miércoles, 26 de julio de 2017

Proust en el economato


A mis hermanos, con quienes compartí sábados de cine televisado en blanco y negro, tortitas de anís  y chocolate.  

Hay palabras que son igual que  un bollo mojado en el café con leche, en cuanto  te las llevas a la boca apareces instalado en otro lugar y en otro tiempo.  Los científicos, prestos siempre  a bautizar todos sus descubrimientos, denominamos a  esta extraña  fenomenología  como "efecto  Proust".  A mí me ocurre a menudo. Bien, si soy sincero, no  tan a menudo. Solamente cuando se dan las circunstancias adecuadas  y estoy sintonizado en la frecuencia correcta.

Según los últimos estudios  realizados a los que he podido acceder, las consecuencias que se derivan del efecto Proust no nos afectan a todos  por igual. Parece ser que las circunstancias personales de cada cual son decisivas. De hecho,  no estamos ante  un fenómeno  democrático. Más bien todo lo contrario. Sus causas y todo lo que  de ellas se derivan  son terriblemente discriminadoras porque  dependen siempre de la procedencia geográfica, clase social, año de nacimiento, orientación sexual, entornos frecuentados, amigos y amigas, objetos utilizados, canciones  y películas, libros leídos, libros no leídos,  castigos recibidos, viajes, odios, miedos y temores, filias y fobias, olores, familia, estado civil,  estado de salud, traumas, amores, religión, ideología, alimentación,  clima, educación, paladar, idiomas,   frustraciones, éxitos,  dinero, poder, servidumbres… 

De ahí que sintonizar  alguna emisora de nuestra memoria a partir de una sola palabra -tanto espacial, sensorial como  temporalmente- suponga una gran complejidad, a pesar de  que  vivamos la experiencia de modo espontáneo, como si se tratase del impulso reflejo que nos permite respirar.

Nada más lejos de la realidad. La alineación de todo ese conjunto de factores en un mismo instante  es sumamente extraña y  complicada, pero cuando se produce  sus  resultados son  fulminantes y a veces permanentes, hasta el punto de que  pueden llegar a  dejar secuelas.

La bibliografía y la casuística sobre esto que digo es amplia,  y ha sido meticulosamente estudiada por los expertos desde que en el año  1913 Marcel Proust publicase el primer volumen de  su Recherche. Así por ejemplo,  no hace mucho, se dio a conocer en las principales  revistas  científicas uno de los casos que más han captado la atención de los investigadores y que más debate ha generado en el mundillo. Se trata de lo acaecido a cierto historiador burgalés, quien  después de pronunciar dos veces el término ‘fonsadera’ mientras redactaba la historia de su pueblo, de repente experimentó una traslación mental y sensorial hacia las inmediaciones del siglo XVIII,  justamente  en  la zona geográfica objeto de su estudio.

Del testimonio de L.M.G , recogido ampliamente y con todo lujo de detalles  en el número 2.604 de  la  revista  Memory Rewiev*, se concluye que con solo nombrar determinados términos agazapados en los recuerdos y  ayudado de  la debida sintonización, cualquiera es capaz de visualizar perfectamente enseres, personas y animales; determinados rincones geográficos;  ropajes, y en casos en los que la coyuntura es extraordinariamente propicia, incluso se llegan a identificar olores y todo tipo de sensaciones.

El caso de L.M.G ha suscitado tanto interés porque el protagonista  es contemporáneo, y evidentemente  no ha tenido la oportunidad de vivir en la época a la que trasladó sus sentidos de manera tan  insospechada. Sin embargo, no es raro hallar síntomas parecidos a los descritos por  L.M.G. entre personas un tanto singulares, como por ejemplo  aquellas a las que les gusta leer.

En este sentido, los ejemplos son numerosos. Yo mismo, sin ir más lejos, he podido caminar por el mismo sendero que camina el narrador de “Los pasos perdidos”. He llegado incluso a percibir el olor tropical de la fruta silvestre pudriéndose, el sonido amenazante de animales desconocidos  y he advertido el sudor viscoso empapando mi ropa, mientras en lo más hondo  de la noche miro absorto la luz mágica de una hoguera, bajo las sombras antediluvianas de árboles desmesurados.

Por supuesto, ofrezco mi  plena disposición a la comunidad científica por si alguno de  mis colegas desea  conocer más detalles de mis experiencias relacionadas con el efecto Proust y sus variantes. 

