domingo, 13 de junio de 2010

De manifestación (y II)


Llegué a la estación con tiempo, porque no sabía si los trabajadores de RENFE secundaban la huelga. Poco a poco el andén se fue llenando de todo tipo de gente: jubilados que iban al médico; jóvenes universitarios a examinarse; funcionarios huelguistas con sus pancartas y sus silbatos; una pareja gitana con un niño en brazos y un pínfano electrónico; obreros; ejecutivos trajeados; dos guardias de seguridad, corpulentos como armarios; parejas de novios, probablemente en paro.; una mujer vestida con chaleco y pantalones reflectantes que limpiaba el suelo armada de escoba y recogedor mientras llamaba la atención a los fumadores y a los viajeros que atravesaban las vías a saltos. Nadie reía. Me acordé del telefilme de Antonio Mercero “La Gioconda está triste”. Entonces irrumpió en el andén una pandilla de adolescentes envueltos en un halo insolente de gritos y música latosa. Se empujaban, se golpeaban, y se reían constantemente a carcajadas forzadas con el característico timbre opaco de la voz púber. Por su vestimenta y sus equipajes imaginé que irían a la playa, a disfrutar de una inesperada jornada festiva. Ninguno de ellos superaría los 15 años. Daba la sensación que se creían solos en el mundo. Todo lo que les rodeaba, sencillamente, no existía. Uno de ellos se sentó en el suelo, a la sombra de la pared de la cantina. Los demás le emularon. Inmediatamente, de la docena larga de chicos y chicas que formaba la cuadrilla, tres de ellos abrieron las mochilas y sacaron sendas barritas de hachís, encendedores, papel de fumar y cigarrillos rubios, y en menos de dos minutos encendían tres grandes porros del tamaño de las trompetas de Jericó. Cuando el andén empezaba a perfumarse llegó el tren y, todos, excepto los muchachos, subimos a él. Al ponernos en marcha miré por la ventanilla y los pude ver durante unos pocos segundos sentados a la sombra de la pared de la estación, y me parecieron ancianos precoces. Pensé que aquellos muchachos, en aquel preciso momento, dejaban allí la huella indeleble de su propio destino.

El vagón en el que viajé hasta el centro de Barcelona era una algarabía, una auténtica excursión escolapia, si no fuera porque la bulla la formaban hombres y mujeres ya creciditos: quien no hacía sonar el silbato hablaba a gritos, y quien no competía en ingenio con los compañeros por ver quién imprecaba más soezmente y con la voz más alta a ZP, Zapatero, Zapatitos, el de la ceja, el vendido, etc. Los que mejor lo pasaban eran un hombre y una mujer que tenían el privilegio de manejar un megáfono de última generación. Cada uno de ellos, en extremos opuestos del vagón, voceaba lemas filofutboleros y saludos norte sur, y de vez en cuando conectaban el juguetito sonoro en el modo sirena. Los viajeros ajenos a la reivindicación aguantaban estoicamente la fiesta. Incluso pude ver a tres señoras que seguían leyendo atentamente la novela que llevaban entre manos. Confieso que sentí envidia insana de los autores de los tres libros.

A los pocos minutos el tren se detuvo en otra estación. Se apearon algunas personas que dejaron sus asientos libres y subieron otras. Uno de los nuevos pasajeros se sentó a mi lado. Era un joven de raza negra, alto, delgado, con el pelo cortado al cero. Olía a gloria, a colonia de bebé y vestía impecablemente con la discreción humilde de quien compra la ropa en los mercadillos de saldo. Me llamó la atención su calzado, porque sin ser nuevos, su par de zapatos brillaban por encima de los de todos los pasajeros. El joven sudaba, parecía nervioso. Desde el momento en que se sentó, permaneció en su asiento con la espalda muy recta, mirando a todas partes, sin mover la cabeza, con los ojos más grandes y exaltados que pocas veces haya visto. Parecían querer pedir perdón por algo que no había hecho, sin saber, sin darse cuenta, de que en ese preciso momento, en aquel espacio del mundo, la oscuridad de su piel era poco menos que transparencia invisible. Instantes después el tren se internó en la red subterránea. Me quité las gafas de sol y al guardarlas en la cartera me percaté de que mi joven compañero africano sujetaba con extremo cuidado un portafolio de plástico que contenía un puñado de hojas dobladas por la mitad. Podía ver la primera, repleta de palabras impresas en un tamaño ilegible y sellada por tres veces con tres timbres diferentes. Entonces caí en la cuenta de que el nerviosismo que padecía aquel muchacho no lo provocaba la fiesta huelguista. Le miré fijamente y me pareció percibir que dentro de su memoria se sucedían incesantemente, como en un carrusel de imágenes sin fin, sensaciones y experiencias. La sed y el miedo de cada uno de los días del año de camino por el desierto mortal; el terror de una travesía a través del mar frió y oscuro; el olor del gasoil que le ahogaba los pulmones en el trayecto sobre las ballestas de un camión y, finalmente, la pregunta de un funcionario, escueta, aséptica, impersonal, sobre su nombre, edad, procedencia, estado civil, y empresa que le contrata. Si alguien del pasaje hubiese si quiera amagado con quitarle a aquel hombre los papeles que con tanto celo sujetaba, estoy seguro de que hubiese muerto en el intento.

