martes, 4 de julio de 2017

Los años y los días



Me hubiese gustado ser babilonio. En primer lugar porque cuando me preguntasen  "Where  are you  from?" yo, ante el pasmo de mi interlocutor,  podría responder “ I’m from Babilonia”. Pero sobre todo   porque su calendario  era lunar y no había que  recurrir al truco de los nudillos del puño para recordar qué meses tienen 30 días y qué otros  31. 

El calendario  griego tampoco estaba mal. Parece ser que era una copia del babilonio, pero bastante más lioso, porque incorporaron también al sol.

Los primeros romanos redujeron el año a 304 días, con lo cual, la primavera, o cualquier otra estación, ocurría cada cinco años. Porque  sí, porque ellos lo decían. Eran  tan arbitrarios que los funcionarios adaptaban el calendario a los antojos de los políticos, añadiendo y restando días -o incluso meses- con el único fin de prorrogar o acortar los periodos legislativos.Ya le gustaría hoy a más de uno recuperar esa vieja costumbre. Su calendario se desajustaba tanto, que a menudo el comienzo del invierno señalaba el de la primavera. Se podría decir que, gracias a las veleidades de sus señorías, los primeros romanos vivieron en un cambio climático perpetuo. 

Después, con el paso de los siglos,  se instauró el calendario Juliano, que intentó arreglar la chapuza anterior. El astrónomo Sosígenes estableció que el año pasaría a tener 445 días, y Julio César no dudó en promulgarlo. Según afirman los expertos, el año juliano acumuló con respecto al trópico un error de un día cada 128 años. De manera que, hacia 1477,  a las puertas del renacimiento y de la edad moderna, el equinoccio de primavera se había adelantado al 11 de marzo, lo cual  supuso un quebradero de cabeza para la Iglesia, porque afectaba a la celebración de la Pascua de Resurrección y otras fiestas movibles que dependen de ella.

Los hombres y mujeres que en el mundo han sido han ordenado el transcurrir de sus existencias a través del  calendario gregoriano, el revolucionario francés, el judío, el musulmán, los calendarios precolombinos, el chino... y así  hasta hoy. 365 días al año, cuatro estaciones, 12 meses. Al menos en occidente. Esa es la ley. Quien se salga de aquí o quiera vivir subvirtiendo esta nueva arbitrariedad no solamente está fuera del tiempo, sino también de su tiempo. 

Los que trabajamos en el sector educativo somos medio subversivos, medio clandestinos. Estamos más cerca del primer calendario romano que del actual. Nuestro año no es de este mundo. Para nosotros el día de año nuevo es el 15 de septiembre y celebramos la noche vieja el  día 21 de Junio. Nuestras vidas se distribuyen en paquetes de 270 días encajados en semestres, que no contienen seis meses; o en cuatrimestres de tres, de manera que  “el año pasado”  son  todos los días que se suceden  entre septiembre del año anterior y junio del presente año.

Julio y Agosto quedan en un limbo temporal. Son un paréntesis de realidad parecido al que construimos cuando viajamos, donde vivimos livianos,  desahogados de las obligaciones, liberados del peso del espacio cotidiano y de la incertidumbre del futuro. Un oasis falaz donde experimentamos la quimera del albedrío. 

Sea como fuere, ahora, al calor del verano, para mí llega el momento del recuento, de mirar hacia atrás y hacer balance del año pasado.Y la verdad es que estoy satisfecho, sobre todo porque me quieren quienes quiero que me quieran.

Porque mis enemigos lo siguen siendo y las espadas permanecen en alto. No me han vencido.

Además, me ducho a diario,  en ocasiones dos veces.

Y todavía no han prohibido ni el Whisky ni  la cerveza. 

De vez en cuando, en el cielo, se forman grandes nubes blancas, panzudas, que sobrevuelan los castillos, y yo he podido verlas. 

Un buen día, de repente, reaparecieron amistades lejanas y tuve la oportunidad de compartir nostalgias precisamente con quienes he añorado. 

Me he sumergido en el mar frío y he gozado dentro del inmenso silencio de sus olas. 

He conocido a Franz Kafka, he visto en directo a  Ara Malikian, y he gozado con la mejor compañía de la luminosidad esplenderosa de la primavera granadina.

Sigo sin fumar, a pesar de que me sueño fumando. 

Y sobre todo, constato a diario su lealtad, su amor, y su amistad incondicional. Con ella, viéndola mirarme, un año es toda una vida.

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