martes, 7 de septiembre de 2010

Quo vadis formica


Somos bastante hipócritas con las hormigas porque, aunque todos admiramos su capacidad para el trabajo, el respeto escrupuloso que profesan a las jerarquías, el modo tan eficiente de comunicarse, de organizarse, y la sorprendente eficacia para encontrar oportunidades en los rincones más insospechados, la verdad es que, cuando vemos una larga hilera negra que se dedica afanosamente a sus quehaceres no dudamos en poner sobre ella nuestras pezuñas, o en descargar sin piedad nuestro arsenal químico de destrucción masiva, aun a sabiendas de todas y cada de sus virtudes.

Este verano ha sido, con respecto a mi humana fobia y desdeñoso desprecio hacia la vida de las hormigas, mi verano San Pablo, mi verano Quo Vadis. He sido testigo de uno de los momentos únicos en la historia del estudio de estos insectos. Lo siento mucho por la ínclita nacional geográfica y por la división de ciencias de la naturaleza de la bebecé, pero será esta humilde bitácora la que dentro de unas líneas va a desvelar, en rigurosa primicia mundial, la estrecha relación que viven las hormigas con la literatura desde que el ser humano descubrió el placer de leer a la sombra de un algarrobo, recostado sobre la hierba, sin más preocupación que la de espantar las moscas, esquivar el sol y no atragantarse con el hielo que enfría el ron añejo.

El caso es que una tarde del mes de agosto leía con admiración y tristeza, placer y congoja, una de las muchas discusiones que mantienen en la amargura perpetua al matrimonio que protagoniza "Tendidos en la oscuridad", la primera novela de William Styron. A veces, entre párrafo y párrafo, me veía obligado a detener la lectura porque alguna hormiga ya crecidita se encariñaba con uno de los dos pulgares de mis pies y clavaba las pinzas de sus mandíbulas en la piel, de manera que tenía que dejar el vaso sobre el césped y casi sin apartar la vista del libro me veía obligado a dirigir descuidadamente mi mano hacia el dedo atacado. Entonces, sin preocuparme ni un poquito por el aspecto de la futura víctima, la aplastaba de un manotazo o la espachurraba aplástándola con el índice. Finalmente, elaboraba desganadamente una bolilla con su cuerpecillo, lanzaba el cadáver como quien tira una colilla, bebía un traguito de ron y retomaba la tormentosa historia de la familia Loftis.

Así era yo con los formícidos, como cualquier humano, hasta que un buen día, durante mi semana Styron, dejó de sonar la música con la que acompañaba la lectura y me levanté un momento a cambiar el CD. Al hacerlo, dejé el libro abierto sobre la hierba y cuando de nuevo volví a él vi que sobre las páginas en la que Mr. Milton observa cómo su hija Peyton se deshace de la ropa y queda ante él desnuda -hermosa y provocativamante desnuda- cruzaba de una página a otra, en diagonal, perfectamente ordenadas, en una fila trazada tan recta y rigurosa como la moral que destruye a los Loftis, decenas de gruesas hormigas negras. Los bichos entraban ordenadamente por el extremo inferior izquierdo de la página par y dejaban el libro por el vértice superior derecho de la página impar, que era la puerta de salida hacia la hierba del jardín. Mi primera intención fue la de coger el libro y sacudirlo enérgicamente para que las hormigas cayesen. También pensé en deshacerme de ellas barriéndolas con el revés de la mano, o soplar con todas mis fuerzas y provocar sobre la escena por la que desfilaban un autèntico huracán. Pero no hice nada de las tres cosas. Me quedé allí, junto a la novela, a la sombra del algarrobo, bebiendo plácidamente ron cubano, escuchando el gorjeo de las golodrinas del atardecer y compartiendo una par de hermosas páginas de buena literatura con las primeras hormigas lectoras de la Historia.

No se lo quería explicar a nadie. Le verdad es que mi intención era mantener en secreto el suceso que acabo de relatar, si no fuese por lo que aconteció horas más tarde: Cenaba bajo el porche y al terminar le daba vueltas con la boca a un palillo y también al destino final de las hormigas. Hacia dónde irían cuando dejaban de caminar sobre el libro y se internaban en los subterráneos del jardín. Me imaginaba que entraban en el hormiguero y que letra a letra construían de nuevo toda la escena que creó Styron, y que en unos días llegaría el otoño, con lluvias, y el invierno con los fríos, y el hormiguero se destruiría, con sus hormigas dentro, con la desnudez de Peyton y el soslayo incestuoso de Mr. Loftis. Y cuando mis elucubraciones llegaban ya al paroxismo -casi al ridículo- la vecina de al lado le gritaba a su marido que estaba harta y que no le aguantaba más y que o espabilas o aquí te vas a quedar, tú con tus manías. Me levanté y volví a mi novela, justo por la misma página en donde caminaron mis hormigas, y no paré de leer hasta el final. Esa noche, cálida madrugada del mes agosto, me acosté triste.

Vuelvo mañana

14 comentarios:

Anónimo dijo...