Por fin el tren llegó a nuestro destino. El vagón quedó semivacío. Una masa ingente discurría hacia las calles del centro de la ciudad a través de los vomitorios de acceso. Tambores, silbatos, sirenas y bocinas. Cantos y risas. Un carnaval combativo nutría minuto a minuto el grueso de la manifestación. Disfraces, grandes globos rojos, verdes y amarillos. Un gran zepelín decorado con el gigantesco rostro del actual presidente del gobierno. Decenas de pancartas impresas, algunas con lemas ingeniosos, otras con algunos más previsibles. Periodistas con el micrófono en mano, o la cámara al hombro. Fotógrafos a la caza del fotopress del año. Camisetas sindicales corporativas, griterío ensordecedor. Hacía mucho calor. Las calles se atiborraban de manifestantes y los bares hacían el agosto vendiendo cerveza a granel en vasos de plástico. Explosiones de petardos, tracas, aplausos y jaleo unánime entre el humo y el olor de la pólvora. Banderas republicanas, catalanas, negras, rojas, verdes, y algunas con los colores del arcoíris. Siglas sindicales. Después de 2 largas horas caminando al fin llego a la Plaça Sant Jaume. Un grupo anarquista canta “a las barricadas”. Alguien levanta el puño. Dos jóvenes funcionarias se abren paso a codazos entre la multitud persiguiendo a un joven bombero al grito de “¡qué bueno está, coño!. En la plaza no perece pasar nada, a excepción de la construcción de pequeñas torres humanas que jalea el personal cuando se culminan.

Salí como pude de allí. De camino a la estación, pocos metros antes de llegar, veo la sede de la Bolsa de Barcelona. Era la hora de la comida. Brókeres, accionistas, agentes y empleados se dirigen tranquilamente hacia los restaurantes del exclusivo Passeig de Gracia. Me interno de nuevo en el subterráneo de ferrocarril. Hace calor.

Subo de nuevo al tren. Media hora más tarde llego al punto de partida y veo que dos chicos y dos chicas de la docena larga de adolescentes que había visto hacía tres horas dormitan al sol sobre la misma pared, sin que parezca que nadie les haya dicho nada. Entro en el primer bar que encuentro, me tomo dos cervezas y me como un bocadillo de lomo.

Vuelvo mañana

19 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay tanto metido en lo escrito,muy bien escrito por cierto,pero me he quedado con los chavales de los porros,esa es la generación que más sufrirá o se beneficiará tras esta crisis,porque esta crisis pasará,tengamos esperanza que esto se arreglará entre todos de una manera u otra,lo sabremos arreglar. De los errores se aprende y aprenderemos de esto y saldremos ,seguro,porque hoy en dia la gente está mejor informada y no se deja manipular tan fácimente ,espero..Confio en movimientos sociales altermundistas como Attac,para mover y educar conciencias,y hacer una economía ética y justa. Lo que has escrito está tan bien que es como si hubiera estado contigo viviéndolo.Salud para todos.dv.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Dv.
Ojalá tengas razón. Son necesarios optimismos como el tuyo porque el pesimismo lleva a la pasividad.
¡Salud dv!

Anónimo dijo...

