lunes, 3 de noviembre de 2008

Flor de invierno


En el reino de España se agotan las reservas de papel, de tinta y de ancho de banda con informaciones, opiniones, chistes y ocurrencias al respecto de las obviedades regias que la reina del reino ha explicado a una periodista del Opus. ¿Qué pensaban?¿Que era una roja inédita pero contenida por el cargo?¿Que alguno de sus nietos juega con la tricotosa de la señorita Pepis y sus nietas con balones? ¿O acaso creyeron que alguna de las infantas es proabortista?...

En Somalia, desde hace una semana, descansa en paz, por fin, el cuerpo sin vida de Aisha Ibrahim Duhulow. Aisha, era una niña de 13 años que encontró el infierno en la tierra. 50 salvajes lapidaron, apedrearon su cabeza hasta la muerte. Para ello, Aisha fue previamente enterrada hasta el cuello. El delito de la niña Aisha fue haber sido violada por 3 energúmenos. La niña Aisha decidió denunciar la violación y acabó siendo sentenciada por adúltera. Pienso en los ojos de la niña Aisha en el momento de ser violada, una vez, más otra vez, más otra vez. Pienso en la niña Aisha , en la expresión de la mirada momentos antes del asesinato; me escalofría ver con sus ojos a los tres energúmenos que la violaron y que, seguro, estuvieron en primera línea, lanzando proyectiles con más fuerza, y más cerca que ninguno de los otros 47 asesinos . Más de 1.000 personas contemplaron el espectáculo y vieron como machacaron la cabeza de la niña Aisha y como quedaba sepultada por las piedras, como una flor de invierno. El infierno en la tierra.

Asha se levantaba cada mañana al amanecer con el sol rojo emergiendo del horizonte mísero, como anuncio de una nueva jornada de supervivencia. Sin llevarse nada a la boca recorría diariamente 30 kilómetros para abastecer de agua a los suyos. Si volvía sola caminaba más deprisa, por el miedo a ser asaltada por cualquier hombre del poblado. Era algo habitual. Casi formaba parte de su existencia. Lo vivió su madre, lo vivirá ella y lo vivirán las hijas de sus hermanas. Por eso siempre busca la compañía de otras mujeres. Aquel día volvía sola. Al correr había perdido casi la totalidad del agua que era capaz de transportar sobre la cabeza. Eran tres hombres, sucios, delgados, casi viejos. Primero le pidieron agua. Aisha les dio de beber. Después le pidieron que dejase el cántaro a un lado. Aisha obedeció. Uno de ellos la cogió por el cuello y la tumbó en el suelo terroso. Otro le separó las piernas. Mientras, el tercero se levantaba la túnica y, después de masturbarse unos minutos, la penetró con fuerza hasta eyacular. Pero quiso más, era el más viejo y tenía derechos. También la penetró por el ano. Aisha gritó y el hombre que la tenía cogida por el cuello le propinó un fuerte puñetazo en las costillas. Aisha volvió a gritar y los tres hombres la insultaron a gritos, muy cerca de la oreja, casi aplastando contra su cara las barbas negras, sudadas. Al poco, los tres hombres, sucios, malolientes, casi viejos, intercambiaron la posición. El que la cogió del cuello le sujetó las piernas y el que le sujetó las piernas se masturbó y, de la misma manera que el otro, la penetró hasta eyacular. La niña Aisha ya no gritaba, la niña Aisha quedó tendida sobre la tierra amarga. El hombre que faltaba por penetrarla lo hizo, eyaculó y después, con calma, restregó su pene flácido, todavía húmedo, en la cara inerte de la niña Aisha. El último hombre se colocó bien la túnica y, acto seguido, cada uno de los tres hombres bebió un buen trago de agua del cántaro de la niña Aisha, hasta dejarlo seco. Se enjuagaron las bocas con la bocamanga de la túnica y se dirigieron al poblado charlando amigablemente. Cuando la niña Aisha llegó al poblado, exhausta, herida, sin agua y sin cántaro, su marido le propinó una paliza. La niña Aisha pensó que aquella vida no era justa y que aquellos tres hombres tenían que ser castigados, así es que se fue al consejo de ancianos a denunciar lo que le había pasado. El consejo de ancianos la escuchó y le dijo que se fuese tranquila, que se haría justicia. Uno de los integrantes del consejo de ancianos era gran amigo de uno de los violadores. Éste le mandó llamar y entre los dos acordaron, a su vez, mandar llamar al marido de Aisha. El marido de Aisha escuchó de boca del anciano lo sucedido; el amigo añadió los detalles y entre risas, comentarios jocosos y alguna blasfemia, decidieron acusar a Aisha de adulterio. La pena: muerte por lapidación, como manda la tradición.

Un día antes de la ejecución, dos jóvenes del pueblo habían excavado un hoyo tan profundo como midiese la niña, desde los pies hasta el cuello. A estos jóvenes también les fue encargado al aprovisionamiento de más de un centenar de piedras de las más pesadas y afiladas, pero no tanto como para no poder manejarlas con una sola mano. El consejo de ancianos pagó al pregonero con varias raciones de mijo para que anunciase por toda la región de Kismayu la lapidación de una adúltera. Igualmente, se establecieron las prioridades y los privilegios para formar parte del pelotón de ejecución: Serían 50 hombres, entre los que se encontraban los tres violadores y toda la parentela del esposo agraviado. Aquella mañana Aisha vio el último amanecer. La ataron las manos a la espalda y la ataviaron con una sábana blanca hasta la cabeza, a modo de sudario. Después la introdujeron dentro del hoyo. Las más de 1.000 personas que allí se habían congregado se disputaban el mejor sitio. El primer golpe de piedra le abrió la ceja en dos partes. El segundo golpe de piedra le aplastó la nariz y le produjo a la niña Aisha un dolor infinito. La tercera pedrada se la propinó su propio marido, que le hizo saltar cinco piezas dentales. A continuación se lanzaron piedras a discreción, con gran alborozo de los que allí se encontraban. La cabeza de la niña Aisha quedó sepultada. El alguacil fue el encargado de retirar algunas piedras y de cerciorarse de que realmente Aisha había muerto. Al hacerlo se irguió y gritó: ¡Se ha hecho justicia! Y la multitud se disolvió. Nadie sabe donde está enterrada la niña Aisha. Fue una vergüenza para la familia. Bajo las piedras, en la desolación de una tierra agrietada, en algún lugar mísero de África, a expensas de la hiena, yace sepultada una flor de invierno.

Así podría haber sido. Ahora mismo estoy escuchando en la radio progre del país la siguiente frase: “La reina es una persona a la que, las personas que tiene cerca, tienen que proteger. La reina lo está pasando mal. La reina está desolada. La reina no puede continuar así porque caerá enferma. ”

Aisha y Sofia son dos nombres de mujer que se escriben con cinco letras. Aisha y Sofia nombran dos vidas vividas, dos realidades, dos presencias en la tierra. Estos dos nombres han generado dos noticias basadas en dos hechos: un asesinato salvaje que atañe a toda la especie humana y cuatro opiniones regias que no sorprenden a nadie. De las dos mujeres, una ha sido violada y después lapidada. A tenor de lo oido, visto y leido en los medios de comunicación españoles, Sofia es la lapidada. Digan que es demagogia.

Vuelvo mañana

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué grande eres!!!!