Al tomar la decisión de conocer a los padres de Adán, no podía
sospechar que la visita me sirviese de tan poco. Fue Maruja la que me facilitó
la dirección y la que me aseguró que vivían los dos, con buena salud, y en
condiciones razonables. Ella mismo me dijo que “es buena gente, ya lo verá
usted. Quizá un poco reservados, pero a la que les dé alguna señal de
confianza, llegará a entender muchas cosas. Aún así, deberá hacer algunos
esfuerzos. Mi suegro ha perdido mucho oído. Se pasa el día asomado a la
ventana, viendo pasar la vida, en silencio. Dice que no le interesan los
ruidos, que todo es ruido y que ahora entiende mejor el mundo, porque sin sonidos no hay mentiras. En cuanto a mi
mi suegra, pocas veces atiende a nada que no sea la novela que esté leyendo. A
veces él interrumpe su lectura y la invita a asomarse a la ventana para observar alguna
escena que le haya llamado la atención.
Ella musita que es como otro capítulo. Yo creo que observa la escena de la
calle igual que si leyese un paréntesis dentro de la novela, con atención y, al poco, sin decir nada, se sienta y vuelve a encerrarse en el libro, sin darse cuenta
de que él se la queda mirando. Da la sensación de que esa mirada viene
de otro tiempo, desde muy lejos, pero al mismo tiempo es tan cercana como si la
estuviese rozando.”
Gran chica esta Maruja. Hermosa y serena. Una pelirroja con un atractivo
especial, rebosante de vida y de pecas,
alta y voluptuosa. Sin embargo, la
fortaleza de su belleza no se argumenta en sus curvas, y eso que nada más verla me dio
una sensación de fiereza. A la que me alargó la mano, me saludó y me
invitó a pasar, enseguida supe que era todo lo contrario. Y que no se me
entienda mal. La de Maruja no es una humildad recatada, vergonzosa y mucho menos dócil. Es una manera excelsa de
sencillez, de estar en el mundo; una
respiración profunda y tranquila, un sosiego y una calma que transmite en el
mirar glauco, en la sonrisa siempre amable, en
cierta pureza romántica dibujada en las líneas alargadas del rostro conectadas a la esbeltez de su cuello. Al
hablar, el matiz de su voz invita a escucharla con atención, sin necesidad de
elevar el volumen, o de utilizar algún
otro recurso, porque las palabras surgen de su boca naturales, con la esencia
concreta de lo que significan, acompañadas
de una serie de gestos pausados trazados
sobre el vacío por sus manos grandes que mueve como acunando el compás a una
orquesta.
Desde el primer encuentro percibí en su presencia un halo
difuminado de aplomo circundando toda su figura; el
cuerpo harmonioso de una composición humana que irradiaba la conciencia de su presencia plácida a todas las formas rotundas de su fisiología, más apetecibles, más deseables que las que ostentase cualquier otra mujer de sexualidad estridente.
Hay que estar muy tronado, o muy enfermo, o ser un estúpido para encontrarse en la vida una mujer como
Maruja y dejarla sola después de media vida a su lado, vete tú a saber por qué
extrañas razones. Yo me considero fuera
de circulación. Los años, la desgana, una viudez dolorosa y, a qué negarlo, una
sutil recomendación médica, son las causas principales, pero al ver a Maruja caí enamorado, al instante, rendido a sus pies,
de una manera platónica, por supuesto. Lo cual no es equivalente, ni significa,
ni de ningún modo debe dar pie a pensar
que estoy castrado, porque tan solo es
necesario que esa criatura del Olimpo me haga la más mínima señal, para que me
declare para siempre su esclavo y me arrogue el derecho y el placer de ofrecerle lo mejor que pueda ofrecer
el amante más sabio, sensible y
delicado entre los mortales, aunque
fuese lo último que hiciese en la vida.
He tenido la oportunidad de charlar con
Maruja durante largas horas; un tiempo exquisito en el que la he escuchado
atentamente, a veces con auténtico placer, sin dejar de experimentar
todo tipo de sensaciones opuestas. De hecho, empecé a ser consciente de
donde me metía desde que la escuché. Me di cuenta de que un asunto que se
inició como un divertimento, como un pasatiempo, una especie de juego de
detectives con el que acortar la soledad de los días, se había convertido en un compromiso que yo firmaba
íntimamente conmigo mismo para devolver a la vida de Maruja la certidumbre que
se merecía. Por eso, desde nuestro primer minuto de conversación, he intentado ejercer un papel racional; me he propuesto actuar y
pensar fríamente, sin dejarme llevar por
la vehemencia, o por la pasión, o por los afectos y los odios descontrolados,
para así establecer una lógica en el
comportamiento de Adan, algún elemento que me revele sus motivaciones, alguna
pista que me indique su paradero y algún
rastro que me desentrañe el significado
real de ese puñado de hojas escritas que
dejó en mi casa tan bien ordenadas, casi como si estuviesen dispuestas para
encuadernarse, como si abrigase la
certeza de que alguien, muy pronto, las iba a encontrar, y las iba a leer y, al
hallarlas, el descubridor se haría las mismas preguntas que yo me hago, o se las
haría a su mujer, porque sobre la vieja mesa de formica, al
lado del paquete de hojas manuscritas, también dejó escrita en uno de esos
papeles adhesivos tintados de color amarillo, su antigua dirección.
