El Sol no se
pone en cualquier sitio. Suele buscar los lugares más idóneos; rincones,
espacios y horizontes que le ofrezcan ciertas garantías de permanencia,
cierto bagaje histórico y un mínimo de facilidades cromáticas para resultar
efectista, hermoso y sugerente. No se va a conformar con menos. De hecho es muy
parecido a nosotros. En la medida de nuestras posibilidades, estamos donde y
con quien queremos estar. Otra cosa es desaparecer, porque excepto los
suicidas y el Sol, nadie se va cuando quiere.
Le pese a quien le pese, durante el pasado mes de
Agosto el Sol ha escogido exclusivamente dos lugares en los que
esconderse. Yo he tenido el privilegio de estar en ambos. El primero de ellos se encuentra
junto al Mediterráneo donde el Sol juega cada día al despiste. Quien no lo
conoce bien, en los momentos decisivos del atardecer puede llegar a
intuir que la esfera encarnada desciende suavemente hacia la última
línea del mar y que, finalmente, desaparecerá bajo el embozo azulado.
Sin embargo, los que llevamos años siguiendo su
trayectoria y conocemos sus costumbres sabemos que a orillas del Mar Nuestro la
luz que nos ilumina el día se extingue entre las montañas del Montsant, hacia
los viñedos escarpados del Priorato, y que sus últimas luces se deslizan
tenues, adormiladas, entre los arcos ruinosos de algún monasterio perdido
y los ecos abandonados de oraciones a vísperas.
Desde el porche de mi casa yo he podido contemplar
a diario, embelesado, las nubes rasgadas de la canícula sobre la silueta
azulada de esas montañas teñirse de morado, progresar hacia
el lila, disolverse en púrpura y finalmente vestirse de oscuro para gozar de
la noche estrellada.
También he contemplado la puesta del Sol pisando la
arena de la playa, escuchando el fragor de las olas, descalzo, caminando
sin prisas hacia los castillos del sur, respirando profundamente la
humedad de la brisa, presionando con fuerza la mano de mi amor, porque de
algún modo nos parecía que en el tránsito entre el mar cobalto
y el cielo escarlata, el mundo entero, con sus hombres, sus mujeres
y todas sus criaturas, desaparecía, y nosotros dos teníamos que
quedarnos aquí para cumplimentar debidamente el testimonio humano de su último
crepúsculo.
El otro refugio del Sol se encuentra apartado
del mar, emergiendo poderoso desde la misma tierra áspera con la que está
constituido, entre choperas, robledales y sabinas, cielo y abrigo del
águila, testigo secular del amanecer convulso que alumbró en las
estribaciones de sus peñascos la cruenta historia de la vieja
Castilla.
Solamente unos pocos privilegiados conocemos con
precisión ese otro lugar donde
desaparece. Es una puerta hacia la noche, una hoz dispuesta hacia
el cielo que siega los gajos del astro a medida que desaparece su
luz en la oquedad de su curva, dejando a su paso un rastro bermellón que
resplandece como sangre añeja vertida en mil batallas, disuelta
hacia el ocaso por el resquicio de
las últimas nubes.
Para disfrutar de semejante espectáculo
es necesario apostarse tranquilos sobre la hierba agostada de la
ladera sur, en el alto de La Muela, la vieja colina que protege de los
vientos gallegos a los habitantes de un pueblecito de la Sierra de
la Demanda. Desde allí se puede contemplar la silueta recortada de la mole
calcárea, una extraordinaria meseta surgida de los grandes seísmos al
final de la cual se ubica el portillo de todas la noches del mundo; la
hendidura en la que se interna y se refugia el Sol; el espacio exclusivo,
diseñado a medida, en el que su esfera encaja como un botón nacarado en su
ojal.
Desde La Muela, bajo la peña formidable, se
adivinan los meandros del río Ciruelos siguiendo las hileras de chopos
que custodian su orilla; robles, sabinas y estepas; campos en barbecho; alguna
que otra finca sembrada, la carretera hacia tierras de Lara partiendo en
dos el paisaje, separando a un lado tierras de antiguas contiendas y al
otro, los bosques sombríos, casi vírgenes -guarida de alimañas, cobijo de
frailes y emboscadas carlistas- delimitados por el páramo que
habitaron, antes que nadie, gigantescas criaturas cuando extendían su sombra
petrificada árboles monumentales.
