miércoles, 1 de octubre de 2008

El Campo de Belchite (2) Lécera lacerante


La carretera, infinita y recta como una cicatriz de sable, parte en dos las tierras del Campo de Belchite. Al circular por ella uno se siente como Moisés cruzando el mar Rojo, aunque en el mediodía cegador del Campo de Belchite ningún profeta hubiese hecho carrera, porque este no es país para milagros. Y sin embargo, uno sentía la tentación de parar el coche en la cuneta y seguir el camino a pie, como si entre el viento y el sol del mediodía surgiese una llamada misteriosa, anónima, quizá colectiva, que reclamase una presencia humana en la inmensidad del paisaje vacío de vida y a rebosar de recuerdos, repleto de memoria en barbecho.

Mi primer destino era Lécera. Antes de llegar a esta pequeña población de la comarca, se cruza el término municipal de Belchite y ya se puede contemplar, a orillas de la carretera, el seminario menor totalmente derrumbado y la conocida torre de la Iglesia de San Martin de Tours, una de las ruinas más fotografiadas de nuestra historia bélica. Aun así, no bajé del coche y continué unos 10 kilómetros más, hasta Lécera, en donde me alojaría en un pequeño hotel rural, muy acogedor, especialmente pensado para ornitólogos y amantes de los pájaros. Y es que aquella es una zona en la que abundan especies que en ningún otro lugar se pueden ver. Se me ocurrió que algunas civilizaciones creen en las almas transmigradas en aves, y que éstas vuelan eternamente dejando a su paso el canto de su pasado.

Después de alojarme decidí que estaría bien pasear tranquilamente por las calles de Lécera y entrar en algún bar para preguntar, hablar, conocer algún paisano con el que aprender un poco de la historia de estas tierras. A día de hoy, todavía no sé si en verdad Lécera es un pueblo vivo; quiero decir que no sé si Lécera está realmente habitada por sus gentes, por las travesuras de sus niños, por el bastón pausado de sus viejos, o por la tertulia amena de sus bares, porque, aunque sus calles y sus casas estén cuidadas y en nada parezca un pueblo mísero o abandonado, al pasearlas, el silencio y la quietud, algo, vigilaba mis pasos sin que yo fuese capaz de adivinar quién era ni dónde se escondía quien me acechaba. Todo eran portales cerrados a cal y canto, protegidos con esteras de tela recia y pesada que apenas podía mover el viento. Me parecía estar en tierra ajena. Me dio la sensación de que estaba haciendo algo no permitido dentro de una propiedad privada; parecía como si hubiese violentado la privacidad del dueño de aquellas calles o de que hubiese franqueado sin darme cuenta un letrero de prohibido el paso. Así es que mis pasos se sucedieron uno tras otro con sigilo, o con miedo, por entre las calles de Lécera, en busca del centro del pueblo, hasta que llegué a la plaza de la Iglesia, en donde me senté en un banco al cobijo de la sombra de la alargada torre barroca y mudéjar. Allí sentado se acentuó, todavía más, la sensación de miedo y de incomodidad que me acompañaba durante el paseo: me levanté y me dispuse a volver al hostal.
En el paseo de vuelta al hostal creí que lo que había hecho era viajar en el tiempo. Llegué a sospechar que alguien que sabía de mi viaje me estaba gastando una broma y que una serie de cámaras ocultas gravaban mis reacciones, porque al salir de plaza y coger la primera de las calles, me encontré de sopetón con la placa que la nombraba. “Calle del General Franco”. A su lado, una virgen iluminada por sendos cirios aparecía cobijada dentro de una hornacina excavada en la pared a manera de cueva, como escoltando al tirano, quien, como de todos es sabido, gustó rodearse de vírgenes. Justo al lado de la hornacina, en el ángulo superior izquierdo, dos altavoces colgaban de la misma pared que contenía, en un par de metros cuadrados, la metáfora de una infamia que este país sufrió durante décadas: el dictador, el ejército, la iglesia y la propaganda. Fotografié la estampa una vez, y otra, y otra y hubo un momento, cuando quise hacer la enésima foto, que me asusté. En el silencio tremendo de aquellas calles imaginé que el señor alcalde de Lécera, Don José Chavarría Poy (Del Partido Aragonés PAR, con quien gobierna el PSOE en Aragón), me estaba vigilando, taimado, entreabriendo levemente la estera del portal de su casa, y que había advertido a su guardia personal de que un forastero con sombrero y aspecto sospechoso, fotografiaba- vete a saber tu con qué intenciones-la placa con el nombre de su excelencia. Miré hacia un lado y hacia otro y seguí mi camino temeroso, con rabia, cabizbajo. Y al cruzar de calle y cambiar de dirección vi otra placa con el nombre de Calle de José Antonio Primo de Rivera, y después otra con el nombre de Avenida del Ejército, y otra más con el nombre de Calle de Calvo Sotelo…

