Los estudios de televisión y de radio son lugares cerrados a cal y canto. No hay ventanas por las que entre la luz, ni el aire, y ningún otro sonido que no sea el grito chillón del regidor, la voz modulada del presentador, del invitado de turno, o la sintonía del producto que costea el espacio. Desde esos bunkers se fabrica la realidad diaria; se decide que durante la semana caminemos sumidos en depresión colectiva, que riamos cada 30 minutos, medio hechizados, en carcajadas bobas, o que agradezcamos a personas que no saben nada de nosotros la gracia de permitirnos seguir con nuestras vidas: mentiras de carne y huesos comparadas con la insistente veracidad de los cuentos que se gestan entre las cuatro paredes anecoicas de la creación mendaz del verbo.
El otro día, escuchando la radio, oí como la presentadora del programa en cuestión le decía a un escritor al que entrevistaba y que se encontraba en otra ciudad. “Espera un minuto antes de seguir. Cierra la ventana por favor, no vaya a ser que entre el sonido de las campanas”. Ya no pude seguir escuchando el programa porque empecé a darle vueltas a la frase, en principio una frase intrascendente, que pronuncia una profesional celosa de que la emisión del programa transcurra en los estándares de calidad que se le suponen a la primera cadena del país. Por supuesto, el autor que hablaba al otro lado del micrófono no tomó a mal la indicación de la directora del programa y, obediente, se levantó y cerró la ventana. “Ya puedo hablar sin que interfiera nada”, dijo aliviado, y entonces se dispuso a explicar las claves de su última obra, que, ahora, la verdad, poco importan.
Me importa la campana, un misterio para los científicos que todavía no han sido capaces de desentrañar los secretos de su sonido característico, la fórmula de la vibración del aire al paso de sus ondas moduladas en frecuencias que solamente este instrumento puede generar y que llenan los cuatro vientos de noticias, sentimientos y estados de ánimo desde el interior de sus paredes onduladas de bronce cuando el badajo las golpea con ganas. Porque quienes hayan vivido en algunos de los miles de pueblecitos que salpican el país saben perfectamente qué supone la campana en sus vidas cotidianas. El aviso, por ejemplo, de que el pescadero, el frutero, el carnicero o el panadero venden su mercancía en la plaza mayor a todo el que lo necesite. El aviso, también, de que el alguacil, desde la torre, va a dictar un bando de parte del señor alcalde en el que se disponen una serie de normas para los días venideros de obligatorio cumplimiento. El paso de las horas, de los minutos, cada cuarto, en competencia con el sol, en sintonía con la noche en vela, al abrigo de la esquina oscura en donde los amantes se encuentran furtivos y se aman con el oído orientado a la torre mientras, dentro de las casas, los chiquillos se tapan los oídos bajo las mantas, en sus camas, en la media noche, cuando suenan doce campanadas doce, que auguran pesadillas de monstruos imposibles a quienes las escuchen. En la siesta holgazana del verano que despereza y levanta fastidiosa al riego del huerto; en los amaneceres escarchados en los que el día se niega a despuntar hasta que el badajo se mueve y repica en el bronce por orden del tiempo. .. Así discurren todavía los días en muchos lugares, en los que las campanas también concurren a las vicisitudes mayores de sus habitantes, a todos aquellos momentos trascendentes que les definen y dirigen los caminos de su historia particular, como el toque a bautizos, el toque a bodas, o el lánguido, espaciado y opaco ritmo terco de las campanadas a muerto. Y si hay que arrimar el hombro quien convoca es la campana, en momentos de alarma, fuego, desastre, enfermedad, nadie puede deshacerse de su responsabilidad para con la comunidad, porque la campana llama y nadie dirá jamás que no la oyó, y además se escucha más allá de las lindes del pueblo para que en lugares vecinos se sepa y si se quiere, o se puede, se apechugue. Lo mismo para la fiesta, la juerga y el desmadre, el vestido limpio, el traje planchado y el baile alegre, la campana repica entonces como nunca, en armonías imposibles volteada con inusitada energía, como si quisiese consumir las horas festivas que todavía quedan por disfrutar de un sólo trago del vino que se reserva para la ocasión.
Quizá por todo ello es por lo que nuestra querida periodista temía que el sonido de la campana se colase en su programa, porque era como si la realidad de la vida cotidiana de las gentes que habitan el pueblo entrase a raudales y de sopetón, dentro de la emisión y se produjese una especie de catarsis colectiva en la que súbitamente, toda la audiencia del país empezase a sospechar que algo se les escamotea cuando oyesen los dos toques de la media justo antes de que la cadena emitiese su pitido impertinente de la señal horaria. No es ninguna tontería; se trata ni más ni menos que del tiempo y del espacio, del lugar y del momento que suceden las cosas, las claves de toda verdad. El cómo depende de cada cual. Eso lo sabía bien el escritor que, obediente, aceptó sin rechistar la indicación de la directora del programa, porque preveía, probablemente, que si explicaba bien las virtudes de su última novela, tendría gran éxito de ventas y muchas de les gentes que discurrían sus vidas en aquel pueblo, bajo la torre, y por supuesto los oyentes del programa, se animarían a leer un historia que fundamenta otra realidad verosímil gracias al uso inteligente del tiempo y del espacio. De modo que, desde que la periodista pidió al autor que cerrase la ventana, las fuerzas de tres realidades pujaban en el mismo lugar y a la misma hora por hacerse verosímiles y permanecer más allá del final de la entrevista. Claro que, solamente en uno de esos tres mundos tocaban las campanas.