Excelente, MJ, increíble artículo, grandes descripciones. Creo que has condensado perfectamente el problema del siglo. ¡Bravo!
Los chicos con sus porros, pues bueno, tampoco hay que machacarlos. En el fondo parece que son los mejores adaptados a todo esto porque no perciben el cambio como nosotros, de hecho ellos representan el cambio. O no.
La historia que me enternece sobremanera es la del chico de raza negra porque se contrapone totalmente a la de los chicos estupefactos y narcotizados.
En cuanto a los huelguistas, cada cual grite lo que quiera. Toda esta gente ayuda a deslegitimar la política, que como bien sabes, me da terror. Que Zapatero es la cara visible del asunto, pues sí, tampoco le voy a restar algunas culpas. Pero que vas a esperar de gente que no sabe qué es el FMI, el BCE, el BC y demás siglas mundialistas. A veces la gente debería interesarse más por el fondo de los problemas que por la superficie...
Vengo de leer a Ciberculturalia y pienso que su artículo y el tuyo podrían leerse de una forma conjunta. Definitivamente describís esos tiempos extraños de pastiche y mescolanza, pura posmodernidad. Por cierto, que a colación de esto el otro día revisé la peli "Strange Days", un reflejo exagerado, pero reflejo al fin.
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Creo, Ataulfa, que los jóvenes más que ningun otro colectivo, asumen el sistema como único y posible. No lo cuestionan porque han sacado de él (hasta hoy) todo lo que esperan, porque han sido educados como consumidores , en una época de expansión sin límites y no como ciudadanos de derecho. Un buen libro para saber cómo son los jóvenes de hoy es "La generación Einstein", del holandés Jeroen Boschma. Si veiene el cambio no será a través de ellos (creo)

Nadie quiere saber nada de nada. Efectivamente, Ataulfa, el fondo no lo cuestiona nadie. Ni siquiera se nos pasa por la cabeza. Es el miedo. Por eso protestamos respetando los límites que nos imponen los mismos que ocasionan que protestemos. Todo está dentro del control. Todo es previsible. No hay riesgo, ni contradicción.

¡Salud!

Anónimo dijo...

No puedo hablar en profundidad sobre el tema de los adolescentes porque no tengo trato continuado con ellos. Pero creo que eso de andar poniéndole nombre a las generaciones no es muy productivo. No sé, MJ, no sé quién tiene la llave del cambio, creo que debería ser entre todos, entre gente diversa de varias generaciones.
Y sí, el miedo es el elemento más paralizador de todos. Han/hemos creado una población con síndrome de ansiedad generalizada, que calma el dolor con antidepresivos, ansiolíticos y lo que haga falta. ¿Cómo combatir el miedo?
Un abrazo.

Eastriver dijo...

Un relato social con la sal de las dos funcionarias persiguiendo al bombero. Déjalas: si les quitan cien euros a cada una al menos que se alegren la vista un poco. Por lo demás, la vida misma. Contar otra historia hubiera sido mentir.

Ms. Frutos dijo...

"El Estado es el que tiene la culpa de esta situación caótica", y mientras nos dedicamos a ponerle a parir, que vengan los saqueadores (privados) con sus manos libres para hacer lo que les dé la gana y que arrasen con todo sin leyes que les limiten.
Más leyes contra el libre mercado y trabas, muchas trabas y aunque al final nos ganarán, por lo menos no se lo pongamos tan fácil. “Guerra avisada no mata soldado”.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ramon: al bombero, entonces, le deberíamos dar una comisioncita... o perdonarles los 100 euros.
Creo que me lo voy a pensar antes de ir a otra mani convocada por los sindicatos de siempre.
¡salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ms Frutos,
Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices. El capital está haciendo política. Está presionando para liquidar de una vez por todas cualquier atisbo de poder estatal sobre las economías,sobre el dinero, sobre el comercio. Quieren conseguir, como bien decías hace unos días, que Europa funcione a la manera norteamericana. Quieren desmantelar el Estado del bienestar.
Estoy contigo: MAS IMPUESTOS+MAS INTERVENCION+MAS PROTECCION+MAS SECTOR PUBLICO

¡salud!.

Carlos dijo...

Vaya panorama nos has dibujado en cuatro pinceladas certeras y muy divertidas (me quedo con frases como "timbre opaco de la voz púber" o "vomitorios de acceso").
Ataúlfa, la llave del cambio sólo la podríamos tener nosotros pero ciertamente han conseguido aletargarnos haciéndonos creer que vivimos en el mejor de los mundos posibles (el 1º mundo por supuesto) y que casi no tenemos derecho a protesta.
Escuchaba el otro día una entrevista con el lúcido y sabio Jose Luis Sampedro que dejaba las cosas muy claras con la experiencia de tantos cambios vividos. Algunos de sus apuntes eran visionarios: Partimos hacia una sociedad plenamente tecnificada donde la libertad es lo menos importante. Los mercados no tienen la culpa de toda esta crisis, es cosa de los poderosos que deciden por encima de la política cuales son los vaivenes adecuados y una idea muy sugerente, la crisis no la han de solucionar los técnicos, es cosa de los sabios y pensadores que deben promover los cambios necesarios (una idea de sociedad platónica).Mejor sería que aprendieramos de la gente sabia de verdad.
Un placer de lectura Hablador. Abrazos.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Carlos
Es muy interesante lo que dices. Es muy cierta la adoración actual a la tecnología, y me da miedo porque hubo otra época, la de Marinetti y compañía en que ocurría lo mismo, con otros matices, pero lo mismo al fin y al cabo, y la cosa acabó como acabó.
"Los mercados" no son más que un eufemismo que camufla, precisamente, a los poderosos que dirigen el cotarro hacia donde más les interesa. Efectivamente, lo que se echa de menos es a los intelectuales (y sobre todo su compromiso) que se esconden tras sus cátedras sin hacer más ruido del conveniente no sea que les quiten la columna en el medio en el que participan o la subvneción de su proyecto de investigación.