Lécera lacerante. ¿No hay entre tus vecinos alguien que levante la voz en pos de la dignidad de la memoria? Lécera lacerante. ¿Tanto fue el miedo, el horror y el sufrimiento que tuviste que pasar, que prefieres mirar hacia otro lado cuando paseas cada día, cuando convives en las noches de frío cierzo, con nombres que evocan perfidia, ignominia, asesinato y traición? Lécera lacerante. ¿En cuántos pueblos de España se homenajea con calles y monumentos a personajes de esta calaña? Lécera lacerante ¿Somos incapaces de eliminar, para siempre, de la calles de nuestros pueblos estos nombres? Lécera lacerante ¿Realmente somos tan cobardes? ¿Qué pasaría si volviesen con sus sables? ¿Podremos defender nuestras libertades si somos incapaces de descolgar una absurda e insultante placa? ¡Lécera lacerante!.

Al llegar al hostal me tumbé en la cama. El vino recio de esta tierra insana me ayudó a dormir. Poco más tarde, ya despierto, y en medio de una terrible migraña y del tronar de la primera tormenta de otoño, empecé a cuestionarme seriamente si sería buena idea continuar el viaje y pasear al día siguiente por Belchite.

Vuelvo mañana

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico!!!! Certera estampa de esa España que no queremos aceptar existe

Anónimo dijo...

Yo he visto muchas Lácera en España. La tristeza es absoluta cuando seguimos homenajeando el miedo,la maldad y el dolor

Anónimo dijo...

Triste piel de toro, cobarde y corta de miras, triste paisanaje sumiso. Sólo la educación puede salvar esta jungla de míseros chiquilicuatres.

Anónimo dijo...

Pobrecito hablador, a pesar de que dices estar muerto y vuelvas a este reino de “decir lo que me viene en gana”, fíjate bien, dices todo el rato que tienes MIEDO. Tus referencias a viejos fantasmas del pasado son esclarecedoras… En mi Lécera particular yo también quitaría placas, pasquines y afiches para la infamia que pueblan las paredes y las calles, pero, ¿sabes? TAMBIÉN tengo miedo… y además estoy VIVA. (Aunque luche contra las sombras de todos los golems que pueblan mis sueños, siguen siendo engendros terroríficos que muchas veces me paralizan…). Belén

Daniel Zapata dijo...

Agudo como tú mismo. Vuelves sin ruido y te acercas de nuevo a nuestras miserías y ruindades. Lo contemporáneo te hace llorar como siempre1

Anónimo dijo...

Tal vez deberías haberte informado de lo que ocurrió en Lécera en el 36 cuando la columna frentepopulista del Tne. Coronel Mena tomó la población. Lécera ya había sufrido en sus carnes las represalías del bando sublebado, pero cuando llegó la columana del frente popular ¿crees que trajeron libertad, igualdad y fraternidad?, ¡No! solo trajeron más fusilamientos. En Lécera no ganaron los nacionales ni los republicanos, perdieron los leceranos.