Vuelvo mañana
15 comentarios:
Hola Pobrecito Hablador.
Me encanta las campanas y su sonido. Y ¿sabes lo que encuentro más curioso? No hay dos campanarios que suenen igual. Los tonos cambian, o cómo se prolonga el eco que se produce después del toque. Debe ser porque no hay dos metales que envejezcan de la misma manera. Creo que también cambia el uso que se le da al campanario, antes muy ligado al uso religioso (la llamada al angelus, a misa y demás rezos que ya no me acuerdo, o a los que tú has mencionado); ahora sirven de reloj. Los tiempos cambian.
Hablando de relojes y campanas. ¿Has escuchado alguna vez un reloj de cucú mecánico? Esos antiguos que ahora valen un ojo. A parte del espectáculo que montan para dar las horas, está su sonido. Vas escuchando como todos sus engranajes se mueven, preparandote, hasta dar las campanadas. Escuchas también un sonido místico, como el de las iglesias.
Por cierto, tengo entendido que en Praga hay un reloj cucú de proporciones asombrosas. ¿Lo escucharía Kafka mientras escribía sus cuentos?
Hola Pobrecito Hablador.
Me encanta las campanas y su sonido. Y ¿sabes lo que encuentro más curioso? No hay dos campanarios que suenen igual. Los tonos cambian, o cómo se prolonga el eco que se produce después del toque. Debe ser porque no hay dos metales que envejezcan de la misma manera. Creo que también cambia el uso que se le da al campanario, antes muy ligado al uso religioso (la llamada al angelus, a misa y demás rezos que ya no me acuerdo, o a los que tú has mencionado); ahora sirven de reloj. Los tiempos cambian.
Hablando de relojes y campanas. ¿Has escuchado alguna vez un reloj de cucú mecánico? Esos antiguos que ahora valen un ojo. A parte del espectáculo que montan para dar las horas, está su sonido. Vas escuchando como todos sus engranajes se mueven, preparandote, hasta dar las campanadas. Escuchas también un sonido místico, como el de las iglesias.
Por cierto, tengo entendido que en Praga hay un reloj cucú de proporciones asombrosas. ¿Lo escucharía Kafka mientras escribía sus cuentos?
No, las campanas sonaban en dos de esos mundos. Al menos como yo lo veo.
También, por cierto, te veo muy irónico, lo cual es necesario. Y muy atento a la realidad y sus sugerencias: efectivamente, "Cierra la ventana por favor, no vaya a ser que entre el sonido de las campanas" es una frase que puede interpretarse de mil maneras, fuera de su contexto. Genera sugerencias múltiples si uno ama las palabras tanto como las campanas.
Yo las amo, las campanas. Mucho. ¿Sabías que las campanas llevan todas nombre de mujer? No es broma. Asistí a la bendición de la de mi pueblo y se montó un sarao considerable cuando el cura preguntó algo que ninguno tenía previsto: ¿Cómo llamarán a la campana? Nos miramos todos escandalizados. ¿Cómo no llevar previsto algo tan importante? Uno del pueblo (en todas partes anda un líder tocando los huevos) dijo que la íbamos a llamar Margarita, porque era el nombre de la solterona que actuaba como madrina. Porque ya ves, también tienen madrina (suele ser una madrina solterona y beata, no fantasees...).
Otro recuerdo mío relacionado con las campanas es de la primera vez que oí tocar a muerto. Era un niño. Pero nos quedamos todos paralizados, convertidos en estatuas de sal. Dejamos de jugar, de reír. El sonido melancólico de las campanas era la misma muerte. Lo mismo que cuando un niño nace: haz de saber que niño al que le repiquetean las campanas nunca adolecerá de sordera. El Evangelio.
Anónimo,efectivamente, ahora las campanas marcan la realidad del dia en los pueblos en donde todavía se tocan. He visto el reloj de Praga y es una preciosidad. Sin embrago creo que a Kafka le llegaría el sonido de la campana del palacio del emperador, porque vivía en unas casitas anejas, dentro de un cuartucho mínúsculo en el que hay que entrar agachado.
¡Salud y gracias por el comentario!
