jueves, 18 de junio de 2020

Los paletos del siglo XXI



Para Carlos y Luis, que miman mis empeños y cuidan mi vanidad.

Además de la acumulación de vivencias y de cierto tipo de sabiduría que a todos nos proporciona la experiencia, probablemente la ventaja más infrautilizada de cumplir años es la perspectiva; la posibilidad de acercarnos con la  inteligencia que nace de la distancia a hechos, razones y sinrazones presentes gracias a la comparación con el pasado. Ya hace un lustro que peino todas las tonalidades del gris, así que, aunque no llego todavía a merecer las atribuciones y el respeto que le debemos a los viejos sabios de la tribu, empiezo a gozar de algunas de las prebendas del tiempo.

Medio siglo atrás, cuando el régimen del dictador Francisco Franco languidecía y una nueva generación se preparaba para construir el futuro en democracia, se produjo un fenómeno bien curioso y paradójico. Mientras una parte de la población se afanaba en aprovechar la luz y el aire que se filtraban entre los primeros resquicios de las puertas y, ansiosos, empezábamos a acceder a la cultura libre ampliando nuestro horizonte más allá de la intransigencia nacionalcatólica, cerril y obsoleta, la televisión única de entonces, la Televisión Española, dio en ofrecer a su audiencia cautiva un elenco de curiosos personajes interpretados por cómicos (algunos de muy discutible talento) cuyo denominador común consistía en caricaturizar y estereotipar de un modo mezquino, superficial, vulgar y garbancero a los campesinos, a los habitantes de lo que hoy se ha venido en llamar la España vacía.  Así fue como, para vergüenza de propios y extraños, nacía el paleto.

Fernando Esteso, Paco Martínez Soria, Juanito Navarro, el muñeco Macario del ventrílocuo José Luis Moreno; Doña Rogelia, de su colega, la ventrílocua Mary Carmen (Martínez-Villaseñor Barrasa)  o ya, entrando en los ochenta, Marianico el corto, fueron los más televisivos. Incluso la voz de uno de los más conocidos monólogos del gran Gila es la de un paleto.

En los cines los espectadores reían a carcajadas los desatinos y las garrulerías de paletos interpretados por Tony Leblanc, José Luis Ozores o Alfredo Landa, entre otros, que desencajaban las mandíbulas y desorbitaban los ojos ante la visión de unas cuantas turistas extranjeras en bikini. En pleno siglo XXI pervive algún epígono de aquel bochorno colectivo. Todavía hay quien explica chistes de leperos o que se ríe de “el tío de la vara” o de “la vieja del visillo” creados por José Mota.

¿Quién no ha contado un chiste de leperos?  Que tire la primera piedra quien en España no se haya reído de esas criaturas; que levante la mano quien nunca haya utilizado el término paleto para señalar una persona zafia, tosca, ignorante, palurda, cazurra que lo es porque ha nacido en un entorno agrario, alejado de las grandes ciudades, dedicado a la supervivencia a través de tareas tan poco sofisticadas como labrar la tierra, recoger y guardar la mies, criar y alimentar animales.

Se le supone al paleto un tipo bruto, sin alma, desconfiado y básico, en contraposición con la sofisticación, la inteligencia y la amplitud de miras de cualquier persona que viva en la ciudad.  Dice la socióloga María Antonia García León en su “Historia sociológica del arquetipo rural del paleto” que “La mirada urbana construye para el mundo rural un estigma que se condensa en la figura social del paleto, constituyendo un claro ejemplo de etnocentrismo cultural. Dentro de una misma comunidad la forma de racismo que encierra esa figura no tiene sentido. Es el contraste campo/ciudad, rural/urbano, la tensión entre dichos polos la que proporciona la plataforma en que puede surgir esa desvalorización de lo rural y de sus habitantes.”

También hay algo de freudiano en la burla hacia el paleto, porque, tal como afirma la socióloga, “En el árbol genealógico de aquellos que se tronchan de la risa por los despropósitos del pueblerino siempre suele haber más boinas que blasones, pero la risa les libera de su pasado y les vincula con su nuevo presente urbano.”