El pobrecito hablador del siglo XXI dijo...

...y por eso el pueblo sigue rindiendo tributo al caudillo y al ajército que tanto sufrimiento les causó...

Eli López dijo...

Parece mentira que un hombre tan bohemio, tan inteligente como desea parecer, tan elocuente, realice una descripción tan simplista y sesgada de este pueblo. Y es que cuando uno muestra su rostro entre penumbra y con un sombrero ladeado, ocultando la cara, poca credibilidad puede dar. Me sorprende su texto por lo simple y absurdo, pero me sorprende más su falta de respeto a los vecinos de Lécera. Usted llega, pasea por sus calles solitarias (qué, era verano y las tres de la tarde?? posiblemente estarían en la fresca de sus casas, con buen criterio. No tienen que salir a contemplar a esas horas la torre de la iglesia, que por cierto, no es mudejar...) y aprovecha cualquier indicio (le hubiera dado igual una cosa que otra, venía predispuesto) para hacer una exhortación llena de patetismo y desvirtuando la realidad, utilizando conceptos anacrónicos... y los vomita y deja su texto escrito en la web y algunos de sus lectores hasta le dan la razón, de la manera tan simple como usted comenzó con esto.
El respeto y la comprensión al otro, por encima de los prejuicios propios es uno de los primeros signos de inteligencia. Demuestra estar abierto, querer mirar a los ojos de los demás y entender la realidad, que nunca es tan simple como usted la pinta. Salga de su penumbra de miedos y oscuridades y enfréntese a la realidad con valentía. En lugar de buscar escenarios en los que plantar sus prejuicios, tenga la mente abierta y escuche, mire, hable con la gente, comprenda cada una de sus realidades. No es tan cómodo como su postura actual, pero le aseguro que se sentirá más libre.
Lea a Kapuscinski, lea a Conrad, lea antropología y quítese esas telas de araña de su mente. Hágalo por los demás, pues su pluma es la única que lacera, se lo recomienda una lecerana.

TEREVI dijo...

ELI ME PARECE QUE TIENES MUCHA RAZON, LOS PUEBLOS SON DE LAS GENTES QUE LOS QUIEREN, INDEPENDIENTEMENTE DE SUS IDEAS Y DE SUS VIDAS, PERO NUNCA ESCONDIDOS. UNA LECERANA

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Nada es independiente de nada, querida TEREVI, querida Eli y menos en un pueblecito. ¿Te imaginas en un pueblo de cualquier lander alemán una placa colgada de la pared de una esquina con la inscricpicón "Calle de Adolf Hitler?" , ¿ o con "calle de la SS"? ¿O con "calle de Himler"

Los lecerinos teneis en vuestras manos rendir justicia a las libertades y a la democracia. Cada día que amanece en Lécera hay un homenaje a un asesino y a un golpista que se pasó por el sable la legalidad constitucional.

Anónimo dijo...

Pues resulta que a la calle General Franco le llamamos "el cantón", a la plaza Calvo Sotelo "la plaza la fuente" y a la avenida Jose Antonio "la carretera".
Los Leceranos (que no lecerinos)paseamos sin miedo por estas calles.Bueno, a las tres de la tarde en verano puede que no.
Como estamos llevando un censo de los que pasan por el pueblo, ya te apuntamos que no vas volver.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

No sabes cuánto me alegro de que os tomeis la memoria por vuestra mano y no nombreis esas calles con esos infaustos nombre. Si me permites, ahora os queda otro paso: pedirle al alcalde que escriba en las placas las palabras con las que las nombrais oralmente. Hasta entonces, perdona, seguiré paseando con miedo por vuestro pueblo; me sentiré igual que si sus calles se llamasesn Adolf Hitler, Benito Musolini ó Calígula.