Cada día busco una escusa para verla, pero me reprimo y al final solamente
la visito cuando es estrictamente necesario, cuando me devano la sesera y acabo
peor de lo que empecé porque todavía hay cosas que no he podido llegar a
entender. Este Adán es un caso, un tipo complejo, difícil de imaginar, o de
componer, y de comprender y, por lo que estoy viendo, prácticamente imposible de encontrar. No ha quedado rastro
de él. Por eso tengo que ir trazando su
paso por el mundo a través de unos y de otros, sobre todo a través de la familia que le queda. He hablado con los
padres, y con Maruja. Ángel, el hijo, no ha querido saber nada de mí. Para él, su
padre está muerto. Su madre me facilitó
el teléfono móvil y la dirección de correo electrónico. No ha contestado a mis cinco mensajes y la
única llamada que me atendió no sirvió más que para confirmar lo que Maruja
predijo, que Ángel se considera huérfano y que, de suceder, el encuentro
tendría muchas posibilidades de
acabar en parricidio.
Y claro, también he hablado con su obsesión, con la diana de todos sus
planes, con la figura de sus desvelos,
el hombre percutor, la motivación de sus últimas acciones, la meta de sus
desvelos, de su sueño vengador, o mejor
dicho, de sus últimos anhelos conocidos, porque no he podido averiguar todavía si Adán anda por ahí, en algún lugar
próximo, o si está muerto, o se ha metido a fraile cartujo y se ha sometido religiosamente a los
preceptos de la regla de la clausura, el
silencio y la oración, a perpetuidad, que es lo que yo deseo con todas mis
fuerzas.
Dar y hablar con un hombre de la celebridad y la importancia para los
destinos de este país como Indalecio Bot me ha resultado más arduo que obtener de Ángel una frase con
sujeto y predicado. Lo mismo me ocurrió con su guardia pretoriana: Amparo, su
ama de llaves, y Jaime, su ayuda de cámara, el cancerbero fiel,
secretario todo terreno. También he conseguido
interrogar a Vivian, la solícita, jovencísima y experimentada Vivian, ojos de
aceite y piernas infinitas, inscrita en el registro civil con el exótico nombre
de Juana Castro Ruiz. Ambos, por diferentes razones y en diferentes
circunstancias, tienen noticias de Adán,
no demasiadas, pero quizá las suficientes
como para utilizar la poca información que les sonsaqué y estirar así de la lengua a Amparo y a Jaime, que
no sueltan prenda, aunque yo sé que saben más de lo que dicen saber.
10 comentarios:
Narración impecable pero si te soy sincera, en ocasiones me pierdo. La foto me ha recordado a un monje del Nombre de la Rosa pasando una hoja. Puede que muera. ¿Será Adán?.
Un beso, Ester
Es que ha entrado en juego otro narrador y... Necesitaba que otros hablasen de Adan, porque él está incapacitado para hablar de si mismo con credibilidad. Y necesitaba otro hilo argumental, más claro, narrado por una voz que no fuese omnisciente, que fuese otro personaje más, con sus historias y avatares. Y de repente surgen voces, personas, vicisitudes que ya estaban desde un principio, que han ido apareciendo, y que poco a poco van tomando carnalidad...
De las fotos no hagas mucho caso. Solamente ilustran sin significar
Besos
No me gusta nada la gama de azules que me ofrece ahora blogger para escribir las entradas. O quedan muy mortecinas o muy estridentes. Así es que igual empiezo a escribirlas en color negro, en negro de toda la vida, negro futuro, negro mandinga, negro nubio, negro tinta, negro que te quiero negro.
Lo digo por si alguien piensa que el cambio de color obedece a algún significado
Si en negro va a ser mejor, para que esté en consonancia como se va a poner la vida. Buenísima entrada, me la llevo al Nido y gracias. Un abrazo.
Gracias Loli
Gracias Loli
M'ha agradat, espero que continui..
Moltes gràcies Conte. A veure si en soc capaç
La pelirroja impresiona...je,je. Me suena.
Ya sabía yo que la reconocerías...
Un beso y una caricia
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