viernes, 28 de noviembre de 2008

Deconstrucción


La paloma es el símbolo de la paz desde que supimos que Noé se encontró a una mordiendo con el pico una rama de olivo. Al comunicar Noé el hallazgo, todo el pasaje del Arca respiró aliviado porque en ese preciso instante se tuvo la certeza de que se podría refundar la civilización. Pablo Picasso la hizo famosa en el siglo XX. Y ahora la paloma es, definitivamente, el logotipo universal de la Paz. No hay inauguración de evento deportivo global en la que no vuelen centenares de palomas. No hay nadie que, al ver una paloma espachurrada por un coche en medio de la calle, no sienta como se espachurra un pedazo de paz, o un ángel, o la esperanza, o sencillamente, siente lástima de ver muerto, sin que nadie haya hecho algo para evitarlo, un pobre animalito que no se mete con nadie.

La rata es la alimaña por excelencia. Nadie ha podido hacer, todavía, un logotipo de ella pero se utiliza a menudo para insultar, para vejar, incluso para torturar. Los nazis comparaban muchas veces a los judíos con ella. Con unos promotores así, quién quiere utilizar una rata para nada que sea bueno. Roberto Bolaño es el único escritor que se atrevió dignificar a las ratas cuando escribió el cuento “Pepe el Rata”. El cine las ha transformado en personajes simpáticos para crear historias infantiles. Micky Mouse o el reciente Ratatouille son buenos ejemplos. Por lo visto, cuando uno es niño, las ratas caen simpáticas. Un misterio más de la semiótica al que Umberto Eco podría meterle mano.

El otro día - y esto que cuento es absolutamente real - fui testigo de una escena estremecedora. El parque de al lado de mi casa, a la salida de la hora del colegio, se llena de mamás y niños que desfogan las horas de encierro. La calle circunda el parque y es fácil ver lo que ocurre, tanto desde un lado como de otro. Algo alarmó a cuatro madres que se acercaron corriendo al asfalto de la calle. Y es que allí mismo yacían, a pocos metros una de otra, una paloma espachurrada y una rata. Una de las madres, la más valiente, se apresuró decidida a propinar una patada al cadáver de la rata, y luego otra patada más, y otra, hasta que la rata muerta quedó escondida bajo el contenedor de basuras ubicado en un chaflán próximo. Las otras tres madres recogieron con sumo cuidado, con un pañuelo, su pañuelo, el cuerpo sin vida de la paloma. La imagen resultaba, en verdad, estremecedora porque el cuello descoyuntado de la paloma colgaba en péndulo mortal hacia la tierra formando una curva frágil y misteriosa. Las tres mamás dispusieron el cuerpo de la paloma bajo una encina del parque y la cubrieron con cuidado con unos papeles de periódico.

Y yo que vi aquello sentí un fuerte sentimiento solidario hacia la rata, aunque la imagen última de la paloma muerta me dejase medio noqueado. Sin embargo paloma y rata son animales muy parecidos. Les diferencia las alas, las patitas, los dientes… o sea la forma, les diferencia cómo se presentan ante el mundo. Por lo demás, ambas se mueven por el mundo repletas de bichos desagradables, son invasivas, se ultra reproducen, y ocasionan en las ciudades un sinfín de problemas sanitarios y de toda índole. Aún así, los papás y las mamás acuden a las plazas provistos de gramíneas variadas, acompañando a sus hijitos, para que pasen unos minutos dando de comer a palomas. Nos parecería totalmente inaudito hacer lo mismo con ratas. Aunque hay quien tiene otro tipo de ratas en casita, pero estas son muy blancas, más burguesitas, no tienen el aspecto lumpen ni la fama de las de cloaca.

A mí me da la sensación de que la diferencia de percepción entre una alimaña y otra estriba en las alas. Una viene del cielo, la otra de las cloacas. Una caga desde el cielo, y te mancha y te enfadas y luego lo explicas divertido. La otra se caga en la tierra, y la odias por ello. Una destroza una catedral gótica con sus excrementos, pero como forma parte de la imagen que tenemos de las catedrales, pues nos parece perfecto. La otra muerde los cables de la luz, y te monta un cortocircuito y te deja sin partido un domingo. La rata contagia la peste y la paloma, tan alada, tan indefensa, tan inocente, transmite peligrosas enfermedades. Una bandada de palomas, cruzando el cielo de la ciudad, nos fascina y nos asombra. Una recua de ratas retozando en cualquier plaza sería motivo de dimisión del alcalde de turno. El cielo marca la diferencia. Las alas son el valor, nos ofrecen la imagen de libertad. Las alas crean el símbolo y las alas son la potencia de la marca, el elemento fuerte a destacar. En realidad estamos ante la dialéctica cielo versus tierra. O mejor, cielo versus infierno. Por eso también nos quedamos embobados con las gaviotas, que al fin al cabo son ratas, pero marineras, mejor dotadas físicamente, más grandes, para poder aguantar los embates del mar. La gaviota arrastra una pesada carga: es para algunos poetas metáfora , símbolo y alegoría de la muerte, pero eso la gran mayoría no lo sabe, y si lo sabe lo obvia, porque prevalece en ella la belleza del vuelo, la silueta blanca de alas angulosas sosteniéndose entre los siete vientos marinos ante el cielo azul.

Son como son, así se muestran, según les dicta y les ha creado la naturaleza, la evolución. Y nosotros las cargamos de significado. Y preferimos a unas y despreciamos a otras en función de abstracciones que se han ido metiendo en nuestras cabezas a lo largo de la Historia. Por eso Bono no me engaña, porque es rata, y qué. Y tampoco Esperanza Aguirre, rata que abandona el barco, y qué. O Jorge Fernández Díaz, rata, y qué. O Aznar, Acebes, Zaplana, reyes de las ratas, y qué (¡Cuánto les añora ZP!). Gallardón va con alas, y no me fío, no sé a qué atenerme. No sé si va de paloma, o de rata que se camufla de paloma, o de paloma que se viste de gaviota . Lo mismo me pasa con la niña de Rajoy, o con la Cospedal o, en estos últimos tiempos, con el mismísimo Rajoy, que se deja morder por el rey de las ratas sin decir este pico es mío. O con los otros nacionalistas, los del PNV y de CiU, que odian que les llamen conservadores pero votan a favor de colgar la plaquita de las Maravillas. Palomas, que son ratas, que son palomas. Las alas, todo el secreto está en las alas, imprescindibles en este siglo para mentir con garantías.

Vuelvo mañana

3 comentarios:

Daniel Zapata dijo...

La fauna política sí que nos contagia terribles enfermedades como la ignonimia, el hastío, la desverguenza, entre otras.

Querido Pobrecito, te felicito por tus artículos que no son de costumbres más bien son "desacostumbrados". Plumas como la tuya son necesarias como analgésicos ante tanta podredumbre cultural.

Anónimo dijo...

Por fin puedo coincidir contigo: prefiero también a quien va de cara!!!

Anónimo dijo...

No, son animnales muy distintos empezando por que las palomas son ovíparas y las ratas son mamíferos (más parecidas biológficamente al hombre). A lo largo de la historia las palomas sirvieron al hombre de muchísimas maneras y fue el primer animal domesticado por el hombre (las ratas no sirvieron para nada). Por otro lado lo de las enfermedades supuestamente treansmitidas por las palomas es una gran burrada propia de un ignorante: no hay casos de alguien que se haya contagiado algo de una palomam (pero sí de las ratas por ser biologicamente compatibles con el humano). y no es cierto que lasd palomas estén tan bien conceptuadas socialmente, hya muchos igfnorantes que las odian.