Rafael Sánchez
Ferlosio es tan grande que se permite el
lujo de renegar de su obra literaria. Reniega de ‘El Jarama’, una obra maestra de la narrativa contemporánea, eterna, por los
siglos de los siglos.
Abjura también de
“Industrias y Andanzas de Alfanhui”, un libro prodigioso y de gran belleza; posiblemente,
el libro que más se parece a una joya.
Ferlosio ha explicado
en numerosas ocasiones los motivos por
los que desprecia sus propias creaciones. Dice que son, sencillamente, una
muestra de la vanidad humana, de su vanidad, y que no le han servido más que
para exhibir un uso estéril del
lenguaje.
Un día de estos
quiero hablar de Ferlosio, largo y tendido. Me apetece explicar y compartir los ratos tan buenos que
me ha regalado en sus libros, y todo lo que con él he aprendido.
Hoy lo utilizo
vilmente, de modo bastardo, para hacer
precisamente algo que detesta; algo que, según él, hizo cuando, con poco más de
veinte años, compuso Alfanhuí.
Escribir
toda una página en función de una sola palabra, por el simple y estúpido
hecho de que le gustaba y no porque el término aportase algo al contexto del libro.
He estado soñado
toda la noche con pródigo. Todo el
mundo decía pródigo. Hasta los muertos decían pródigo. Y tengo que escribir pródigo
porque a fuerza de soñarla, me ha gustado pródigo.
A ver si así logro exorcizarla, aunque lo más probable es que ella acabe conmigo.
Pródigo número 1
Fue una mañana pródiga en noticias, quizá debido a la fecha. Era miércoles, justo cuando la semana alcanza su máximo apogeo y, como consecuencia del paso de los días, la realidad se acumula y desborda los cauces.
Fue una mañana pródiga en noticias, quizá debido a la fecha. Era miércoles, justo cuando la semana alcanza su máximo apogeo y, como consecuencia del paso de los días, la realidad se acumula y desborda los cauces.
Pródigo número 2
Después de la presentación, el grueso de la crítica fue pródiga en halagos.
Hubo, sin embargo, quien arremetió contra el autor; una minoría despechada, aquellos a quienes jamás
les concedió una exclusiva o nunca recibieron las novedades de la editorial en
su domicilio.
Pródigo número 3
El torero prodigó pases al natural,
muchos de ellos mirando al tendido, hasta que la muleta, empapada en púrpura, se hizo incómoda y el diestro no tuvo más remedio que entrar a
matar. Dos orejas y el rabo, vuelta al ruedo, pródigos pañuelos al viento y el rastro sanguinolento
circundando el ruedo.
Pródigo número 4
El fuego fue tan agresivo que los bomberos hubieron de prodigarse en denuedos. Las llamas saltaban los tejados,
los vecinos huían despavoridos, había animales muertos en cualquier lugar y ya todo era inútil porque el bosque humeaba
carbonizado.
4 comentarios:
Pues yo al único pródigo que conozco de mi educación cuando niña es el hijo pródigo de la parábola.
Oda al perdón?
Ester
Nunca entendí por qué le llamaron pródigo
¡Salud!
Porque era un derrochador, jeje. El hijo de la parábola no era "pródigo" por haber vuelto, aunque ahora utilizamos la palabra en ese sentido, sino por haber malgastado su parte de la herencia paterna.Es la primera acepción de la palabra en el diccionario, según google:
pródigo, pródiga
adjetivo/nombre masculino y femenino
1.
[persona] Que despilfarra o gasta sin cuidado sus bienes.
"la parábola del hijo pródigo"
2.
adjetivo
[persona] Que da con generosidad lo que tiene o lo pone al servicio de los demás.
"fue pródigo en explicaciones; un padre pródigo con sus hijos"
3.
[cosa] Que produce en abundancia lo que se expresa.
Origen
Préstamo (s. xiv) del latín prodigus, derivado de prodigere ‘empujar por delante’, ‘gastar profusamente’. De la familia etimológica de exigir (V.).
¡Saludos y salud!
Carmen.
¡Caramba, Carmen! ¡Mil gracias!
Salud
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