Quizás uno de los artistas que más ha dignificado la vida y los sufrimientos de los habitantes de los pueblos españoles y que más se haya comprometido con su pervivencia es Miguel Delibes. Su amor al mundo rural no sólo se reflejó en toda su obra, sino que siendo director de ‘El Norte de Castilla’ en pleno franquismo puso en marcha una campaña para tratar de evitar la sangría demográfica que padecía el interior español y salvar así regiones enteras de la despoblación. Miguel Delibes escribió algunas de sus mejores obras en pleno auge televisivo y cinematográfico del paletismo. “El disputado voto del señor Cayo” o “Los Santo Inocentes” son dos buenos ejemplos, y también´- aunque algo anteriores- la prodigiosa obra maestra “Las ratas”, y ya mucho más alejadas en el tiempo “Diario de un cazador” y “El Camino.”

Otro escritor europeo que comprometió buena parte de su obra y de su tiempo para intentar salvar del abandono los pueblos campesinos y reivindicar su labor, su estilo de vida y su papel en la economía y en la historia fue el inglés John Berger. En “Puerca Tierra”, integrada en la “La trilogía de sus fatigas” en la que también se encuentran “Una vez en Europa”  y “Lila y Flag” (las tres obras dedicadas en exclusiva al mundo rural y a los campesinos)  Berger publica un epílogo que podría muy bien considerarse uno de los análisis más empeñados moralmente en desvelar las razones económicas y sistémicas que destruyeron el mundo rural, los pueblos de media Europa, y también en desentrañar la hondura del carácter campesino, esencialmente condicionado por un entorno hostil, por las inseguridades permanentes, por un futuro rectilíneo, sin posibilidad de otro horizonte que la supervivencia diaria.

Y es que John Berger afirma que el campesino era ante todo un superviviente, en los dos sentidos de la palabra, es decir, el hombre y la mujer que se veían obligados a luchar diaria y denodadamente contra todo tipo de dificultades y, al mismo tiempo, el hombre y la mujer invirtiendo toda su energía en salvar la vida.

Deconstruyendo los tópicos John Berger argumenta que el campesino no se resistía a los cambios; su ingenuidad les abría a ellos, pero tenía que identificar ventajas suficientes como para que le garantizasen la supervivencia, porque si esos cambios fallaran, nadie le rescataría de su aislamiento y le condenaría a muerte.

Por tanto, Berger defiende que el campesino no era ni más ni menos conservador que un urbanita. Si había algo de conservador en ellos no tenía nada que ver con el conservadurismo practicado por las clases privilegiadas, porque el campesino apenas defendía privilegio alguno. De hecho, a pesar de lo que se decía en la ciudad, el campesino no era un interesado, ya que recelaba profundamente del dinero. Para el campesino una vida sin justicia carecía de sentido, a pesar de lo injusto de la relación que la sociedad establecía con ellos, pues era muy consciente de que su supervivencia dependía de que otros comprasen a bajo precio los productos que ellos extraían de la tierra para alimentar vidas ajenas, con destinos muy diferentes a los suyos, aseguradas, a salvo de incertedumbres.

Afirma Berger al final de su epílogo “Hasta qué punto la metafísica del capital ha prestado su lógica para la categorización como atrasados, es decir, portadores del estigma y la vergüenza del pasado, de aquellos a quienes el propio sistema se encarga de empobrecer”. Y añade “La destrucción de los campesinos del mundo podría constituir un acto final de eliminación histórica.”

