La capacidad del
capitalismo para asimilar todo tipo de tendencias, objetos o ideas en beneficio
del negocio es ilimitada. El capitalismo
incluso ha sido capaz de reconvertir las figuras icónicas de su sistema enemigo
en una interesante fuente de ingresos.
Mao, el Che, la
hoz y el martillo, la estrella roja, las
siglas que nombraban el país de los soviets, la A mayúscula rodeada de un círculo, y hasta la ínclita papada del mismísimo Brezhnev han funcionado y funcionan durante la postmodernidad como reclamos publicitarios, libres de propiedad intelectual, y por
tanto son de uso discrecional.
Los iconos y
símbolos del socialismo y del ideal libertario se han
transformado, desde hace ya un par de décadas, en signos cuyo significante es el contrario a su propia naturaleza. Han cambiado de campo
semántico. Se han vaciado de toda su esencia ideológica. La rebeldía que pregonan tiene que ver con una insurrección de libremercado, con la moda y el consumo. Sirven para dar cobertura a pretendidas identidades rebeldes, auspiciadas por un
simple y llano afán de lucro.
El valor de la
mirada del Ernesto 'Che' Guevara hacia la utopía que captó el fotógrafo Alberto
Korda ya ni siquiera es político, sociológico o ideológico, sino el de las ventas que propician. Debido a
no se sabe bien qué tipo de extraños vínculos, El Che y el recuerdo de
su rostro ha pasado de simbolizar la
esperanza en un ideal de justicia, a
ser compañera de José Monge, Camarón de
la Isla, en colgantes de oro macizo; a decorar el parachoques trasero de los
coches a modo de pegatina, o formando parte del estampado de unas zapatillas
deportivas.
Esas imágenes cargadas de valor histórico -años antes de su vaciado
semántico, anteriormente a su banalización y posterior transformación
comercial- desempeñaban de algún
modo, en su contexto original, el cometido de una bandera, pero con una salvedad: no
representaban ni expresaban la pertenencia o el amor hacia esa
organización tramposa de la Historia que conocemos como nación. Reflejaban la idea contraria, la idea de la emancipación
de los pueblos, la idea de la unión universal de los hombres y mujeres del mundo en pos de la libertad y de la justicia social.
En estos tiempos
de ínfulas identitarias y de pasión desaforada
por los símbolos colectivos más emocionales, uno se siente apabullado ante la estupidez y
la irracionalidad de las demostraciones colectivas e individuales de
amor irredento que propician las banderas a uno y otro lado.
Parece como si durante
la mayor parte del pasado siglo, en
España no hubiésemos ingerido suficientes
dosis de
bandera, como para que ahora tengamos que
transformar los balcones en mástiles permanentes de nuestro sentido
patrio, señal inequívoca de nuestra voluntad identitaria y de nuestro apoyo a
la causa. ( ¡Cuánta nostalgia de balcones con sábanas al viento secándose bajo la luz del sol! )
Después de la peor de las
dictaduras nacionalistas que se vivieron en Europa, ahora mantenemos
izada la bandera nacional más grande del
continente en la plaza que lleva otro
nombre icónico, símbolo ya eterno
de nuestra capacidad para la invasión de territorios ajenos. Por no hablar de
la relación de la religión católica con las banderas. Nadie parece darse cuenta,
y si lo perciben, les debe parecer bien: estamos viviendo un nuevo auge
nacionalcatólico con el apoyo entusiasta
de muchos millones de españoles y catalanes.
No hay iglesia
que se precie de serlo que no engalane sus torres, sus altares y sus santos con rutilantes banderas
rojas y gualdas, (con ocho o con tres barras, tanto da ). La bandera es la
protagonista en las procesiones de Semana Santa. En las iglesias se cantan himnos
a las banderas. No hay obispado que no oficie
puntualmente la misa solemne en honor a la patria y su santo patrón ¡Pero cuánto y de qué manera les ha
gustado siempre a los próceres de la Iglesia enarbolar banderas y apropiarse
o promover los sentimientos de identidad nacional de la gente! ¡Ah, la Iglesia! ¡Qué tíos más listos! ¡Siempre junto a la patria! ¡Nunca con la gente!
