martes, 22 de diciembre de 2020

¿Quién beberá de mi copa?

 

Si lo pensamos bien, nos la jugamos este año por el empeño obsesivo de la redundancia insistente; por la tiranía señalada de la fecha conmemorativa; por el sojuzgamiento al movimiento regular del péndulo en forma de almanaque; por una arbitrariedad milenaria aceptada unánimemente; por una convocatoria sin remitente que vincula a la familia y a los seres queridos invocando y concitando desembolso y dispendio,  buenos deseos, abrazos, cariño exacerbado, reencuentros celebrados, nostalgias incurables y, por supuesto, el dolor de las ausencias, la tristeza mal disimulada en el rostro de  nuestros viejos, que mientras nos miran detenidamente, uno a uno, camuflados tras la euforia colectiva,  intentan vislumbrar en silencio cómo será esa misma mesa, quién  ocupará su sitio el año próximo.

Me gusta estar con los míos. Disfruto de su compañía. Soy un fiel esclavo de las tradiciones, un empecinado de los aniversarios y de todo festejo evocador. Tanto es así que incluso  he llegado a instaurar la celebración de mi besiversario. Sin embargo, este  2020, la vida, en su más preciso sentido biológico,  se impone al calendario, a la potestad de la data, a la adhesión inquebrantable hacia el estribillo anual, de manera que  el deseo de volver a verles el próximo año y de mantenerme fiel a esos días prevalece sobre la imprudencia.

Seremos pocos porque deseamos vernos de nuevo en una nueva Navidad  reiterada, el próximo año, y al otro, y el que viene, hasta que viejo y melancólico me llegue el día en que  los miraré detenidamente a todos  y me preguntaré  quién se sentará  en mi silla y quién beberá de mi copa.

Felices fiestas, amigos.

2 comentarios:

Cabrónidas dijo...

Si es que solo pensáis en beber.

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

Sí me gusta, sí.
Venga, buenas fiestas y cuídate mucho,seas quien seas.
¡Salud!