Desde luego, casos en los que estudiar y ampliar conocimiento  no escasean. Más bien proliferan. No hace muchos días, una formación política catalana, de representatividad  residual, que basa su estrategia  en posibilitar con sus escaños políticas neoliberales al mismo tiempo que propone utopías libertarias  socializantes, y que a la sazón  ha adquirido gran protagonismo e influencia durante estos últimos tres años, ha propiciado recientemente  el último ejemplo conocido de efecto Proust. 

Hasta ahora no ha trascendido al ámbito científico, y por supuesto tampoco a la calle,  debido a que en Cataluña, durante estas últimas  décadas,  los elementos que configuran nuestro pasado han sufrido grandes cambios, cuando no terribles cercenamientos, de manera que las circunstancias de nuestro pretérito colectivo, que como bien sabemos deben jugar un papel primordial para la correcta sintonización de los recuerdos, no aparecen en su completa, íntegra y objetiva realidad y, por tanto, los resultados se presentan a menudo nulos o engañosos.

El portavoz en Ayuntamiento de Barcelona de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP)  -que así se llama este conglomerado de partidos y tendencias políticas integradas bajo estas siglas, en presunto honor  a la coalición de partidos con que el gran Salvador Allende intentó la primera revolución democrática de la historia- la CUP, decía, pocos días después votar junto a los partidos de la gran burguesía catalana y de los nacionalistas españoles contra una ley que limitaba el precio de los alquileres en la ciudad condal; pocos meses después de votar  a favor uno de los presupuestos neoliberales que llevó al parlamento catalán el partido de la corrupción, de la congregación, de los misales y del 3%, la CUP propuso, a bombo y platillo, con gran cobertura mediática,  la expropiación de la  catedral de Barcelona  y su reconversión posterior  en un e c o n o m a t o. 

Conozco muy de cerca a la persona que, tras enterarse de   tan viable propuesta, experimentó todos los síntomas del efecto Proust. De hecho,  yo mismo tuve la oportunidad de entrevistarle. Por supuesto, toda la información que conseguí  fruto de este diálogo está a disposición de la ciencia. Ahora, tan solo me permito avanzar algunos detalles. Su testimonio es tanto más importante cuanto que fue capaz de sintonizar perfectamente con su pasado, a pesar de las ya comentadas mutilaciones, reducciones y manipulaciones de nuestro pasado reciente. 

Mi testigo, al leer   e c o n o m a t o  en los periódicos del día, y al escuchar una y otra vez  el sustantivo en radios y televisiones, inmediatamente  trasladó todo su patrimonio  sensorial  a los tiempos de  finales de los años sesenta y  la década de los setenta. Me explicaba, con toda naturalidad, que la compra quincenal que entraba en su casa se componía de bolsas familiares llenas  de alubias, garbanzos y lentejas; macarrones y espagueti; un gran saco de patatas viejas; unos cuantos quilos de cebollas;  tambores de detergente para hacer la colada en una lavadora que había que mirar constantemente para que funcionase; papel higiénico, sumamente áspero y amarronado, marca El Elefante; chocolate negro; un par de botellas de brandy Veterano; paquetes de café a granel y de EKO, una especie de achicoria para niños; aceite de procedencia indefinida; chorizo, mortadela  y salchichón sin etiquetar; dentífrico Licor del Polo; Nocilla; lejía Conejo; ladrillos de jabón para lavara la ropa a mano y un paquete de tortitas anisadas con las que merendaba los sábados, acompañándolas de un poco de chocolate mientras veían terminar, frente al televisor con antenas, la película del oeste en blanco y negro.

Eso era todo. Con lo que contenían esas bolsas -me decía- vivía su familia quince días. Me explicaba también que dado que  sus padres no tenían coche, se desplazaban en tren y en autobús y llegaban a casa cansados, caminando desde la estación  por aquellas calles sin asfaltar, llenas de baches que se transformaban en grandes  charcos los meses del  otoño y del invierno.

El e c o n o m a t o fue creado por el patrono de la empresa donde trabajó su padre toda la vida, un suizo que hizo fortuna gracias al estraperlo, en complicidad con los capitostes del régimen franquista, que se embolsaban a su vez jugosas comisiones. De manera que, el e c o n o m a t o era  parte de la empresa; una deferencia paternalista del  amo  que intentaba aligerar su conciencia y al mismo tiempo  camuflar  la falta de derechos sindicales, laborales y los sueldos de miseria a los que se sometía a los trabajadores por aquellas fechas. Eso era un e c o n o m a  t o, y no otra cosa.

