lunes, 19 de abril de 2010

La mitad del mundo (O de los días y la vida)


Cuando se hace un largo viaje en tren el mundo se divide en dos mitades simétricas. Una es la propia, la próxima, la que nos pertenece, la que nos ha tocado en suerte, y que casi podemos tocar. La otra es ajena, lejana, foránea, tan cercana y al mismo tiempo ignorada. Cuando viajamos en tren, la patria es lo que vemos a través de la ventanilla en la hilera de asientos que una inteligencia desconocida nos ha asignado. Por el cristal sucio vemos transcurrir el mundo que nos pertenece a diferentes velocidades. Si fijamos la mirada en el horizonte tenemos la ilusión de percibir la lenta y constante rotación de la tierra. Los perfiles y la línea del paisaje que a lo lejos se funde con el cielo transitan sin prisas, y entonces nos invade la sensación de que el camino se hace confortable y sereno porque sabemos que no estamos quietos y que avanzamos al ritmo seguro del planeta. Sin embargo, si fijamos la mirada en una distancia más corta, todas las cosas que dejamos atrás aparecen un mínimo instante de exhalación y desaparecen a la velocidad del rayo. Casi no podemos ni dibujar sus formas. Casas, campos, árboles, personas y cielo se confunden en un brochazo enérgico de óleo en el que las siluetas del mundo nos son más que impresiones infinitesimales, efímeras, que están y no están y parecen sucederse en un loco carrusel sin fin.

Es lo mismo que ocurre con los días y con la vida.

Ayer viajé con el tren a través de interminables campos de olivos; discurrí las horas en paréntesis por el inmenso secano de La Mancha, y dormité por el Mediterráneo apacible hasta que la visión del hormigón viejo me indicó que el trayecto llegaba a su fin. En la patria de mi ventanilla lucía por momentos un sol espléndido que se desparramaba sobre las tierras de Jaen, sobre las viñas de Valdepeñas, sobre el agua azul del mar, mientras que al otro lado mis compañeros de viaje señalaban con cierto temor la negrura de una gran masa nubosa que amenazaba una fabulosa tormenta. Y entonces yo me sentí bien. Me sentí afortunado por estar en el lado luminoso del mundo. También sentí un poco de pena por los viajeros de la otra hilera de asientos, pero en ningún momento se me ocurrió decirle a la señora que viajaba justo a mi derecha, de la que tan sólo me separaba el estrecho pasillo, que le cambiaba el asiento. La señora rezaba en silencio a Santa Bárbara, bisbiseando la oración y cerrando muy fuerte los ojos mientras se cogía a los apoyabrazos del asiento como si el tren fuese a despegar, o como si se preparase para el momento fatal en que el rayo fulminante cayese, justo, sobre ella. Al poco empezó a llover y la señora, al escuchar el repicar de la lluvia sobre el tren, abrió los ojos y vio aliviada que la lluvia no caía sobre el cristal de su ventanilla. Miró a su izquierda y se apercibió de que el agua solamente caía sobre la otra mitad del tren, sobre mi mitad. Y entonces fue ella la que me miró a mí con pena. En pocos segundos la tormenta estalló con toda su fuerza y el tren se sumergió en un apoteosis atronador de agua y relámpagos. Creo que fueron esos instantes los más bellos del viaje, porque durante unos minutos todos los viajeros nos sentimos parte del mismo mundo. La señora miraba a un lado y a otro, a una ventanilla y a otra. Yo también. Y me atreví a decirle “Qué manera de llover ¿Verdad?” Y ella me contestó. “Sí hijo, quiera Dios que escampe pronto”. Y finalizó la frase con un “¡Ay señor!” lastimero, casi inaudible, aspirado.

Poco después aquella señora llegó a su destino y dejó el asiento libre. Así es que pensé que aquella era una magnífica oportunidad para realizar un viaje dentro del viaje y poder visitar la otra parte del mundo. Me levanté, di un paso a la derecha e inmediatamente me acomodé en el asiento que hasta aquel momento había ocupado la piadosa viajera. Allí transcurrió mi travesía durante algunas horas y ya casi ni me acordaba de mi antigua mitad. En pocos minutos me había adaptado perfectamente a mi nueva patria y cuando más confortable y agusto me sentía conmigo mismo y con mi entorno llegó el revisor acompañado de un señor, bajito y con bigote, y me pidió que le enseñase el billete. Después de analizarlo me conminó de manera un tanto expeditiva a que volviese a mi asiento. Me levanté, el señor del bigote carraspeó, ocupó muy digno su reserva, y yo volví a mi origen. No voy a decir que las dos horas que restaban hasta la última estación fueron tortuosas, pero viajé como si mi ventanilla no existiese, como si quisiese hacer patente la negación de que más allá del cristal había mundo, cosas, cielo, un país, un lugar en donde estar y caminar. Me dediqué a mirar hacia la ventana contraria y al hacerlo, al sentirme tan lejos del paisaje que hasta hacía bien poco creí propio, me embargó un fuerte sentimiento de nostalgia, de desubicación, de estar ocupando un lugar tan completamente ajeno a mi voluntad y a mi destino que durante aquellos instantes de desconsuelo entendí, o al menos intuí, lo que es el exilio.

