martes, 21 de marzo de 2017

Diez años



Durante el velatorio de doña Leonor Acevedo -fallecida el 8 de julio de 1975 a la edad de 99 años- una señorona bonaerense se acercó al recién huérfano Jorge Luis Borges para presentarle sus condolencias. Después de expresarle lo mucho que lo sentía, añadió, ostensiblemente acongojada “¡Qué lástima, la pobre Leonor, por muy poquitito no cumplió los 100”, a lo que escritor respondió. ¡”Vaya, señora! ¡Mami nunca me dijo que usted era tan amante del sistema  decimal!” 

Esta anécdota -no sé si apócrifa o cierta- es muy útil para ilustrar el gusto o la fijación que tenemos por la redondez de los números, o por la conmemoración de toda índole cuando algo o alguien cumple una determinada cantidad de tiempo en su historia, siempre, claro está, que esa cantidad de tiempo sea equivalente a una cifra múltiplo de diez.  

También sucede con el número 5. De hecho el 5 es un número que confiere, más si cabe, una categoría superior a la celebración de aniversarios y acontecimientos. Así, por ejemplo, las efemérides relacionadas con el periodo que da cuenta de la permanente unión  a una persona en matrimonio, ostentan siempre el número 5. Plata, oro y platino. Ese es el orden equivalente a los veinticinco, cincuenta o setenta y cinco años de consorcio. 

Lo mismo ocurre con los aniversarios institucionales, patrios o históricos; empresariales, deportivos o artísticos… El cinco, su curva, esa forma barriguda y cardenalicia, jactanciosa y petulante, le asigna una función de significado pomposo y les otorga la grandilocuencia y el mérito justo  de la conmemoración por todo lo alto. Recuerdo los fastos del quinto centenario del descubrimiento, momento en el que el 5 expresó hasta el paroxismo su preminencia conmemorativa. 

Y esto es así; nadie lo cuestiona, a pesar de que  ni ese gusto por lo decimal ni la preponderancia del cinco  en los hábitos celebratorios hablen de la cualidad de los años que han trascurrido hasta la fecha señalada. Porque uno puede conmemorar 25 años casado  junto a un ser despreciable y haber vivido en ellos las peores experiencias imaginables. Una empresa puede haber cumplido 75 años de actividad, dejando tras de sí un rastro trágico de explotación humana y degradación medioambiental. Un país puede celebrar cinco siglos de existencia, pero no camuflar la iniquidad, el genocidio y la esclavitud con la que sometió a millones de hombres y mujeres por el bien del imperio a lo largo de esos quinientos años. 

Quizás nuestra fijación por el diez provenga del conocimiento pitagórico, para quien esa cifra  era la totalidad, lo completo, un número nuevo surgido de la unión del cero  y de la unidad, capaz de reproducirse infinitamente.Yo  he conocido estos detalles numerológicos hoy, después de recordar que el próximo día 26 de Marzo este blog cumple sus primeros diez años y, después de decidir si valía la pena pregonarlo y celebrarlo, aunque mi primera intención era escribir sobre ello sin conocer las causas de nuestra fijación por el sistema decimal. En este sentido, quizá, aquella señorona bonaerense conocía el insondable  secreto pitagórico de la multiplicación infinita que encierra el número diez, de ahí que se sintiese apenada porque su amiga Doña Leonor no hubiese cumplido los cien ya que, de ese modo, en virtud de los superpoderes decimales, podría haber seguido visitándola en su apartamento de la Calle Maipú durante otro buen puñado de años. 

Por mi parte se me antoja que, tratándose de celebraciones, es más sugerente acudir a los números bíblicos, como el seis o el humilde siete, ya olvidados por las multitudes. O a los números de la Cábala, los llamados arcanos mayores, que van del 1 al 22 y  que nos pueden regalar  un significado diferente en cualquier momento de nuestra existencia.

Así,  por ejemplo, según la sabiduría hebrea, el 4 es la materia, la tierra, el fuego;  el 13 es la muerte, la transmutación; el 19 el sexo y la potencia y el 22 es mi número, el regreso. Porque ahí empezó todo, con el regreso de una voz que volvía de los muertos, para vivir las vidas que quise vivir, pero que no existían. 

Sin embargo, a pesar de mi identificación con el número 22, no me puedo permitir la desvergüenza de  esperar doce años más para agradecer la paciencia que todos vosotros tenéis conmigo; para agradeceros a todos los que de vez en cuando pasáis por aquí, a los que seguís  fielmente  mis obsesiones, mis inquietudes, mis frustraciones,  mis filias y mis fobias, y sobre todo, a los que soportáis estoicamente las vanidades de mi insoportable pedantería.

Por todo ello, solamente aspiro a ofreceros alguna frase y alguna historia con la que poder justificar las 469 entradas que he redactado durante  estos últimos diez años de mi tercera vida, para que al menos, en todo ese espacio de tiempo, halléis un rastro insignificante de honestidad y una pizca de humilde literatura.

¡Un abrazo fuerte a todos!

7 comentarios:

Juan Nadie dijo...

¿Una pizca humilde de literatura?

Salud, Hablador! No dejes de regalarnos esas "pizcas humildes"

P.S.: La última frase entrecomillada del primer párrafo, si no es de Borges, lo merece.

Roy dijo...

Enhorabuena y adelante!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Hola Juan
Parece ser que fue así. En cualquier caso, sea o no sesa cierta, efectivamente es muy del humor borgiano
¡Muchas gracias, Juan ! Salud

Roy, muchas gracias :) ( Madrugas demasiado )
¡Abrazos!

ESTER dijo...

Como socratiana convencida:

"Sólo hay un bien: el conocimiento. Sólo hay un mal: la ignorancia."

Ha habido, seguramente, momentos agradables, infelices, alegres y desdichados en la vida de tu blog pero una cosa está clara: el conocimiento que ha arraigado en él ha desterrado a la ignorancia.

Un beso, Ester

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Bueno, Ester, estoy de acuerdo con el bueno de Sócrates, a pesar de que hay grandes genios que invierten su inteligencia en hacer daño

La vida de mi blog no existe. Lo real es lo que encierra cada una de las entradas. Esto, que me ha quedado de lo más pedante, no quiere decir otra cosa que cualquier día de estos la nube explota y se va mi blog al carajo.

Lo que sí que tengo claro es que este blog no sirve para nada. Esa es una de las razones por las que sigo alimentándolo

¡Un abrazo, Ester !



Juan Nadie dijo...

"este blog no sirve para nada".
Muchas veces siento lo mismo de los míos, pero al final no importa, con que los lea alguien y se le quede algo basta y casi hasta sobra.

¿Y lo bien que nos lo "pasemos", qué?

Salud, Hablador!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Lo digo de verdad, Juan. Me gusta que sea así. No todo en esta vida tiene que tener una utilidad, o un fin. Casi nunca, o nunca, nos paramos a pensar que hay cosas que hay que hacerlas, sencillamente, porque nos hacen sentir mejor. O ni siquiera por eso, solamente porque sí, como una necesidad, o mejor, un capricho. Es como mirar, observar, y elaborar hacia dentro lo que uno ve, y después escribirlo, sin más, como un acto de la mente y el corazón, a veces un desahogo, otras un grito... sin más utilidad que la de hacerlos efectivo, sin otro fin que el intento vano de que esas palabras devengan en algo de realidad.

¡Salud, Juan !