John Berger publicó el epílogo de “Puerca Tierra” en 1978, en plena efervescencia del fenómeno paleto español. Por entonces, el escritor inglés ya certificaba cifras demoledoras que describían objetivamente el abandono masivo del campo en Inglaterra y Francia. El éxodo era incontenible y España era otro de sus principales escenarios. De manera que su epílogo no solo cierra su obra sino que deviene en la clausura dramática de un modo de vida destruido por las exigencias de un sistema que, en lugar de facilitar medios para mejorar la vida de los campesinos y conservar de ese modo extensos núcleos de población, opta por su sacrificio y su exterminio en el que hunde sus pezuñas la industria de la alimentación, intensiva y antisostenibilista, explotada por grandes monopolios, cuyos principales accionistas no saben ni qué forma tiene una azada, al tiempo que nutre de mano de obra barata a las empresas instaladas en las periferias, que contratan a hombres y mujeres desarraigados.

Dada la confluencia en las fechas no sería muy desatinado pensar que poderes políticos concurrentes con grandes intereses económicos pusieron en marcha esa campaña de desprestigio del campesinado español convirtiendo así a los pueblos españoles en poco menos que lugares poco aconsejables y adecuados donde formar una familia y labrar un futuro. ¿Quién quiere establecerse en lugares habitados por semejantes especímenes? ¿Quién desea continuar viviendo entre la ignorancia, el atraso, la carencia de todo tipo de servicios y la ausencia de horizontes? Esa fue la función del paleto, una caricatura interesadamente soez, malintencionada, falsa y perversa que sirvió para disparar el tiro de gracia a los pueblos de España.

John Berger y Miguel Delibes nos dejaron no hace mucho. Ambos fueron testigos de sus propios vaticinios; su clamor cayó en baldío. Hoy tenemos que constatar con tristeza la muerte de los pueblos y el fin del campesino. Sergio del Molino ha escrito la esquela definitiva con “La España vacía”, la que “divisamos desde la autovía. La de los pueblos que para algunos son la feliz aldea de los veranos infantiles y para otros el paisaje de la leyenda negra […] A la España vacía le falta un relato en el que reconocerse. Las historia que la cuentan complacen a quienes no viven en ella y halagan dos clases de prejuicios: los de la España negra y los del beatus ille. Los primeros se difunden por el telediario. Los segundos, en la Guía Michelin. Infierno o paraíso. No hay término medio. O los asesinos o los monjes. Aunque, según la habilidad del gionista, pueden ser monjes y asesinos a la vez."

Yo soy un niño que vivió los mejores momentos de su infancia y de su adolescencia en uno de esos pueblos. Todavía hoy necesito respirar durante unos días el aire perfumado de roble, tomillo y estepa y recorrer los rincones y los parajes donde experimenté la libertad y tantas primeras veces; donde conocí gente sacrificada, trabajadora, denodada; supervivientes de sus propias existencias y de un modo de vida que languidecía. Yo nunca vi un paleto. Veía a mis padres, que nacieron y se criaron allí, expulsados de su tierra como tantos miles. Veía a mis abuelos, a mis primos, a mis amigos, y a los padres y a los abuelos de mis amigos. Los paletos sólo aparecían en televisión. Eran seres de ficción que ayudaron a propiciar un sacrifico cruel y nefasto.

Y, sin embargo, gracias a la distancia y el paso de los años, con la perspectiva que me ofrece el tiempo, hoy debo afirmar que los paletos existen, y son reales. Ya no los vemos sólo en la televisión, sino que los escuchamos por la radio, leemos sus proezas en los periódicos, seguimos sus sandeces en las redes sociales, pasmados ante la ostentación continua y satisfecha de una ignorancia vulgar y zafia que se muestra descaradamente chulesca.

Los paletos de hoy son homófobos, machistas, racistas, egoístas, desconfiados, torpes, cazurros, semianalfabetos, interesados, mendaces, supersticiosos, cerriles y meapilas, pero, ante todo, son vanidosos encantados de haberse conocido. Los paletos del siglo XXI son tipos como Donald Trump, Isabel Díaz Ayuso, Pilar Rahola, Quim Torra, Boris Johnson, Pablo Casado, Ivan Espinosa de los Monteros, Santiago Abascal, Cayetana Álvarez, Rafael Hernando, Herman Tertsch, Salvador Sostres, su eminencia el Arzobispo Cañizares, Marcos de Quinto, Juan Carlos Girauta…  y un largo etcétera de seres antropomorfos, herederos políticos de quienes vaciaron en su provecho los pueblos de España.

