lunes, 13 de marzo de 2017

La patria va al chino



La capacidad del capitalismo para asimilar todo tipo de tendencias, objetos o ideas en beneficio del negocio  es ilimitada. El capitalismo incluso ha sido capaz de reconvertir las figuras icónicas de su sistema  enemigo  en una interesante  fuente  de  ingresos. 

Mao, el Che, la hoz y el martillo, la estrella  roja, las siglas que nombraban el país de los soviets, la A mayúscula rodeada de un círculo, y hasta la ínclita papada del mismísimo Brezhnev han funcionado y funcionan durante la postmodernidad como reclamos publicitarios, libres de propiedad intelectual, y por tanto son de uso discrecional.  

Los iconos y símbolos del socialismo y del ideal libertario  se han transformado, desde hace ya un par de décadas, en signos  cuyo significante es el contrario  a su propia naturaleza. Han cambiado de campo semántico. Se han vaciado de toda su esencia ideológica. La rebeldía que pregonan tiene que ver con una insurrección de libremercado, con la moda y el consumo. Sirven para dar cobertura a pretendidas  identidades rebeldes, auspiciadas por un simple y llano afán de lucro. 

El valor de la mirada del Ernesto 'Che' Guevara hacia la utopía que captó el fotógrafo Alberto Korda ya ni siquiera es político,  sociológico o ideológico, sino el  de las ventas que propician.  Debido a  no se sabe bien qué tipo de extraños vínculos, El Che y el recuerdo de su rostro  ha pasado de simbolizar la esperanza  en un ideal de justicia, a ser  compañera de José Monge, Camarón de la Isla, en colgantes de oro macizo; a decorar el parachoques trasero de los coches a modo de pegatina, o formando parte del estampado de unas zapatillas deportivas. 

Esas imágenes  cargadas de valor  histórico -años antes de su vaciado semántico, anteriormente a su banalización y posterior transformación comercial- desempeñaban de algún modo,  en su contexto  original, el cometido de  una bandera, pero con una salvedad: no representaban ni expresaban la pertenencia o el amor hacia esa organización tramposa de la Historia que conocemos como nación. Reflejaban la idea contraria, la idea de la emancipación de los pueblos, la idea de la unión universal de los hombres y mujeres del mundo en pos de la libertad y de la justicia social. 

En estos tiempos de ínfulas identitarias y de pasión desaforada  por los símbolos colectivos más emocionales,  uno se siente apabullado ante la estupidez y la  irracionalidad de las  demostraciones colectivas e individuales  de  amor  irredento  que propician las banderas a uno  y otro lado. 

Parece como si durante la mayor parte del pasado siglo, en  España no hubiésemos  ingerido suficientes  dosis  de  bandera, como para que ahora tengamos que  transformar los balcones en mástiles permanentes de nuestro sentido patrio, señal inequívoca de nuestra voluntad identitaria y de nuestro apoyo a la causa. ( ¡Cuánta nostalgia de balcones con sábanas al viento secándose bajo la luz del sol! )

Después de la peor de las dictaduras nacionalistas que se vivieron en Europa,  ahora  mantenemos  izada la bandera nacional más grande del continente en la plaza que lleva otro  nombre  icónico, símbolo ya eterno de nuestra capacidad para la invasión de territorios ajenos. Por no hablar de la relación de la religión católica con las banderas. Nadie parece darse cuenta, y si lo perciben, les debe parecer bien:  estamos viviendo un nuevo auge nacionalcatólico  con el apoyo entusiasta de muchos millones de españoles y catalanes. 

No hay iglesia que se  precie de serlo que no  engalane  sus torres, sus  altares y sus santos con rutilantes banderas rojas y gualdas, (con ocho o con tres barras, tanto da ). La bandera es la protagonista en las procesiones de  Semana Santa. En las iglesias se cantan himnos a las banderas. No hay obispado que  no oficie puntualmente la misa solemne en honor a la patria y su santo patrón  ¡Pero cuánto y de qué manera  les ha  gustado siempre a los próceres de la Iglesia enarbolar banderas y apropiarse o promover  los sentimientos  de identidad  nacional de la gente! ¡Ah, la Iglesia! ¡Qué tíos más listos! ¡Siempre junto a la patria! ¡Nunca con la gente!

