua normativa en sus constituciones con la finalidad de que todos los habitantes del territorio hispanoamericano puedan entenderse.

Del mismo modo, durante la formación de nuestro país, y ni tan siquiera ya en los inicios de la época imperial, no se hizo nada por anular la diversidad lingüística. De hecho, los poderosos castellanistas interesados en defender sus privilegios dejaron que la norma la dictase un andaluz o que el teatro nacional español naciese en el este peninsular, más concretamente en Valencia, en pleno dominio lingüístico catalán, donde por cierto la castellanización se produce mucha antes de los Reyes Católicos: en pleno siglo de oro de la literatura valenciana (a mediados del siglo XV) , los valencianos ya son completamente bilingües y durante el siglo XIII en Cataluña proliferan los autores bilingües, como Pere Torrella, Joan Berenguel o Romeu Llull.

Antes del siglo XVIII se escribe en castellano tanto en Portugal como en el dominio lingüístico catalán o en la zona gallega del reino de Castilla. “Tenemos abundantes traducciones de obras de Lope de Vega y otros autores al francés o al italiano y de su posterior representación. No existen, en cambio, testimonios de que fueran vertidas al catalán” y obvia añadir que no fue así porque no era necesario, porque los habitantes de todo el dominio lingüístico catalán conocían perfectamente el idioma en el que hablaban tanto los autores del siglo de oro como todos los habitantes de la península ibérica.

Los ejemplos que ofrece el autor sobre el uso generalizado del castellano en toda la península desde la formación de las lenguas romances son numerosos.  La evidencia de que tanto en catalanes, como en valencianos, vascos, gallegos, asturianos, andaluces, leoneses o aragoneses han hablado y se han entendido desde hace siglos en castellano es tan palmaria que tengo la sensación de estar haciendo el ridículo al invertir unas horas con el fin de probarla.

Lo cual no conlleva el menoscabo o la negación de la existencia de las tres lenguas características y también propias de tres territorios peninsulares que desarrollaron su literatura y que afortunadamente perviven hasta nuestros días, alguna de ellas, como el catalán, en franca expansión. Y es que, por mucho que voces interesadas griten y se desgañiten igual que ploracossos bien pagados que el catalán se muere, la verdad es que actualmente vive el mejor momento de toda su historia, con más presencia editorial, más protección pública y administrativa y, lo que es más importante, con más hablantes que nunca.

Pero las lenguas hacen lo que tienen que hacer y por mucho que les asombre a los políticos y a las personas que siguen acríticamente determinados postulados “sólo la vitalidad de las culturas lingüísticamente diferenciadas puede hacer posible la pujanza de la koiné en sus respectivos territorios”, es decir, que cuando más estable y con fuerza se encuentre el catalán, el euskera o el gallego más crecerá también el uso del español en toda la península.

Cuando un independentista catalán grita desde las redes sociales, en una manifestación o le exige a una dependienta que le hable en catalán mientras le grava con teléfono móvil, so pena de denunciarla públicamente (como está ocurriendo) en razón de una supuesta exclusividad del catalán en Catalunya, en realidad está favoreciendo el uso del español, porque “se equivocan quienes creen que todo avance institucional del catalán se traduce en un retroceso del castellano y tienden así a obstaculizarlo. Mientras tanto, el pueblo sufre las consecuencias: de un lado la frustración de sentir que su lengua y su cultura declinan impotentemente; de otro, la frustración del progresivo extrañamiento respecto a la otra lengua y la otra cultura que, le dicen, son las invasoras, cuando él sabe perfectamente que han sido, y no pueden dejar de ser, la de todos los peninsulares. Allá ellos, pero sepan que quien siembra vientos recoge tempestades.”

Han pasado 35 años desde que Ángel López García escribiera este párrafo. Hoy, como ayer, un gallego visita la Sagrada Familia, y al alojarse en su hotel se dirigirá al recepcionista en castellano. Hoy, como ayer, un catalán visita la Catedral de Santiago de Compostela y al pedir un buen pulpo a feria en el restaurante lo hará en castellano. Hoy, como ayer, un andaluz disfruta con la última exposición del Museo Guggenheim y para disfrutar de todas las obras que observa leerá las leyendas adjuntas escritas en castellano. Hoy, como ayer, un guipuzcoano se traslada en primavera la Valle del Jerte y mientras se maravilla con la belleza del paisaje el guía extremeño les explica en castellano los secretos del cultivo de la cereza.

Hoy, como ayer, los tres gozosos turistas, por aquellos azares de la vida, incluso puedan encontrarse cualquier otro día en cualquier otro lugar de la península y al reconocerse como ibéricos entablaran conversación en castellano. Posiblemente incluso establezcan amistad y organicen un viaje a otro país y, aunque posiblemente también hablen inglés, se sentirán aliviados y hasta reconocidos como ibéricos cuando el camarero les entregue el menú y lean su plato preferido en castellano, o el recepcionista del hotel, al escucharlos hablar les diga, ¡Ah! ¡Españoles! ¡Bienvenidos!

Sin embargo, “los mediocres se han dejado engañar […] y han confundido pueblo castellano con las castas gobernantes de Madrid, a menudo oriundas de otras regiones ¿imperialista un labriego burgalés? ¿Imperialista un obrero de Vallecas? Lo malo es que los mediocres son la mayoría”, al menos- añado yo- en las urnas, porque “educar a un niño [exclusivamente] en una lengua minoritaria no tiene nada de progresista […], este tipo de formación de campanario es intrínsecamente reaccionaria. Lo curioso es que quien la promueven alardean de progresistas.

