Conozco personas que son capaces de hacer que una fotografía no diga lo que realmente dijo la realidad que capturó. Esos tipos manejan como nadie unas erramientas diabólicas bautizadas con nombres innombrables que parecen señalar artefactos altamente dañinos para la supervivencia de la especie. Para mi, que morí hace dos siglos, la fotografia sigue siendo todo un misterio. Imaginaos, entonces, el llamado photo shop (¡¡Por Dios!! ¡¡Vade Retro!!)
Pero yo, que siemrpe he sido revolucionario, progresista, liberal y abierto a la modernidad (Sí: se puede ser todo eso a la vez. Aquí me tienen) también quiero jugar a las mentiras y me he convertido, por un día, en falsificador de poemas, sin photo shop, sin tijeras, sin erramientas del diablo, sin zoom digital ni pixeles. Tan solo voy a detener, voy a hacer pausa en un verso y voy a dejar el resto del poema sin leer. Voy a crear, así, un poema diferente del que el autor escribió. Voy a dejar escrita una realidad diferente a la que el poeta cantó.
Estos 6 versos que escribo a continuación son de Raymond Carver, de su libro "Todos Nosotros". El poema en cuestión se llama "El regalo"
Empezó a nevar en plena noche. Húmedos copos
contra las ventanas, la nieve cubriendo
las claraboyas. Estuvimos mirando un rato, sorprendidos
y felices. Contentos de estar aquí y en ningún otro sitio.
Cargué la estufa y ajusté la temperatura.
Nos fuimos a la cama, cerré enseguida los ojos
Estos 6 versos podrían ser una bonita felicitación de Navidad, por ejemplo. O, también, una preciosa acuarela hogareña, llena de afectividad y calidez. 6 versos que, en cualquier caso, nos hacen sentir bien porque nos trasmiten sosiego, calma y seguridad; nos transmiten felicidad
Pero en realidad, lo que canta el poeta en el poema completo, sin photo shop, es esto
Empezó a nevar en plena noche. Húmedos copos
contra las ventanas, la nieve cubriendo
las claraboyas. Estuvimos mirando un rato, sorprendidos
y felices. Contentos de estar aquí y en ningún otro sitio.
Cargué la estufa y ajusté la temperatura.
Nos fuimos a la cama, cerré enseguida los ojos.
Pero por alguna razón, antes de dormirme,
me acordé de aquella vez en el aeropuerto
de Bueno Aires, la tarde en que nos íbamos.
¡Qué tranquilo y desierto estaba todo!
Un silencio mortal salvo el ruido de los motores de nuestro avión
cuando salimos de la terminal
y rodamos por la pista bajo la ligera nieve.
Las ventanas del edificio estaban en penumbra.
No se veía a nadie, ni siquiera al personal de tierra."Parece
un alugar de luto", dijiste.
Abrí los ojos. Tu respiración me hizo ver
que estabas dormida profundamente. Te abracé
y salí de Argentina para recalar en el sitio
en que viví una vez en Palo Alto. No nieva en Palo Alto.
Pero tenía una habitación con dos ventanas que daban
a la autopista de Bayshore.
La nevera estaba al lado de la cama.
Cuando despertaba deshidratado en mitad de la noche
todo lo que tenía que hacer para calmar la sed era estirar la mano
y abrir la puerta. La luz interior me llevaba
hasta la botella de agua fría. Un plato caliente
en el baño, junto al lavabo.
Cuando me afeitaba, el cazo de agua borboteaba
junto al tarro de los granos de café.
Una mañana me senté en la cama, vestido, recién afeitado,
tomado café, aplazando lo que había decidido hacer. Finalmente
marqué el número de Jim Houton en Santa Cruz.
Y le pedí 75 dólares. Me dijo que no los tenía.
Su mujer se había ido una semana a Méjico.
Sencillamente no los tenía. Andaba muy justo
ese mes."Claro", le dije, "lo entiendo".
Y lo entendía. Hablamos un poco
más y colgamos. No los tenía.
Terminé el café, más o menos a la vez que el avión
se elevaba hacia la puesta de sol.
Me volví en el asiento para echar una última ojeada
a las luces de Buenos Aires. Luego mantuve los ojos cerrados
todo el largo viaje de vuelta a casa.
Esta mañana hay nieve por todos lados. Reparamos en ello.
Me dices que no has dormido bien. Te digo
que yo tampoco. Pasaste una noche horrible. "También yo".
Somos extremadamente cuidadosos y tiernos,
como si percibiéramos el desarreglo mental del otro.
Como si supiéramos lo que está sintiendo el otro. No lo sabemos,
claro. Nunca lo sabemos. No importa.
Es esta ternura lo que me importa. Es el regalo
que me sostiene y me hace avanzar.
El mismo cada mañana
En el poema entero no es Navidad ( o sí, que más da). Lo significativo es que al abrir el zoom, al ver el poema en su totalidad, vemos que alguien sobrevive, que alguien lo ha pasado, y lo está pasando, realmente mal, y que cada día que pasa es un riesgo que corre, una nueva oportunidad para caer de nuevo. Cerró los ojos en el verso 6 y al abrirlos, al final, vemos al poeta mojado en sudor y enfebrecido por la pesadilla con la que durmió toda una noche, una noche más. Si ella faltase, todo se derrumbaría. Aunque fuese navidad y la estufa estuviese cargada y nevase plácidamente al otro lado del cristal. Sin photo shop. La realidad.
Vuelvo mañana
martes, 18 de diciembre de 2007
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