Por eso -continuaba explicándome- al conocer la iniciativa de la CUP a través de los medios de comunicación, inmediatamente vio el rostro orondo de aquel  suizo tan listo, a cuya merced  trabajaron miles de personas durante décadas, enriqueciéndole; vio claramente el local estrecho  donde se hacinaba la mercancía, y olió de nuevo los aromas del embutido mezclados con los del detergente; vio con total nitidez el contenido de los platos que su madre ponía cada día en la mesa y a su padre tomando el café después de comer, acompañado del chorro de veterano vertido en la misma taza, cuyo olor perfumaba todo el comedor; vio en la televisión con antenas, a John Wayne, rifle al hombro, y a sus hermanos disfrutando del  único capricho que les permitía la semanada de papá, las tortitas anisadas con chocolate. Y también vio a papá encerrado en la iglesia del pueblo, junto a sus compañeros, reclamando y exigiendo sus derechos laborales, jugándose el despido y la cárcel, y la cara de preocupación de su mamá tras dos meses de huelga y sin ingresos.

E C O N O M A T O. ¡Qué lejos queda ya todo eso! -me decía- ¡y sin embargo, qué cerca está!

Después de toda una noche haciéndole preguntas, escuchándole y tomando notas, ya muy entrada la madrugada decidimos finalizar la sesión. Más relajado, pero visiblemente cansado,  me miró con cierto aire desorientado, con  el gesto de quien no acaba de comprender bien lo que lo que ocurre a su alrededor y, tras  unos segundos de silencio, me dijo: 

“ No me lo explico. Creo que estos chicos no han conocido nunca un e c o n o m a t o. Creo que sus padres nunca lo necesitaron. Es más, creo que en algún caso, sus abuelos fueron los creadores de  alguno y que se enriquecieron con ello. ¿Sabes? aquello era igual que lo ocurría  mucho años antes, cuando a los mineros solamente se les permitía comprar en las tiendas de los dueños de las minas. El negocio era redondo. Me hace gracia, y al mismo tiempo me da pena, y  a veces rabia, porque dicen que representan  a los trabajadores, pero alguien que propone hoy día un e c o n o m a t o no puede decir en serio que representa los intereses de los trabajadores. Eso es lo que pienso.”

Todo esto que transcribo ahora tan solo es un resumen de todo el material que acumulé durante la noche en que entrevisté a esta persona, quien me insistió varias veces en que no desvelase su identidad.  Y le entiendo. Vivimos tiempos en los que la palabra traidor ha dejado de provocar el efecto Proust,  porque ha viajado a través la Historia y nuevamente se ha instalado en el presente, y ha recuperado un lugar preponderante en la rabiosa actualidad. Por eso no es difícil entender que el  anonimato se haya convertido para muchos en un valor.

Cualquiera que desee contrastar esta historia que he explicado, puede ponerse en contacto conmigo directamente. Le mostraré con sumo gusto el material atesorado, todas mis notas, y también las grabaciones íntegras, sin editar.  Yo, por mi parte, lo voy a utilizar para elaborar un artículo destinado a Memory Rewiev. Aspiro a  la aquiescencia del  comité de lectura  y a su pronta publicación.


*El caso de L.M.G. en Castrillo de la Reina”. Memory Rewiev. Pgs 295-335. Nº 2604. Año 2016

4 comentarios:

Juan Nadie dijo...

Me encantan las tortitas de anís, pero quien no haya probado las "pantortillas" de Reinosa (maravilloso hojaldre) no puede saber qué cosa es el efecto Proust. Riéte tú de las magdalenas.

¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Habrá que ir a Reinosa, pasar allí una temporada, y después volver, y probar las pantortillas, para comprobar sus propiedades para con el efecto Proust

¡Salud, Juan !

Roy dijo...

Buen artículo Pobrecito. No hace falta siquiera tener una palabra a la que asomarse: los mismos componentes de la CUP te remiten invariablemente a lo que en su día fue ERC, que hoy, a su vez, te remiten invariablemente a lo que fue CIU. Quiero decir con esto que aquí, en Catalunya, tenemos siempre un grupo de jóvenes, alegres, combativos e independentistas que confunden el culo con las témporas pero que para su felicidad esto es sólo un sarampión. El paso del tiempo cura sus calenturas y los deja siendo menos jóvenes, menos alegres, menos combativos, lo mismo de independentistas y más, mucho más, de derechas.
Un abrazo

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Roy, mucho me temo que ahora es algo más grave que sarampión, y que esta vez el antídoto no es la edad. La reaparición estelar de la palabra traición es un síntoma de imprevisibles consecuencias. Ahora las cosas van muy, muy deprisa, y cuesta mucho desvelar la mentira y la manipulación
Ya veremos...
Abrazos, Roy