Al llegar a Barcelona y bajar del tren tuve la poderosa sensación de que quien lanzaba un paso tras otro sobre el andén no era yo. Era el mismo que había embarcado días antes, pero diferente al que había viajado. En el andén todo está quieto. Las horas se suceden y siempre, cada día, mañana amanecerá. No hay horizonte. El misterio del paréntesis temporal del viaje se deshace, se desvela como falso, pura ilusión, y ahora soy yo quien discurre fugaz de un lugar a otro, arrastrado por la muchedumbre de viajeros, maletas y bultos que se apresuran a elevarse por la escalera mecánica, en perfecto orden humano, hacia el siguiente pedazo de vida, hasta que una llamada o la propia voluntad nos propicie una nueva oportunidad de sentirnos ciudadanos de nuestra propia mitad del mundo.

Vuelvo mañana

20 comentarios:

Anónimo dijo...

Un viaje dentro de un viaje,dentro de un viaje,dentro de un viaje y así eternamente, eso es la vida.Buena entrada y con muchas emociones y sensaciones.

Belén dijo...

Ya estamos otra vez a vueltas con el espacio-tiempo, Mariano,... a mí (aunque mi "madurez" me debiera ensñar serenidad) me estremece pensar en la "mitad" del tiempo (que a lo mejor nos resta...). Lo siento, pero al respecto del concepto de eternidad que a veces manejas, no consigo conectar... ¿me enseñas?
Besotes

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Uf! es que eterno, eterno, uno se hace, a partir de la mortalidad. Yo me pegué un tiro después de escribir algunas lineas tristes, afortunadas.Después, todo es coser y cantar.
La verdad, no pienso en la mitad del tiempo que nos resta. Me estresaría. Me pondría histérico. Pero si que a veces me da la sensación de que según en qué lugares estemos, el tiempo desparace, y nosotros de él, y permanecemos entre paréntesis con otra escala espaciotemporal y otra manera de ver i de vivir. Por ejemplo el tren, que divide el mundo en dos mitades y reduce a sus habitante a un par de centenares...

¡salud Belen!

NENA dijo...

No es necesario ir en tren o en cualquier otro medio para pensar en la eternidad; no hace falta mover un dedo. Cerrando los ojos y vaciando la mente por un momento nos podemos trasladar a lo más eterno del universo...

Un abrazo,

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Un abrazo par ti también Nena
Por cierto, no quería hablar de la eternidad, pero parece se va a hecer protagnoista de esta entrada. Quería hablar de nuestra mitad del mundo, de los otros, de las otras mitades, del exilio, de nostalgia, de poder, del destino, del tiempo, de vida, de espacio, de los días, de la fugacidad de los días, de los paréntesis vitales... pero no de eternidad.
En fin, no soy dueño ni de lo que digo.
¡Salud y abrazos Nena!

NENA dijo...

Quieres hablar de:

*Nuestra mitad del mundo: Cuál es?
*De los otros: Los otros en sentido de los que no conozco, como que no me importan mucho...
*De las otras mitades: Ya he tenido faena en encontrar la mía, como para preocuparme de las otras...
*Del exilio: el físico o el mental?
*De nostalgia: Cuando se habla de la nostalgia, uno se convierte en nostálgico; no es bueno vivir de recuerdos...
*De poder: No quiero tener poder. Si tienes poder, tarde o temprano te destrozan.
*Del destino: No sé cuál es mi destino, hace años me lo robaron.
*Del tiempo: Hablar del tiempo es perder el tiempo.
*De vida: La vida se hace cada día, si hablamos de ella, la perdemos.
*De espacio: Ahí nos encontraremos todos.
*De los días: de lunes a domingo, está visto que no hay más.
*De la fugacidad de los días: Rápida y lenta.
*De los paréntesis vitales: Cuando la vida es un paréntesis, siempre esperas a que llegue "eso" que lo rompa.

Quieres hablar de alguna otra cosa?


Otro abrazo,

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Nena
Te veo muy pragmática. Te acabas de cargar media literatura universal (o más)
¡Salud!

Anónimo dijo...

