jueves, 13 de octubre de 2011

Los siete desmentidos capitales


Asmodeo, Belcebú, Mammon, Belfegor, Amon, Leviatan y Lucífer están en guardia y protegen a los científicos contra escépticos, herejes, supersticiosos y heterodoxos. Los científicos no lo saben, pero las sábanas de sus lechos se hacen y se deshacen a diario sobre una estrella de cinco puntas encerrada en un círculo que esconde la cama en donde reposan sus ideas. Para las mujeres de ciencia, además, hay premio, porque de su seguridad se encargan los íncubos, entes muy bien dotados que asaltan las alcobas femeninas para debatir en lo más profundo de la noche y de sus húmedas inconsciencias aspectos oscuros y siempre turbios relacionados con sus teorías. Los hombres tendrán que conformarse con la soledad del microscopio, con melancólicas manipulaciones o con la archiexperimentada ecuación de Onán, porque, como todo el mundo sabe, el diablo siempre ha presumido de ser muy pero que muy macho.

De ese modo, poco a poco, El Maligno se ha apoderado del mundo. Antes, estos demonios eran los encargados de velar, urbi et orbi, por la expansión y consolidación de los Siete Pecados Capitales. Pero desde que El Vaticano los transformó en faltas medioambientales, financieras, genéticas y de equivalente índole moral, el infierno perdió el norte y ante tal ofuscación decidió ofrecer su cobertura a la ciencia. Y así fue como como la historia de la humanidad ha ido evolucionando en estas últimas décadas a base de teoremas, leyes y nombres ilustres que, consciente o inconscientemente, han puesto sus vidas y su talento en el regazo de toda la cohorte infernal para poder pastorear a sus semejantes, a su antojo, a través del pretendido sendero de la verdad, por el camino de baldosas amarillas, por la cañada real que nos ha de llevar al último abismo en el que, entonces sí, de repente, sin pretenderlo, hallaremos las certezas que andamos buscando de bruces frente a nuestra propia naturaleza, tal y como corresponde a insignificantes criaturas desorientadas.

Por concretar el sentido de estas palabras de una manera franca: mi intención era desvelar 10 falacias científicas y promulgar a partir de entonces las nuevas Tablas de la Ley, el nuevo contrato entre Dios y los hombres que facilitase la comunión
espiritual universal y la convivencia social. De hecho, tenía la intención próxima de desarrollar un octavo desmentido, pero esos seres bermejos, verdosos y cartilaginosos son tremendamente eficaces y su labor -no me cabe la menor duda- me ha impedido acceder a los secretos, a la bases, a las fuentes del conocimiento gracias a las cuales la teoría, un buen día, se convirtió en ley indiscutible, santo y seña de la humanidad, guía de todo ser vivo, expresión racional de la naturaleza dibujada, como siempre, a través de signos de incomprensible lectura e interpretación. De modo y manera que he tenido que renunciar a desmentir la famosa Ley del Mercado, aquella que dicta que todo en nuestro mundo dependió, depende y dependerá (para eso es una ley) de la cantidad de cosas que se ofrecen y de la cantidad de personas que desean poseerlas.

Y así ha sido como he podido llegar a la conclusión de que, por muchos
riesgos que asuma, por más que ponga en juego la salud de mi alma, la integridad de mis carnes, el honor y la credibilidad ante mis semejantes; por más denuedos, noches sin dormir, viajes, libros y reflexiones a la luz de las velas, jamás podré vencer a la milicia de Satán, entrenada y concebida para la eficacia absoluta. En consecuencia, no me queda otra alternativa que renunciar al octavo, así como a los dos últimos.

Porque, sinceramente: no doy para más. Ya solamente auspicio la vana esperanza de que al leer el titulo de esta serie ('Los siete desmentidos capitales') las huestes del averno recuerden tiempos mejores y en honor a esa memoria o en agradecimiento al autor exhausto que esto escribe, decidan cambiar de bando, acogerme en su seno, protegerme, promocionarme, difundir al fin mi verdad y, si es posible, negociar para refutar y cantar de una vez por todas a la cuatros vientos el enredo en el que nos han metido unos cuantos sabios con sus explicaciones académicas y científicas sobre el origen, causas, consecuencias y azares de la riqueza y de la pobreza. Que nadie lo espere, aunque templos más grandes (y más sagrados) han caído.

9 comentarios:

J. G. dijo...

demasiado verdad

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

La verdad no tiene calificativos. Solamente es. Las mentiras sí que son muchas, grandes, pequeñas, dolorosas... bueno, es cierto, tienes razón, igual que la verdad

ESTER dijo...

Como dices en tu entrada: " el diablo siempre ha presumido de ser muy pero que muy macho."

Me parece perfecto que quiera ser tan, tan macho. Esto tiene mucho morbo; es muy aburrido que todo el mundo sea o presuma ser "buena persona"; para diablos, me quedo con Gary Oldman en Drácula.


Un beso, NENA

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Sé de alguien a quien ese Drácula que nombras le pone, le pone, de verdad.
Abrazos, Nena

Camino a Gaia dijo...

San Mercado abrió las puertas del averno cuando convirtió a la ciencia a la hipótesis del beneficio en pos del crecimiento infinito.

PACO GÓMEZ dijo...

Saludos. Paco

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Si Camino, santo sin altar, adorado por todos, hasta en estos momentos, porque no queremos creer que también en Europa podemos ser pobres. Gracias por pasarte Camino

Saludos para ti también, Paco. Sigo leyendo tus poemas

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Creía que te había hecho un comentario, pero ahora recuerdo que a veces me cuesta entrar aquí. Creo que iba del maligno, y mi absoluta imposibilidad de recordar (como conviene) sus múltiples nombres y formas.
Bueno, que te leo. Abrazos!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ana, yo tengo una buena lista de Malignos, que reucerdo constantemente, porque no dejan de salir en los papeles y en las pantallas de medio mundo. Nombre y dos apellidos, y con buzón de correo en las porterías de los barrios de postin.
Muchas gracias por pasarte a leer