Las banderas protagonizan también los deportes. ¡Pobre del deportista
que no enarbole la preceptiva bandera cuando obtiene un triunfo, o pobre de aquel que dé la vuelta de honor con la
enseña equivocada!. Al fútbol, por
supuesto, es necesario llevar la
bandera, aunque el ochenta por ciento de las plantillas sea originario de otros países...
Las flores hay que atarlas con cinta de bandera. Las etiquetas de los
regalos tienen que lucir una bandera. Las mesas de cualquier acto público hay que
cubrirlas con la bandera. El balcón de la presidencia de una corrida de toros
tiene que estar bien ataviado de su correspondiente bandera. Las calles de cualquier pueblo en fiesta mayor deben estar obligadamente
ornamentadas con cientos de pequeñas banderas. A los conciertos de rock hay que
llevar la bandera. El cantante del momento no tiene más que blandir una
bandera en sus actuaciones para meterse al público en el bolsillo. La
bandera es la protagonista en Sant Jordi, el día del libro y del amor.
Como diría el bueno
de Rubianes, estoy hasta los huevos de la banderas, me cago
en las banderas, en las putas banderas;
que se metan las banderas por el culo, que se limpien los mocos con las
banderas, que se limpien las ladillas de los
cojones con las banderas y que tiren la de una puta vez las banderas a
tomar por el culo. ¡Joder, ya, con las banderas!
Sin embargo, a
pesar de todo este resurgimiento del estandarte, del sentimiento nacional y del
camino de necedad compartida que hace ya
tiempo que transitamos, todavía albergo alguna esperanza para que algo cambie.
Porque del mismo modo que el capitalismo
ha asimilado y ha neutralizado
globalmente la simbología revolucionaria, lo mismo ha hecho con algunas
banderas que no son sospechosas ni de radicalismos anticapitalistas ni de
vínculos libertarios. Más bien todo lo contrario. Y no podría ser de otro modo.
Porque ¿Quién no
ha lucido en el calor del verano unas
auténticas chanclas brasileras? ¿Quién de los que les gusta navegar no luce la
bandera noruega en su ropa de marca?¿Quién no ha ido alguna vez a IKEA y ha
salido con una bandera sueca como regalo promocional? ¿Quién
no ha presumido alguna vez en su vida, con la celebérrima Union Jack integrada en alguna prenda de ropa, en la funda de su
teléfono móvil, o una carpeta de apuntes? ¿Y la vieja bandera confederada, que ostentan con orgullo los moteros y roqueros de medio planeta, reclamo también de hamburgueserías
y restaurantes , sin que les importe a clientes o motoristas sus orígenes racista
y kukluxkanesko?
En este sentido,
si hay que poner un ejemplo, en justicia,
habría que colocar en primer lugar la bandera de los Estados Unidos
de América. Posiblemente no haya país con un sentido patriótico más acentuado entre sus ciudadanos. Al mismo tiempo, posiblemente no exista bandera que más usos comerciales pueda haber
generado. Cualquier objeto susceptible de venta puede lucir la popularísima Stars and Stripes. Es decir:
todo. Y cualquier objeto que la incorpore
adquiere, por sí mismo, los valores más atractivos de la cultura
estadounidense. Es el paradigma de la
estrategia de colonialismo cultural más eficaz jamás conocido.
El más español
entre los españoles o el más catalán entre los catalanes lucen o han lucido
ufanos, en algún momento de sus vidas, sin reparo alguno, esa bandera , obviando que ese hecho les convierte y constata su
pertenencia al imperio y les hace menos españoles y menos catalanes de lo que
ellos creen ser.
