Me hubiese
gustado ser babilonio. En primer lugar porque cuando me preguntasen "Where are you from?" yo, ante el pasmo de mi interlocutor, podría responder “ I’m from Babilonia”. Pero
sobre todo porque su calendario era lunar y no había que recurrir al truco de los nudillos del puño para recordar qué
meses tienen 30 días y qué otros 31.
El calendario griego tampoco estaba mal. Parece ser que era
una copia del babilonio, pero bastante más lioso, porque incorporaron también al
sol.
Los primeros romanos
redujeron el año a 304 días, con lo cual, la primavera, o cualquier otra
estación, ocurría cada cinco años. Porque sí, porque ellos lo decían. Eran tan arbitrarios que los funcionarios adaptaban el calendario a los antojos de
los políticos, añadiendo y restando días -o incluso meses- con el único
fin de prorrogar o acortar los periodos legislativos.Ya le gustaría hoy a más
de uno recuperar esa vieja costumbre. Su calendario se desajustaba tanto, que a
menudo el comienzo del invierno señalaba el de la primavera. Se podría decir
que, gracias a las veleidades de sus señorías, los primeros romanos vivieron en
un cambio climático perpetuo.
Después, con el paso
de los siglos, se instauró el calendario
Juliano, que intentó arreglar la chapuza anterior. El astrónomo Sosígenes estableció que el año
pasaría a tener 445 días, y Julio César no dudó en promulgarlo. Según afirman
los expertos, el año juliano acumuló con respecto al trópico un error de un
día cada 128 años. De manera que, hacia 1477, a las puertas del renacimiento y de la edad
moderna, el equinoccio de primavera se había adelantado al 11 de marzo, lo cual
supuso un quebradero de cabeza para la
Iglesia, porque afectaba a la celebración de la Pascua de Resurrección y otras
fiestas movibles que dependen de ella.
Los hombres y mujeres
que en el mundo han sido han ordenado el transcurrir de sus existencias a
través del calendario gregoriano, el
revolucionario francés, el judío, el musulmán, los calendarios precolombinos, el
chino... y así hasta hoy. 365 días al
año, cuatro estaciones, 12 meses. Al menos en occidente. Esa es la ley. Quien
se salga de aquí o quiera vivir subvirtiendo esta nueva arbitrariedad no
solamente está fuera del tiempo, sino también de su tiempo.
Los que trabajamos en el
sector educativo somos medio subversivos, medio clandestinos. Estamos más cerca
del primer calendario romano que del actual. Nuestro año no es de este mundo.
Para nosotros el día de año nuevo es el 15 de septiembre y celebramos la noche
vieja el día 21 de Junio. Nuestras vidas
se distribuyen en paquetes de 270 días encajados en semestres, que no contienen
seis meses; o en cuatrimestres de tres, de manera que “el año pasado” son todos los días que se suceden entre septiembre del año anterior y junio del
presente año.
Julio y Agosto quedan en un limbo temporal. Son un paréntesis de realidad parecido al que
construimos cuando viajamos, donde vivimos livianos, desahogados de las obligaciones, liberados del
peso del espacio cotidiano y de la incertidumbre del futuro. Un oasis falaz
donde experimentamos la quimera del albedrío.
Sea como fuere, ahora,
al calor del verano, para mí llega el momento del recuento, de mirar hacia
atrás y hacer balance del año pasado.Y la verdad es que estoy
satisfecho, sobre todo porque me quieren quienes quiero que me quieran.
Porque mis enemigos lo
siguen siendo y las espadas permanecen en alto. No me han vencido.
Además, me ducho a diario, en ocasiones dos veces.
Y todavía no han prohibido ni el Whisky ni la cerveza.
De vez en cuando, en
el cielo, se forman grandes nubes blancas, panzudas, que sobrevuelan los
castillos, y yo he podido verlas.
Un buen día, de
repente, reaparecieron amistades lejanas y tuve la oportunidad de compartir
nostalgias precisamente con quienes he añorado.
Me he sumergido en el
mar frío y he gozado dentro del inmenso silencio de sus olas.
He conocido a Franz Kafka, he visto en directo a Ara Malikian, y he gozado con la mejor compañía de la luminosidad esplenderosa de la primavera granadina.
Sigo sin fumar, a
pesar de que me sueño fumando.
Y sobre todo, constato
a diario su lealtad, su amor, y su amistad incondicional. Con ella, viéndola
mirarme, un año es toda una vida.
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