Las banderas  protagonizan  también los deportes. ¡Pobre del deportista que no enarbole la preceptiva bandera cuando obtiene un triunfo, o  pobre de aquel que dé la vuelta de honor con la enseña equivocada!.  Al fútbol, por supuesto, es necesario llevar  la bandera, aunque el ochenta por ciento de  las plantillas  sea originario de otros países... 

Las  flores  hay que atarlas  con cinta de bandera. Las etiquetas de los regalos tienen  que lucir una bandera.  Las mesas de cualquier acto público hay que cubrirlas con la bandera. El balcón de la presidencia de una corrida de toros tiene que estar bien ataviado de su correspondiente bandera.  Las calles de cualquier pueblo en  fiesta mayor deben estar obligadamente ornamentadas con cientos de pequeñas banderas. A los conciertos de rock hay que llevar la bandera. El cantante del momento no tiene más que blandir  una  bandera en sus actuaciones para meterse al público en el bolsillo. La bandera es la protagonista en Sant Jordi, el día del libro y del amor.  

Como diría el bueno de  Rubianes,  estoy hasta los huevos de la banderas, me cago en las banderas, en  las putas banderas; que se metan las banderas por el culo, que se limpien los mocos con las banderas, que se limpien las ladillas de los  cojones con las banderas y que tiren la de una puta vez las banderas a tomar por el culo. ¡Joder, ya, con las banderas! 

Sin embargo, a pesar de todo este resurgimiento del estandarte, del sentimiento nacional y del camino de necedad  compartida que hace ya tiempo que transitamos, todavía albergo alguna esperanza para que algo cambie. Porque del mismo modo que el capitalismo  ha asimilado y  ha neutralizado globalmente  la simbología  revolucionaria, lo mismo ha hecho con algunas banderas que no son sospechosas ni de radicalismos anticapitalistas ni de vínculos libertarios. Más bien todo lo contrario. Y no  podría ser de otro modo.

Porque ¿Quién no ha lucido en el  calor del verano unas auténticas chanclas brasileras? ¿Quién de los que les gusta navegar no luce la bandera noruega en su ropa de marca?¿Quién no ha ido alguna vez a IKEA y ha salido con una bandera sueca como regalo promocional?  ¿Quién  no ha presumido alguna vez en su vida, con  la celebérrima Union Jack integrada en  alguna prenda de ropa, en la funda de su teléfono móvil, o una carpeta de apuntes? ¿Y la vieja bandera confederada,   que ostentan con orgullo  los moteros y roqueros  de medio planeta, reclamo también de hamburgueserías y restaurantes , sin que les importe a clientes o motoristas sus orígenes racista y kukluxkanesko? 

En este sentido, si hay  que poner un ejemplo, en justicia, habría  que colocar en  primer lugar la bandera de los Estados Unidos de América. Posiblemente  no haya  país con un sentido  patriótico más acentuado  entre sus ciudadanos. Al mismo tiempo,  posiblemente  no  exista  bandera que más usos comerciales pueda haber generado. Cualquier objeto susceptible de venta puede lucir  la popularísima Stars and Stripes.  Es decir:  todo. Y cualquier objeto que la incorpore adquiere,  por sí mismo,  los valores más atractivos de la cultura estadounidense. Es  el paradigma de la estrategia  de colonialismo  cultural más eficaz jamás conocido.

El más español entre los españoles o el más catalán entre los catalanes lucen o  han lucido  ufanos, en algún momento de sus vidas, sin  reparo alguno, esa bandera , obviando  que ese hecho les convierte y constata su pertenencia al imperio y les hace menos españoles y menos catalanes de lo que ellos creen ser. 