Eastriver, estrictamente las campanas solamente suenan allí donde hay realidades tangibles, que se tocan, se ven y se huelen. Una buena novela puede llegar a convertirse en mundo material en la mente de quien lee, incluso en la menta colectiva. Sí ,es cierto, En una buena novela también pueden sonar las campanas. Por supuesto, los medios de comunicación son nefastos a la hora de refelejar realidades. Se cierran al sonido de la campana porque su objetivo es escamotearnos lo que de verdad pasa a través del supuesto rigor que les confiere su función social.
Y es verdad, el sonido de las campanas a muerto es terrible.
No sabía lo de los nombres de mujer. Extraño, muy extraño... siendo como es nuestra sociedad. Quizá no quedó más remedio, por aquello de la concordancia, aunque a los huracanes, hasta hace poco, siempre se les bautizaba en femenino.
¡Salud Eastriver!
El sonido de las campanas ahuyenta los malos espíritus y las tormentas,y atrae la ayuda de la divinidad, quién sabe si será un lenguaje divino, o la voz del mismísimo Dios. El único defecto es vivir cerca del campanario, que es lo que padecí yo durante un año,viví a 20 metros de la campana y a su misma altura ,así que imaginaros el dolor de cabeza. Sin embargo su sonido a cierta distancia es muy agradable y familiar. Loli. Gracias por tu comentario,estoy más ancha que alta. Tú si que eres bueno. Un beso.
¡Vaya! ese es un punto de vista que no había previsto. Fue tu año de 'la campana'. Espero que ahora vivas un poco más alejada y disfrutes de su sonido. Los que vivimos en áreas metropolitanas las hechamos de menos ¡Salud Loli!
Espinosa guarda el recuerdo de las campanas de Caravaca. En Asklepios suenan en el fondo de la niñez. En estos comentarios también remueven los rescoldos de la infancia. Yo vengo, acabo de llegar, de la juventud. Ha ocurrido en Oviedo, donde las campanas se han convertido en canciones. Cada media hora suena el "Asturias patria querida". Maldita la hora. Maldita la media hora. Maldita la canción de borrachos convertida en toque de campana. ¿Quién decidiría esta desfachatez? En Bolonia me parecía un detalle atractivo. La Chiesa di San Francesco tenía un toque de música clásica. Era novedoso, como la ciudad, como sus hojas amarillas en otoño. Un año después desapareció, como los gritos a mitad de una reprimenda.
Ya estoy en casa, con sus dos torres: la torre de la iglesia suena a misa, la torre del reloj marca las tandas de riego. Y tus palabras, señor Hablador, suenan a gloria.
Un saludo a todos
¡Gracias Culturajos! A gloria me saben a mi tus comentarios y los de todos los que me haceis el honor de pasaros por aquí. ¡No sabeis lo que reconforta!
El recorrido que haces por las campanas de diferentes lugares es sugerente. Pienso al leerte que cada pueblo tiene las campanas que se merece... o lo que es lo mismo, la realidad que uno vive, que al fin y al cabo depende únicamente de nosotros.
¡Salud Culturajos!
son las campanas aquellas que dicen que somos parte de algo que yahace mucho tiempo que existe, cada vez que las escucho me sorprenden, llegaria a decir que me hacen sobresaltarme. es mi mente las que las enlaza con mi realidad, me encanta como describes los espacios frios, vacios de calor, donde fabrican una realidad que es para los que no escuchan el sonar de las campanas. imperturbables por los siglos de los siglos, abrid la ventana y dejadme escuchar su sonido, quiero ser yo el que decida abrir o cerrar la ventana.pedros, seguire intentando dibujar en mi mente tus palabras, gracias por este blog.
Gracias a ti Pedros por venir y hablar, y entender. Porque así es: tenemos que ser nosotros, soberanos, los que decidamos la realidad que queremos.
¡Salud!
Hablador, mis campanas son imágenes que regala la realidad. Oviedo no es una ciudad de campanas a pesar de las iglesias. Bolonia, ciudad roja por sus ladrillos y por sus ideas, tampoco es una ciudad de campanas. Las campanas tienen un regusto de memoria y: ¿qué es la realidad? Yo diría que una mezcla de sensibilidad y memoria. Si la periodista cierra la ventana a la memoria se queda solo con lo sensible. Sin campanas no hay capacidad de comprensión. A veces decimos en mi comarca que "hemos oído campanas" cuando algo nos suena. Campanas son memoria. Un pueblo sin campanas, una niñez sin campanas, una iglesia sin campanas: ¡qué tristeza! Mi pueblo tiene ahora altavoces y amnesia.
Un abrazo
Pues es que ya no sé qué te iba a decir, abrumada por los vanguardistas... Iba a hablar de las campanas, sin duda....
A.
Estoy de acuerdo Culturajos.En la realidad interviene la memoria. Por eso los altavoces son mensajeros de una realidad enlatada.
Ana. Cuidado, cuidado con las vanguradias que, como ves, nos absorven el entendimiento con su pretendida originalidad. Como dice Culturajos, si llevas un tiempo sin escuchar campanas, la memoria empieza a fallar
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