martes, 25 de septiembre de 2007

El hacha de Dostoviesky (III)


Otro de los peligros que acecha constantemente a cualquier persona que ejerza la literatura tiene que ver con escribir palabras, unirlas y crear con ellas frases que puedan tener cierto sentido y que unidas a otras frases formen un pàrrafo, el cual, a su vez, y con ayuda de la llamada complicidad lectora y de los exicipientes que cada escritor gusta utilizar (nocivos o no ), construyen todos juntos una novela. O sea que, este peligro, con lo que tiene que ver es con la creación, con explicar graciosamente, artisticamente, comercialmente, una historia cuyo contenido vaya más allá de la puerta que encierra nuestra imaginación, nuestros sentidos, nuestros miedos, nuestros anhelos y nuestros etcéteras. Amor, ambición, envidia, poder, muerte... y poca cosa más. De ahí que ponerse a escribir hoy en día sea un ejercicio poco más quie temerario. ¿Qué va a contar uno a estas alturas de la Historia?

Unos cuantos de centenares de miles de títulos se publican cada año, solamente en España. El país está lleno de suicidas y de derrorachadores de tiempo, de gente que arriesga anualmente su prestigio intelectual a costa de dar a conocer a miles de lectores que se lo tragan todo, historias que han imaginado o que han vivido. Maldita complicidad lectora: yo escribo algo que ya está explicado desde hace unas decenas de siglos y vas y te lo lees, y además me admiras y me pides que te firme un ejemplar.

Porque en realidad de esto va la cosa. Alguien mueve la maquinaria del ego y del dinero para que siempre haya un primo dispuesto a vender su imaginación de humano a quienes de verdad son responsables de esta espiral sin fin. De hecho ese podría el tema de una buena historia por escribir, aunque, no les quepa ninguna duda, seguro que ya habrá sido contada.


Todavía hay quien dice que cada época ve y explica el mundo que le toca vivir y que, por tanto, toda obra es original si explora y saca a la superficie las corrientes subterráneas de la sociedad en que ha sido creada. ¡¡Ja!! ¡¡Bonita frase!! Dostoviesky colocando un hacha en la mano de un estudiante que le abre la cabeza a una vieja usurera. Siglo XIX, momento prerevolucionario en el que además se escribieron miles de palabras en busca del tiempo perdido, infidelidades, feminismos de primera mano, avaros, ambiciosos, amantes hasta la muete (como yo, per mi historia no la contó nadie)...


Busquen en el siglo XX y en XVIII y en el XVII; vayan poniendo palitos, equis y uves donde ustedes quieran: una espiral sin salida, sin fin; un laberinto que se construye
en el tiempo, a si mismo, con los mismos materiales, y en el que a fuerza de caminar y caminar hemos perdido por completo la memoria de haber andado ya el camino, siempre el mismo camino.

Vuelvo mañana

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