Nuestra obligación es enfrentarnos a ellos ideológicamente, cívicamente, democráticamente en todo momento y lugar, cada cual en la medida de sus posibilidades, porque sus decisiones están orientando a la humanidad a un mundo irrespirable, a un mundo peor. Del mismo podo que vaciaron el campo hoy siguen empeñados en hacer del progreso un extraordinario negocio del que se lucrarán unos pocos a costa de nuestro futuro, de nuestras libertades y de nuestras vidas. Los paletos del Siglo XXI.

6 comentarios:

Roy dijo...

De los pueblos, por lo menos de los de España, no nos echaron planes estructurados. Nos echó el hambre. Nos empujó a otras zonas más ricas de España, a Alemania, a Suiza, a Francia. Volvimos del extranjero después de haber sido allí parias. Ni siquiera paletos. En las peores condiciones. En los peores trabajos. En los peores salarios. En Alemania los españoles se hacinaban junto a los turcos en barracones. Aquellos "paletos" de ayer hoy reclaman ufanos que ellos fueron con contratos y despotrican de los nuevos emigrantes. Nada que añadir. El ser humano alberga en su interior un deseo malsano de superioridad. Nos quedamos sin pueblos. Cuando volvíamos en vacaciones ya no éramos de allí. Ya no éramos de aquí. Ya no éramos. Los supervivientes de esa España rural lo fueron porque nos fuimos. Porque pudieron repartir las migajas entre menos. Quién quería estar alli, sin trabajo, sin comida, sin escuelas... Bueno, de todo esto había , pero no era para todos.
El jornalero, aquel que vende su esfuerzo, está por debajo del campesino.
Hoy estamos aquí y los veo y oigo alabando su pasado. Pensando que no estaba tan mal. Que les gustaría volver. Todos queremos morir en el lugar donde nacimos.
Paletos, si. Nos gusta lo zafio. No conocemos lo refinado. No conocemos la cultura, los buenos modales, el saber estar.
La etiqueta no importa. Da igual que nos llamen paletos, charnegos, sudacas, moros, .... Hombres y mujeres que intentan sobrevivir.
Y para más dolor, el humor de Esteso nos hermanó con los ricos .
La puta mala - y escasa - educación.
Un abrazo

Unknown dijo...

Arquetipos. Es la palabra que utilizas. Yo voy a poner otra:iconoclasta. Para ver si rompemos con ALGUNOS arquetipos. Da igual que sea rurales o urbanos. Te recuerdo que no hace tanto que se creó otro especimen: el rurbanita. Y doy fe, de que éste da mas miedo. Todo bien Mariano?

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Hola Roy. Me alegra mucho verte por aquí de nuevo
El hambre que os expulsó de vuestros pueblos fue la consecuencia de esos planes. Desde los planes de estabilización de 1959 obra del economista Joan Sardà Dexeus que trabajó para Franco (¡Qué cosas tiene la vida. Fue militante de ERC durante la República) más de la mitad de las inversiones fueron a parar a Catalunya, País Vasco y Madrid.
Con respecto a todo lo que dices estoy completamente de acuerdo. No aprendemos de nuestros sufrimientos y en cuanto nos libramos de ellos no hacemos nada para que otros no los padezcan. Es más, nos sentimos superiores y les humillamos.
Un placer tenerte por aquí, con tus opiniones certeras, rotundas y sin tapujos
Abrazos fuertes
¡Salud!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Hola desconocid@. Si me llamas por mi nombre es que eres un seguidor ya veterano de este blog, pero no acabo de saber quién puedes ser.
EStoy bien, deseando volver a la normalidad, como casi todo el mundo.