Quizá, por eso,
al advertir el poder patriótico que contiene la funcionalidad comercial de las
banderas, aquí , en Cataluña y en España, no nos hemos parado en barras, y hemos hecho nuestros
pinitos. Los periódicos regalan banderas;
los coches lucen banderas; hay
zapatillas, albornoces, camisetas, gorros, tazas, cazos, sartenes,
calcetines, bragas, calzoncillos, suéteres, camisas, corbatas, pijamas, abrelatas
con las banderas patrias amarillas y
rojas.
Sacacorchos,
pañuelos y preservativos; juegos del parchís y de la oca; botiquines de
primeros auxilios a los que se les han borrado
la cruz creyendo que era la bandera suiza y han sido repintados
con las preceptivas bandas rojigualdas... Tanto es así que los bazares
orientales que proliferan por toda nuestra geografía han hecho el agosto
vendiendo banderas de nuestras patrias fabricadas en China, lo cual debería figurar
en algún nuevo libro de los records de
la estupidez colectiva.
Mucho me temo,
sin embargo, que estamos todavía muy lejos de normalizar la ostentación de nuestras banderas de tal manera que permita a quien las luzca obviar todo significado patriótico o de
pertenencia al espacio geopolítico que representan, y que esa liposucción de grasa identitaria ayude a
transformarlas en mero capricho comercial o de consumo.
En nuestro mundo
del pensamiento único y del capital ese
sería el mejor uso al que debería aspirar una bandera. La prueba
sociológica irrefutable para comprobar esa normalización, consistiría en fabricar y poner a la venta
escobillas para el limpiar el retrete y rollos de
papel higiénico seductoramente ilustrados con los colores de nuestras
banderas. Soy consciente de que todavía estamos
lejos de conseguirlo, porque los norteamericanos todavía no se han atrevido. El
día en que eso suceda, el mundo será un poco mejor. Mientras tanto,
seguiré mirando hacia el horizonte que vislumbró el Che.
2 comentarios:
Suscribo lo dicho, pobrecito. La bandera te identifica, aunque te aisla. Te encuadra en un pedacito quiquitito. Te etiqueta. Entiendo el amor a tus raíces. Entiendo el amor a tu lengua, a tus tradiciones, a tus vecinos, a tu CASA, a tu HOGAR. No entiendo que ese amor sentido te haga excluir y tratar de "enemigos" a todos aquellos que respetan pero no comparten. No entiendo que cause dolor oir otras opiniones. No entiendo que no lo cause el escuchar que aquellos que te "machacaron" a ti y a los tuyos también me machacaron a mi y a los míos. Y que ni yo ni los míos erámos los malos. Que los malos eran otros. Y que todos, o casi todos ( los malos no), sufrimos. No entiendo abrazar un bandera hoy porque ayer sufrí y no ver que hoy y mañana, sufren otros. No entiendo, no entiendo.....
No puedo entender ni compartir que tu bandera no sea la de la justicia y la igualdad. La que nos mantiene alerta ante las sutilezas del poder. La que nos impide militar en PODEMOS/ ERC/ CUP.... pero hablar de "panchitos", "sudacas", "moros", "paquis".... la que nos impide impide pensar que "para esos todo y para nosotros nada"...
Por favor, no podemos anteponer ( sí, sólo anteponer) la bandera de lo humano? Cursi? Seguro, ahora hay demasiadas cosas que suenan cursis.
Un abrazo
No, Roy, no es cursi. Nada de lo que dices lo es. La bandera de lo humano es la única que ondearía en mi balcón. En el balcón del alma, que es el único lugar donde esa enseña se deja acariciar por el viento.
Todas las demás sobran, porque detrás de una bandera siempre hay dolor, muerte, odio y rechazo al otro. De hecho, el origen de las banderas es bélico. Bandera y ejército son indisolubles. La proliferación de banderas en ámbitos civiles, como en los tiempos que vivimos, habla del espíritu castrense que mueve a las personas. Sin saberlo, inconsciente (y muchas veces conscientemente) la gente ostenta sus banderas contra alguien
Me ha gustado mucho tu comentario, Roy
¡Un abrazo fuerte!
Publicar un comentario