¿porqué te acostaste triste,por haber matado a una hormiga lectora,por no ser una hormiga,o por ver la escena matrimonial que te devolvió a la vida real? L.

Isabel Barceló Chico dijo...

Esas hormigas a las que trataste con tanto respeto y consideración se me antoja que pasaron sobre el libro como pasan muchas personas: sin enterarse de nada. En fin, de todos modos hiciste una buena obra. Besos.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

L
Si lees "Tendidos en la oscuridad", sabrás por qué.
Salud

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Isabel
Creo que sé por donde vas...

Y la verdad, no sé si hice una buena obra. Si las hubiese matado seguramente mi vecina no hubiese discutido con su marido
¡Salud!

Anónimo dijo...

Te agradezco tu consejo pero no me lo voy a leer,no tengo ganas de leer tristezas.Ya me doy por satisfecha porque he entendido la respuesta a mi pregunta.L.

Isabel Martínez Barquero dijo...

Qué bien me lo he pasado hoy leyéndote, Mariano. Me he reído, me sonreído y hasta me he carcajeado.

Admiramos a las hormigas, igual que a las abejas, pero... si nos rondan, nos convertimos en sanguinarios y organizamos un extermino masivo.
Cosas de la raza humana, en la que me incluyo, jajaja, porque ante la duda: fuera bichos, aunque sean bichos trabajadores.
Entono el mea culpa, pero sin propósito de enmienda.

¡Salud, Mariano!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Me alegro de que lo hayas pasado bien Isabel.
¡Salud!

Ana Rodríguez Fischer dijo...

Mal hecho, Hablador! Haber ido a posarse precisamente sobre esa página es imperdonable. Te creía más impío! ¡Ah! Y la versatilidad, en cualquier caso, se agradece!

Carlos dijo...

Está claro que ese ejercito tan bien adoctrinado y obediente estaba ejerciendo un acto de censura sobre la página del libro, igual que la primera te había dado un aviso. Guárdate de ese ejército tan bien organizado y jerárquico. Un abrazo.

Is@Hz dijo...

Yo también me he divertido mucho con tu relato, hasta me han entrado ganas de ponerme triste y leérmelo -bueno, al revés-, pero tengo trabajo atrasado al respecto.
...
Cuántas veces pienso que tiempo atrás eramos crueles con otros animales como ahora lo somos con muchos de los insectos... ¿Qué nos deparará el futuro en cuanto a las asociaciones de protección de animales?...
Sigue escribiendo, es un placer leerte.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Ana, Carlos
Las hormigas, mis fantásticas hormigas lectoras, no actuaron de censoras, ni mucho menos. Creo que esa escena, la del desnudo de Peyton, está muy lograda, llena de ambigüedad, y que el punto de vista a tres bandas, Narrador, Milton y Peyton, la hace insuperable. ¿en cual de estos tres ángulos se coloca el lector?: el lector, aquí, se tiene que mojar, tiene que decidir con quien se identifica... y, la verdad, ninguna de las 3 opciones, es digamos, fácil.

Lo que ocurre es que no he sabido explicar la función de mis hormigas . La he dejado en aire, no quería constarla, pero está claro que no he acertado. Las hormigas actuan de transmisoras de lo que ocurre en el libro porque son capaces de llegar a todos los rincones. De ahí que, después de la cena, mi vecina le eche la bronca a su santo. De ahí el Quo Vadis formica, que es también mi Quo vadis con respecto a las hormigas. En fin, que otra vez será.

¡salud y gracias por vuestros comentarios!

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Me alegro que también lo hayas disfrutado.
El futuro -dicen- es de los insectos. Cuando gobiernen el mundo no estaremos para verlo. No me extrañaría que apareciese, o que ya existiese alguna asociación protectora de la mosca del vinagre. Ya sabes... como dijo El Gallo, "hay gente pa tó"

¡salud Is@z! y gracias por los ánimos

Mercedes Thepinkant dijo...

Yo creo que sí que son conscientes las hormigas. Tienen una consciencia común que sobrepasa al individuo y lo anula. Cada una hace su trabajo durante toda su vida sin preguntarse porqué o para quién y juntas desmontan una casa entera. ¿No recuerda esto la vida de muchos humanos? Los ejércitos, los consumidores, los fanáticos. La masa no es la suma de los individuos, es otro individuo completamente dominado por el espíritu del hormiguero.

Un ejemplo:

http://thepinkant.blogspot.com/2010/07/megalito.html

Saludos de la hormiga rosa, cuando puedo, me escapo del hormiguero, un placer pasar por aquí.

El Pobrecito Hablador del Siglo XXI dijo...

Y para mu es un placer tus visitas
Lo que explicas de la pérdida de identidad del individuo en aras del colectivo es lo que se llamma fascismo. Por eso creo que la fascinacion que sentimos por estos bichos tiene un trasfondo perverso.

Ya he visto que tus hormigas rosas tienen poderes extraordinarios. Ahora me explico el porqué de las pirámides. ;)

¡Salu Mercedes!