¡salud Carlos!

Anónimo dijo...

Estoy muy de acuerdo con Carlos y contigo Mariano José. Indefectiblemente hay que recuperar el valor del intelectual, que en sí no es que se hayan callado, es que los mataron; mataron a gente que valía mucho la pena. Y lo que quedan, pues eso a ver qué dicen. Aunque no creo que un intelectual sea sólo un profe universitario (a veces tienen bien poco algunos, sólo algunos). Y comparto tu miedo MJ con las semajanzas futuristas...
¡Salud, besos y abrazos!

Isabel Martínez Barquero dijo...

He disfrutado especialmente con el viaje en tren, hacia la manifestación. Retratas personas y grupos con una gran maestría.
El otro aspecto, el político, me pone de los nervios, aletargados como estamos la inmensa mayoría, callados como imbéciles, simples marionetas de entelequias económicas.
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ya me gustaría ya, eso de la maestría. Ya sabes: aprendiz de todo maestro de nada.
Y sí, no queremos mojarnos más de la cuenta . No queremos ir más allá de la protesta festiva, de la normalidad. No le damos a la imaginación una oportunidad para poner en aprietos, de verdad, a quienes nos quieren robar derechos adquiridos para su propio beneficio. La entelequia es precisamente el Derecho. El poder de la economía y de sus magos es lo real.
Esperemos que un buen día todo esto cambie.
¡salud Isabel!

Belén dijo...

Acabo de leer que "el inteligente resuelve los problemas, el sabio los evita". No me acuerdo quien lo dice...
¿Somos/estamos todos tontos? Por no resolver, por no evitar, por no querer ver, por "madrecita que me dejen como estoy...", ¿Por qué? ¿Tienes algún ejemplo de "solución/evitación" creativa por pequeña que sea? Acepto todo tipo de sugerencias.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Pues no se me ocurren muchas Belen, y las que se pasan por la cabeza chocan de frente con la moral que llevo metida hasta lo más hondo.

Sí que creo que debemos reorganizarnos al rededor de iniciativas nuevas que ordenen una alternativa clara y visible sin perder de vista ideas que se escribieron hace ya hace un par siglos, adapatándolas a los tiempos que corren y a las nuevas mentalidades y a los nuevos hábitos sociales. De ahí que se necesiten PENSADORES con mayúsculas; CREATIVOS de lo social; jóvenes y no tan jóvenes COMPROMETIDOS con un cambio; VALENTÍA E IMAGINACIÓN, para poner en práctica acciones que visibilicen contradicciones. Finalmente el asalto al poder (democrático o no, pero con la complicidad de la mayoría de la sociedad) y UN PLAN de reformas REVOLUCIONARIO aplicado progresivamente que fuese cambiando la superestructura actual, que pasaría, por supuesto, por desplazar el actual sistema de relaciones laborales y económicas e implantar otro nuevo basado en la sostenibilidad, en la justicia en la distribución equitativa de los recursos y en el derecho a la felicididad de todos los seres humanos. (este derecho no es ninguna tontería. Es el primero que se escribió en la declaración original de los derechos del hombre en la Revolución Francesa. Con el tiempo, desaparació del texto (?)

Bueno... no he bebido ni fumado nada. Lo juro. Pero eso es lo que pienso. Parecerá una iluminación, y habrá quien diga que hay que huir de los iluminados. Quizá, pero esto se agota, y hay que buscar un recambio para avanzar en derechos,en justicia,en bienestar, en reparto equitativo de la riqueza y de los recursos; no para retroceder.

¡Salud!

Anónimo dijo...

Toda una declaración de intenciones, MJ. Suscribo.
¡Salud!

Anónimo dijo...

¿crees que los de los porritos entenderían tu mensaje? Pues no les queda a esos aún para entender..... salud y paciencia que tengamos hermanos,para poderles educar,ahí está la clave, en la educación para la libertad ,el amor y la justicia,pero hay una cultura consumista que es la que está perjudicando.dv

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Es la cultura que mamamos desde que nacemos dv. Para esa generación no hay otra posible porque nadie les habla de alternativas y se mueven en esta como pez en el agua
¡salud!