Claro, porque la koiné, esa lengua común a todos nosotros que nació hace siglos de la necesidad de entendimiento de los desarraigados y que adoptaron absolutamente todos los habitantes de la península ibérica “debería ser como el sustento de una cualidad diferente, no una forma de ser, sino más bien “ insiste López García, “ más bien una forma de estar [...] En el estrecho mundo medieval, la idea de España, o mejor, el sentimiento de España era patrimonio de los desarraigados, pues significaba la idea de la no adscripción genealógica o territorial, como siglos más tarde el internacionalismo socialista clamaría al mundo como patria de los proletarios, más allá de diferencias nacionales, lingüísticas  o religiosas.”

Siendo así, los partidos políticos nacionalistas, tanto españolistas como catalanistas, vasquistas o galleguistas se empeñan en enfrentarnos con la finalidad de ocultar intereses y proyectos de carácter reaccionario, a veces en complicidad con determinados sectores de la izquierda bonita, ignorante y bien alimentada, utilizando un arma que no debería ser más que algo “al servicio de algo mucho más difuso, de una manera de entender la vida y el mundo” porque “ la koiné sólo puede simbolizar un estar siendo, un dejar a cada uno, a cada hablante y cada comunidad en la posesión y en el disfrute de sus propias peculiaridades culturales que no se oponen a ella sino que, al contrario, las hacen posible.”

Se entiende ahora por qué Ángel Colom le tenía miedo a este libro, que, insisto, la Editorial Anagrama debería de volver a publicar. Porque alumbra con rigor nuestros orígenes lingüísticos y neutraliza cualquier intento de manipular a los hablantes en beneficio de objetivos espurios que nada tienen que ver ni con la cultura, ni con la lengua, ni siquiera con los legítimos sentimientos de identidad de cada uno de nosotros.

Siempre he sostenido que la sociedad española desperdició una oportunidad de oro, histórica, en la primera década del actual régimen democrático, aquellos gloriosos ochentas. Los sucesivos gobiernos de Felipe González, en connivencia con los nacionalismos catalanes y vascos, evitaron ejecutar una política cultural real y se dedicaron a despilfarrar recursos en movidas tiernogalvanistas, pseudoarte y en publicidad patriótica festiva. Como muy bien afirmó Sánchez Ferlosio en 1984 parafraseando a Machado, nos vendieron una Escuela Superior de Sabiduría Popular pero necesitábamos una Escuela Popular de Sabiduría Superior. Y de aquellos populismos, también lingüísticos, estos lodos políticos, que han llenado las calles, los medios, las redes y la conversación de gritos a costa de silenciar el rumor, sutil, medido, amable y empático con el que todos nos podríamos entender. Veremos.

4 comentarios:

Belén dijo...

Creo que ya hablamos en cierta ocasión de este libro. A mí me lo recomendó una amiga que estudió filología vasca desde 1982 a 1987, a la altura de 1985 más ó menos. Probablemente era el primer ensayo que yo leía con mis 21 añitos, y me pareció... como a tí, alucinante. Es una lástima que obras así no se conozcan más (o no se quieran leer más, ó ...)
Mil besos
Belén

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Hola Belén. La primera noticia que tuve de este libro fue muy tardía. Cuando supe de él ya estaba descatalogado. Ahora he podido leerlo porque lo he encontrado en una libería de viejo y, la verdad, el momento no podía ser más oportuno. Creo que la Editorial Anagrama no perdería dinero si lo reeditase porque 35 años después el planteamiento y su discurso sigue siendo vigente y más que necesarios. Creo que será siempre un libro peligroso, y de esos, desgraciadamente, hay pocos.
Un abrazo fuerte, Belén, y muchas gracias por seguir por aquí
¡Salud!

Anónimo dijo...

No conocía el libro, pero ya veo que debería haberlo conocido.
Muchos de los que hemos pasado muchas horas de nuestra vida militando en los partidos que ahora se llaman de "izquierda trasformadora" y yo sigo llamando "izquierda revolucionaria"(mas como aspiración que como constatación), hemos sido demasiado transigentes con estas imposiciones del nacionalismo opresor. Habíamos luchado, codo con codo contra el dictador y al contrario que los bolcheviques en el 17, no supimos ver que había llegado el momento de separarnos, porque el seguir con una actitud transigente iba a acabar con nuestra influencia en la clase a la que deberíamos representar.
Hemos pagado muy caro lo de "Cataluña un solo pueblo", pero que te puedo decir. Yo canté con todos los castellanos que había en el campus de la UAM, "la estaca" sin entender lo que decía LLuis LLac (no se muy bien si se escribe así en polaco).
El problema es que es demasiado tarde para rectificar, porque los verdaderamente internacionalistas cada vez abundan menos en las organizaciones de izquierdas y el individualismo en lo social se extiende como mancha de aceite. De lo contrario no permitiríamos la vuelta a la esclavitud de montones de trabajadores (repartidores, cuidadores, falsos autónomos de todas las profesiones etc.).
Te digo como los adolescentes. ¡No cambies!
J.C.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Siempe el nacionalismo, desde las guerras mal llamadas Carlistas, porque eran guerras civiles. Siempre el nacionalismo como barrera de las aspiraciones porgresistas y de clase. ¡Siempre! Y no lo ven...
Ahí tienes ahora a Canadell, posible prósximo president de la Generalitat, admirador de Trump, difusor de estupideces tales como que Colón y Leonardo Da Vinci era catalán... Sí, no es broma.
Un abrazo, J.C