Fugacidad de los días , eso suena muy muy literario y excepto eternidad, contiene todos los de ( de exilio, de nostalgia, de poder, de tiempo...) que has puesto en tu comentario a Nena. Porqué eso somos: fugacidad de los días que hay que vivir, para llegar a ser uno de estos días un poco mejores de lo que fuimos, en alguna cosa. ¡Salud! Hablador. Un placer leerte como siempre. Glòria.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Un placer tener aquí tus comentarios sobre mis locuras, mi idas y venidas. Muchas gracias Gloria.
No sé si el sentido de la vida que tenemos es ser mejor en alguna cosa. No sé si los días pasan rápidos y las oportunidades que perdemos nos hacen peores. Yo creo que sólo quiero estar bien, que sólo quiero ser feliz y que los que esten a mi lado también lo sean. Quizá me meto ahora en un jardín peligroso, pero ser mejor o ser peor son conceptos morales con los que no conicidiría con muchos. Por ejemplo, el juez Varela se cree que cada día es mejor por hacer lo que hace, y no sé si eso le hará sentirse bien, feliz, ni a él los que estna a su lado... Creo que no.
Yo, para estar a gusto, haría un largo viaje en tren cada mes. Me da igual el destino. Eso estaría muy bien.
¡Salud amiga!

Anónimo dijo...

Ya me has liado, Hablador. Estoy de acuerdo contigo, pero también conmigo porqué ¿cómo llamarle al resultado de pasar de una situación menos bien a otra más bien, sino como mejorar? Voy aprendiendo a buscar lo que me hace sentir bien y lo que hace felices a la gente que quiero y a eso lo llamo mejorar mi vida que, como cantaba Pablo Milanés, no es perfecta pero intento que se acerque a lo que simplemente sueño. Más salud y un abrazo. Glòria.

Anónimo dijo...

Y puedo mejorar mi vida si mejoro yo. Si soy capaz, por ejemplo, de aprender a ver las cosas desde otro punto de vista, de ponerme en el lugar del otro, de… Y ya me callo. Glòria.

Eastriver dijo...

Me gusta muchísimo viajar en tren. Es mi medio de transporte favorito, sin duda. Me gusta esa sensación que tan bien describes, la del escenario desde la ventanilla, la de lo cercano y lo lejano, la de lo veloz y lo lento y humano. ¿Sabes otra cosa que me gusta mucho? Dormir en el tren. Pero desde luego no en uno de esos camarotes con tres desconocidos a los que les huelen los pies. Ahí asoma mi yo burgués que al menos reconozco. Me gusta viajar en gran clase, Mariano José. Los camarotes de gran clase tienen baño, ducharse en el tren es sumamente divertido, palabra. Y luego cenar en el tren, compartir un buen vino y un catering que no es como para echar las campanas al vuelo... pero la sensación de la noche fuera, el vino, la cena, es realmente increíble. Te lo recomiendo como capricho ocasional, siempre en buena compañía, claro.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Totalmente de acuerdo Gloria. Ya te dije que sabía que me metía en un jardin... Es que a veces empiezo a especular y me lío, aunque, para qué te voy a engañar, me encanta especular y liarme
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ramon
Bueno, y a quién no le va a gustar el plan ferroviario que propones. Y sin cilicios ni culpas burguesas. A todos nos gusta la bueno, lo que pasa es que, a veces, para que unos lo disfruten otros se tienen que joder. Y como tu yo nos ganamos los caprichos con nuestro trabajo, pues que tenga culpa quien se saque los suyos con el trabajo de otros. En cualquier caso Ramon, yo me apunto al plan. Eso de una ducha mientras el tren pasa por un tunel, por ejemplo, tiene que ser la hostia. Creo que hay un tren-hotel de lujo que recorre todo el cantábrico con paradas de días en los sitios más interesantes, a modo de crucero. A ver si el jueves me toca la primi y lo pruebo
¡salud Ramon!

PACO GÓMEZ dijo...

Salud, amigo.
Anduve por tu cuaderno.
Paco

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Paco, siempre es bienvenida tu presencia por estos rincones
¡Salud!

Anónimo dijo...

La primera vez que viaje en tren de pequeña, Valencia -Jaén,iban hombres con blusones y quesos manchegos en sacos,comiendo pan y jamón con navaja. Pensaba que el tren era como una serpiente metálica que se deslizaba por la tierra y entre los árboles, porque no entendía el mecanismo de como funcionaba.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Delicioso y evocador comentario Anónim@. Muchas gracias.
¡Salud!

viu i llegeix dijo...

feia dies que no viatjava per la teva meitat del món, que deu tenir infinites interseccions amb la meitat de moltes altres realitats.

La primera part del relat, m'ha fet pensar en les confusions que tenen els nostres pares i avis, que seran les nostres d'aqui a un temps indeterminat: el paisatge llunyà el veuen net i clar, i el paisatge que corre a prop seu el veuen barrejat i confús. Només es relaxen i se senten confiats quan miren enllà, en el que han deixat enrrera, en el que veuen molt més enllà de l'avui i el ara

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

És molt suggerent el que dius Viva Lectora. A més, crec que quan mes gran ens fem, més ignorem el que passa depresa al nostre costat; defugim de les urgències i ens agraden les estones llargues. És el que ens demana el cos, calma i mirada llarga.
M'ha agradat molt i molt el teu comentari V L
¡Salut!