lunes, 18 de julio de 2016

Contra la peste del olvido (80 años después del Golpe de Estado en España)



"Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Ésta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.

En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro más grande en la calle central que decía Dios existe. En todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante. Pilar Ternera fue quien más contribuyó a popularizar esa mistificación, cuando concibió el artificio de leer el pasado en las barajas como antes había leído el futuro. Mediante ese recurso, los insomnes empezaron a vivir en un mundo construido por las alternativas inciertas de los naipes, donde el padre se recordaba apenas como el hombre moreno que había llegado a principios de abril y la madre se recordaba apenas como la mujer trigueña que usaba un anillo de oro en la mano izquierda, y donde una fecha de nacimiento quedaba reducida al último martes en que cantó la alondra en el laurel. Derrotado por aquellas prácticas de consolación, José Arcadio Buendía decidió entonces construir la máquina de la memoria que una vez había deseado para acordarse de los maravillosos inventos de los gitanos. El artefacto se fundaba en la posibilidad de repasar todas las mañanas, y desde el principio hasta el fin, la totalidad de los conocimientos adquiridos en la vida. Lo imaginaba como un diccionario giratorio que un individuo situado en el eje pudiera operar mediante una manivela, de modo que en pocas horas pasaran frente a sus ojos las nociones más necesarias para vivir. Había logrado escribir cerca de catorce mil fichas, cuando apareció por el camino de la ciénaga un anciano estrafalario con la campanita triste de los durmientes, cargando una maleta ventruda amarrada con cuerdas y un carrito cubierto de trapos negros. Fue directamente a la casa de José Arcadio Buendía.

Visitación no lo conoció al abrirle la puerta, y pensó que llevaba el propósito de vender algo, ignorante de que nada podía venderse en un pueblo que se hundía sin remedio en el tremedal del olvido. Era un hombre decrépito. Aunque su voz estaba también cuarteada por la incertidumbre y sus manos parecían dudar de la existencia de las cosas, era evidente que venía del mundo donde todavía los hombres podían dormir y recordar. José Arcadio Buendía lo encontró sentado en la sala, abanicándose con un remendado sombrero negro, mientras leía con atención compasiva los letreros pegados en las paredes. Lo saludó con amplias muestras de afecto, temiendo haberlo conocido en otro tiempo y ahora no recordarlo. Pero el visitante advirtió su falsedad. Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte. Entonces comprendió. Abrió la maleta atiborrada de objetos indescifrables, y dentro de ellos sacó un maletín con muchos frascos. Le dio a beber a José Arcadio Buendía una sustancia de color apacible, y la luz se hizo en su memoria. Los ojos se le humedecieron de llanto, antes de verse a sí mismo en una sala absurda donde los objetos estaban marcados, y antes de avergonzarse de las solemnes tonterías escritas en las paredes, y aun antes de reconocer al recién llegado en un deslumbrante resplandor de alegría. Era Melquíades."

Gabriel García Márquez
"Cien años de soledad"

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ojalá el olvido trajese consigo, en muchos casos, la desaparición del hecho. El olvido no es voluntario. No puedes olvidar lo que deseas. Si esto fuese posible, si pudiésemos olvidar a voluntad, en qué mundo viviríamos? cómo seríamos? deambularíamos por un edén de bondad o por un abismo de odios y venganzas? Querríamos olvidar aquello que nos quema por dentro y nos llena de odio? Querrían, ellos, que olvidásemos todos las afrentas y desatinos a los que nos someten día tras días?. Que tontería!!!! No hace falta vencer y actuar sobre el olvido. Hoy ya no recordamos lo que sucedió ayer. Hoy no recuerdo que me están jodiendo una y otra vez hasta la extenuación. Hoy cojo vacaciones y ni siquiera recuerdo a quién voté la última vez. Un abrazo Pobrecito

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Querid@ amig@
El olvido puede sobrevenir por enfermedad, o sencillamente porque acumulamos tal cantidad de experiencias y conocimiento a lo largo de la vida que es imposible recordarlo todo.

Sin embargo, en ocasiones, cuando se trata de la vivencia colectiva, es decir, de la historia que nos acontece como pueblo, es necesario guardar en lugares de excepción la memoria de lo acontecido. Es necesario realizar ese esfuerzo moral al que se refiere el narrador del fragmento que he copiado, por múltiples razones que, estoy seguro, conoces y entiendes.

Por eso, no es ninguna tontería recordar afrentas e injusticias cuando, por ejemplo, para la justicia española, los torturados, represaliados, maltratados y asesinados después del golpe de Estado del 36 todavía siguen siendo considerados delincuentes; cuando solo recibiereon los parabienes del Estado aquellos que lucharon junto a los golpistas. Si lo hacemos ¿qué mensaje le estamos ofreciendo a las nuevas generaciones? ¿Cómo van a crecer?

De ningún modo, amig@, de ningún modo el olvido es espontáneo. El olvido es asesinar y torturar de nuevo a quienes sufrieron la derrota. El olvido nos aboca a repetir nuevamente los errores. El olvido es a una sociedad lo que el alzheimer a una persona, la despoja de toda su identidad. Por eso hay fuerzas tan y tan poderosas interesadas en el olvido. No caigas en su trampa

Honor, memoria y respeto a quienes descansan en las cunetas