La palabra 'arquetipo' no la utilizo yo, la utiliza la socióloga que cito. Arquetipo es una palabra de origen griego que significa el patrón del cual se derivan otras ideas, objetos o conceptos. Para este caso yo prefiero utilizar "estereotipo", que es una percepción exagerada basada en los prejuicios conforme a determinadas ideologías. Finalmente, una caricatura a menudo es la deformación interesada de un estereotipo.

Muchas gracias por pasarte de nuevo por aquí.
¡Salud!

Anónimo dijo...

Comparto todo lo que dices.
En el año 2.010 fui invitado a dar el pregón de las fiestas de mi pueblo y he encontrado el borrador de dicho pregón que te trascribo:
"Queridos amigos y vecinos todos de Castrillo: los que lo sois por vivir aquí y los que, como yo, tenemos el corazón aquí aunque la vida nos haya llevado por los caminos del mundo.


Agradezco a la Corporación Municipal el haberme dado la oportunidad de dirigirme a vosotros en este año tan especial en que, por fin, después de setenta y cuatro años hemos podido sacar del barranco anónimo en que los dejó asesinados la barbarie fascista, al Alcalde constitucional, a varios miembros de la Corporación elegidos democráticamente y a otros vecinos más.


Por ello, quiero honrarles, a ellos y a los que aún no han aparecido, parafraseando el texto de los Siete Infantes:
¡ Honor y gloria eterna para aquellos que quisieron instalar a Castrillo en el Siglo XX, adelantándose a su tiempo y pagando muy cara su ilusión¡

Ilusión que volvimos a recobrar a finales de los setenta y que nos hizo trabajar unidos a los que se habían quedado con los que habíamos salido para conseguir un pueblo más moderno, acogedor y solidario.

¡Qué recuerdos!... Aquellas obras realizadas por todos, entregando nuestro trabajo e incluso algunos jugándose la vida y no es exageración, si no que se lo digan a José Antonio Santamaría cuando quedó enterrado en el barranco…. y luego con qué ganas se cogía la verbena final de la siega, el acarreo y la trilla como premio al trabajo en común.


No quiero pasar por alto el agradecimiento que debemos a aquellos que en las penurias de los sesenta se quedaron en el pueblo para que los que tuvimos que salir pudiéramos encontrar la puerta abierta, la fiesta preparada, a la hora de volver a recargar las pilas del sentimiento en aquellos San Esteban y La Muela en que la Orquesta Urbión nos volvía a nuestras raíces en aquel salón humilde de bombillas desnudas, techos bajos y postes de madera donde apoyarse al calor de una pareja o en la soledad compartida con los amigos a base de tragos, jotas y añoranza, mucha añoranza.


Gracias por tanto a los que salisteis aportando parte de lo recibido por ahí fuera. A los que os quedasteis facilitando el poder volver a otros y a los que habéis regresado realizando ambas cosas. Y, con todo ello, hemos podido traspasar los umbrales del Siglo XXI con un pueblo, diezmado sí, pero vivo todavía.
Solo me queda pediros que mantengamos la ilusión y unidad a la hora de luchar y trabajar por el futuro de este pueblo que tanto queremos para que dentro de veinte años, alguien pueda seguir dando un pregón de fiestas a unos vecinos cada vez más jóvenes y nosotros que lo veamos.


¡Pero basta ya de nostalgia¡. Es el momento de la diversión, de la danza, del cantar y de los apretones de manos con los amigos que hace mucho que no vemos, y, en definitiva, de disfrutar a tope de nuestras fiestas; por eso os pido que digáis conmigo
¡VIVA CASTRILLO¡ ¡VIVAN LAS FIESTAS DE SAN ESTEBAN¡"

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Seas quien seas, amgig@o serran@, tu pregón me parece valiente y necesario;palabras como las tuyas todavía no se han escuchado en muchos pueblos de España con las que rendir justo homenaje y agradecer el ejemplo y el sacrificio de nuestros antepasados en pos de la democracia y la libertad
Mi admiración y mi agradecimiento hacia ti por haberlas pronunciado públicamente ante tus paisanos en un momento tan importante como son las fiestas patronales
¡Salud!