jueves, 21 de julio de 2011

Una noche en las carreras



Para que se situen un poco en el contexto de esta historia, he de confesar, antes que nada, que acabo de precipitar al vaso el quinto chorro de "The famous grouse" acompañado de hielos de bolsa de gasolinera.

Es decir, que con cuatro whsikys y en camino de la media docena, me he visto solo después de la media noche, sentado en la terraza de mi casa, a pocos metros del Mediterráneo, alumbrado por una luna tan grande y encarnada como un albaricoque.

Oigo las olas, grillan los grillos. El motor de una moto irrumpe durante dos segundos y la salamanquesa muda acecha escondida entra las ramas moradas de la buganvilla.

En estas horas nocturnas, en apariencia serenas, un ejército de hormigas diminutas cumple marcialmente con sus destino a pocos centímetros de donde yo bebo, perennes, incansables, ignorantes ante la necesidad despreciable del sueño. Todas ellas discurren al milímetro el mismo trayecto en dos sentidos contrarios, sin pararse un segundo a preguntarse por qué, de manera que ninguna de ellas se salta la línea que la primera, un día, trazó.

Pero hete aquí que entre el intervalo breve de llevarme por enésima vez el vaso a la boca y dejarlo sobre la mesa, fijo mi atención en dos que siguen el camino, sentido Este, separadas por unos pocos centímetros de distancia. La sigo porque me divierte pensar en que son Alonso y Vettel, Lorenzo y Stoner, Rubalcaba y Rajoy.

La que va delante lleva buen ritmo. Al cruzarse con las que desfilan en sentido Oeste se tocan brevemente para reconocerse, darse el santo seña, o vete tu a saber. Lo mismo, exctamente lo mismo, ocurre con la que va detrás.

Bebo de nuevo y mientras paladeo el sorbo observo como la hormiga, en apariencia menos rápida, le va restando distancia a la primera, poco a poco, sin pausa, y en su remontada llega hasta el punto de colocarse a rebufo. Tan cerca tan cerca, que sus antenas deben tocar por fuerza el trasero de la que le precede.

De un momento a otro espero espectante el adelantamiento. No puede tardar mucho. (este es uno de esos momentos en los que uno se acuerda del tabaco.) Lo más probable es que aproveche la junta de cemento y vorada que une el segundo y el tercer baldosín del poyete (empezando por el Oeste) para rebasarla y ponerse por delante.

La salamanquesa sale del escondite y se coloca a la orilla del farol de la terraza que me ilumina. Una polilla lo sobrevuela y el reptil lanza la lengua y la atrapa. El grillo grilla más fuerte. Un jazmín expele su aroma calle abajo y los restos audibles de lo que parece un gemido delata el vigor de vidas clandestinas más allá de los sueños.

Mientras tanto, ante unos pocos milímetros de todas esas diminutas y oscuras vidas tan rectas, tomo conciencia de ser el único espectador de la carrera de la vida y no tardo mucho tiempo en estar en condiciones de atestiguar uno de los fenómenos más asombrosos de los que cualquier humaho haya podido presenciar.

Porque si la hormiga que secundaba la hilera tiene, a todas luces, las condiciones más favorables para adelentar a la más aventajada; si ésta, pasito a pasito, perdía espacio y tiempo con respecto a aquella, era de esperar lo que, a la sazón, cualquier listo hubiese podido apostar: que se produciría el adelantamiento inminentemente y la segunda entraría en el hormiguero como la gran campeona.

Unas chanclas solitarias arrastran pasos cansados sobre la calle y al pasar junto a mi casa, el grillo deja de grillar. El mar sigue allí, cerca, agitando su rumor constante de mareas. La salamanquesa permanece al socaire del farol, intrigada, todavía hambrienta. Además - y solamente además- la respiración de un mirlo.

Efectivamente, al final del recorrido, al mismo borde del orificio en el que empieza el hormiguero, la que en los últimos instantes de la carrera parecía estar destinada a arrebatar los laureles a la señalada para la gloria, no sólo desistió de su aparente empeño, sino que detuvo su camino durante unos breves instantes con el fin último de propiciar que la primera introdujese su cuerpecillo hacia el fondo de la tierra, como si en la renuncia a la consecución de la victoria hubiese una orden previa, un proceder prefijado que nadie, jamás, podrá dilucidar.

Tanta emoción me ha dejado axausto. Ya va siendo hora de acostarse. La brisa de la madrugada ha humedecido las hojas de la bugambilla. Unos chopos cercanos aplauden educadamente, sin estridencias. La salamanquesa palpita su vientre ahíto. Aun así, al entrar en casa, dejo la luz del porche encendida: pobrecilla.

Cuando, ya en la cama, empiezo a deslizarme por la pendiente beoda del primer sueño, reparo en que he olvidado sobre la mesa el vaso vacío y la botella. Por supuesto, no me levanto. Durante toda la noche sueño hormigas amarillas, convexas y cóncavas, alargadas y gruesas, oblongas, sin boca, corriendo sin parar, incansables, respetuosas, disciplinadas, entre los reflejos vidriosos de un cilindro.

5 comentarios:

J. G. dijo...

no sé qué decir, el bicho ese de la foto me dejó sin habla

HOSTAL MI LOLI dijo...

Esa hormiga que no entró al agujero es la más lista del hormiguero, se esperó para beberse tu wiski,el que quedaba en el vaso,a saber como estará ahora con la resaca,como tú más o menos.Beso.

ESTER dijo...

Muy agudo lo de Rubalcaba y Rajoy.

Los dragonets (salamanquesas en idioma del reino), viven la vida sacando la lengua para succionar,tal como los de arriba, entre otros muchos.

Un beso, NENA


PD 1: Tienes sueños muy raros, no?

PD 2: Los caracoles ya se han secado. Pillas?

Ana Rodríguez Fischer dijo...

La luz de la luna (muy poética) es puñeteramente traicionera. Acabo de leer líneas contundentes de Koestler al respecto, pero,aparte, lidio con la edición crítica de "El río de la luna", la consagrada novela de Guelbenzu, a quien tú conoces.
En cuanto a los reptiles... y sus ojos o su mirada aviesa, comparto la inquietud manifestada por...
Kisses!

Anónimo dijo...

Me has hecho recordar el tema de Silvio: "sueño con serpientes, con serpientes de mar...".

SAlud