lunes, 2 de abril de 2007

Depresión postparto



Algunos escritores tienen tanto interés por explicar lo universal que consiguen todo lo contrario, quedarse en el pequeño territorio de su ombligo, que es la máxima expresión del provincianismo. En el poco tiempo que llevo aquí, algún buen amigo, del que no voy a decir su nombre por no comprometer su cordura, me aconsejó "no leas nacionales, lee a los americanos, o a los ingleses, o autores que no sean de aquí. Los de aquí siempre hablamos de lo mismo, de la Civil (le es es tan familiar que ya la nombra por sus nombre de pila), de la envidia, de algún mequetrefe, del perdedor de turno que se busca la vida como un Lazarillo contemporáneo, de amores medios no correspondidos y de cuatro situaciones costumbristas aderezadas de cierto tono irónico bastante artificial, por no decir impostado".

Pues si que está bien el panorama, pensé. Allá, en aquel tiempo, la cosa era sencilla: teatro o teatro. Poesía, poca y mala, y novela casi ni sabíamos escribrirla. Por eso me hice crítico, porque no sabía hacer otra cosa. Y de crítico teatral pasé a meterme con todo el mundo. Así me fue. Pero no seguiré hablando de mi (es una mala costumbre en la que caemos todos los románticos); hablaba de los escritores que quieren explicar lo universal: los anglosajones son especialistas. Te llevan hasta la náusea. Colocan al lector en situaciones supuestamente reales, cotidianas, en atmósferas agobiantes, a veces malolientes y hasta desgradables; crean personajes solos, perdedores, neoexistenciales; se emborrachan de adjetivos, utilizan un estilo de frase elaborada con pretensiones de original, y a veces lo consiguen, pero las más se les ve el truco al llegar al punto y aparte, al rebobinar y al leer de nuevo.

Ocurre que cuando que se lee a McArty, Wallant, De Lillo, 'Onan, Roth o Bellow,etc..., parece que uno sabe, ya, el secreto del universo y que nada en el mundo, ninguna de las siete esencias del alma humana se te resiste. Y resulta que cuando digieres lo leído, tras unos primeros días de emoción estética ante la frase perfecta y satisfacción intelectual por descifrar unos cuantos cientos de páginas difíciles, de repente, todo en ellos se te vuelve mentira y caes en una especie de depresión postparto, en la que durante semanas es imposble desahcerse del olor a placenta.

Esto me atrevo a decirlo porque estoy muerto, o vivo de nuevo entre los muertos; si no, de qué.

Alguno hay del que sí he aprendido a entender mejor como es el hombre y el mundo del siglo que ya cayó. Son sinceros, me dicen la verdad, me la dicen al oido, sin aspavientos, sin fuegos artificiales, como un buen amigo en la tranquilidad de la charla al lado de un buen fuego, sin estar seguro de nada, sencillament explicando después de observar con atención cómo somos y como son los lugares y el tiempo que hemos construido pata convivir. Me acuerdo ahora de Mailer, Saroyan, Sallinger, o Bashevis Singer.

De todos modos, a mi, de verdad, quien me explica mejor como soy es quien comparte conmigo paisajes, gestos y memoria. Qué le vamos a hacer, soy del pueblo.

Vuelvo mañana

1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo siento, pero discrepo. De tanto mirarnos sólo a nosotros mismos no podremos avanzar.

Silvio Rodriguez: la canción de los tres hermanos. Es un buen punto para reflexionar.