Quizá, por eso, al advertir el poder patriótico que contiene la funcionalidad comercial de las banderas, aquí , en Cataluña y en España, no nos hemos  parado en barras, y hemos hecho nuestros pinitos.  Los periódicos regalan banderas; los coches lucen banderas; hay  zapatillas, albornoces, camisetas, gorros, tazas, cazos, sartenes, calcetines, bragas, calzoncillos, suéteres, camisas, corbatas, pijamas, abrelatas con las banderas patrias  amarillas y rojas.  

Sacacorchos, pañuelos y preservativos; juegos del parchís y de la oca; botiquines de primeros auxilios a los que se les han borrado  la cruz creyendo que era la bandera suiza y han sido  repintados  con las preceptivas bandas rojigualdas... Tanto es así que los bazares orientales que proliferan por toda nuestra geografía han hecho el agosto vendiendo banderas de nuestras patrias  fabricadas en China, lo cual debería figurar en algún nuevo  libro de los records de la estupidez colectiva. 

Mucho me temo, sin embargo,  que estamos todavía  muy lejos de  normalizar la ostentación de  nuestras banderas de tal manera que permita a quien las luzca  obviar todo significado patriótico o de pertenencia al espacio geopolítico que representan, y que  esa  liposucción  de grasa identitaria  ayude a  transformarlas en mero capricho comercial o de consumo.

En nuestro mundo del pensamiento único y del capital ese  sería el mejor uso al que debería aspirar una bandera. La prueba sociológica irrefutable para comprobar esa normalización,  consistiría en fabricar y poner a la venta escobillas para el limpiar el retrete y rollos de  papel higiénico seductoramente  ilustrados con los colores de nuestras banderas.  Soy consciente de que todavía estamos lejos de conseguirlo, porque los norteamericanos todavía no se han atrevido. El día en que eso suceda, el mundo será un poco mejor. Mientras tanto, seguiré  mirando hacia el horizonte que vislumbró el Che.

2 comentarios:

ROY dijo...

Suscribo lo dicho, pobrecito. La bandera te identifica, aunque te aisla. Te encuadra en un pedacito quiquitito. Te etiqueta. Entiendo el amor a tus raíces. Entiendo el amor a tu lengua, a tus tradiciones, a tus vecinos, a tu CASA, a tu HOGAR. No entiendo que ese amor sentido te haga excluir y tratar de "enemigos" a todos aquellos que respetan pero no comparten. No entiendo que cause dolor oir otras opiniones. No entiendo que no lo cause el escuchar que aquellos que te "machacaron" a ti y a los tuyos también me machacaron a mi y a los míos. Y que ni yo ni los míos erámos los malos. Que los malos eran otros. Y que todos, o casi todos ( los malos no), sufrimos. No entiendo abrazar un bandera hoy porque ayer sufrí y no ver que hoy y mañana, sufren otros. No entiendo, no entiendo.....
No puedo entender ni compartir que tu bandera no sea la de la justicia y la igualdad. La que nos mantiene alerta ante las sutilezas del poder. La que nos impide militar en PODEMOS/ ERC/ CUP.... pero hablar de "panchitos", "sudacas", "moros", "paquis".... la que nos impide impide pensar que "para esos todo y para nosotros nada"...
Por favor, no podemos anteponer ( sí, sólo anteponer) la bandera de lo humano? Cursi? Seguro, ahora hay demasiadas cosas que suenan cursis.
Un abrazo

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

No, Roy, no es cursi. Nada de lo que dices lo es. La bandera de lo humano es la única que ondearía en mi balcón. En el balcón del alma, que es el único lugar donde esa enseña se deja acariciar por el viento.

Todas las demás sobran, porque detrás de una bandera siempre hay dolor, muerte, odio y rechazo al otro. De hecho, el origen de las banderas es bélico. Bandera y ejército son indisolubles. La proliferación de banderas en ámbitos civiles, como en los tiempos que vivimos, habla del espíritu castrense que mueve a las personas. Sin saberlo, inconsciente (y muchas veces conscientemente) la gente ostenta sus banderas contra alguien

Me ha gustado mucho tu comentario, Roy
¡Un abrazo fuerte!