martes, 15 de diciembre de 2020

Un hilo de vida

 

 A Leonor, la mano que enhebró mi vida

Transcurren los años y es ahora, en estos momentos,  cuando soy consciente de que sigo traspasando fronteras sin pena  ni gloria, prácticamente sin advertirlo, muros de gran calibre,  paredes maestras de la existencia,  muy distintas a aquellas líneas  tan frágiles como hilos, apenas visibles, de los años cumplidos de juventud, tras las cuales soñábamos con atravesar la siguiente, y la subsiguiente  esperanzados por ver consumados nuestros anhelos en el próximo límite, nuestra perfecta y utópica vida fantaseada  y, súbitamente, una tarde de otoño, aunque también podría ser de primavera, se presenta ante nosotros un objeto, el más imprevisto, quizás  el más  insignificante, algo en lo que apenas uno repara a no ser que salte, se pierda en cualquier calle, caiga sobre el suelo de la oficina y se convierta en un vulgar rastro barrido, se desprenda del lugar al que pertenece, del preciso emplazamiento en el que por manos sabias, manos hábiles, manos generosas y  entregadas fue trenzado y engarzado una y diez veces, certeramente,  con el único y concreto fin de  unir dos partes que si bien pueden sobrevivir sueltas, disociadas, despendoladas al viento levante de los agostos, en el esforzado trabajo del andamio, sobre los frutos de la tierra fértil y también, por qué no, en la pasión arrolladora que arrambla en segundos con todos ellos, abriendo la puerta primera de la prenda a los labios ansiosos de la piel que cubre el corazón palpitante, aunque, lógicamente, al cerrarse, la disgregación da paso al nexo, al vínculo o articulación de unidad  que abriga, protege y cubre, nos integra dignamente  sin escándalo en las calles, en los espacios donde desplegamos nuestros encantos, la elegancia, quizás ostentación,  o sencillamente una humildad limpia, a veces confortable y en ocasiones un tanto desaliñada, tal vez coqueta, un descuido muy esmerado que nos permite llamar la atención, asemejarnos a aquellos artistas de tantísimo talento, la bohemia hipnótica,  o realmente el abandono desbaratado propio de quien anda con el peso de la angustia, la desazón, o  en  busca obsesiva de  la idea,  un tormento, un sinvivir, porque no hay modo de hallar la forma que exprese tanta hondura, de ahí que el desbarajuste sea el menor de los problemas, bastante menos grave que la ausencia de uno de ellos durante la revista a la tropa cuya pena supone tres días de arresto menor, la tercera guardia, la consiguiente anulación del permiso y la previsión de una añoranza insoportable que se sobrelleva en soledad, inmerso en el recuerdo, la evocación, imágenes de personas a las que queremos y con las que deseamos estar, incluso con aquellas que ya no hallaremos en lugar alguno más que en la memoria,  aquí, por ejemplo, en estas palabras pespunteadas por la aguja del hilo  enhebrado en un instante de incertidumbre semejante  a la cobra que se alza y tantea el aire a un lado y al otro husmeando el lapso vano, el hueco ínfimo, apenas percibido  más que por el ojo adiestrado en convertir con pericia secular el vacío en materia ensartada, consumada, ejercida en una leve presión dorada, blindada,  a salvo de heridas, que hunde el finísimo aguijón una y otra vez de manera que lo que eran precisos orificios ejecutados en el torno tras el troquel, se transforman en la roldana necesaria  gracias a la cual el botón vive, ya para siempre, en el espacio que le fue asignado con la única y trascendental finalidad de imbricarse en su ojal único y preceptivo, con la fijeza, eficacia, fuerza y tozudez del ballestrinque en el trinquete, porque lo que Dios ha unido que no lo separa el hombre, hasta que acontece un incidente, qué sé yo, un picaporte desalmado, el violento tirón de un enemigo, el arrebato impetuoso de un instante de deseo, la gula incontenible, o el paso hiriente inexorable  de las modas deciden su destino y entonces, ¡ah¡ entonces, la mano cuidadosa que un día lo escogió para tan noble fin lo auxiliará, lo redimirá del infierno del olvido  y lo acogerá en su regazo con el cariño profesado de la modista,  la madre,  la esposa,  la abuela que justo ahora lo observa junto a mí, al calor del hogar donde crecí, formando con otros cientos un hermoso mosaico autobiográfico cuyo contenido reposa en un tarro de reminiscencias nacaradas, brillos de resinas encarnadas, glaucas, añiles, azabache, blancas como el marfil,  cóncavas y convexas, alargados, circulares y trapezoidales, grandes, pequeños, hiperbólicos o irrisorios, barrocos, simples camiseros como un emoticono,  dorados y plateados, incluso apetecibles  como una cereza o un dulce de caramelo, algunos muy funcionales, versátiles en cualquier ojal mundano, otros exclusivos, alguien diría que aristócratas, quizás  intransferibles, de una sola existencia, pero en cualquier caso todos ellos testimonios  de toda una vida enhebrando agujas con el hilo que anudó la mano que cosió el botón y que meció mi cuna.

5 comentarios:

Belén dijo...

Maravilloso. Abraza con todos tus brazos a Leonor, y dale recuerdos. Un beso

Belén dijo...

Porque está bien ¿verdad?. Leonor, digo.
Este "hilo de vida", es una maravillosa metáfora que además, hace honor a su "profesión" de costurera de toda la vida, ¿no?

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

Sí, Belén, está estupenda, afortunadamente. Es modista. Nos ha vestido a todos desde que nacimos. Muchas gracias, Belén. Le doy tus abrazos, y otro fuerte para tí.
¡Salud!

Anónimo dijo...

Te tengo mucha envidia.
¡Como me hubiera gustado saber escribir o simplemente decir algo tan bonito a mi madre!
Sigue aprovechando ese don que te ha dado la naturaleza y deléitanos con tu prosa. tan poética unos días, tan irónica y mordaz otros, tan realista y certera en otras ocasiones, pero siempre magnífica.
Ah! y perdona por haberte tenido un largo periodo sin leer.
Un abrazote.
J.C.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

NO sabes cuánto agradezco tus palabras, J.C.
Una brazo fuerte
¡Salud!