En paralelo a esa misma carretera, duermen su sueño
las traviesas de la vía muerta por donde circulaba a diario
el ferrocarril de Soria, humeando su trajín de viajeros a la misma hora del
crepúsculo. ¡Dios, hace ya tantos años, que hasta las tejas de la
estación donde vivió mi padre han sucumbido.!
Allí, frente a ese rincón de Castilla, me
senté un día de finales de agosto con mi hermano pequeño y su hijo Jon
para atestiguar un año más la querencia del Sol hacia ese lugar, y
su soberana voluntad de desaparecer donde más le place. Poco antes
de que al gran disco encarnado rozase la hoz de su puerta, mi hermano
hizo sonar en su teléfono móvil ‘My Way’, interpretada por Frank Sinatra,
de manera que la voz profunda y clara del artista norteamericano mecía y
acompañaba el final de la tarde, el lento discurrir del Sol hacia la
noche.
Parece ser que en algunos pueblos de la costa
atlántica, en las inmediaciones de Cádiz, grupos de personas se reúnen para
contemplar al atardecer frente al mar y escuchan esa misma canción con el
propósito de provocar que la última luz encarnada del día
coincida con la última nota. No seré yo quien intente hacerles
salir de su error, pero, en honor a la verdad, tengo el deber de
decir que lo que ven es una pura ilusión. El Sol no se pone en Cádiz, ni en
Ibiza, ni siquiera sobre el horizonte de la gran sabana africana. El Sol,
en Agosto, se pone en Castrillo de la Reina y junto al Mediterráneo, a su
manera.
Para confirmarlo y dejar constancia de esta verdad
objetiva, mi sobrino -el pequeño Jon- regresó a casa con la idea de
pintar un cuadro y plasmar el momento justo en que el Sol desaparece
frente al mismo lugar donde se bosquejó su existencia. Lo
pintó al día siguiente, sobre la pared de su habitación, también a su
manera. Así, cuando las nubes tapen el cielo o en
las noches frías de la sierra sople el viento del norte, podrá
abrigarse con su color y contemplar el crepúsculo tanto tiempo como él quiera.
Un beso fuerte, querido Jon. Hasta el próximo
atardecer.
Imagen:
Puesta de sol en La peña Carazo, vista desde La Muela de Castrillo de la Reina. 24 de Agosto de 2017 Obra de Jon Melgosa. (2009)
Puesta de sol en La peña Carazo, vista desde La Muela de Castrillo de la Reina. 24 de Agosto de 2017 Obra de Jon Melgosa. (2009)
Frank Sinatra. My Way
And now,
the end is nearAnd so I face the final curtain
My friend, I'll say it clear
I'll state my case, of which I'm certain
I've lived a life that's full
I travelled each and every highway
And more, much more than this
I did it my way
Regrets, I've had a few
But then again, too few to mention
I did what I had to do
And saw it through without exemption
I planned each charted course
Each careful step along the byway
And more, much more than this
I did it my way
Yes, there were times
I'm sure you knew
When I bit off
More than I could chew
But through it all
When there was doubt
I ate it up and spit it out
I faced it all and I stood tall
And did it my way
I've loved, I've laughed and cried
I've had my fill, my share of losing
And now, as tears subside
I find it all so amusing
To think I did all that
And may I say, not in a shy way
Oh, no, oh, no, not me, I did it my way
For what is a man, what has he got?
If not himself, then he has naught
To say the things he truly feels
And not the words of one who kneels
The record shows I took the blows
And did it my way
Yes, it was my way
4 comentarios:
Una lagrimilla furtiva que me quito según acabo de leerte.
Me acabo de imprimir (y a color) el dibujo de Jon. Es precioso,sin paliativos, y como mural de habitación inmejorable. Yo me lo voy a colocar en mi "cuaderno del profesor" de este curso.
Además, "This is too, my way; you know". Incluso esta canción TAMBIÉN forma parte de mi repertorio (mi registro es lírico, y también es un puntazo bajo este formato); porque ya te dije que ultimamente voy a clases de canto...
Un placer majete, volver a leerte... Un beso
Jon es la hostia, cómo mira, cómo procesa lo que vive, lo que aprende, la intensidad con que lo hace todo...
Un abrazo, Belén ! Recuerdos a Fer !
Allí sigo, junto a Jon,
allí espero ver atardeceres hasta que uno de sus destellos me fulminen y pueda descansar acariciando eternamente el manto de la Muela.
Allí sigo sin mi cuerpo.
Allí se refugian mis adentros.
Allí, junto a Jon, a mis maneras.
Y yo junto a vosotros
¡Guapos!
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